LA DONCELLA GUERRERA
En Sevilla a un sevillano siete hijas le dió Dios
todas siete fueron hembras y ninguno fué varón.
A la más chiquita de ellas le llevó la inclinación
de ir a servir a la guerra vestidita de varón.
Al montar en el caballo, la espada se le cayó
por decir ¡maldita sea¡, dijo -Maldita sea yo.
El rey que lo estaba oyendo, de amores se cautivó:
-Madre, los ojos de Marcos, son de hembra, no de varón.
-Convídala tú, hijo mío, a los ríos a nadar
que si ella fuese hembra, no se querá desnudar.
Toditos los caballeros se empiezan a desnudar
y el caballero don Marcos se ha retirado a llorar.
-¿Porqué llora usted don Marcos?.- ¿Porqué debo de llorar?
Por un falso testimonio que me quieren levantar.
-No llores alma querida, no llores mi corazón,
que eso que tú tanto sientes, eso lo deseo yo.
ROMANCE DE ISABEL
En Madrid hay un palacio que le llaman de oropel
y allí vive una señora que le llaman Isabel.
No la quieren dar sus padres a ningún Conde o Marqués
por más dinero que cuenten tres contadores al mes.
Una noche muy oscura, al juego del alfiler
la ha ganado un bello mozo, bello mozo aragonés.
Para casarse con ella, mató a sus hermanos tres,
mató a su padre y su madre, y luego con ella fue.
En el medio del camino, llora la niña Isabel.
-¿Porqué lloras niña mia; porqué lloras, Isabel?
Si lloras por tus hermanos, por tus hermanitos tres,
a tu padre y a tu madre, también muertos les dejé.
-No lloro por mis hermanos, por mis hermanitos tres,
que lloro por el puñal de oro, que quiero que me lo des.
-Dime para que le quieres; dime cómo y para qué.
Para partir una pera, que vengo muerta de sed.
Se lo ha dado del derecho, le ha cogido del revés.
LA SERRANA
Por la montañita arriba camina la serranilla
con la falda arregazada y la nieve a la rodilla.
La nieve caía a copos y agua menudita y fria,
con el pie pisa la nieve, con el zapato la trilla.
Echó la vista hacia atrás, por ver si alguno venía
la estaba viendo un galán de los que la pretendían.
La niña de que le vió, dejó de andar y corría;
mucho corría el caballero, pero más corre la niña.
Dónde la vino a alcanzar, al pie de la verde oliva,
la oliva como era amarga, amargamente decía:
-Dónde va la niña blanca, donde va la blanca niña.
-Voy a bodas de mi hermano, que casarse pretendía.
-Si tú me quieres a mí, yo iría en tu compañía.
-Yo no te quería a ti, que mis padres no querían;
no me quites el honor, aunque me quites la vida.
-Te he de quitar el honor, no te he de quitar la vida.
Estando en estas palabras, el puñal se le caía,
la serrana que no es torpe, con su mano le cogía.
Se le clavó por la espalda, a un costado le salía.
Con las ansias de la muerte, estas palabras decía:
-No te vayas alabando, ni en tu tierra ni en la mia
que has dado muerte a un galán, con las armas que él traía.
Se le cogió en el caballo, sube montañas arriba
donde había un ermitaño ganando su santa vida.
-Por Dios te pido, ermitaño, por Dios te lo pediría
que me dejes enterrar un cuerpo que aquí traía.
-Entiérrale niña blanca, entiérrale, blanca niña.
Con el su puñal dorado, la sepultura le hacía.
JESUCRISTO EN TRAJE DE POBRE
Allá arriba y allá arriba, contra raya de Navarra
Jesucristo anda pidiendo y en traje de pobre andaba.
A pedir una limosna se ha acercado a una posada:
-Por Dios te pido mozuela, por Dios una jarra de agua.
La buena de la mozuela coge la jarra y se marcha
y grita la posadera: -¿Dónde vas con esa jarra?
-Voy a dar agua a aquel pobre: sentado a su puerta estaba.
-No quiero que beba el pobre en las vasijas de casa;
que beba en los sus pucheros que estarán llenos de sarna.
Se ha marchado de allí el pobre y a otra puerta se acercaba:
-Deo gratias, dice a las puertas. Le responden ¡A Dios dadas¡.
Un bueno de labrador pronto llamó a su criada:
-Baja limosna a este pobre y ponle la mesa blanca.
El pan se convierte en flores, las fuentes todas de plata,
los garbanzos brillos de oro que fuera del plato saltan.
El bueno del labrador de puro gozo lloraba.
- ¿Cuándo me habré visto yo mejor visita en mi casa
siendo yo el peor del mundo que por estas tierras se halla?
Ya se ausenta de allí el pobre, por las calles caminaba
y en el medio del camino con dos arrieros se halla.
- Dadme una limosna hermanos, mirad que el cielo lo paga.
- Perdone por Dios, el pobre, bien sabe Dios que no hay nada.
Ponte pobre en este macho, y hasta la primer posada.
Ya llegaron al mesón y meten dentro las cargas.
- Pobre, te he dicho otra vez que aquí no te doy posada;
aunque a mi Dios ofendiera, no has de dormir en mi casa.
Le cogieron los arrieros, le llevan para la cuadra.
- Toma, pobre, cena esto; si quieres vete a por agua
que vino no lo tenemos, que el caudal no nos alcanza.
Aquella mala mujer su mala intención pagara.
Por encima de las peñas los demonios la llevaban;
por el aire iba diciendo: - Ay de mi, qué desgraciada,
que condenada me veo sólo por un jarro de agua
que no quise dar a Cristo, que en traje de pobre andaba.
ROMANCE A LA INFANTA SEDUCIDA
A eso de la medianoche, cuando los gallos cantar,
Don Carlos de mal de amores, no podía sosegar.
Aprisa pide el caballo, aprisa pide el calzar.
Si muy deprisa lo pide, más deprisa se lo dan.
Se ha cogido su caballo y hacia el palacio se va,
por la calle de Doña Clara fue el caballo a relinchar.
Esto que oyó Doña Clara se ha asomado al ventanal.
- Qué furor lleva Don Carlos pa con moros pelear.
- Más furor llevo, señora, pa con damas platicar.
Se liaron en palabras, se fueron bajo el rosal
y el escudero parlero, él escuchándolo está.
- Por Dios pido al escudero, por Dios y por caridad
desto que usted haya visto, no quiera decir verdad.
El escudero parlero no lo ha querido callar
y a la entrada del palacio, con el rey se fue a encontrar.
- Que su hija Doña Clara, debajo el rosal está.
- Si lo dijeras callando, bien te lo habría de pagar,
pero me lo has dicho a voces; te voy a mandar quemar.
En busca de Doña Clara el rey al palacio va.
- Dímelo tú, Clara niña, no me niegues la verdad,
eso que tu cuerpo tiene, ¿a que padre lo has de dar?
- Yo a Don Carlos, a Don Carlos, Don Carlos de Montealbar.
- Dímelo tú, Clara niña; dime, dime la verdad,
mira que si no la dices te voy a mandar quemar.
- Si yo tuviera un sobrino, -a cuántos he dado el pan-
que me llevara esta carta a Don Carlos de Montealbar...
- Démela usté a mí, mi tia, que yo se la iré a llevar.
Por donde le ve la gente, muy despacito se va;
por donde no le ve nadie, no es correr que eso es volar.
A la entrada del palacio, al Conde se fué a encontrar.
- Buenos días, mi buen Conde, y los que con él están,
lea señor esta carta, la carta se lo diá.
Cogió la carta y leyó; desmayado cayó atrás,
y luego que volvió en sí al punto manda ensillar.
- Aprisita, mis criados, aprisa y no de vagar.
Ha salido del palacio, para el convento se va,
dejó el hábito de Conde y el de fraile fué a tomar.
A la entrada del palacio con el rey se fue a encontrar.
- Buenos días, mi buen rey, y los que con él están,
esa hija que usted tiene, la querría confesar.
- De curas, también de frailes, bien confesadita va.
- Si eso ya lo hizo, buen rey, se querá reconciliar.
Le agarró de las muñecas, la llevó al pie del altar.
- Dímelo tú, Clara niña, no me niegues la verdad,
lo que tienes en tu cuerpo, ¿a que padre lo has de dar?
- Yo a Don Carlos, a Don Carlos; Don Carlos de Montealbar,
pero, ¿cómo ha de ser eso, si a cien leguas de aquí está?
- Alegría Doña Clara; alegría, no pesar,
que te tiene las muñecas Don Carlos de Montealbar.
La ha subido a su caballo, por la hoguera fué a pasar.
- Que quemen perros en ella, que a ésta no la queman ya,
case usted las demás hijas que ésta bien casada va
que se la lleva Don Carlos; Don Carlos de Montealbar.
EL CONVIDADO DE PIEDRA
Por las calles de Madrid, va un caballero a la iglesia,
más va por ver a las damas que por oir las completas.
Se ha acercado allí a un difunto, que está en imagen de piedra,
le ha agarrado de la barba y le dice de esta manera:
- ¿No te acuerdas, capitán, cuando estabas en la guerra
gobernando mil batallas, gobernando a tus banderas?
Yo te convido esta noche, a sentarte a la mi mesa.
El difunto que no duerme, en olvido no lo echa.
A eso de la medianoche, llega el difunto a la puerta
y le baja a responder un criado de la mesa.
- Criado, dile a tu amo, que el convidado de piedra
que convidó en San Francisco, viene a cumplir la promesa.
Le han acercado una silla para que se siente en ella,
hace que come, y no come; hace que cena y no cena.
- Yo te convido mañana, a cenar a la mi mesa.
El caballero asustado, al confesor le da cuenta.
