Poderoso "Via crucis"
Poderoso Jesús nazareno
De cielos y tierra rey universal
Hoy un alma que os tiene ofendido
Pide que sus culpas queáis perdonar.
Usad de piedad
Pues quisisteis por ella como hombre
Ser muy maltratado y en cruz expirar.
Del pretorio a casa de Pilatos
Seá la primera estación que andarás
Y veás que azotaron mi cuerpo
Seis fuertes verdugos hasta se cansar
Sígueme y veás
Que Pilatos sentencia de muerte
Me dio, procurando al César agradar.
La segunda estación es a donde
Apenas oyeron la sentencia dar
Los sayones la cruz me pusieron
En hombros y, aprisa, me hacen caminar.
Sígueme y veás
Que una soga me echaron al cuello
De la cual tiraban con gran impiedad.
La tercera estación veás alma
Que como a empellones me hacen caminar
Y el madero que a cuestas llevaba
Del peso tan grande me hizo arrodillar.
Sígueme y veás
Que a patadas y palos y golpes
Aquellos tiranos me hacen levantar.
En la cuarta estación considera
Que cuando mi madre me vino a encontrar
En la calle amargura inspirada
Se hicieron sus ojos copioso cristal.
Sígueme y veás
Que aunque llena de pena y angustia
Siguiendo mis pasos va su majestad.
En la quinta estación alquilaron
Para que la cruz me ayudase a llevar
A Simón Cireneo, y lo hicieron
No porque movidos fuesen a piedad.
Sígueme y veás
Que lo hicieron temiéndose todos
Sería yo muerto antes de llegar
En la sexta estación una santa
Mujer fervorosa llegose a limpiar
El sudor de mi rostro sagrado
Con un lienzo blanco, llena de humildad.
Sígueme y veás
Que mi faz estampada en tres haces
Dejó testimonio de aquella verdad.
En la séptima estación es a donde
Tendido en el suelo tal vez me hallarás
Y de golpes que dieron tan grandes
Después no podía ni un paso avanzar.
Sígueme y veás
Que llagado mi cuerpo y mi rostro
Herido, escupido y renegrido está.
En la octava estación me salieron
allí unas mujeres con gran caridad,
Afligidas sentían mi muerte
Haciendo sus ojos con pena llorar.
Sígueme y veás
Yo las dije: no lloréis mi muerte
La de vuestros hijos y vuestras llorad.
La novena estación es a donde
Estando mi cuerpo desangrado ya
Fatigado y muy falto de fuerzas
Con la cruz a cuestas volví a arrodillar.
Sígueme y veás
Que esta fue la tercera caída
Y llegué con mis labios el suelo a besar.
La décima estación es a donde
Habiendo llegado al calvario ya
Al quitar de mi cuerpo la ropa
Volvieron mis llagas allí a renovar.
Sígueme y veás
Que la hiel con el vino mezclado
Aquellos sayones a beber me dan.
La undécima estación es a donde
Tendida en el suelo la cruz hallarás
Y sobre ella, extendido mi cuerpo
Veás pies y manos con fuerza clavar.
Sígueme y veás
Que al oir del martillo los golpes
Quedose mi madre del dolor mortal.
La duodécima estación es a donde
Habiendo llegado, considerarás
Cómo en alto la cruz levantaron
Clavado mi cuerpo, puesto a avergonzar.
Sígueme y veás
el dolor que sintió allí mi madre
al verme sufrido en la cruz levantar.
Estación es la décimotercia
Donde fervorosos fueron a bajar
De la cruz mi sagrado cadáver
Dos santos varones con gran lealtad.
Sígueme y veás
Que mi madre me tuvo en sus brazos
Mientras dispusieron llevarme a enterrar.
Estación es la décimocuarta
Donde sepultura viniéronme a dar
Por limosna en un santo sepulcro
En el cual estuve tres días no más.
Sígueme y veás
Que después de dejarme enterrado
Lloraba mi madre su gran soledad.
Pues hermanos amados de Cristo
Todo el que quisiese servir y agradar
A Jesús nuestro padre, procure
Su Pasión y muerte siempre contemplar
Y su Majestad
Nos dará en esta vida su gracia
Y después en la Gloria nos dejará entrar.
Acompaña a tu Dios "Via crucis"
Acompaña a tu Dios alma mia
Cual vil asesino llevado ante el juez,
Al autor de la vida contempla
Por ti condenado a muerte cruel.
