En corte del rey Enrique / muy grandes fiestas se hacen,
que las damas son hermosas, / y avisados los galanes.
No tiene el reino heredero, / mas poco importa que falte,
pues tienen á la princesa / que es Doña Isabel la Grande:
Tráenle muchos casamientos, / mas tres son los principales:
El gran duque de Milán, / ese rey Guercho de Nápoles,
y el príncipe de Aragón, / de muchos otros muy grandes.
La princesa, que es discreta, / quiso verlos si eran tales:
Y ha mandado a un gran pintor / que los pinte naturales,
y los tome descuidados / por ver la vida que hacen.
El pintor, que sabio era, / con tal recado se parte.
Al cabo de sus jornadas / arriba al reino de Nápoles,
adonde hallará al buen Rey / en jardines con juglares,
entre dueñas y doncellas, / burlando con albardanes.
Pintáralo así el pintor, / y para Milán se parte.
El Duque había comido; / hallóle que se retrae
Con un privado abrazado / que mucha fiesta le hace.
Desde allí vuélvese a España / y en Fraga encontró al infante,
al infante Don Fernando, / acompañado de grandes,
armado de todas armas, / que comenzaba a ajustarse.
El pintor lo sacó al vivo, / y con los retratos sale.
los ha dado a la princesa, / cada cual muy naturale.
Como al de Nápoles vio / con los truhanes burlarse
dijo arrojándolos lejos: / -Vicioso rey no me place.
Pues el duque de Milán / menos que él me satisface,
que el príncipe deshonesto / muy poquito precio vale.-
Escogiendo al de Aragón, / en viéndole, dijo: -Baste,
éste quiero por marido, / que bien inclinado sale.-
El rey moro de Granada / dentro de ella estando un día,
entraron tres lobos viejos / por esa puerta de Elvira.
El uno mató a los dos; / ferozmente los comía.
El rey Chico se los mira / con espanto y maravilla:
Mandó juntar los ancianos / moros de su morería,
y desque los tuvo juntos / estas palabras decía:
-¿Cuál de vosotros, mis moros, / es el que adivinaría
aquesto que aquí ha pasado? / Mis tesoros le daría.-
Allí respondiera un moro, / que Alatar por nombre había:
-Yo te lo diré, señor, / si tú me otorgas la vida.
-Pues dilo, dilo, Alatar, / que otorgada te sería.-
-Sábete que estos tres son / las tres naciones que había
repartidas por el mundo, / de gran lustre y señoría.
La una es secta de moros, / la otra ley de judería,
Y la otra de cristianos / que a todas vencido había;
y en los reinos de Aragón / un infante residía,
Don Fernando ha por nombre, / y esta es su nombradía;
Y este se vendá a casar / con la infanta de Castilla
llamada Doña Isabel, / de muy gran sabiduría;
Y esta ganará las tierras, / como ya ganado había,
Y conquistará a Granada, / parte de la Andalucía.-
Después que el rey Don Fernando / en el reino de Granada,
talando la fértil vega, / tomó a Tajara y a Alhama,
volvió a Castilla, dejando / las fronteras encargadas
al bravo Portocarrero, / de quien los moros temblaban.
Ordenaron quince alcaides / comarcanos de Granada
Con gran número de gente / hacer en Jerez entrada.
Sabiendo Portocarrero / de los alcaides la entrada
Juntó la gente que pudo / en valor muy admirada.
Aguardólos en un paso / donde se trabó batalla
De ambas partes tan reñida / que hubo en vencer duda harta.
Pero al fin Portocarrero / quedó triunfante en Granada.
Envió las quince banderas / a la Reina presentadas.
La Reina de allí adelante / por tan notables hazañas
Siempre el día de los Reyes / dio a la condesa de Palma
doña Francisca Manrique / las ropas que ella estrenaba.
Y esto ha durado hasta hoy: / de tal hecho, justa paga.
Mensajeros han entrado / al rey Chico de Granada;
entran por la puerta Elvira, / y paran en el Alhambra.
Ese que primero llega / Mohamed Cegrí se llama;
herido viene en el brazo / de una muy mala lanzada;
y así como ante él llegó, / de esta manera le habla,
Con el rostro demudado, / de color muy fría y blanca:
-Nuevas te traigo, señor, / y de muy mala embajada:
Por ese fresco Genil / mucha gente viene armada,
sus banderas traen tendidas, / puestos a son de batalla,
un estandarte dorado, / en el cual viene bordada
una muy hermosa cruz, / que más relumbra que plata,
y un Cristo crucificado / traía por cada banda.