El confesor le responde: - Hijo, comulga y confiesa
y lleva este relicario que te sirva de defensa.
Al toque de la oración, va el caballero a la iglesia,
ve dos luces encendidas, y una sepultura abierta.
- Arrímate, caballero; arrímate acá, no temas.
Tengo licencia de Dios de hacer de ti lo que quiera;
si no es por el relicario que traes para tu defensa
te había de enterrar vivo aunque Dios vida te diera,
porque otra vez no te burles de los santos de la iglesia.
LA NOBLE CRIADA
Un caballero en Madrid tenía una noble criada
era tan leal y bonita, que de ella se enamoraba;
rendido la perseguía, andaba de sala en sala.
Dale lugar una noche para marcharse de casa.
Otro día a la mañana, la su mujer se levanta:
- Levántate, ya, Don Diego, que se marchó la criada,
nos ha llevado el dinero y el talego de la plata.
Aparéjate el caballo, te marcharás a buscarla,
le quitarás el dinero; otro daño no le hagas.
En el medio del camino, al amo ya le pesaba.
- Oh río, como no creces; oh fuente como no manas.
Doña Ura que lo ha oido, se ha ocultado entre unas ramas.
- Si tú te dieras a mi, serías ama en mi casa;
tú serías mi mujer, y mi mujer tu criada.
- No quiero que por mí sea la su mujer malcasada,
no quiero que los criados a mí me llamaran ama,
ni quiero que mi familia por mí sea deshonrada.
- Entonces métete monja del Convento Santa Clara.
- Eso sí que lo haré yo, porque a eso estoy obligada.
El sábado puso el paño, el domingo cayó mala,
el lunes ya se murió, el martes ya la enterraban.
Las campanas del país, desde muy lejos se oían;
unos dicen ¿quién seá?, y otros dicen ¿quién sería?
Es l'alma de Doña Ura, que para el cielo subía.
ROMANCE DE GERINELDO
-Gerineldo, Gerineldo, Gerineldito pulido
quién estuviera esta noche, sólo dos horas contigo.
- Como soy vuestro criado, señora burláis conmigo.
- No me burlo Gerineldo, que de veras te lo digo.
- ¿A qué hora, la mi señora, me tendá abierto el castillo?
- Entre las once y las doce, cuando el rey se haya dormido.
A eso de las once y media, Gerineldo va al castillo.
- ¿Quién seá ese caballero que a mi puerta dio un suspiro?
- Gerineldo soy, señora, que vengo a lo prometido.
Baja la dama en enaguas, abre puertas y postigos.
- Con un postigo que abra, cabe mi cuerpo pulido.
Se metieron en la cama como mujer y marido
y antes del gallo cantar, los dos se quedan dormidos.
Cuando se despierta el rey, despierta despavorido.
- O me fuerzan a la hija, o me roban el castillo.
Coge la espada en su mano y se va para el retiro,
y se encuentra allí a los dos como mujer y marido.
- Si mato a mi hija la infanta, queda mi reino perdido,
y si mato a Gerineldo le mato muy joven niño.
Meto la espada entre medias, porque sirva de testigo.
- Despiértate, Gerineldo, despierta si estás dormido,
que la espada de mi padre entre los dos ha dormido.
Ya se viste Gerineldo, ya se va para el retiro
y al bajar por la escalera, el rey, su amo, le ha visto.
¿Dónde vienes Gerineldo, que vienes descolorido?
- Vengo del jardín señor, que está florecido y lindo;
con el olor de las flores, los colores se me han ido.
- No has prevenido muy mal para ser tan tieno niño.
- Máteme el rey mi señor, que lo tengo merecido.
- Si te quisiera matar, harto lugar he tenido.
El castigo que te doy, -no te doy otro castigo-
que ella sea tu mujer, y tú seas su marido.
MADRUGABA EL CONDE OLINOS
Madrugaba el Conde Olinos mañanita de San Juan
a dar agua a su caballo, a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe, canta un hermoso cantar,
las aves que iban volando, se paraban a escuchar.
- Bebe, mi caballo, bebe. Dios te me libre de mal,
de los vientos de la tierra y de las furias del mar.
La reina lo estaba oyendo desde su palacio real.
- Mira, hija, como canta la sirena de la mar.
- No es la sirenita, madre, que esa tiene otro cantar,
es la voz del Conde Olinos, que me canta a mí un cantar.
- Si es la voz del Conde Olinos, yo lo mandaré matar,
que para casar contigo, le falta la sangre real.
- No le mande matar, madre, no le mande usted matar,
que si mata al Conde Olinos, a mí la muerte me da.
Guardias mandaba la reina al Conde Olinos buscar,
que le maten a lanzadas y echen su cuerpo a la mar.
La infantina con gran pena, no dejaba de llorar;
él murió a la medianoche, y ella a los gallos cantar.
A ella como hija de reyes la entierran en el altar,
y a él como hijo de condes cuatro pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco, de él nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro, los dos se van a juntar.
La reina llena de envidia, ambos los mandó cortar,
el galán que los cortaba, no dejaba de llorar.
De ella naciera una garza, de él un fuerte gavilán,
juntos vuelan por el cielo, juntos se van a posar.
LA ESPOSA INFIEL
Estaba una señorita sentadita en su balcón
que que con el oritín, que que con el oritón
sentadita en su balcón.
Esperando que pasara el segunto batallón.
Pasó por allí un soldado de muy mala condición.
- Suba, suba, caballero, dormiá una noche o dos.
Mi marido está de caza en los montes de León
y para que no regrese, le echaré una maldición,
que se caiga del caballo y muera sin confesión.
Estando en estas palabras, el maridito llamó:
- Abreme la puerta luna, ábreme la puerta sol,
que te traigo un conejito de los montes de León.
Bajaba por la escalera, cambiadita de color.
Al entrar en el portal, el marido preguntó:
¿De quién es aquella capa que en mi percha veo yo?
- Tuya, tuya, maridito, que te la he comprado yo.
- ¿De quién es aquel sombrero que en mi percha veo yo?
- Tuyo, tuyo, maridito, que te lo he comprado yo.
Se fueron para la cama, y una cabeza encontró.
- ¿De quién es esa cabeza que en mi cama veo yo?
- Del niño de la vecina que en mis brazos se durmió.
- Caramba con el chiquillo, tiene barba como yo.
Le cogió por la cabeza, le tiró por el balcón.
EL ARRIERO DE BEMBIBRE
Caminito de Bembibre, caminaba un arriero
buen zapato, buena media, buena bolsa con dinero.
Arreaba siete machos, ocho con el delantero
nueve se pueden contar con el de la silla y freno.
Detrás de una encrucijada siete bandidos salieron.
- ¿A dónde camina el mozo?. ¿A dónde va el arriero?
- Camino para Bembibre con un recado que llevo.
- A Bembibre iremos todos como buenos compañeros.
- De los siete que aquí vamos, ninguno lleva dinero.
- Por dinero no asustarse, que el dinero yo lo tengo,
que tengo yo más doblones que estrellitas tiene el cielo.
Ellos como eran ladrones se miraron sonriendo.
Ya llegaron a una venta, echaron vino y bebieron,
y el primer vaso que echaron fue para el mozo arriero.
- Yo no bebo de ese vino, que me sirve de veneno.
Que lo beba el rey de España, que yo por mí no lo bebo.
Al oir estas palabras los puñales relucieron.
El arriero sacó el suyo que era de brillante acero.
Del primer golpe que dio, los siete retrocedieron
al segundo que tiró, cinco cayeron al suelo.
Gritos daba la ventera por ver si la oía el pueblo;
ha llegado la Justicia, le han llevado prisionero.
Escribe una carta al rey, contándole aquellos hechos.
Cada renglón que leía, el rey se iba sonriendo:
- Si mató cinco ladrones, como si matara ciento;
siete reales tiene el mozo, mientras viva en este reino.
EL ENAMORADO Y LA MUERTE
Yo me estaba reposando, durmiendo como solía,
soñaba con mis amores que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, aún más que la nieve fría.
- ¿Por dónde has entrado amor?. ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
- No soy el amor, amante; la Muerte que Dios te envía.
- Ay Muerte tan rigurosa; déjame vivir un día.
- Un día no puedo darte; una hora tienes de vida.
Muy deprisa se levanta, más deprisa se vestía.
Ya se va para la calle en donde su amor vivía.
- Abreme la puerta, blanca; ábreme la puerta, niña.
- ¿Cómo te podré yo abrir, si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio; mi madre no está dormida.
- Si no me abres esta noche, ya no me abriás, querida.
La Muerte me está buscando; junto a ti, vida sería.
- Vete bajo la ventana, donde labraba y cosía;
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe, la Muerte que allí venía:
- Vamos el enamorado, la hora ya está cumplida.
MILAGROS DE SAN ANTONIO
Divino, glorioso Antonio, suplícale a Dios inmenso
que con su gracia divina, alumbre mi entendimiento,
para que mi lengua refiera el milagro
que en el huerto obraste de edad de ocho años.
Su padre era un caballero, cristiano, honrado y prudente
que mantenía su casa con el sudor de su frente
y tenía un huerto donde recogía
cosechas del fruto que el tiempo traía.
Y una mañana un domingo, como siempre acostumbraba
se marchó su padre a misa diciéndole estas palabras:
- Antonio querido, ven aquí hijo amado
escucha que tengo que darte un recado.
Mientras tanto yo esté en misa, gran cuidado has de tener
mira que los pajarcitos, todo lo echan a perder.
Entran en el huerto, pican el sembrado;
por eso te pido que tengas cuidado.
El padre se fue a la iglesia a oir misa con devoción
Antonio quedó cuidando y a los pájaros llamó:
- Venid, pajarcitos, dejad el sembrado
que mi padre ha dicho que tenga cuidado.