Dulce Redentor
Para mí era la pena de muerte
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida
De penar no más
Logradnos la gracia
De nunca pecar.
Alma que ociosa te sientas "Via crucis"
Alma que ociosa te sientas
Malogrando la ocasión:
¿Es posible que no sientas
mis dolores, mis afrentas,
mi muerte, pena y dolor?
Levántate presurosa,
pues te llama amante fino;
busca la piedra preciosa,
que la hallarás, amorosa,
si andas el sacro camino.
Lágrimas de corazón,
de puro dolor lloremos,
para que todos logremos
los frutos de la Pasión.
En la primera estación
atenta quiero que notes
con cuánta resignación
llevé por tu redención
más de cinco mil azotes.
Hombre, mira y considera
movido de compasión
que en esta estación primera
me sentencian a que muera
entre uno y otro ladrón.
A la segunda camina:
veás que en tumulto vario
todo el pueblo determina
que al son de ronca bocina
me conduzcan al Calvario.
Guiando va un pregonero
a la descollada cumbre,
y al inocente cordero
va abrumado de un madero
la molestia y pesadumbre.
Caí en la estación tercera
y todos allí gritaron:
¡Muera el embustero, muera!,
y con indignación fiera
del suelo me levantaron.
Una soga a la garganta
me echaron para tirar,
pero con violencia tanta,
que para asentar la planta
apenas me dan lugar.
Camino en todo obediente
Al precepto de mi Padre,
cuando se me pone enfrente
rompiendo por tanta gente
mi desconsolada madre.
En este paso colige
que cuando la vi venir,
¡Vuélvete, madre -le dije-,
que la pena más me aflige
que el saber voy a morir¡
En esta jornada larga
tan fatigado me veo,
que en mi aflicción tan amarga
me ayuda a llevar la carga
alquilado el Cirineo.
No lo hacen por caridad
al peso con que me inclino,
sino llenos de impiedad
porque teme su crueldad
quede muerto en el camino.
Con la fatiga y calor
me veía desfallecer,
cuando, movida al dolor,
limpió a mi rostro el sudor
una piadosa mujer.
A tal estado he venido
que, con ser cielo sereno,
me hallo tan oscurecido
que sólo soy conocido
por llamarme ¡Nazareno¡.
Caí, oh qué desconsuelo,
al salir de la ciudad
y me levantan del suelo
tirando de barba y pelo
con fiera inhumanidad.
A violencia de empellones
a caminar me precisan
y entre injurias y baldones,
metido entre dos ladrones,
todos me arrastran y pisan.
De unas mujeres oí
unos ayes lastimados,
pero les correspondí
diciéndoles que por sí
llorasen, y su pecados.
Si por las culpas ajenas
esto se ejecuta en mí,
más crueles seán las penas,
de horror y de espanto llenas,
que padeceás por ti.
La gravedad del pecado
en la cruz tanto pesó,
que rendido y fatigado,
del todo ya desmayado,
en el suelo me postró.
Al quererme levantar,
como la fuerza era poca,
caí, para más penar,
tan recio, que vine a dar
en la tierra con la boca.
Llegué al monte sin aliento
sin poderme ya tener;
desnúdanme desatentos
y doblando mis tormentos,
vinagre me hacen beber.
¡Qué vergüenza, qué pudor,
contempla, padecería,
puesto del frío al rigor
en el concurso mayor,
desnudo al medio del día!
Los más impíos y tiranos,
impelidos del furor,
más que tigres, inhumanos,
me clavan de pies y manos
cual si fuera un malhechor.
Después de fatiga tanta,
un palo mi cama fue
de sólo el ancho de un pie
y de largo más de tres,
donde el cuerpo se quebranta.
Ya que en la cruz me clavaron,
inhumanos y crueles
en alto me levantaron,
ya con lanzas el soldado,
ya verdugos con cordeles.
Mírame entre tierra y cielo
de tres escarpias pendiente:
tiembla de dolor el suelo,
ásgase del templo el velo
y el hombre no se arrepiente.
Por tres horas bien cumplidas
el aliento me duró
hasta que por las heridas
mortales y repetidas
el alma se despidió.
Ya era sombra todo el mundo
muerta ya su bella luz,
cuando con llanto profundo
aquel cuerpo sin segundo
fue bajado de la cruz.
Ya a la última viniste:
contempla aquí con piedad
a mi madre la más triste
que jamás veás ni viste
llorando su soledad.
