Fundación Joaquín Díaz

Noticias

Noticias

Ir al listado completo de noticias >

24-09-2023

«EN LA BOCA DEL LOBO» de Elvira Lindo

24 de septiembre de 2023. Restaurante Entretierras. Urueña

Elvira Lindo y Joaquín Díaz

Organizada por el Restaurante Entretierras y la librería El Grifilm y patrocinada por Alimentos de Valladolid, tuvo lugar la presentación de la última novela de Elvira Lindo En la boca del lobo. Joaquín Díaz abrió el diálogo con las siguientes palabras:



Portada del libro

«Elvira Lindo comienza su novela En la boca del lobo con una declaración de principios tomada de un poema de Horas de invierno, uno de los últimos libros de la inolvidable poeta americana Mary Oliver: “Una voz muy débil en mi interior sugiere una posibilidad: ¿cómo va a haber redención y resurrección sin un gran sufrimiento? ¿Y no son acaso la lucha y la superación las auténticas tareas de nuestras vidas? Puede que dentro de diez años piense de otra manera. Entretanto, esto es lo que sé: la maldad forma parte de nuestro bello mundo”.

Parece que quien habla -y seguramente quien reproduce sus palabras también- está reconociendo la existencia de una zona de sombras en la vida, zona no siempre aislada o evitable. Decía Carl Jung, agudo conocedor del alma humana, que la propia aceptación es la esencia del problema moral que enfrenta al bien con el mal. El ser humano que se acepta a sí mismo, acepta todos sus aspectos negativos y, en esa imagen de la totalidad, acepta también todos los crímenes y pecados de la humanidad. “La maldad hoy –escribía Jung– se ha convertido en una fuerza incontenible. La mitad de la humanidad lucha y crece en una doctrina creada por el raciocinio humano. La otra mitad se hunde en la ausencia de un mito que explique las cosas que suceden”.

La historia de las religiones tiende a exponer el origen de la maldad en determinados relatos y mitos que simplifican su naturaleza y la convierten en un conflicto de fácil comprensión: el orden frente al caos. Estas formas simplistas de abordar problemas complejos que están en la propia naturaleza del ser humano, tratan de eludir un análisis serio y terminan por reconocer que el orden es un reflejo del poder divino mientras que el mal, el caos, no tiene explicación porque emana de lo oscuro, del desorden, de la ausencia de Dios. El libro de Job, aquel personaje tan paciente como incomprendido, es el primer alegato bíblico de un ser humano contra un Dios que parece desaparecido de pronto del mundo que creó: “Desde la ciudad gimen los que mueren, el herido de muerte pide auxilio, ¡y Dios sigue sordo a la oración!”.

La ausencia, la indiferencia o la sordera de Dios, sin embargo, no son la única explicación de la maldad. Hay, en casi todos los relatos de la creación una especie de pecado original que paradójicamente tiene que ver con la búsqueda del conocimiento. En alguno de esos relatos legendarios se nos presenta a Satán incluso como “el que sabe”, tratando de explicar la adquisición de los conocimientos por los humanos como un drama en el que mientras unos actúan otros son espectadores, si bien espectadores cansados de contemplar tanta angustia y tanta tristeza. Susan Sonntag ya supuso que la indiferencia que experimenta el individuo de hoy ante el dolor ajeno tendría mucho que ver con la saturación de imágenes destructivas que contemplamos a diario. Algo así como una insensibilización ante el horror, como un escudo ante la pena. Hannah Arendt también nos explicó que el mal podía llegar a ser banal, relacionando el asesinato de seres humanos con la frialdad de una burocracia capaz de justificarlo como si solo fuese un trámite administrativo en el que el único responsable era el funcionario.