Por aquella cercanía, ningún pájaro quedó
porque todos acudieron donde Antonio los llamó.
Lleno de alegría San Antonio estaba,
y los pajarcitos alegres cantaban.
Al ver venir a su padre, luego los mandó callar.
Llegó su padre a la puerta y le empezó a preguntar:
- Dime tú, hijo amado; dime tú Antoñito;
¿tuviste cuidado con los pajarcitos?
El hijo le contestó: - Padre, no esté preocupado
que para que no hagan daño, todos los tengo encerrados,
El padre que vio milagro tan grande
al señor obispo trató de avisarle.
Acudió el señor obispo con grande acompañamiento;
quedaron todos confusos al ver tan grande portento.
Abrieron ventanas, puertas a la par
por ver si las aves querían marchar.
Antonio les dijo a todos: - Señores, nadie se alarme;
los pajarcitos no salen hasta que no se lo mande.
Se puso a la puerta y les dijo así:
- Volad pajarcitos, ya podéis salir.
Salgan cigüeñas con orden, águilas, grullas y garzas
gavilanes y mochuelos, verderones y avutardas;
salgan las urracas, tórtolas, perdices,
palomas, gorriones y las codornices.
Cuando acaban de salir, todos juntitos se ponen
aguardando a San Antonio, para ver lo que dispone,
y Antonio les dice, - No entréis en sembrado
iros por los montes y los ricos prados.
Al tiempo de alzar el vuelo, cantan con mucha alegría
despidiéndose de Antonio y toda la compañía.
El señor obispo, al ver tal milagro
por todas las partes, mandó publicarlo.
Arbol de grandiosidades, fuente de la caridad
depósito de bondades, padre de inmensa piedad,
Antonio divino, por tu intercesión
merezcamos todos la eterna mansión.
ROMANCE DE LA DAMA Y EL PASTOR
- Pastor que estás enseñando a dormir entre retama,
si te casaras conmigo, durmieras en buena cama.
Responde el rico pastor: - Tu cama yo no la quiero;
tengo el ganado en la sierra y quiero irme con ello.
- Pastor que estás enseñado a comer pan de centeno,
si te casaras conmigo, comieras de trigo bueno.
Responde el rico pastor: - Al hambre ya no hay pan negro,
tengo el ganado en la sierra y quiero irme con ello.
- Soy delgadita de talle y estrechita de cintura;
si te casaras conmigo gozaras de mi hermosura.
Responde el rico pastor: - Tu hermosura no la quiero.
Tengo el ganado en la sierra y quiero irme con ello.
ROMANCE DE LOS REYES MAGOS
Esta noche son los Reyes, segunda fiesta del año;
cuántas damas se engalanan a pedir el aguinaldo.
Nosotros se lo pedimos y ante esta puerta llegamos,
que nos lo tienen que dar, si los Reyes les cantamos.
Del Oriente, Persia, salen, tres Reyes con alegría.
Son guiados de una estrella que alumbra de noche y día.
Es la misma que anunció a los pastores la dicha
del nacimiento dichoso de aquel divino Mesías.
La estrella se retiró, pues así Dios lo queria
y llegaron al portal donde desaparecía.
Vieron al recién nacido en los brazos de María
y con grande reverencia se postraron de rodillas.
Al niño de Dios adoran y a su madre esclarecida.
El uno le ofrece oro, el otro le ofrece mirra
y el otro le ofrece incienso que para el cielo subía.
Oro ofrecen como a Rey de todas las jerarquías;
el incienso como a Dios, potencia grande, infinita.
La mirra como a inmortal, misterios que ellos creían.
Ese día se pusieron los tres Reyes en la pila,
donde fueron bautizados, que de veras lo sentían.
Un ángel derrama el agua y sus nombres les ponía.
Al uno puso Melchor, al otro Gaspar ponía,
otro puso Baltasar. Oh, qué feliz compañía.
Los años que ellos vivieron en aquesta corta vida:
Melchor vivió ciento veinte; oh, que edad tan peregrina.
Gaspar vivió ciento diez, oh, que edad tan florecida.
Baltasar ochenta y tres, también edad bien cumplida.
Y en el año del setenta, según la Iglesia lo dicta,
recibieron el martirio, pues así Dios lo quería.
Abran puertas y ventanas, los que en esta casa habitan;
mándennos el aguinaldo para que logran la dicha.
ROMANCE DE LA LOBA PARDA
Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada,
las estrellas altas iban, y la luna rebajada.
Mal barruntan las ovejas, no paran en la majada;
vide venir siete lobos por una oscura cañada,
venían echando a suertes a ver a quién le tocaba.
Le tocó a una loba vieja, patituerta, cana y parda
que tenía los colmillos como puntas de navaja.
- ¿Dónde vas loba maldita? ¿Dónde vas loba malvada?
- Voy por la mejor borrega que tengas en la majada.
Dio tres vueltas al redil y no pudo sacar nada
y a la otra vuelta que dio, sacó una cordera blanca.
- Aquí mis siete cachorros; arriba, perra guardiana,
que si me matáis la loba, la cena tenéis doblada,
y si no me la matáis, cenaréis de mi cayada.
Los perros tras de la loba, las uñas se esmigajaban;
siete leguas la corrieron por vegas y por montañas.
Al subir un alto cerro, por una sierra muy agria
le dan unos pechugones que en vilo la levantaban.
Al saltar un arroyuelo, la loba ya va cansada.
- Tomad, perros, la borrega; buena y sana como estaba.
- No queremos la borrega de tu boca alobadada,
que queremos tu pelleja pa el pastor una zamarra.
De tu cabeza un zurrón para guardar las cucharas;
de tus orejas pendientes y de tus patas polainas;
las tripas para vihuelas para que bailen las damas.
VOCES DABA UN MARINERO
Voces daba un marinero que el agua se le llevaba,
le ha respondido el demonio al otro lado del agua:
- ¿Qué me darías, marinero, si la vida te salvara?
- Te daré mis tres navíos, cargados de oro y de plata.
- Yo no quiero tus navíos, ni tu oro, ni tu plata.
- Yo te daré mis tres hijas y mi mujer por esclava.
- Yo no quiero tus tres hijas, ni tu mujer por esclava,
que quiero que cuando mueras, a mí me entregues el alma.
ROMANCE DEL CONDE FLORES
Grandes guerras se publican entre España y Portugal
y al conde Flores le llevan de capitán general.
La condesa, que lo supo, no dejaba de llorar:
- Decidme, por Dios, el Conde, cuanto tiempo faltarás.
- Condesa, no cuentes días; por años hay que contar.
Si a los siete años no vuelvo, condesa, te casarás.
Pasan siete, pasan ocho, pero el Conde no vendá
y llorando la condesa, pasa así su soledad.
Estando en su estancia un día, su padre la vino a hablar:
- Cartas del Conde no llegan, hija, te debes casar.
- No lo querá el Dios del cielo, ni la Santa Trinidad;
mientras mi marido viva, no me puedo desposar.
Dadme licencia, mi padre, para el Conde ir a buscar.
- Mi licencia tienes, hija; cúmplase tu voluntad.
Se quita el rico vestido, se pone un tosco sayal,
coge un bastón en su mano y se va a peregrinar.
Anduvo de villa en villa y de ciudad en ciudad,
anduvo tierras y tierras, no pudo al Conde encontrar.
Estando desesperada, ya pensaba en regresar,
cuando gran rebaño, un día, halló en un ancho pinar.
- Pastorcito, pastorcito, por la Santa Trinidad,
que me niegues la mentira y me digas la verdad.
¿De quién es este rebaño, con tanto hierro y señal?
- Del Conde Flores, romera, que hoy está para casar.
¿En dónde vive ese Conde? ¿En dónde le podré hallar?
- En aquel alto palacio, en aquel palacio real.
Ha llegado hasta la puerta, y al Conde se fue a enontrar.
- Dadme limosna, buen Conde, por Dios o por caridad.
Metió la mano en su bolsa, un real de plata le da.
- ¡Qué corta limosna es ésta, para la que solía dar1
- ¿De dónde es la peregrina? ¿De qué tierra y qué ciudad?
- De la ciudad de Sevilla y de España natural.
- Diga, diga la romera, qué se cuenta por allá.
- Que el Conde Flores no ha vuelto y su mujer le ha ido a buscar.
- ¿Quién eres tú, peregrina, que tantas señas me das?
- ¿No me conoces, buen Conde?. Pues mira y conoceás
el anillo que me diste el día de desposar.
Al oir estas palabras, cae desmayado hacia atrás.
Ni con agua ni con vino le podían levantar
si no es con dulces palabras que la romera le da.
Arriba llora la novia en un alto ventanal;
- Malhaya la romerita, quién la trajo para acá.
- No la maldiga ninguno que es mi mujer natural;
con ella vuelvo a mi tierra; con Dios, señores, quedad
que los amores primeros son muy malos de olvidar.
ROMANCE DE LA INFANTICIDA
Más arribita de Burgos hay una pequeña aldea
donde vive un comerciante, que vende paños y sedas.
Tiene una mujer bonita, -valía más que fuera fea-
tiene un hijo de cinco años, la cosa más parlotera.
Todo lo que pasa en casa, a su padre se lo cuenta;
su padre, por más quererlo, en las rodillas le sienta.
- Ven aquí tú, hijo querido, ven aquí, mi dulce prenda,
quiero que todo me digas; en esta casa, ¿quién entra?
- Padre de mi corazón, el alférez de esta aldea
que llega todos los días y con mi madre conversa
con mi madre come y bebe, con mi madre pone mesa,
con mi madre va a la cama, como si usted mismo fuera.
A mí me dan un ochavo pa jugar a la rayuela,
y yo, como picarzuelo, me escondo tras de la puerta.