General de aquella gente / el rey Fernando se llama:
todos hacen juramento / en la imagen figurada,
de no salir de la vega / hasta llegar a Granada;
y con esta gente viene / una reina muy preciada,
una reina singular / de todo el mundo apreciada,
llamada Doña Isabel, / de grande nobleza y fama.
Veisme aquí, que herido vengo, / agora de una batalla
que entre cristianos y moros / en la vega fue trabada:
Treinta moros quedan muertos, / pasados por el espada.
de cristianos Bencerrajes / de braveza no pensada,
con otros acompañados / de la cristiana mesnada.
Hicieron aqueste estrago / en la vega de Granada.
En la ciudad de Granada / grandes alaridos dan;
Unos llaman a Mahoma, / otros a la Trinidad:
Por un cabo entraban cruces, / de otro sale el Alcoán;
donde antes se oían cuernos, / campanas se oyen sonar,
El Te Deum laudamus se oye / en lugar de Alha-alha.
No se ven por altas torres / ya las lunas levantar;
mas las armas de Castilla / y de Aragón se ven campear
las de la reina Isabel / y su esposo natural.
Entra un rey ledo en Granada, / el otro llorando va;
mesando su barba blanca, / grandes alaridos da.
-¡Oh mi ciudad de Granada, / sola en el mundo, sin par,
donde toda la morisma / se solía contigo honrar!
Hace setecientos años / que tenías cetro real
de mi famoso linaje, / que en mí se vino a acabar.
¿Qué es de ti, desconsolado? / ¿Que es de ti, rey de Granada?
¿Qué es de tu tierra y tus moros? / ¿Dónde tienes tu morada?
Reniega ya de Mahoma / y de tu seta malvada,
Que vivir en tal locura / es una burla burlada.
Torna, tórnate, buen Rey, / a nuestra ley consagrada,
porque si perdiste el reino / tengas el alma cobrada.
-¡Oh Granada ennoblecida / por todo el mundo nombrada,
Hasta aquí fuiste cautiva, / y agora ya libertada!
Perdióte el rey Don Rodrigo / por su dicha desdichada;
Ganóte el rey Don Fernando / con ventura prosperada;
La reina Doña Isabel, / la más temida y amada,
Ella con sus oraciones, / y él con mucha gente armada.
Según Dios hace sus hechos, / la defensa era excusada;
Que donde él pone su mano / lo imposible nunca es nada.
Cercada está Santa Fe / con mucho lienzo encerado,
alrededor muchas tiendas / de seda, oro y brocado,
donde están duques y condes, / señores de grande estado,
y otros muchos capitanes / que lleva el rey Don Fernando,
todos de valor crecido, / como ya lo habían mostrado
en la guerra que se ha hecho / contra el granadino estado;
cuando a las nueve del día / un moro se ha presentado
encima un caballo negro / de blancas manchas manchado.
El moro viene vestido / de blanco, azul y encarnado,
y debajo esta librea / trae un muy lucido jaco,
y una lanza con dos hierros / de acero muy bien templado,
y una adarga hecha en Fez / de un ante rico estimado.
Aqueste moro, con befa, / en la cola del caballo,
la sagrada Ave-María / llevaba, haciendo escarnio.
Los hocicos del caballo / ambos los lleva cortados
Porque mejor con los dientes / despedace a los cristianos.
Llegando junto a las tiendas / de esta manera ha hablado:
-¿Cuál seá aquel caballero / que sea tan esforzado
que quiera hacer conmigo / batalla en aqueste campo?
Salga uno, salgan dos, / salgan tres o salgan cuatro:
El alcaide los Donceles / salga, que es hombre afamado;
salga ese conde de Cabra, / en guerra experimentado:
salga Gonzalo Fernández, / que es de Córdoba nombrado,
o si no, Martín Galindo, / que es valeroso soldado;
salga ese Portocarrero / señor de Palma nombrado,
o el bravo de Don Manuel / Ponce de León llamado,
aquel que sacara el guante / que por industria fue echado
donde estaban los leones, / y él lo sacó muy osado;
y si no salen aquestos, / salga el mismo rey Fernando,
que yo le daré a entender / si soy de valor sobrado.
Los caballeros del Rey / todos le están escuchando:
cada uno pretendía / salir con el moro al campo.
Garcilaso estaba allí, / mozo gallardo, esforzado;
licencia le pide al Rey / para salir al pagano.
- Garcilaso, sois muy mozo / para emprender este caso;
otros hay en el real / para poder encargarlo.-
Garcilaso se despide / muy confuso y enojado,
por no tener la licencia / que al Rey había demandado.