Elvira Lindo en la biblioteca


La lectura de esta novela me ha dejado tres ideas acompañadas de tres reflexiones: el horror que puede instalarse en la vida de una persona por culpa de la maldad de otra, la arquitectura benéfica de la infancia que construye los sueños sobre instantes dorados y el geotropismo de las raíces que crecen hacia el centro de la tierra para fijar de forma permanente nuestras vidas a un predio, a un lugar. Las tres ideas explicarían un poco las dudas y las certezas de Julieta, la niña protagonista que se estrella demasiado pronto contra la realidad y a la que Elvira cuida y protege como si de su orfandad moral se pudiesen extraer las razones últimas de su comportamiento. El cuidado con que la autora va haciendo crecer a nuestros ojos la vida de Julieta me recuerda la actividad del alfarero que, haciendo girar el torno, es capaz de levantar una pieza desde el interior mismo de la pella de arcilla. La línea de la personalidad, al igual que la pared del cacharro, se va formando con los nudillos, la parte más dura y resistente de la mano, a la espera de que los pulgares y las yemas de los dedos den forma a la bola de barro desde su propio centro. Elvira consigue que Julieta nos cuente su vida desde dentro, le ayuda a que vaya modelando con los dedos las líneas de su vida, esas que le darán carácter y le irán confiriendo las cualidades que le van a diferenciar de quienes le rodean. ¿Cómo no pensar que casi todos los mitos sobre la creación nos presentan a dioses trabajando sobre el barro? ¿Cómo ignorar también que esos mismos dioses nos han creado en el interior profundo y oscuro de una pella de arcilla? Saramago reconstruye en su obra La caverna la alegoría que ya usó Platón para describir la estrecha prisión en que los dioses nos han abandonado. En esa cárcel percibimos las sombras de las cosas como si realmente fueran la verdad y solo la luz del exterior –la pérdida del miedo a la vida– nos librará del peso de las sombras, nos apartará de la tiranía de los monstruos que creemos ver proyectados en esas sombras y que se resisten a morir. Creo que ahí está el secreto de la existencia: ninguno de nosotros es imprescindible pero paradójicamente todos somos necesarios para demostrarlo. La concatenación de nuestras vidas nos hace alternativamente solitarios y solidarios. A veces nos asomamos a otras cavernas y otros prisioneros se asoman a la nuestra, pero no coinciden nuestros miedos y la contingencia gana por fin la batalla.

Hace unos años que, frente a una actitud positiva que solía acompañar todos mis pensamientos, he empezado a ver zonas de sombras en la vida. Recuerdo que, en la década de los 50, se organizaban en la plaza de toros de Valladolid lo que eufemísticamente se llamaban charlotadas, porque se supone que los niños que asistíamos teníamos que reírnos a la fuerza de las tonterías que allí se hacían como cuando veíamos una película de Charlot. Un aficionado de aquellos que no se perdían ni un solo espectáculo, ni siquiera las charlotadas, tenía la mala costumbre de levantarse indefectiblemente en el quinto toro, cuando ya el alcohol había empezado a hacer sus peores efectos –porque entonces se podían llevar botellas de cognac a la plaza–, y gritaba a pleno pulmón en el silencio que se apoderaba del coso cuando salía el astado: “¡¡¡Ese toro está enfermo!!!”. Los asiduos le conocían y solo comentaban: Ya está fulano… vaya castaña que tiene hoy. A veces, en efecto, el toro salía cojo o malo de verdad y entonces Fulano se pasaba repitiendo el resto de la corrida: Ya os lo decía yo…

Me temo que tendríamos que repetir más veces que esta sociedad en la que vivimos está enferma y que la enfermedad es la enfermedad, y es mala. No es extraño –dados los ejemplos que hoy ofrecemos a los niños– que una niña de pocos años piense que la delgadez es más importante que la salud y prefiera estar enferma antes que gorda. Pero está enferma. Y la maldad existe. Y hace daño. Y la permitimos y miramos para otro lado porque es más cómodo dejar hacer el mal que corregirlo.

En la boca del lobo es un ejemplo de cómo la bondad y la entereza pueden sobreponerse a esa maldad y Elvira nos explica con una enorme delicadeza algunas de la fórmulas con las que los humanos somos capaces de evitar las dentelladas del lobo o superar el dolor que nos causan».

Joaquín Díaz