Mi madre estaba mirando, y me dijo que me fuera:
- Deja que venga tu padre, que te va a arrancar la lengua.
Mal le ha sentado al señor el que aquello se supiera,
después ha salido a un viaje de siete leguas y media.
Un día estando jugando con los niños de la escuela,
ha ido a buscarle su madre, a peinar su cabellera.
Ha cuarteado su cuerpo, le ha tirado en una artesa,
y el peinado que le ha hecho, fue cortarle la cabeza.
La coloca entre dos platos y el alférez se la entrega:
- Señora, se les castiga, pero no de esa manera;
haberle dado cuatro azotes y haberle echado a la escuela.
Tras de tiempos llegan tiempos y el marido ya regresa.
Ella ha salido a buscarle, y le ha encontrado en la puerta.
- Entra, maridito, entra, que te tengo una gran cena,
los sesitos de un cabrito, las agallas y la lengua.
- ¿Qué me importa a mí de eso? ¿Qué me importa de la cena?
Te pregunto por mi hijo que no ha salido a la puerta.
- Entra, maridito, entra, por tu hijo nada temas,
que le dí pan esta tarde y se fué pa ca su abuela;
como cosa de chiquillos, está jugando con ella.
Se pusieron a cenar, y oye una voz que le suena.
- Padre de mi corazón, no coma usted de esa cena,
que salió de sus entrañas y no es justo que a ellas vuelva.
Se ha levantado el señor, la busca de su hijo empieza,
le ha encontrado cuarteado, partidito en una artesa.
La ha agarrado de los pelos, barre la casa con ella,
y después de golpearla, a la autoridad la entrega.
Unos dicen que matarla; otros, lo mismo con ella,
otros dicen que arrastrarla, de la cola de una yegua.
ROMANCE DEL QUINTADO
Ciento y un quintado llevan, todos van para la guerra.
Unos ríen y otros cantan; otros bailan y otros juegan.
Si no es aquel buen soldado, que tan largas son sus penas,
que el día que le casaron, sus bodas fueron sin fiestas.
Ya se acerca el capitán, le dice de esta manera:
- ¿Qué tiene mi buen soldado; qué tiene que no se alegra?
Que el día que me casé me llevaron a la guerra
y he dejado a mi mujer, ni casada ni soltera.
Coge mi caballo blanco y vete en busca de ella,
que con un soldado menos, también se acaba la guerra.
LA RUEDA DE LA FORTUNA
La rueda de la fortuna, nunca se pudo estar quieta;
con vuelta y media que dio, me trajo para esta tierra.
No me pesa haber venido, ni tampoco estar en ella,
que he visto la mejor dama que crió naturaleza.
Sentadita en su balcón, bien adornada y compuesta,
delante de ella tenía jazmines y violetas.
Atrevime y le pedí una flor de sus macetas
y al pasar le pregunté si era casada o soltera.
- Casadita soy, señor; Dios quisiera no lo fuera.
Si a usted se le ofrece algo, suba por esa escalera.
Apenas lo había dicho, cuando estaba encima de ella
dándole besos y abrazos como si su mujer fuera.
El demonio, como sabe, con facilidad enreda;
se viste de religioso y a su marido da cuenta.
- ¿Qué haces fuera de tu casa? ¿Qué haces ahí en esa huerta
si tienes una mujer que a Dios hace mil ofensas?
Deja el caballo que corre, coge la mula que vuela;
deja los anchos caminos, coge las angostas sendas.
Al entrar en el corral, luego vio una mala seña:
La puerta estaba cerrada, la que siempre estuvo abierta.
Ya se fue para la alcoba, por ver quién había en ella
y allí estaban los amantes, que dormían a pierna suelta.
Siete puñales dio al mancebo que hay con ella;
para que muerto quedara, con menos bastante fuera.
Luego despierta a la dama. A confesarse la fuerza
y al decir ¡Señor, pequé¡, el corazón la atraviesa.
Se va a la carnicería por ver quién había en ella
y se encuentra al carnicero matando una gran ternera.
- Quien quiera vaca y carnero, vaya a mi casa por ella,
que hay un soberbio venado y una famosa ternera.
Tiró el sombrero a lo alto; Cuernos dentro, cuernos fuera
Que quien me los puso a mí no pondá otros en la tierra.
LA MALA SUEGRA
Paseaba Doña Arbola de la sala al ventanal
con los dolores de parto que la hacían suspirar.
- Ay, quien estuviera ahora en mi palacio real.
La suegra como maldita, lo acababa de escuchar,
- Vete tú para allá Arbola, ya que te quieres marchar,
que en cuanto venga el buen Conde, yo le daré de cenar.
Yo le daré de mi vino, yo le daré de mi pan.
Sale por la puerta Arbola, y al conde se oye llegar.
- Deme usté el espejo, madre, donde me suelo mirar.
- ¿Cuál espejo quieres, hijo, el de oro o el de cristal?
- No pregunto por el de oro, menos por el de cristal,
que pregunto por mi Arbola, que ese es mi espejo real.
- Tu buena Arbola, hijo mío, ha ido a su palacio real;
a mí me ha llamado puta, a tí hijo de truhán.
Monta el buen conde a caballo, para el palacio se va
y al subir de una escalera, al aya vino a encontrar.
- Bienvenido seas, conde, el infante nació ya.
- Ni el infante beba leche, ni la madre como pan.
Levántate de ahí Arbola, si te quieres levantar
que si lo vuelvo a decir, ha de ser con mi puñal.
- Mujer parida hace rato, ¿cómo podá caminar?
Se abriga con una saya, y a casa del conde va.
En el medio del camino, Arbola se echa a llorar.
- ¿Porqué lloras Doña Arbola? ¿Porqué tienes que llorar?
- No lloro por el infante, -mi madre lo criará-
las ancas de mi caballo, bañadas en sangre van.
Mientras Arbola expiraba, el niño comenzó a hablar:
Bendita sea mi madre, que en los cielos estará;
Maldita sea mi abuela, que en los infiernos está,
y del alma del buen conde, Dios sabe lo que seá.
AMNON Y TAMAR
Un rey moro tenía un hijo que Tranquilo se llamaba;
un día estando jugando, se enamoró de su hermana.
Como no podía ser, se hizo el enfermo en la cama.
Le subió su padre a ver. -¿Qué tienes, hijo del alma?
¿Quieres que te mate un ave de esas que se crían en casa?
Lo que yo quiero es un caldo que me lo suba mi hermana.
Era en tiempo de verano y subió en enagua blanca.
La agarró por la cintura, sobre la cama la echaba,
con un pañuelo de seda, la boquita la tapaba.
A eso de los nueve meses, cayó muy grave en la cama.
Llamaron a los doctores, los mejores de Granada.
Unos le toman el pulso, otros le miran la cara;
se dicen unos a otros: -Esta niña está preñada.
LA MUERTA RESUCITADA
Un rey tenía una hija; como al alma la quería,
también la quiere Don Juan, para un hijo que tenía.
Para el hijo la demanda, pero para él la quería.
Su padre que aquello supo, casamiento la traía
con un mercader muy rico, que de las Indias venía.
Esto que escuchó Don Juan, para las Indias se iba,
y a la calle de su dama, dio su última visita.
- Adiós Angela la aurora, adiós Angela Mejías,
yo no te podré olvidar en lo que en el mundo viva.
- Adiós Don Juan de mi alma; adiós don Juan de mi vida,
mis bodas se han de poner, el jueves a mediodía,
y mis bodas y mi muerte, todo ha de ser en un día.
Acabada de comer, hacia su cuarto se iba;
delante del Santo Cristo, allí se hincó de rodillas
a pedirle allí la muerte, antes que fuera vencida.
Tan fuerte se lo pidió, que allí se queda tendida.
El mercader, entretanto, de los salones venía,
y al ver que no la encontraba, a sus cuartos se retira.
Nada más abrir la puerta, allí la encontró tendida.
El mercader que esto vio, desmayado se caía,
y una vez que volvió en sí, estas palabras decía:
- Eso lo decía yo: eso yo bien lo decía,
que no estaba para mí esa rosa tan florida.
A eso de los siete meses, Don Juan por allí volvía
y a la calle de su dama, hizo la primer visita.
Todo lo encontró cerrado, ventanas y celosías,
y en la ventana más alta, había una blanca niña,
toda vestida de luto, hasta el clavel que traía.
- Dime tú, la niña blanca, dime tú la blanca niña,
¿por quién guardas tanto luto, que tan bien me parecías?
- Por Doña Angela, la aurora; por Doña Angela Mejías.
Por Doña Angela la aurora, la que usted tanto quería.
- Dime tú, la niña blanca, dime tú la blanca niña
a dónde estará enterrada, Doña Angela Mejías
que quiero hacerla oración, la mayor parte del día.
- Al pie del altar mayor, allá arriba en la capilla;
al pie del altar mayor, donde la Virgen María.
Sacó un dorado puñal de su delgada pretina
para matarse con él, para hacerla compañía.
La Virgen que aquesto vio, echó su cortina arriba:
- No quiero que se me mate un devoto que tenía.
Que quiero que resucite la que está muerta: que viva.
Se levantó sonriendo, que de la tierra salía;
salieron sus manos blancas como las del primer día.
El mercader que esto supo, juicio oficial les ponía;
pleitos van y pleitos vienen, ya resuelve la Justicia:
- Que se la den a Don Juan, que Don Juan la merecía
que quien la quiso de muerta, también la querá de viva.
BLANCAFLOR Y FILOMENA
Por las orillas del río, doña Urraca se pasea
con dos hijas de la mano, Blancaflor y Filomena;
el rey moro que lo supo, del camino se volviera,
de palabra se trabaron y de amores le requiebra.
Le pidió la hija mayor, y ella le dio la pequeña
y por no ser descortés se llevó la que la diera.