No te asustes, alma mía:
ponte en silencio a escuchar
los lamentos de María,
que sobre la losa fría
del sepulcro va a llorar.
Alma, pues que en mi pasión
me has acompañado fiel,
de tus culpas el perdón
espera, y en salvación
por siempre jamás. Amén.
El Rosario de la Buena Muerte
PRIMER MISTERIO:
La oración de Jesús en el huerto
Por la jornada que hiciste
del cielo al mundo a salvarnos
RESPUESTA:
Dadnos, Señor, buena muerte,
por tu santísima muerte.
Por la humildad y pobreza
con que naciste en Belén.
Por la sangre que vertiste
cuando te circuncidaron.
Por el dulcísimo nombre
de Jesús, que te pusieron.
Por la humildad con que fuiste
en el templo presentado.
Por la abstinencia y ayuno
que en el desierto guardaste.
Por el celo de las almas
con que andabas predicando.
Por la muy solemne entrada
que hiciste en Jerusalén.
Por la Cena del Cordero
que en el Jueves celebraste.
Por lo liberal que fuiste
en darnos tu cuerpo y sangre.
María, Madre de gracia,
Madre de misericordia,
líbranos del enemigo
en nuestra última hora.
SEGUNDO MISTERIO:
Los azotes que Jesús padeció
atado a la columna.
Por la oración que en el huerto
hiciste a tu eterno Padre.
Por el gran sudor de sangre
que en tu cuerpo padeciste.
Por la grande mansedumbre
con que dejaste prenderte
Por la crueldad con que fuiste
por los verdugos atado.
Por el tropel con que fuiste
llevado a casa de Anás.
Por las injurias y oprobios
con que a Caifás te llevaron.
Por la cruel bofetada
que recibiste de Malco.
Por la aflicción con que fuiste
presentado ante Pilatos.
Por los falsos testimonios
que contra ti levantaron.
María, Madre de gracia...
TERCER MISTERIO:
La coronación de espinas.
Por lo ultrajado que fuiste
en la presencia de Herodes.
Por los desprecios que oíste
de este rey y sus privados.
Por la ignominia y desprecio
con que volviste a Pilatos.
Por lo que en esta ida y vuelta
te ultrajaron los soldados.
Por la burla y velamiento
de tus ojos soberanos.
Por los múltiples azotes
que en la columna te dieron.
Por el dolor que pasaste
al coronarte de espinas.
Por los desprecios que viste
siendo sacado al balcón.
Por la sentencia de muerte
que dio contra ti Pilatos.
Por la interior alegría
que con la cruz recibiste.
María, Madre de gracia...
CUARTO MISTERIO:
Jesús con la cruz a cuestas.
Por la fatiga y congoja
que con la cruz padeciste.
Por las caídas que diste
hasta llegar al Calvario.
Por la vergüenza y dolor
que tuviste al desnudarte.
Por el terrible tormento
que tuviste al enclavarte.
Por las blasfemias que oíste
al poner la cruz en alto.
Por la sed que padeciste
en tu boca soberana.
Por la amargura que en ella
dejó la hiel y el vinagre.
Por la promesa que hiciste
del paraíso al ladrón
Por el perdón que pediste
para todos tus contrarios.
Por la aflicción y congojas
que al expirar padeciste
María, Madre de gracia...
QUINTO MISTERIO:
La crucifixión y muerte de Jesús.
Por la llaga que te abrieron
en tu pecho soberano.
Por aquella sangre y agua
que por ella derramaste.
Por las penas y amarguras
de tu santísima Madre.
Por la aflicción que pasó
viéndote muerto en sus brazos.
Por el dolor que sintió
al verte dar sepultura.
Por las angustias y penas
que en su soledad pasó.
Por la muerte y sepultura
y santa resurrección.
Por tu admirable ascensión,
por la gloria que posees.
A la diestra de Dios Padre,
por tu santísima muerte.
Por tu santísima muerte,
danos, Señor, buena muerte.
María, Madre de gracia...
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OFRECIMIENTO DEL ROSARIO DE LA BUENA MUERTE
Este rosario, Jesús, / que ahora hemos rezado,
a vuestras plantas lo ofrezco, / aunque pecador ingrato.
Mas vaya por la Pasión / que pasaste en Jueves Santo;
también Viernes, en la cruz, / te sacaron a lo alto
y te dejaron caer / sobre unos duros peñascos,
donde las llagas y heridas / de nuevo se renovaron.
¡Ay Jesús del alma mía, / quién pudiera contemplarlo!
