Digitalización y proceso de audios, textos y documentación: Luis Delgado
Desde hace cuatrocientos años, la palabra mandolina se ha usado para describir una amplia gama de instrumentos. Unos se parecen a un laúd soprano o a una guitarra en miniatura, mientras otros son más como una pequeña cítara o un violín. Miembros de esta supuestamente homogénea familia se diferencian notablemente los unos de los otros en casi todos los casos.
¿Cómo debería ser la forma del cuerpo, fondo ovalado o plano? El número de cuerdas, ¿cuatro, cinco o seis órdenes? El método de pulsar las cuerdas, ¿púa o con los dedos? La afinación, ¿en quintas o cuartas? Hasta en el tipo de cuerdas, tripa, acero, cobre o una mezcla? Cada una de estas numerosas formas tiene su lugar en la historia de la mandolina, que se ha ido desarrollando a través de los siglos para realizar los diferentes estilos de música, desde el barroco y la ópera hasta el bluegrass, el choro brasileño, la bandola en Venezuela, polskas de escandinavia, jigs y reels de Irlanda o ragas de la música de India.
Sin embargo, cuando nos adentramos en el repertorio clásico que fue creado en el siglo XIX y principios del XX por una sucesión de virtuosos ejecutantes y compositores italianos, como Carlo Munier, Raffaele Calace y Silvio Ranieri, puede haber una pequeña duda sobre el tipo preferente de mandolina.
Su pequeño tamaño y su afinación, como la de un violín (sol, re, la, mi), han favorecido que italianos, portugueses y españoles extendieran este instrumento por todo el mundo.