Se casaron, se velaron, se fueron para su tierra;
nueve meses estuvieron sin venir a ver la suegra.
Al cabo de nueve meses, rey Turquillo vino a verla.
- Bien venido, rey Turquillo; ¿qué noticias traes de mi hija?
- Blancaflor buena quedaba; en días de parir está
y vengo muy encargado que vaya allá Filomena.
- Filomena es muy chiquita para salir de la tierra
pero por ver a su hermana, vaya; vaya enhorabuena.
Montó en una yegua torda y ella en una yegua negra.
Siete leguas anduvieron sin decirse ni palabra,
de las siete pa las ocho, de amores la requiriera.
- Mira que haces, rey Turquillo; mira que el diablo te tienta,
que entre cuñados y hermanos no cabe tan gran afrenta.
Atola de pies y manos, hizo lo que quiso de ella.
Pasó por allí un pastor, de mano de Dios viniera.
- Por Dios te pido, pastor, que me escribas una letra,
una para la mi madre, -nunca ella me pariera-
y otra para la mi hermana -nunca yo la conociera-
Si mucho corrió la carta, mucho más corrió la nueva;
Blancaflor cuando lo supo, con el dolor malpariera.
Y el hijo que malparió, guisolo en una cazuela
para dar al rey Turquillo a la noche cuando vuelva.
- ¿Qué me diste, Blancaflor, qué me diste para cena?
De lo que hay que estamos juntos, nunca tan bien me supiera.
- Sangre fue de tus entrañas, gusto de tu carne mesma;
pero mejor te sabrían los besos de Filomena.
- ¿Quién te lo dijo, traidora? ¿Quién te lo fue a decir, perra?
Con esta espada que traigo, te he de cortar la cabeza.
Madres, las que tienen hijas, que las casen en su tierra,
que yo, para dos que tuve, -la fortuna lo quisiera-
una murió maneada, la otra de amores muriera.
LA POBRE ADELA
Un chico festeaba con una chica
que hacía siete años que se querían.
El día de su santo la regaló
un corte de vestido de gran valor.
Al día siguiente fue a pasear
ya no tenía el gusto con ella hablar
y ella le ha dicho,
¿cómo es que estás tan triste, cariño mío?
Ay, dímelo, pues si no me lo dices
también de pena me muero yo.
- Ya no te quiero a ti que quiero a otra
que la han visto mis ojos que es más hermosa.
Eran las diez en punto cuando él marchó
la pobrecita niña, desmayadita al suelo cayó
y echándola en la cama, allí Adela mala siguió.
Un día sus amigas fueron a verla,
a ver como se hallaba la pobre Adela.
Y ha preguntado,
que si han visto a su Juan por algún lado.
Y una de sus amigas ha respondido:
- Piensa en ponerte buena, yo te lo digo,
porque tu Juan,
con tu amiga Dolores se va a casar.
- Madre, cierra la puerta, vente a mi lado,
que antes de morir quiero darte un recado.
Pues de mi muerte,
yo siento un sudor frío sobre mi frente.
De mortaja me pongan toda mi ropa,
la que tenía guardada para la boda.
Y después que me hayan amortajado,
me quiten los corales que Juan me ha dado.
Si viene a Juan a verme después de muerta,
no le deje que pase desde la puerta.
Todos vendán a verme, menos Dolores
que ella ha sido la causa de mis dolores.
A las dos de la tarde pasó el entierro,
Juan que estaba en la puerta se metió dentro.
- Adela mía, nunca pensara yo que morirías.
Una niña se ha muerto de mal de amores;
tuvo la culpa Juan y la Dolores.
Otro día de mañana fue al cementerio
dando mayores muestras de sentimiento.
Llega a la puerta,
pero el sepulturero no le contesta.
Cuando el sepulturero le vió afligido
- Márchese usted a casa mi buen amigo
porque su Adela,
los restos que le quedan son pa la tierra.
LOS MOZOS DE MONLEON
Los mozos de Monleón se fueron a arar temprano
para dir a la joriza y remudar con despacio.
Al hijo de la veñuda, el menudo no le han dado.
- Yo a la joriza he de ir, aunque lo busque prestado.
- Permita Dios si te vas, que te traigan en un carro
las abarcas y el sombrero de los indiestos colganado.
Se cogen los garrochones, se marchan navas abajo
preguntando por el toro, y el toro ya está encerrado.
En el medio del camino, al vaquero preguntaron.
- ¿Cuánto tiempo tiene el toro?. - El toro tiene ocho años.
Muchachos, no entréis a él, mirad que el toro es muy malo,
que la leche que mamó se la di yo por mi mano.
- Si nos mata que nos mate, ya venimos sentenciados.
Se presentan en la plaza cuatro mozos muy gallardos.
Manuel Sánchez llamó al toro. Nunca lo hubiera llamado...
Por el pico de una abarca, toda la plaza arrastrado.
Cuando el toro le dejó, ya lo ha dejado expirando.
- Compañeros, yo me muero; amigos yo estoy muy malo.
Tres pañuelos tengo dentro y éste que meto son cuatro.
Al rico de Monleón le piden los bues y el carro
pa llevar a Manuel Sánchez, que el torito le ha matado.
A la puerta la veñuda arrecularon el carro.
- Aquí tenéis vuestro hijo, tal como lo habéis mandado.
A eso de los nueve meses, sale la madre bramando
los vaqueriles arriba, los vaqueriles abajo
preguntando por el toro y el toro ya está enterrado.
EL CURA Y SU PENITENCIA
Un cura que dice misa en la iglesia del Pastor
se enamoró de una niña, desde que la bautizó.
Mientras vivieron sus padres, no la pudo lograr, no.
Cuando murieron sus padres, la niña sola quedó.
Un día del mes de mayo, peinándose estaba al sol;
pasó por allí el mal cura, pasó por allí el traidor.
- Vente conmigo, Pepita; Pepita del corazón.
La ha agarrado de la mano y a su casa la llevó.
Un día de Jueves Santo, con la niña se acostó
la puso la mano al pecho, y el cuerpo muerto quedó.
- Vecinos, los mis vecinos, si tenéis buen corazón,
sacadme de aquí esta niña, donde no la vea Dios.
A la mañana siguiente, a decir misa marchó
y al tiempo de alzar el cáliz, del cielo bajó una voz.
- Detente, traidor, detente; detente padre traidor,
que no puedes decir misa, ni consagrar al Señor.
A la mañana siguiente, para Roma se marchó
a que le confiese el Papa y le eche la absolución.
- Que te arrasten cuatro potros desde Roma hasta Aragón.
- Esa es poca penitencia; más grande la quiero yo.
- Que te suban a una torre y te pongan por reloj.
- Esa es poca penitencia; más grande la quiero yo.
- Que te metan en un horno hasta que te hagas carbón.
- Como era una niña santa, esa me merezco yo.
LAS DOS HERMANAS
Cásanse las dos hermanas; juntas se casan un día.
Cásanse con dos indianos que de las Indias venían.
El uno era jugador, el otro bienes traía;
vino tiempo y llegó tiempo que el jugador se moría.
Dejó la mujer encienta con cinco hijos de familia
y el más pequeñito de ellos pide pan y no lo había.
- Vete hijo en cá mi hermana; vete hijo en cá tu tía
que te diera medio pan por Dios y Santa María,
que te diera medio pan que Dios se lo pagaría.
- ¿Cómo he de ir yo, madre, si no va usté en compañía?
Le ha agarrado de la mano y a casa la hermana iba.
- Dame hermana medio pan, por Dios y Santa María.
- Mantente, hermana a la rueca, como otras se mantenían
que nuestro padre, hace tiempo, partió tu hacienda y la mía.
- ¿No está bien de mantener cinco bocas y la mía
y otra que tengo en el vientre que comer también quería?
Se volvió para su casa más desconsolada que iba;
se encerraron en un cuarto, el más oscuro que había.
Vino el cuñado de arar, como otras veces venía
ya estaba la mesa puesta, la sevilleta tendida;
ya se puso a partir pan, gotas de sangre caían.
- ¿Qué es esto, la mi mujer? ¿Qué es esto la mujer mía?
¿Ha venido acá algún pobre que limosna te pedía?
- No ha venido ningún pobre, sino que una hermana mía
que le diera medio pan que Dios me lo pagaría
y no se lo quise dar, como a una desconocida.
- Si no le das a tu hermana, se lo darás a la mía.
Cogió cinco panecillos, en la capa los metía;
cogió la calle Noncera, donde la cuñada iba.
Todo lo encontró cerrado, ventanas y celosías
y en la ventana más alta, había una lucecita.
Ha subido la escalera, y llegó hasta la cocina;
todos los encontró muertos y a su madre en compañía,
menos el más chiquitín que todavía vivía.
Le dijo, -Si quieres pan... dijo que no lo quería
- Qué estoy rogando en los cielos por la mala de mi tía.
Se volvió para su casa más desconsolado que iba
y vió a su mujer colgada de una soga que allí había
más negra que aquellos sarros que aquel palacio tenía.
Y aquí se acaba el papel, y aquí temina la vida.
EL TRAIDOR MARQUILLOS
Cuán traidor eres, Marquillos, cuán traidor de corazón,
por dormir con tu señora, degollaste a tu señor.
Desque le tuviste muerto, le quitaste el chapirón,
fuéraste al alto castillo donde estaba Blancaflor.
- Abridme, linda señora, que viene vuestro señor;
si no lo queréis creer, ved aquí su chapirón.
Blancaflor desque lo viera, las puertas luego le abrió
y Marquillos, deseoso, a una estancia le metió.
- Por Dios te ruego, Marquillos, que me otorgues un favor,
que no durmieses conmigo hasta que rayase el sol.