Yo soy la oveja perdida / que anda por campo vedado
y ahora me vuelvo, Señor, / a recogerme a tu lado.
Por el Padre que por mí quiso / ser muerto y crucificado
y las ánimas benditas, / ofrecemos estos pasos;
y en la gloria celestial, / todos juntos nos veamos. Amén.
El Arado
El arado cantaré, / de piezas le iré formando
Y de la Pasión de Cristo / palabras iré explicando.
La cama seá la cruz, / Cristo la tuvo por cama
No le faltará su luz / al que siguiere su fama.
El dental es el cimiento / que Dios le puso por su mano
Pues tenemos también Dios / remedio de los cristianos.
Las orejeras son dos / Dios las puso por su mano
Que nos han de abrir las puertas / de la gloria que esperamos.
La reja seá la lengua / con que todos le decían
-Válgame Dios de los cielos / y la sagrada María.
La esteva seá el rosal / donde salen los colores
De su vientre virginal / María sacó las flores.
El pescuño que sujeta / todas estas dimensiones
En ellas consideramos / afligidos corazones.
Las belortas son de hierro / donde está todo el gobierno.
Las hitas seán las gotas / de sangre que iba vertiendo.
El timón hace derecho / que así lo pide el arado
Y significa la lanza / que le atravesó el costado.
La clavija que atraviesa / el barreno del timón
Es el clavo de los pies / de Cristo nuestro señor.
El yugo seá el árbol / donde a Cristo le amarraron;
Las coyundas los cordeles / que le maniatan las manos.
Los bueyes son los ladrones / que a Jesús acompañaron
Desde la casa de Anás / derecho al monte Calvario.
El gañán el Cirineo / que a Jesús ha ayudado
A llevar la cruz a cuestas / que es madero muy pesado.
La semilla que derrama / el labrador por el suelo
Que significa la sangre / de aquel divino cordero.
Ya se concluye el arado / de la Pasión de Jesús
Adoremos a María / que nos da su gracia y luz.
La Pasión "1º parte"
DOMINGO DE RAMOS
Jesús, que triunfante entró
Domingo en Jerusalén,
por Mesías se aclamó,
y todo el pueblo en tropel
a recibirle salió.
Con muchos ramos y palmas,
jazmines y violetas,
que sembraban por la tierra;
por donde el Señor pasaba,
se abrían todas las puertas.
Las calles entapizadas
con muchos rasos y sedas,
las capas se las quitaban
tiándolas por la tierra
por donde el Señor pasaba.
Fueron muchos los obsequios
y grandes recibimientos
con nuestro padre amoroso:
Santo, Santo, Rey del cielo,
Santo, repitieron todos.
Y todos en procesión
le siguieron muy contentos;
¿No te causa admiración
que hasta los niños de pecho
alabaran al Señor?
Con sus lenguas tiernecillas
dejándose de mamar
decían: ¡Viva el Mesías!
que nos viene a rescatar
nuestras almas este día.
Con grande triunfo y amor
hasta el templo le llevaron
y las puertas se cerraron,
pero las abrió el Señor;
los judíos se pasmaron.
Dos entradas se le hicieron,
con notable variedad:
el domingo entró con palmas
y volvió el jueves a entrar
con las manos maniatadas.
Por este raro misterio,
dulce Pastor de las almas,
concedednos la victoria
y llevadnos entre palmas
a gozar de eterna gloria.
-.-
LUNES SANTO
Hoy San Juan hace mención
en el capítulo doce,
con exacta narración,
de Lázaro, y se conoce
que es de su resurrección.
Hicieron allí una cena:
Lázaro y Marta asistieron,
y María Magdalena.
Grande contento tuvieron,
libres de dolor y pena.
María, con santo intento,
con devoción prevenida,
de nardo un bote de ungüento
los pies a Jesús ungía
con humilde rendimiento.
Con sus cabellos limpiaba
los pies tiernos al Señor;
grande consuelo gozaba,
y con un cordial amor
con devoción los besaba.
Y Judas, mal parecido
de aquel gasto, así decía:
Lo que gastas bien sé yo,
que para pobres sería
de consuelo; así fingió.
Jesús tranquilo fue a orar
por la gracia arrebatado,
y quiso al fin derramar
su sangre, por rescatar
al hombre de su pecado.
A su padre en la oración
se dirige fervoroso,
pidiendo, de corazón,
del hombre la salvación
con un acento amoroso.