Pero muy secretamente / Garcilaso se había armado,
y en un caballo morcillo / salido se había al campo.
Nadie le ha conocido / porque sale disfrazado;
fuése donde estaba el moro, / y de esta suerte le ha hablado:
-¡Ahora veás, el moro, / si tiene el rey Don Fernando
caballeros valerosos / que salgan contigo al campo!
Yo soy el menor de todos, / y vengo por su mandado,-
El moro cuando le vio / en poco le había estimado,
y díjole de esta suerte: / -Yo no estoy acostumbrado
a hacer batalla campal / sino con hombres barbados:
Vuélvete, rapaz, le dice, / y venga el más estimado.-
Garcilaso con enojo / puso piernas al caballo;
Arremetió para el moro, / y un gran encuentro le ha dado.
El moro que aquesto vio / se revuelve como un rayo:
Comienzan la escaramuza / con furor desaforado.
Garcilaso, aunque era mozo, / mostraba valor sobrado;
dióle al moro una lanzada / por debajo del sobaco:
el moro cayera muerto, / tendido le había en el campo.
Garcilaso con presteza / del caballo se ha apeado:
cortárale la cabeza / y en el arzón la ha colgado:
Quitó el Ave María / de la cola del caballo:
Hincado de ambas rodillas / con devoción la ha besado,
y en la punta de su lanza / por bandera la ha colgado.
Subió en su caballo luego, / y el del moro había tomado.
Cargado de estos despojos / al real se había tornado,
do estaban todos los grandes, / también el Rey Don Fernando.
Todos tienen a grandeza / aquel hecho señalado;
también el Rey y la Reina / mucho se han maravillado
en ser Garcilaso mozo / y haber hecho un tan gran caso.
Garcilaso de la Vega / desde allí se ha intitulado,
porque en la Vega hiciera / campo con aquel pagano.
La Católica Isabel, / viendo venir vencedor
Al famoso Garcilaso, / de aquesta suerte le habló:
- Vengáis por cierto en buen hora, / nuevo lucero español,
Pues hoy a los de la fama / deja atrás vuestro valor.
Hoy sin duda todo el mundo / os está en obligación,
Pues una joya como esa / se la libáis de prisión.
Dios, mediante esas palabras, / en Virgen madre encarnó,
De suerte que ellas sirvieron / de sello a la redención;
Y hoy porque el mundo conozca / vuestra nobleza y valor,
Venís a ser paraninfo / de la voluntad de Dios.
A Gabriel hacéis ventaja, / y es evidente razón,
Pues que sacáis del infierno / lo que él del cielo sacó.
Gabriel dice fortaleza, / y tanta contemplo en vos,
Que ese título os compete, / y aún pienso que otro mayor.
El a un manso corderillo / su embajada declaró,
Mas vos quitáisla este día / de las manos de un león.
Merecéis justo renombre / de divino cazador,
Pues que cazasteis el Ave / que fue vuestra redención.
Como el águila os contemplo / que de hito mira al sol,
Pues que dais a un Ave alcance / que para sí escogió Dios.
Con razón os llame el mundo / caballero del Toisón,
Pues que lleváis en el pecho / la oveja que a Dios parió.
Hoy de la insignia más alta / sois comendador mayor,
Pues que lleváis la encomienda / que Dios a su madre dio.
Justo seá que os dé nombre / el mundo de redentor,
Pues le redimís la prenda / que dio Dios cuando encarnó.
Hoy en la Vega ha salido / de vuestra nobleza el sol,
Y así el renombre de Vega / por vuestro tendréis desde hoy.
Sólo esto os doy de mi mano, / y os prometo por quien soy
De teneros en mi corte / en posesión del mejor.
Esto en efecto es muy poco; / pero pagaros lo ha Dios,
Pues la joya que él estima / le librasteis de prisión.
Quedó con grande tristeza / la Reina y desconsolada
De la victoria que tuvo / ensangrentando su lanza
El robusto moro Muza, / y en cuanto vengó su saña
En los cristianos guerreros / de la nobleza de España,
Un paje camina a prisa / a contar lo que pasaba
Al infante Don Manuel, / caballero de gran fama.
Don Manuel cuando lo oyó / gran pena y dolor mostraba,
En saber del gran pesar / con que la Reina quedaba,
Y levantóse animoso / de la cama donde estaba
Sanando de las heridas / que sacó de una batalla.