Marquillos, como es hidalgo, el favor le concedió,
mas como estaba cansado, en sentado, se adurmió.
Levantóse muy ligera la valiente Blancaflor
tomara un cuchillo en mano, y a Marquillos degolló.
ME CASO MI MADRE
Me casó mi madre chiquita y bonita
con unos amores que yo no quería.
La noche de bodas entraba y salía,
llevando y trayendo sayas y mantillas.
Me fuí detrás de él por ver dónde iba,
y le veo que entra en cá la vecina
y le oigo que dice: Abre vida mía,
que vengo a traerte sayas y mantillas
y a la otra mujer, palo y mala vida.
Yo me fuí a mi casa, triste y afligida
y atranqué la puerta con mesas y sillas.
Me puse a leer, leer no podía;
me puse a escribir, tampoco podía,
y a la medianoche, le oigo que venía
y le oigo que llama a la puerta mía,
y oigo que me dice: - Abre vida mía,
que vengo cansado de buscar la vida.
Tú vienes cansado de cá la vecina.
- Pícara mujer, ¿Quién te lo decía?
Hombre del demonio, yo que lo sabía.
ROMANCE DE MARIANA
-Tengo yo una apuesta, madre, y la tengo que ganar,
de dormir con Marianita antes del gallo cantar.
- ¿Para qué te apuestas, hijo, lo que no puedes ganar?
- Madre, déjeme usted solo, que algo se me ocurriá.
Deme usté una enagua blanca y un vestido de percal,
que a la calle de Mariana yo me voy a pasear.
En cuanto le vió Mariana desde el balcón donde está:
- ¿Quién es esa señorita, que tan bien vestida va?
- Señora, soy tejedora del otro lado del mar,
que tengo una tela unida y otra tengo en el telar.
- Esta noche, tejedora, conmigo te quedarás,
que al andar de noche sola, en mujer parece mal.
- No señora, no me quedo, que no me puedo quedar,
que tiene usté muchos criados y ellos me querán forzar.
- Esta noche tejedora, conmigo te acostarás.
Ya se fueron a la cama, ya se fueron a acostar.
Antes de cantar el gallo, se oye a Mariana llorar;
- La tejedora de anoche, tejedor se volvió ya.
LA MOLINERA Y EL CORREGIDOR
En la provincia de Huelva, había un molinero honrado
que ganaba su sustento con un molino arrendado
y era casado con una moza
que era una rosa
y era tan bella
que el corregidor madre se prendó de ella.
La regalaba, la prometía
hasta que un día
la pidió los favores que pretendía.
Responde la molinera, -Vuestros favores admito,
pero siento si nos pilla, mi marido en el garlito,
porque el maldito tiene una llave,
con la cual cierra con la cual abre
cuando es su gusto,
expuesto es que nos pille y nos dé un gran susto.
Responde el Corregidor: - Me estoy haciendo una idea
de mandarle en el molino algo que allí le entretenga.
Según lo digo: ¿Seá de trigo
porción bastante?
Que lo muela esta noche que es importante
para una idea que tengo oculta
bajo la multa de doce duros.
Así seá del modo, estemos seguros.
Allí por aquel molino ha pasado un pasajero
que entendía de moler tan bien como el molinero:
- Si tienes ansia por irte a casa
vete tranquilo
que esta noche sin falta se muele el trigo.
Ha salido el molinero y a su casa ya se ha ido
les ha encontrado a los dos como en harina metidos.
Vete tranquilo, buen molinero, ve a tu molino
no dejes que el vecino te muela el trigo.
DELGADINA
Tres hijas tenía el rey, todas tres como la plata,
y la más pequeña de ellas, Delgadina se llamaba.
Un día al ir para misa, su padre la reparaba:
- Delgadina, Delgadina, tú has de ser mi enamarada.
- No lo quiera el Dios del cielo ni la Virgen soberana.
¡Ser yo mujer de mi padre, de mis hermanos madrastra!
La agarra por los cabellos y a una torre la arrastrara;
no la daba de comer, más que pez y agua salada.
Delgadina con gran sede se asomara a la ventana
y viera abajo a su madre en silla de oro sentada.
- Madre, si es usted mi madre, por Dios deme un jarro de agua
que el alma tengo en un hilo y la vida se me acaba.
- Quita de ahí, hija de perro; quita de ahí perra malvada,
que va para cuatro años que me tienes malcasada.
Delgadina con gran sede se asomara a otra más alta,
y viera allí a sus hermanas lavando paños de Holanda.
- Por Dios os lo pido, hermanas, que me deis un jarro de agua,
que el alma tengo en un hilo y la vida se me acaba.
- Yo bien te lo diera, hermana, y todas las que aquí lavan,
pero si padre lo sabe, la cabeza nos cortara.
Delgadina con gran sede, asomose a otra más alta,
y viera abajo a su padre con gran jueguito de barra.
- Padre, si es usted mi padre, por Dios deme un vaso de agua
que el alma tengo en un hilo, y la vida se me acaba.
- Yo bien te la diera hija, pero has de cumplir palabra.
- Yo se la cumpliré, padre, aunque sea de mala gana.
- Alto, alto, mis criados, a Delgadina dadle agua.
Unos van con jarros de oro, otros con jarros de plata,
mas por mucho que corrieron, Delgadina muerta estaba.
A los pies de Delgadina, una fuente que manaba,
el primero que llegase, la vida tiene ganada
el último que llegase, la vida tiene jurada.
La cama de Delgadina de ángeles está rodeada
Y la cama de su padre de sierpes y cosas malas.
YO ME QUERIA CASAR
Yo me quería casar con un mocito barbero
y mis padres me querían monjita de monasterio.
Una tarde de verano me sacaron de paseo,
y al revolver una esquina, había un convento abierto.
Salieron todas las monjas, todas vestidas de negro
con su velita en la mano, que parecía un entierro.
me cogieron de la mano y me metieron adentro;
me sentaron en la silla y me cortaron en pelo.
Zarcillitos de mi oreja y anillitos de mis dedos,
lo que más sentía yo, era mi mata de pelo.
Me metieron en la caja como si me hubiera muerto.
Me encendieron cuatro velas y me rezaron el credo.
ELENA LA HIDALGA
A las puertas de mi padre, un traidor pidió posada;
mi padre como era noble, al momento se la daba.
De tres hijas que tenía le pidió la más galana
pero él le dice que no, que no quería casarla,
que la quiere meter monja, monjita de Santa Clara.
No la sacara por puerta, ni tampoco por ventana,
la sacó por un balcón, por favor de una criada.
Anduvieron siete leguas los dos sin hablar palabra,
de las siete pa las ocho el traidor la preguntaba:
- ¿Cómo te llamas la niña; cómo te llamas la blanca?
- En las tierras de mi padre, me llamaba Elena hidalga,
y ahora por las ajenas, Elena la desgraciada.
- Por la palabra que has dicho, la cabeza te cortara.
La tiró pa entre un jaral, donde cristianos no andan.
De sus huesos las paredes, de sus cabellos las latas,
de sus delicados dientes, las tejas pa retejarla.
Tras de tiempos vienen tiempos y el traidor por allí pasa,
les pregunta a unos pastores que sus ovejas guardaban:
- ¿De quién es aquella ermita tan blanca y tan dibujada?
- Es de Elenita, Elenita, Elena la desgraciada.
- Sólo por ser de Elenita, iremos a visitarla .
Dios te perdone, Elenita, Dios te perdone tu alma.
- Dios te perdone, traidor, la mía está perdonada.
Tus huesos sirvan de altar, tu alma pa el infierno vaya.
ROMANCE DEL CABALLERO
En el tiempo que me vi más alegre y placentero
me encontré con un palmero que me habló y dijo así:
- ¿Dónde vas el caballero, dónde vas, triste de ti?
Muerta es tu linda amiga; muerta es, que yo la vi.
Las andas en que ella iba, de luto las vi cubrir.
Condes, duques la lloraban, todos por amor de tí.
Dueñas, damas y doncellas, llorando decían así.
Ay, pobre del caballero que tal dama pierde aquí.
- Que esté muerta, que esté viva, a verla tengo que ir.
Al subir de una escalera, una sombre vi venir.
- No te asustes, dueño mio, no te asustes tú de mí,
que soy tu amiga querida que ha venido a verte aquí.
- Si eres mi amiga querida echa tus brazos a mí.
- Los brazos que te abrazaban, a la tierra se los dí.
- Si eres mi amiga querida, echa un beso para mí.
- Los labios que te besaban, los gusanos dieron fin.
Cásate, buen caballero; cásate y te pido así,
que la mujer que tú tengas, que la estimes como a mí.
LA VIRGEN VA CAMINANDO
La Virgen va caminando con su Niño y San José
y en la mitad del camino, pidió el Niño de beber.
- No pidas agua, mi vida; no pidas agua, mi bien,
que las aguas vienen turbias y no se pueden beber.
Allí arriba hay una huerta que ricas manzanas tié
y la guarda un pobre ciego; pobre ciego y nada vé.
Ciego, dame una manzana pa a mi Niño entretener.
- Coja la buena Señora las que hubiera menester.
La Virgen, como era humilde, no ha cogido más que tres
una le ha dado a su Hijo y otra le dio a San José.
Y otra se quedó en su mano para la Virgen oler.
Come el Niño la manzana y el ciego comenzó a ver.
- Ciego quién te ha dao la vista; quién te ha hecho tanto bien?
- Me lo ha hecho la Virgen pura, con su Niño y San José.
ROMANCE DEL ESTUDIANTE DE ZARAGOZA
En casa de unos señores de alto rango y postín
una chica muy humilde, la pobre, se fue a servir.
Eran ricos comerciantes, y sólo un hijo tenían
que en Zaragoza estudiaba carrera de Medicina.