Probó su santa virtud
por culpa de los mortales,
martirizado en la Cruz,
sufriendo horrible inquietud
y tratamientos fatales.
Sus palabras fervorosas
al Eterno dirigidas,
cual plegarias amorosas,
en las regiones gloriosas
fueron al fin atendidas.
Cristiano, si consideras
lo que Jesús padeció
y la salvación esperas,
arrepiéntete de veras
pues por tu culpa murió.
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MARTES SANTO
Martes Santo, se juntaron
en la casa de Caifás
la Sinagoga malvada,
y a Jesús, sin más ni más,
darle muerte intentaban.
Allí todos contestaron:
Se merecía la muerte.
Varios juicios se formaron,
y por fin de aquesta suerte:
¡Que muera Jesús!, clamaron.
Dice uno: A la verdad,
mi parecer es que muera,
porque predicando está,
y nuestra ley verdadera
pronto la derribará.
Otro dice: No tardarse:
que muera según la ley
que la doctrina que esparce
prohibe al César ser rey
y El por rey quiere ensalzarse.
Otro dice con porfía:
Que muera es mi parecer,
porque predicó estos días,
queriendo hacernos creer
que es verdadero el Mesías.
Por fin todos a una vez
prorrumpieron: ¡Muera, muera!
¿Qué cometiste, mi Dios,
contra esa gente tan fiera,
que todos son contra vos?
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MIERCOLES SANTO
Miércoles Santo, salió
Judas, con falsos intentos;
casa de Caifás entró
y junto a los fariseos,
de esta suerte les habló.
Príncipes, ¿qué es lo que hacéis?
¿estáis de Jesús tratando,
de cómo le prenderéis?
Yo le pondré en vuestras manos,
si algo me prometéis.
Y si no le conocéis
una señal también dejo
para que sepáis quién es:
Aquel a quien yo dé un beso
es el que habéis de prender.
No penséis que esto es engaño:
de mi maestro maldigo,
boca, lengua, pies y manos.
Respondió el falso concilio,
treinta dineros te damos.
Dice Judas muy contento:
Pero tengo algún recelo
y mi alma se me inquieta,
que juntos mis compañeros
me han de dar la muerte adversa.
Judas, no tengas temor,
así todos respondieron,
que soldados de valor
bien armados te daremos
para prender al traidor.
Fue donde estaba la Virgen
y con una risa falsa
le dice: ¿De qué te afliges,
si conmigo sólo basta
para que tu hijo se libre?
De gozo que recibió
aquella Virgen sagrada,
de cenar muy bien le dio;
fue la cena tan colmada
que en nada falta le halló.
¡Oh Judas, falso traidor!,
tú pagarás el pecado
de haber vendido al Señor,
en quien todos confiamos
que nos dé su salvación.
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JUEVES SANTO: EL LAVATORIO
¡Cuán humilde y amoroso
tomó una blanca toalla
el Señor, y puesta al hombro,
una bacía con agua,
para hacer el lavatorio!
Púsose a los pies de Pedro
el Señor para lavarlos;
al punto arrojóse al suelo
diciendo: Maestro amado,
eso yo no lo consiento.
Eso de lavar los pies
para mí, Señor, se queda;
soy un pobre pescador
que vengo de baja esfera,
mas Vos sois mi Redentor.
Vos sois un Señor muy grande,
y yo, cual vil gusanillo,
primero prefieron que antes
sea de fieras comido
que consentir que me laves.
Le miró el Señor y dijo:
Si no te dejas lavar
no me tendás por amigo
ni menos podás gozar
del eterno paraiso.
Al punto arrójase al agua
diciendo: Lava mis pies
y todo mi cuerpo lava,
Señor, aquí me tenéis,
vuestra voluntad se haga.
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JUEVES SANTO: LA EUCARISTIA
Jueves por la noche fue
cuando Cristo, enamorado,
con todo el pecho abrasado,
quiso darnos a comer
su Cuerpo Sacramentado.
Sentóse Cristo a la mesa
con todo el apostolado;
tomó con su mano diestra
un pan, y fue consagrado,
y a todos lo repartiera.
Pero aquel manso Cordero,
con todo el poder y gracia,
quiso darnos por entero
su glorioso cuerpo y alma,
mas le dio a Judas primero.
Antes de haber comulgado,
a todos los pies lavó;
también a Judas malvado
un sermón le predicó,
mas poco le ha aprovechado.
Judas desoyó el sermón,
pues ya tenía tratado
la venta de su Señor
con el Senado inhumano
para darle muerte atroz.