No quiere hablar a la Reina / ni a nadie dice palabra:
Envía una carta al moro, / que de esta suerte empezaba:
-A ti, el fuerte moro Muza, / y tenido en nuestra España
-Por el más diestro y valiente / que en la morisma se halla;
-Pues llevaste las cabezas / haciendo venganza brava,
-Y saliste con victoria / en la sangrienta batalla,
-Ven, y llevarás la mia, / o dejarás aquí el alma.
Luego le responde el moro / mostrando crecida saña,
Y dice que él se apareja / para lo que demandaba.
Don Manuel pide un caballo, / y que le traigan sus armas:
Sale muy ligero al campo / blandiendo su gruesa lanza.
Unas armas lleva negras / grabadas de oro y de grana;
El caballo va espumoso / todo de color de plata;
La cubierta toda negra, / que tristeza demostraba.
Lleva el escudo acerado / con una sierpe pintada,
Echando llamas de fuego / por la boca y por las barbas;
Con unas letras que dicen: / del moro tendré venganza.
Lleva una bandera negra, / en ella una cruz pintada;
Una espada ancha y fuerte, / cortadora y estimada.
Sale Don Manuel al campo / adonde el moro aguardaba.
El moro, no descuidado / de salir a la demanda,
Asoma por un camino / con soberbia y gran pujanza,
En un caballo bermejo, / con una bandera blanca,
La lanza parece negra, / que los extremos juntaba:
Unas armas relumbrantes / y en el siniestro una adarga,
Escrito en ella un letrero / que dice en letras doradas:
-Tengo por mi fe porfía. / Y al fin la muerte pintada.
Trae arremangado el brazo, / la carne toda alheñada,
Y por el codo apretado / un cendal de seda parda.
Trae un tocado revuelto, / con el nombre de su amada;
Los jaeces del caballo / de perlas se demostraban.
Un alfanje guarnecido / con borlas de seda largas;
Una banda toda verde / por el hombro derrocada.
A gritos viene diciendo: / - Sea Mahoma mi guarda.-
Santiago para la suya / el cristiano a voces llama.
Parte el moro tan furioso / que parecía que temblaba
La tierra donde corría / con el brío que / llevaba.
Don Manuel es belicoso, / a Muza enristró su lanza:
Fueron tales los encuentros, / que cada cual ya temblaba.
Hacen las lanzas pedazos, / ponen mano a las espadas;
Dale el moro a Don Manuel, / con el ansia que llevaba,
Un tal golpe con su alfanje, / que de la silla le saca.
Don Manuel, más animoso, / en la cabeza le alcanza
al moro un pesado golpe / que le ha dejado sin alma.
Camina para el real / do el rey y la reina estaban
Con otras muchas doncellas / y caballeros de fama.
Nueva voz, acentos tristes, / suspiros de gran cuidado.
Maravíllense los vivos, / conozcan de grado en grado
El mundo lo que ha perdido, / y el cielo lo que ha ganado.
Madre España, que has perdido / más que nadie habá pensado.
Un señor, marido y padre / de Adán acá el más honrado,
De los reyes el mejor, / si mejor puede ser dado:
Santo, bueno y virtuoso / como en obras ha mostrado;
De los buenos conocido, / de extranjeros visitado:
De los unos y los otros / con reverencia acatado;
De amigos y de enemigos / igualmente es hoy llorado.
Con el Católico nombre / su vivir ha conformado:
Nuestra santa fe ensalzaba / con la persona y estado;
De la Iglesia y religiones / era siempre el abogado;
Puso la Santa Hermandad, / tuvo el Reino sosegado:
Por la menor cosa suya / fuera otro canonizado.
De los Fernandos el Quinto, / mas el primero en dictado,
Y de aquestos y de todos / el que fue mejor casado
Con la gran reina Isabel / tanto monta, monta tanto.
Vencedor nunca vencido / por todo el mundo nombrado,
Callarán ante su nombre / los que más se han alabado.
Dióle dios un heredero / tan cumplido y acabado,
Que de todos los sus reinos / fue por príncipe jurado,
Y en comenzando a ser hombre / de la vida fue privado:
Nunca príncipe jamás / fue en el mundo tan llorado.
Murió luego Don Miguel / el Segundo, mal logrado,
Que con la teta en la boca / fue difunto y enterrado.
Murió luego la gran Reina / que así le honraba el costado;
Tras ella el rey Don Felipe, / que también fue desdichado;
Siempre nos quedó el pastor / en reinar muy avisado,
Que sabía usar la honda / y ejercitar su cayado,
Guardarnos del lobo fiero / y proteger el ganado
Y trasquilar a su tiempo, / y guiar muy concertado.