Esta joven placentera, Nieves Rua se llamaba
y al verla el estudiante, de ella se enamoraba.
Era tan bella y hermosa, tan noble y tan bonita,
que sus amos y vecinos con gran amor la querían.
Pero llegó el cierto día que sus padres se enteraron
y con gran temeridad, de encerrarlo trataron.
A su hijo aconsejan que no hable con la sirvienta
porque si así lo hace, le suspenden la carrera.
- Ya sabemos hijo mío, que esa joven es muy buena,
pero, al fin, es una pobre; no debes hablar con ella.
- Yo la quiero con delirio, aquel hijo les contesta,
si es buena, padre mío, ¿qué me importa la riqueza?
Despidieron la muchacha que la pobre encinta estaba
y a su aldea se fue llorando desconsolada.
- Yo no puedo olvidarla y me pienso casar con ella
aunque tenga que faltar a su honor y obediencia.
- Mira bien lo que contestas, le dice el padre enseguida;
Tú eres menor de edad, y harás lo que yo diga.
Entre el hijo y sus padres grandes luchas se entablaron,
porque el amor de la joven, él no podía olvidarlo.
Sin que sus padres supieran, la escribía muchas cartas
y algunos días festivos, a verla iba a su casa.
Sus padres llenos de furia le responden y amenazan
y en un reformatorio, de encerrarlo trataban.
El mozo cuando lo supo, se escapó de la casa
antes de ser perseguido por unos padres sin alma.
Al verse tan perseguido por aquel padre traidor
decidió ir a la muerte antes de olvidar su amor.
A punto de dar a luz la pobre Nieves se hallaba
y cuando llegó su amante diciéndole estas palabras:
- Han llegado vida mía, nuestros últimos momentos;
mis padres han decidido encerrarme en un convento.
Si tú prefieres la vida, yo no te obligo a vivir,
quédate sola en el mundo, que aún puedes ser feliz.
Y antes que lo consigan yo quiero morir contigo
para gozar en el cielo lo que aquí no hemos podido.
- Yo quiero acompañarte, la pobre joven contesta;
¿de qué me sirve la vida si me falta tu presencia?
Se tomaron enseguida una droga de veneno
y en un profundo sueño, los dos amantes murieron.
Mientras los crueles padres a su hijo lo buscaban,
la prensa de Zaragoza, la noticia publicaba.
Sé que en una lejana aldea distinta de la comarca
dos jóvenes se encontraron muertos en una vaguada.
Allí fueron enseguida y atónitos se quedaban
al ver que los muertos eran, su hijo y la criada.
Abrazando sus cadáveres, aquellos padres malditos
llenos de pena y dolor, lloraban arrepentidos.
- Por la maldita riqueza, el amor y el prestigio
nuestra ha sida la causa de este triste suceso.
En el vestido de Nieves un papel escrito hallaron,
en él se pide que sean los dos juntos enterrados.
- No lloréis por nuestra muerte ni nuestro fatal destino.
Dios perdone a nuestros padres que la culpa han tenido.
Padres y madres, a todos os recomiendo un consejo:
No prohibáis a vuestros hijos elegir su casamiento.
Y aquí termina el romance de estos dos enamorados,
que por ser ella una pobre, no pudieron ser casados.
ESTABA EL SEÑOR DON GATO
Estaba el señor don Gato sentadito en su tejado,
cuando le vinieron nuevas que había de ser casado.
El gato de la alegría se ha caído del tejado
se ha roto siete costillas y la puntita del rabo.
Le llevaron a enterrar por la calle del pescado
y al olor de las sardinas, don Gato ha resucitado.
ROMANCE DE LA AUSENCIA
- Caballero, caballero, ¿de dónde ha venido usted?
- De la guerra, señorita. ¿Qué se le puede ofrecer?
- ¿Ha visto usté a mi marido en la guerra alguna vez?
- No señora, no le he visto; deme las señas de ál.
- Mi marido es alto rubio; alto rubio aragonés
y en la punta de la lanza, lleva un pañuelo francés.
Se lo bordé cuando niña, cuando niña lo bordé,
uno que le estoy bordando, y otro que le bordaré.
Si a los siete años no vuelve, solita me quedaré
y a las dos hijas que tengo, monjitas las meteré.
ROMANCE DEL MORO QUE PERDIO ALHAMA
Paseábase el rey moro por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira hasta la de Vibarrambla.
Cartas le fueron venidas de que Alhama era ganada,
las cartas echó en el fuego y al mensajero matara.
Descabalga de una mula y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba, subido se había al Alhambra.
Desque en el Alhambra estuvo, al mismo punto mandara
que se toquen sus trompetas, sus añafiles de plata;
y que las cajas de guerra, apriesa toquen alarma
porque lo oigan los moros, los de la Vega y Granada.
Los moros que el son oyeron, que al sangriento Marte llama
uno a uno y dos a dos, juntado se ha gran campaña.
Allí habló un moro viejo, de esta manera hablara:
- ¿Para qué nos llamáis rey; para qué es esta llamada?
- Habéis de saber, amigos, una nueva desdichada,
que cristianos de braveza, ya nos han ganado Alhama.
Allí habló un alfaquí de barba crecida y cana.
- Bien se te emplea, buen rey; buen rey, bien se te empleara.
Mataste los bencerrajes que eran la flor de Granada;
cogiste los tornadizos de Córdoba la nombrada;
por eso mereces, rey, una pena muy doblada:
Que te pierdas tú y el reino, y que se pierda Granada.
BERNAL FRANCES
- ¿Quién ha sido el caballero que a mi puerta dijo ¡abrid¡?
- Soy Bernal Francés señora, el que te suele servir,
de noche para la cama, de día para el jardín.
Al bajar de la escalera, se le ha apagado el candil.
- No te espantes, Catalina, ni me quieras descubrir,
que a un hombre he muerto en la calle, la justicia va tras mí.
Le ha agarrado de la mano se le ha llevado al jardín;
le sentó en silla de plata con respaldo de marfil.
Le bañó todo su cuerpo con agua de toronjil.
Le ha subido hasta su cuarto y se han echado a dormir.
- ¿Qué tienes, Bernal Francés, que estás triste junto a mí?
No temas a la Justicia ni tampoco al aguacil,
ni temas a los criados, que están al mejor dormir,
ni tampoco a mi marido, que está muy lejos de aquí.
- Lo muy lejos se hace cerca, para quien quiere venir,
y tu marido, señora, es el que tienes aquí.
Nuevas ián al Francés, que lleve luto por tí.
EL PRISIONERO
Que por mayo era, por mayo, cuando hace más calor;
cuando los trigos encañan y están los campos en flor.
Cuando los enamorados van a servir al amor.
Pero yo, triste y cuitado, me veo en esta prisión,
que ni sé cuando es de día, ni cuándo las noches son
sino por una avecilla que me cantaba al albor
Matómela un ballestero; dele Dios mal galardón.
EL DIA DE LOS TORNEOS
El día de los torneos, pasé por la morería
y ví una mora lavando al pie de una fuente fría.
- Apártate, mora bella; apártate mora linda,
que va a beber mi caballo de ese agua cristalina.
- No soy mora, caballero, que soy cristiana cautiva;
me cautivaron los moros siendo chiquitita y niña.
- ¿Te quieres venir conmigo?.- De buena gana me iría,
mas los pañuelos que lavo, ¿dónde me los dejaría?
- Los de seda y los de Holanda, aquí en mi caballo irían
y los que nada valieren la corriente llevaría.
Al pasar por la frontera, la morita se reía
y el caballero le dice: -¿De qué te ries, morita?
- No me rio del caballo, ni tampoco del que guía
me rio al ver estos campos que son de la patria mía.
Al llegar a aquellos montes, ella a llorar se ponía.
- ¿Porqué lloras, mora bella; porque lloras mora linda?
- Lloro porque en estos montes, mi padre cazar solía.
- ¿Cómo se llama tu padre?.- Mi padre Juan de la Oliva.
- Dios mío, ¿qué es lo que oigo?.- Virgen sagrada María,
pensaba que era una mora y llevo una hermana mía.
Abra usted, madre, las puertas, ventanas y celosías,
que aquí le traigo la hija que lloraba noche y día.
LA CENA
Jueves Santo, Jueves Santo, tres días antes de Pascua
cuando el Redentor del mundo, a sus discípulos llama.
Les llamaba de uno en uno, de dos en dos se juntaban
y les convidó a cenar en una mesa sagrada.
Su cuerpo puso por pan, su sangre por vino y agua
y acabados de cenar les dijo en estas palabras:
-¿Quién de vosotros queréis morir por un Dios mañana?
Miándose unos a otros, ninguna respuesta daban:
todos se quedan atentos, todos les tiemble la barba,
y al que barba no tenía, la color se le mudaba.
Allí habló San Juan Bautista, predicador de montaña:
- Yo por un Dios moriré, antes hoy que no mañana.
La mi muerte por la suya, creo que no valga nada
y la suya por la mía, no nos seá perdonada.
El viernes por la mañana, Jesucristo caminaba,
descalzo iba por la nieve, rastro de sangre dejaba.
Por el rastro de la sangre que el Rey de Cielos derrama
camina la Virgen pura con San Juan en su compaña.
En el medio del camino una mujer encontraban
y le pregunta la Virgen con grande fatiga y ansia:
- ¿Viste por aquí a mi hijo, al hijo de mis entrañas?
- Si, Señora; sí le he visto, antes que el gallo cantara
con los grillos en los pies y una soga a la garganta,
y una corona de espinas que el cerebro le traspasa.
Si no lo queréis creer, vuélvase pa atrás la cara
veá la imagen divina, que da lástima mirarla.
Con el paño de mis tocas a Cristo limpié la cara;
tres dobles tenía el paño, todos tres los traspasaba.