Salióse desesperado
y marchó a Jerusalén
diciendo al pueblo malvado:
Salid, salid y prended
a mi maestro el falsario.
¡Oh Judas! falso traidor,
tu pecho la infamia abriga;
entregas al Creador
a gente vil y lasciva
sin usar de compasión.
Entró el Señor en el huerto
a orar a su Eterno Padre;
alzó los ojos al cielo,
sudó raudales de sangre,
afligido y sin consuelo.
Por vuestra santa oración,
digna de eterna memoria,
que nos queáis perdonar
y nos llevéis a gozar
con los Santos a la gloria.
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JUEVES SANTO: LA ORACIÓN EN EL HUERTO
Así que la majestad
de Cristo al huerto llegó,
luego a los suyos llamó,
y con profunda humildad,
de esta suerte les habló:
¡Velad y orad con cuidado¡.
Y a la oración se partió
y de fatigas cercado,
gotas de sangre sudó
afligido y angustiado.
Sudaba tan reciamente,
que el cuerpo se le cubrió;
el suelo en sangre regó
y postrado humildemente,
a su Padre Eterno oró:
¡Oh padre mío, decía,
si cosa posible fuera
que aquel cáliz de agonía
no gustara ni bebiera,
porque mucho me afligía!
Por vuestra santa oración,
digna de eterna memoria,
que nos queáis perdonar
y llevarnos a gozar
con los santos a la gloria.
Considera, alma cristiana,
en la pasión del Señor,
que ayunó cuarenta días
y después de esto murió
sólo por darnos la vida.
-.-
JUEVES SANTO: EL PRENDIMIENTO
Estando el Rey celestial
en el huerto en oración,
llegó Judas infernal
con su lucido escuadrón,
siendo de ellos capitán.
Entraron con gran silencio
al huerto en Getsemaní,
salióles Cristo al encuentro,
¿A quién buscáis, gente vil?
Así todos respondieron:
Buscamos al Nazareno.
Díjoles luego: Yo soy.
Al punto todos cayeron
en pasmosa confusión
como muertos en el suelo.
Luego el Señor, al instante,
dio licencia al escuadrón
para que se levantasen,
y con gran indignación
le embistieron con los sables.
Con rabia, ensoberbecidos,
le dieron fuertes puñadas;
San Pedro que aquesto vido,
sacó su arrogante espada
con un ánimo atrevido.
A un sayón cortó una oreja;
dijo el Señor: Tente, Pedro,
que si defensa quisiera
ángeles tengo en el cielo
que a defenderme vinieran.
Pero es preciso morir
y que derramen mi sangre
para el mundo redimir,
que si yo quisiera huir
el poder tengo bastante.
Jueves Santo, Jueves Santo
Jueves santo, jueves santo / tres días antes de Pascua
Cuando el redentor del mundo / a sus discípulos llama.
Les llamaba de uno en uno / de dos en dos se juntaban
Y les convidó a cenar / en una mesa sagrada.
Su cuerpo puso por pan / su sangre por vino y agua
Y acabados de cenar / les dijo en estas palabras:
-¿Quién de vosotros queréis / morir por un Dios mañana?
Miándose unos a otros / ninguno respuesta daban,
Todos se quedan atentos / todos les tiembla la barba
Y al que barba no tenía / la color se le mudaba.
Allí habló San Juan Bautista / predicador de montaña:
-Yo por un Dios moriré / antes hoy que no mañana.
La mi muerte por la suya / creo que no valga nada
Y la suya por la mía / no nos seá perdonada.
El viernes por la mañana / Jesucristo caminaba
Descalzo iba por la nieve / rastro de sangre dejaba.
Por el rastro de la sangre / que el rey de cielos derrama
Camina la Virgen pura / con San Juan en su compaña.
En el medio del camino / una mujer encontraban
Y le pregunta la Virgen / con grande fatiga y ansia:
-¿Viste por aquí a mi hijo / al hijo de mis entrañas?
-Sí señora, sí le he visto / antes que el gallo cantara
con los grillos en los pies / y una soga a la garganta
y una corona de espinas / que el cerebro le traspasa.
Si no lo queréis creer / vuelva para atrás la cara
Veá la imagen divina / que da lástima mirarla.
Con el paño de mis tocas / a Cristo limpié la cara
Tres dobles tenía el paño / todos tres los traspasaba.
