San Narciso, de cuyos primeros años se conoce muy poco, sustituyó al obispo Dulciano en la sede patriarcal de Jerusalén, siendo el trigésimo en ocupar la silla desde los apóstoles. Esto sucedía en el año 180 y unos años más tarde, en el 195, participó en un Concilio que se reunió en Palestina para decidir la fecha en que debía celebrarse la Pascua. Unos pensaban que el 14 de Nisán, la fecha en que los judíos la celebraban, podía ser apropiada. Otros, en cambio preferían cambiar la celebración en el calendario, cosa que no sucedió hasta el Concilio de Nicea del 325, cuando se estableció que coincidiese con el primer domingo después de la luna llena tras el equinocio de primavera. A lo largo de su dilatada vida -117 años, según algunos escritos- San Narciso pudo dedicarse a su labor pastoral, no sin tener que superar durante todo ese tiempo algunas difíciles pruebas que aumentaron su fama y su santidad.
CREENCIAS
Se cree que San Narciso fue acusado de una atrocidad que no había cometido, por tres envidiosos que manifestaron ante un juez las más disparatadas mentiras sobre la conducta del santo y quisieron jurar que era cierto con tres fórmulas al uso: "Que me queme, que me entre la lepra o que me quede ciego". La leyenda dice que, liberado el santo de las acusaciones y demostrada su inocencia, esos juramentos se volvieron contra quienes los habían pronunciado, haciéndose ciertos. Otro milagro que se le atribuye es que tuvo una premonición de la llegada de San Alejandro a Jerusalén y cuando éste llegó se encontró con la sorpresa de que ya salía a recibirle el patriarca con el clero y el pueblo.