Nació Quintín en Roma, de una noble familia en la que hubo algunos senadores y cuya relación con los emperadores era tan frecuente como cercana. Aunque no se sabe con exactitud el momento en que Quintín se convirtió al cristianismo, sí se sabe que fue al poco tiempo de ser nombrado pontífice San Cayo cuando el joven descubrió su intención de viajar a la Galia para llevar la fe a través de su predicación. Muchos jóvenes cristianos quisieron acompañarle y la leyenda incluye entre ellos a San Crispín y San Crispiniano y a algunos otros que recibieron el martirio en distintos lugares del país. A San Quintín le tocó en Amiens donde habiendo conseguido numerosas conversiones fue prendido por Riccio Varo y torturado. Después de meterle cal viva en la boca y de no haber conseguido ningún resultado, por temor a una sublevación en protesta de quienes veían en San Quintín sólo bondad y virtudes, el gobernador le llevó secretamente a otra ciudad, Augusta, donde pretendió de nuevo convencer al santo sin conseguirlo. Ordenó que se traspasara su cuerpo de la cabeza a los pies con dos hierros para que sirvieran de apoyo en la parrilla y mandó clavarle entre las uñas unas cañas. Finalmente, ordenó cortarle la cabeza y arrojar al río ambas partes del cuerpo.
CREENCIAS
Se cree que, poco después de la muerte de San Quintín una noble romana que había perdido la vista tuvo un sueño en el que se le aparecía un ángel que le sugería ir a Augusta y buscar el cuerpo de San Quintín. Así lo hizo y costeó la búsqueda, de modo que en poco tiempo se encontró el cuerpo, al que se unió inmediatamente la cabeza que venía flotando tras él como si quisiese no separarse. Se enterraron cuidadosamente los restos y al poco tiempo se edificó sobre ellos una capilla y con los años una ciudad que se llamó San Quintín.