La Pasión "2º parte"
VIERNES SANTO
Viernes Santo, ¡qué dolor!
expiró crucificado
Cristo, nuestro Redentor,
mas antes dijo angustiado
siete palabras de amor.
La primera fue rogar
por sus propios enemigos.
¡Oh caridad sin igual
que, los que fueron testigos,
mucho les hizo admirar!
La segunda, un ladrón hizo
su petición especial,
la que Jesús satisfizo
diciéndole: Hoy seás
conmigo en el paraíso.
A su madre la tercera
palabra le dirigió
diciéndola recibiera
por hijo a Juan; y añadió
que por madre la tuviera.
La cuarta, a su Padre amado
dice con afecto pío
viéndose tan angustiado,
dijo dos veces: Dios mío,
¿Por qué me has desamparado?
La quinta, estaba sediento
por estar tan angustiado;
dijo casi sin aliento:
Sed tengo, allí le fue dado
hiel y vinagre al momento.
La sexta, habiendo acabado
y plenamente cumplido
todo lo profetizado,
dijo muy enternecido:
Ya está todo consumado.
La séptima, con fervor
su espíritu entrega en manos
de su Padre con amor.
De esta manera, cristianos,
murió nuestro Redentor.
Los más dulces esposos
Los dos más dulces esposos, / los dos más tiernos amantes,
los mejores, Madre e hijo / porque son Cristo y su Madre,
tiernamente se despiden / tanto, que en sólo mirarse
parece que entre los dos / se están repartiendo el cáliz.
-Hijo, le dice la Virgen, / ¡ay, si pudiera excusarte
esta llorosa partida / que las entrañas me parte!
A morir vas, Hijo mío, / por el hombre que criasteis,
que ofensas hechas a Dios / sólo Dios las satisface.
No se diá por el hombre / ¡quien tal hizo que tal pague¡,
pues que Vos pagáis por él / el precio de vuestra sangre.
Dejadme, dulce Jesús, / que mil veces os abrace
porque me deis fortaleza / que a tantos dolores baste.
Para llevaros a Egipto / hubo quien me acompañase,
mas para quedar sin Vos, / ¿quién dejáis que me acompañe?
Aunque un ángel me dejáseis / no es posible consolarme,
que ausencia de un Hijo Dios / no puede suplir un ángel.
Siento yo vuestros azotes / porque vuestra tierna carne
como es hecha de la mía / hace también que me alcance.
Vuestra cruz llevo en los hombros / y hay que pasar adelante
pues si a los vuestros aliento / aunque soy vuestra, soy madre.
Mirando Cristo a María / las lágrimas venerables,
a la emperatriz del cielo / responde palabras tales:
-Dulcísima Madre mía, / Vos y yo, dolor tan grande
dos veces lo padecemos / pues lo padecemos antes.
Con Vos quedo aunque me voy / que no es posible apartarse
por muerte ni por ausencia / tan verdaderos amantes.
Yo siento, más que mi muerte, / el ver que el dolor os mate,
que el sentirlo o padecerlo / en mí son penas iguales.
Madre, yo voy a morir / porque ya mi Eterno Padre
tiene dada la sentencia / contra mí que soy su imagen.
Por el más errado esclavo / que ha visto el mundo ni cabe,
quiere que muera su Hijo: / Obedecerle es amarle.
Para morir he nacido; / El ordenó que bajase
de sus entrañas paternas / a las vuestras virginales.
Con humildad y paciencia / hasta la muerte he de hallarme;
la cruz me espera, señora / consuéleos Dios. Abrazadme.
Contempla a Cristo y María, / alma, en tantas soledades,
que ella se queda sin Hijo / y él sin su Madre se parte.
Llega y dile: Virgen pura, / ¿queréis que os acompañe?,
que si te quedas con ella / el cielo puede envidiarte.
Despedida de la Virgen a Jesús
Oye, alma, la tristeza
Y la amarga despedida
que la Madre de pureza
hizo de Jesús, su vida,
postrada ante su grandeza.
Contempla cuán dolorida
nuestra Madre soberana
llorando se despedía
del hijo de sus entrañas
y de esta suerte decía.
-Adiós, lucero inmortal,
adiós, lumbre de mis ojos,
que me dejas cual rosal
entre espinas y entre abrojos
en una pena mortal.
Adiós, Jesús amoroso
adiós, luz del día clara
adiós, celestial esposo,
de mi virginidad palma
de mi vientre fruto hermoso.
Hijo, que a morir te vas
adiós, fin de mis suspiros,
ya no te veré jamás,
pues nací para serviros
y para penar, no más.
