Imprenta de Marés y Compañía, plazuela de la Cebada, 13. Madrid. (nº19)
El Cantar y los romances fueron configurando un perfil de Rodrigo Díaz que dejó de pertenecer a la historia para entrar por derecho propio en el ámbito de lo legendario. Sus rasgos se dibujaron con trazos tan diversos como su pretendida bastardía o su probado arrojo, pero el carácter abierto de la historia que sobre él se urdía permitió que a las cualidades que se le atribuyeron en el Cantar –mesura, oportunidad, madurez, honradez– se le añadieran otras en el Romancero –generosidad, apasionamiento, fortaleza, discreción–, sin dejar de alabar en todo momento su oficio y su condición de caballero que no sólo lo definían sino que lo encumbraban. En cualquier caso, la conducta de Rodrigo es creíble y responde finalmente al retrato que poetas, artistas y público han querido o han necesitado pintar de él.