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27-07-2018

Presentación de los Pliegos de Cordel Simanquinos

27 de julio de 2018, Simancas



En el patio del Archivo de Simancas, y editados por Ediciones Fuente de la Fama, se presentaron los Pliegos de Cordel Simanquinos, en recuerdo de los 25 años del fallecimiento de Arturo Alonso Elices. Asistieron el alcalde Simancas Alberto Plaza Martín, Teresa Salvador -esposa de Arturo- y Joaquín Díaz quien pronunció estas palabras:

Agradezco a Teresa que haya confiado en mí para hacer una breve laudatio de Arturo y su trabajo. No sé qué habría pensado el mismo Arturo sobre esta forma teórica de reconocer unas cualidades que él consideraba tan naturales y sobre todo tan necesarias para vivir y relacionarse. Su carácter y sus convicciones probablemente habrían preferido unos vinos y una charla amistosa antes que un acto formal. Y sin embargo estoy seguro de que su sentido de la justicia terminaría aceptando estas palabras, que salen del corazón y son castellanas llanas, como él lo era. Recordar es volver a usar el corazón y eso es lo que haré esta tarde. Al empezar a redactar estas líneas la memoria me llevaba a esas mañanas limpias y luminosas en que, por placer y por necesidad de conversación, me pasaba por la tienda de electricidad que Arturo y Teresa tenían al final del Paseo de Zorrilla. Probablemente la visita al pequeño local no siempre estaba motivada por la necesidad de bombillas y menos aún de enchufes. Sería más preciso decir que necesitaba luz y que no me venía nada mal hablar de algunas inquietudes comunes, separados por una leve timidez y por aquel pequeño mostrador sobre el que se iban acumulando cajas de lámparas mezcladas con ideas. Así, de forma tranquila y distendida iban colándose en la charla –lejos de cualquier pretenciosa actitud- aquellos principios filosóficos que desde el principio de los tiempos movieron al ser humano. Uno de aquellos días en que la visita se prolongaba y se hacía más fructífera, Arturo me preguntó, no sin cierto aire de misterio acerca del Sefer ha Zohar, el libro del esplendor de la cábala judía. Suponía él que en alguno de los trabajos que yo estaba realizando sobre la cultura sefardí habría tenido que tropezar con un texto tan misterioso como críptico. En dos días sucesivos volvimos a intercambiar opiniones sobre algunos aspectos del Sefer y tuvimos que reconocer que hay circunstancias de la vida que te conducen inexorablemente a la lectura de determinados libros en los que encuentras lo que quieres encontrar. Arturo aprovechaba para recordarme muchas veces que era paisano del gran poeta Jorge Manrique, nacido también en Paredes de Nava, y su obra más conocida, las “Coplas a la muerte de su padre”, nos servía para subir el volumen de nuestras convicciones:

Esos reyes poderosos
Que vemos por escrituras
Ya pasadas,
Por casos tristes, llorosos,
Fueron sus buenas venturas
Trastornadas;
Así que no hay cosa fuerte:
Que a papas y emperadores
Y prelados,
Así los trata la muerte
Como a los pobres pastores
De ganados
.

Manrique ponía el acento en esta copla, y nosotros asentíamos con entusiasmo, en dos aspectos: la veleidad de la fortuna y la cualidad igualadora de la muerte. Volvíamos al Sefer y reconocíamos que ambos principios, expresados muchas veces en el libro en forma de sentencias, estaban íntimamente unidos a la necesidad de aceptar la tradición. Esa tradición que nos unía con un pasado en el que el peso del paisaje, el reconocimiento de lo local como remedio contra la melancolía nos situaba más cerca del misticismo que de la cábala. El libro del esplendor, el Sefer ha Zohar se transformaba entonces en una guía práctica de comportamiento, a la manera en que Don Sem Tob, otro medio paisano de Arturo, transmitía sus mensajes morales y esperanzados al rey Don Pedro. La sabiduría, concluíamos casi siempre, no consistía en acumular conocimientos sino en saber utilizarlos en los momentos trascendentales, verdad que siempre estaba implícita en la tradición, fuese en forma de proverbio, fuese en forma de ejemplo transmitido en un romance o en una canción de aquellas que parecían intrascendentes y sin embargo llevaban una carga de profundidad que, en un momento oportuno hacía explosión en nuestro entendimiento. La tradición venía a ser de ese modo una especie de libro abierto en el que cada uno de nosotros leía aquello que estaba deseando leer:

No vale el azor menos por nacer de mal nido
Ni los ejemplos buenos, por los decir judío…


escribía Don Sem Tob con palabra clara y paradigmática. Todos necesitamos en algún momento de la vida esa palabra clara y contundente que nos ayude a encontrar nuestra propia senda.

Bajo un cielo forrado de damasco
La humanidad se apiña
En espera de la voz autorizada…


Estos versos de Arturo, pertenecientes a “La luna en vacaciones” y editados ahora en estos Pliegos de cordel simanquinos, me recuerdan la imagen que muchas veces usaba el folklorista inglés Cecil Sharp para reflejar esa necesidad que tenemos los humanos de acercarnos a un liderazgo. Sharp utilizaba el ejemplo de los estorninos que, en bandada, parecen recorrer el cielo en una formación predeterminada y uniforme hasta que uno de ellos, haciendo un quiebro inesperado, se lleva detrás al resto de los congéneres marcando un nuevo rumbo. He tratado de reflejar eso en las palabras que escribí para el hermoso librito con el que recordamos a Arturo esta tarde: “Escribir algún comentario sobre la labor cultural que Arturo Alonso Elices y su inseparable compañera Teresa Salvador desarrollaron durante casi dos décadas, siempre quedará corto y será por tanto injusto. Su obra no podría reflejarse por escrito o en un simple currículo porque se hizo con la fuerza imparable de Arturo y el corazón de Teresa, y ambas cosas no caben en un papel y exceden el espacio de un texto por muy elogioso y extenso que quiera ser. Su trabajo, no siempre reconocido ni correspondido, consistió en despertar a la sociedad en la que vivían de un letargo demasiado largo que había sido pesadilla para muchos. Pero ambos superaron incomprensiones y obstáculos con una fe en sus proyectos que acabaron contagiando a quienes seguíamos atentamente su esfuerzo y pretendíamos colaborar en la medida de nuestras fuerzas”.

Esa labor, la misma a la que se refería Cecil Sharp al recordarnos cómo los estorninos buscaban nuevos rumbos sobre el azul del cielo, distinguió a Arturo toda su vida y fue el testamento más claro y recio que pudo dejarnos desde la humildad de su actitud. Arturo marcaba nítidamente el rumbo pero siempre desde el respeto y la humildad, tan necesarios y tan ausentes de nuestro mundo actual. Atropando ideas y sin excluir. El estilo de pensamiento excluyente ha sido, por desgracia, demasiado frecuente en nuestra civilización occidental. Negamos categóricamente la existencia de aquello que no conocemos y el campo de la ciencia podría ser un ejemplo fehaciente desde hace siglos de esta afirmación aparentemente exagerada. Ese enorme territorio que ahora se llama América era una realidad física antes de ser descubierto y bautizado. Y ya había gente en Hawaii antes de que Cook llegara o de que las islas se convirtieran en territorio de los Estados Unidos. Por supuesto que Australia era un extenso continente mucho antes de que aparecieran en el legendario etrusco Rómulo y Remo para fundar Roma y parece también que los españoles ya habían avistado esas tierras en el siglo XVI, pero sólo en el momento en que los neerlandeses las “descubren” a comienzos del XVII y las denominan australes, empieza su existencia cultural o histórica. La vanidad de la cultura occidental, que establece las formas y el sentido del tiempo parece no tener límites. Por eso se hacen tan necesarios en ese universo fatuo y pretencioso personajes como Arturo, que vienen a demostrarnos desde la sencillez de un misticismo mesetario que la vida cabe en una maleta, en esa maleta que es el ligero equipaje con que al final nos vamos, libres ya de todas las cargas que parecían aplastarnos.

Desde el cariño y la humana admiración, Arturo, siempre te recordaremos.