EL PASTOR Y LA MALA MADRE
En la provincia Sevilla, y en el pueblo de Lebrija
habitaba una señora, tan sólo tenía una hija.
Esta mujer tan ingrata, y en un cajón la metió,
y en un cruce de caminos, allí sola la dejó.
Pasó por allí un pastor que guardaba su rebaño
y al sentir aquellos gritos, en seguida se ha acercado.
El hombre abrió el cajón, y llenito de congoja
se la cogió en sus brazos y se la llevó a su choza.
Y su mujer va y le dice: -¿Qué me traes ahí Amador?
- Una niña muy bonita que me encontré en un cajón.
Y su mujer le contesta: -No te preocupes por nada;
La criamos con la nuestra y las dos seán hermanas.
Las dos se acostaban juntas, las dos vestían iguales
que parecían mellizas, cuando salen a la calle.
Años después, yendo un día con su carro a por carbón
en el medio del camino, una anciana se encontró.
Ya se bajó de su carro, y la anciana le propuso
- Le pido por Dios clemencia, no tengo a nadie en el mundo.
Ya llegaron a la choza y le dijo a su mujer:
- Lo que tenemos que hacer, tú lo tienes y bien visto;
que se quede con nosotros pa que cuide de los niños.
Al cumplir su cumpleaños fueron la hermana y los padres
a pasarlo todos juntos y darle felicidades.
Entonces aquella abuela, al ver aquella familia
le ha preguntado al pastor: - ¿No tiene más que dos niñas?
-Pues mía no es más que una, -el pastor le contestó-
pues esa que hay a su lado me la encontré en un cajón.
Y entonces aquella abuela, hincándose de rodillas:
- Hija de mi corazón, yo soy tu madre querida.
- Mis padres propios son estos, en miándole la cara
que son los que me criaron; usted fue una madre mala.
Usted fue una madre mala yo soy una hija buena;
se quedará usted en mi casa, hasta que en mis brazos muera.
Y al público que me escucha, yo le pongo en su razones:
Que cuiden de los sus hijos, y que no los abandonen.
LA SERRANA DE LA VERA
En Garganta de la Olla, legua y media de Plasencia
se pasea una serrana, blanca, rubia y halagüeña.
Con la honda en la cintura y terciada su escopeta.
Cuando tiene sed de agua, se sube por la ribera;
cuando tiene sed de hombres se baja por la vereda
pasan hombres, pasan hombres, no pasa el que ella desea.
Ha pasado un soldadito, licenciado va a su tierra,
le ha agarrado de la mano, para su cueva le lleva.
Le ha mandado hacer la lumbre con huesos y calaveras
y el soldado la pregunta: ¿De qué es esta leña seca?
- Es de un hombre como tú que he matado en esta cueva
y lo mismo haré contigo cuando la rabia me venga.
De conejos y perdices ha puesto una rica cena,
los conejos para él, las perdices para ella.
Acabados de cenar le mandó atrancar la puerta
y el soldado que no es torpe, la dejó sólo entreabierta.
En cuanto la vio dormida, se echó fuera de la cueva,
legua y media lleva andada sin volverse la cabeza.
Una vez que la volvió, -ojalá no la volviera-
vio venir a la serrana, bramando como una fiera.
Una honda que traía, la cargó de una gran piedra;
con el aire que la arroja le derriba la montera.
En la encina que pegó, partida cayó por tierra:
- Vuelve, vuelve, soldadito, vuélvete por tu montera.
- Mis padres que con muy ricos me comprarán otra nueva
y si no me la compraran, me pasaría sin ella.
SANTA CATALINA
En Cádiz hay una niña que Catalina se llama;
su padre era un perro moro, su madre una renegada.
Todos los días de fiesta, su padre la castigaba
que deje la ley de Dios, y siga la ley malvada.
Ella dice que no quiere, que está con Cristo esposada.
Su padre ha mandado hacer una rueda de navajas
y si no sigue su ley, en ella despedazarla.
La rueda ya estaba hecha, Catalina arrodillada.
Ya baja un angel del cielo con su corona y su palma.
- Sube, sube, Catalina, que el rey del cielo te llama.
- ¿Qué me querá el rey del cielo que tan aprisa me llama?
- Las cuentas que le he de dar, ya se las tenía dadas.
- Sube, sube, Catalina, que el rey del cielo te llama
a recibir la corona, que la tenías ganada.
LA VIRGEN SE ESTA PEINANDO
La Virgen se está peinando debajo de una alameda;
sus cabellos eran de oro, sus cintas de primavera.
Pasó por allí José, la dijo de esta manera:
- ¿Cómo no canta mi Virgen; cómo no canta la bella?
- ¿Cómo quieres que yo cante si estoy en tierras ajenas?
Un hijo que yo tenía más blanco que una azucena
me lo están crucificando en una cruz de madera.
- Vamos aguda Señora para llegar al calvario,
que por pronto que lleguemos ya le habán crucificado.
Ya le clavan las espinas, ya le remachan los clavos
ya le pegan la lanzada en su divino costado.
La sangre que derramara, caeá en un cáliz sagrado
y el hombre que lo bebiera seá un bienaventurado;
en este mundo seá rey, y en el otro perdonado.
LA ANUNCIACION
Estando un día la Virgen ocupada en su ejercicio
leyendo las profecías en que Isaías ha dicho:
¡Concebiá una doncella, pariá el Verbo divino¡,
hincándose de rodillas, de aquesta manera dijo:
- Quién seá aquella señora, quién la hubiera conocido.
Estando en estas palabras vio entrar un paraninfo
forma de un mancebo joven, dispuesto y bien parecido.
Traía cadenas de oro y un arrogante vestido;
traía una cruz en el pecho, engarzada de oro fino.
Hincándose de rodillas de aquesta manera dijo:
- María, llena de gracia, el Señor está contigo.
Yo soy el ángel Gabriel, que vengo del cielo empíreo
a traer una embajada que os envía el Rey divino.
Sabed que concebiréis; que habéis de tener un hijo
que en la casa de Jacob reinará en eternos siglos.
Quedó turbada la Virgen y al ángel le ha respondido
- Yo no conozco varón, ni nunca lo he conocido.
¿Cómo tengo de ser madre?. Y el ángel le ha respondido:
- No hay nada imposible a Dios, el espíritu divino.
- Cúmplanse en mí tus palabras, altísimo Rey divino.
Quedó el vientre de María, más rico que el cielo empíreo.
De su purísima sangre, con un cuerpo pequeñito
crió un alma tan perfecta, y la unió a la de este niño.
Diez mil ángeles custodios para su guardia han venido.
Visitó a Santa Isabel, luego que a su casa vino.
Reparó un día José el vientre tan acrecido
de su esposa y asustado, decía consigo mismo:
- Inmenso Dios de Israel, Señor, ¿qué es esto que miro?
Ver a mi esposa preñada. Ah, qué misterio divino.
Si hay misterio no lo sé, ni mi esposa me lo ha dicho;
quiero ausentarme y dejarla, donde no sea conocido.
Rogaré a Dios la defienda del mundo y sus enemigos.
Y si me voy sin María, ¿a quién llevaré conmigo?
Muchacha joven, sin padre, que dolor tan expresivo.
¿Cómo viviré sin ver aquellos ojos divinos,
aquel mirar halagüeño, aquel rostro cristalino?
¡Yo, sospechar en María!. Admira a Dios el decirlo,
y que no puedo creerlo, de pensarlo estoy corrido.
Pero todo pesa menos que ver en mi esposa un hijo.
Se retiró a su aposento y luego se quedó dormido.
La Virgen que no ignoraba de San José los destinos
se retiró a su oratorio; postrada en el suelo dijo:
- Dulce hijo de mi vida, no estará bien hijo mio,
vuestra madre sin esposo; Vos, sin padre putativo.
En esto entró San Gabriel en su aposento y le dijo:
- Despierta José y levanta, que grande dicha has tenido,
que el preñado de tu esposa, es por misterio divino.
Que a salvar al mundo viene, el Mesías prometido.
Ponle por nombre Jesús. Quedó José agradecido.
Se fue al cuarto de su esposa y en un resplandor la ha visto
Hincándose de rodillas de aquesta manera dijo:
- Esposa del alma mía, ¿de dónde yo he merecido
tener esposa tan santa, y ser padre putativo?
- Has de perdonar José, lo desatenta que he sido,
porque no estaba en mi mano la licencia de decirlo.
LA PEDIGUEÑA
Un estudiante venía de estudiar en Salamanca
se encontró con una niña como la nieve de blanca.
- Niña si usted me quisiera, por el término de un año
la calzara y la vistiera y la regalara el paño.
- Caballero, si usted quiere de mi hermosura gozar
todo cuanto yo le pida, me lo tiene usted que dar.
Me ha de poner una casa, hecha de tres mil maneras
con ventanas y balcones que den a la plaza nueva.
Y en medio de aquella plaza, ha de poner un jardín
con las flores pequeñitas, que así me gustan a mí;
y en medio de aquel jardín ha de poner un pilar
con los peces de colores para verlos yo nadar.
Encima de aquel pilar ha de poner una parra
para cuando salga a misa, no me dé el sol en la cara.
Debajo de aquella parra ha de poner un tablado
para cuando salga a misa, no se me ensucie el calzado.
A la puerta de la iglesia, ha de poner dos leones
para cuando vaya a misa, que me respeten los hombres.
La cama donde yo duerma, ha de ser de carmesí
y las sábanas de Holanda, para darme gusto a mí.
La mesa donde yo coma, ha de ser toda de oro
y los cubiertos de plata para darme gusto en todo.
- Quédese con Dios y adiós, que mañana volveré;
no es mucho lo que usted pide, si encuentra quién se lo dé.