Hijo, si en amargo llanto
se queda mi corazón,
sufra yo el duro quebranto
de mi triste situación
con paciencia y dolor santo.
De dolor acongojada
quedó la Virgen María,
pero un tanto recobrada.
Y exclamó con energía
en su alma dolorida:
Dejarte no puede ser,
aunque no tenga valor.
Soy Madre y soy mujer
y moriré por tu amor
si me dejas escoger.
Señor mío Jesucristo
Señor mío Jesucristo, / sacramento del altar,
en el cielo resplandece / vuestra santa humanidad
alabado para siempre.
Hoy se dispone Jesús, / el inocente cordero
sólo para darnos luz / le cargan con el madero
tan pesado, de la cruz.
Ya llegó al sitio Jesús / donde está la cruz amada
y en sus hombros, con dolor, / se le carga. Y tú con nada
ayudas al Redentor.
Una túnica morada / va vestido por tu amor,
va siguiendo la jornada, / alma, que estás sin temor
a todo vicio inclinada.
Mira el cerebro sagrado / cuál le tiene, y no imaginas
que ese tu vicio malvado / le ha coronado de espinas.
Alma, llora tu pecado.
A su frente delicada, / si con atención la miras,
la veás tan lastimada / con setenta y dos espinas
que la tienen traspasada.
Mira sus ojos cual lirios / les tiene de tan morados,
que su sangre son dos ríos / ¿No es mucho tener clisados,
cárdenos y entristecidos?
Mira su rostro, qué hermoso, / cuál le tiene con saliva,
como si fuera alevoso, / la gente desconocida.
Alma, llora por tu esposo.
Mira sus sacras mejillas / que al sol y luna oscurecen,
cuál están descoloridas / de lo que por ti padecen.
Alma, tú siempre le olvidas.
Mira sus dientes, qué fijos / les tiene todo tu bien,
qué de golpes promovidos. / ¿Quién seá la causa, quién?
Mis delitos cometidos.
Mira su hermosa garganta, / que lleva tu salvador
una soga que anudanta, / atada con tal rigor,
que hasta las piedras espanta.
Mira, alma, de qué suerte / lleva tu amado a los hombros
con un madero tan fuerte / que a ti no te causa asombro
y a Cristo le causa muerte.
Si le miras a la espalda, / veás al cuerpo divino
le han tratado con crueldad, / con espinas y martirios
las gentes de Barrabás.
Si le miras al costado, / mírale con devoción
la lanzada que le han dado / hasta el mismo corazón
nuestras culpas y pecados.
Si le miras a las manos / bien puedes considerar
que a Cristo, por los humanos, / le vinieron a quitar
la vida entre duros clavos.
Si le miras a los pies, / veás dos llagas que al alma
le dan salud, y después / triunfan con gracia y con palmas
sólo por ser Dios quien es.
Estaba al pie de la Cruz
Estaba al pie de la cruz
la Madre de gracia hermosa
afligida y dolorosa,
viendo pendiente a Jesús.
Agudo y cruel puñal
hiere a la madre doliente;
de tristezas un torrente
da su pecho virginal.
¡La aflicción cuán grande fue,
de nuestra Madre bendita!
¡Cuán terrible fue su cuita!
¿Cómo triste no estaré?
Al ver al Hijo de Dios
sufriendo pena tan dura,
fue muy grande su amargura,
fue terrible su dolor.
Si algún hombre el gran pesar
de esta madre hubiera visto,
al pie de la cruz de Cristo,
¿Qué hiciera, sino llorar?
¿Quién podría no sentir
aquel dolor tan prolijo?
¡Cuánta pena con el Hijo
la Madre debió sufrir!
Procesión del Encuentro
Buenos días, Virgen pura,
Madre del Divino Verbo:
¿Qué haces ahí, en esa calle,
cubierta de velo negro?
- Voy en busca de mi Hijo,
que me han dicho que es muy cierto
que resucitó glorioso
y creo estará en el templo.
Testigos somos nosotros
que Cristo resucitó,
pues así nos lo ha anunciado
aquel Angel del Señor.
Regocíjate, María,
y alégrate el corazón,
y alégrese todo el mundo
de su gran resurrección.
Hoy, domingo, de mañana,
del monumento salió,
tan alegre y tan gozoso
como aquel que no murió.
Alegra, Señora, el paso,
que reconozco sin duda
te has de encontrar con tu Hijo
en la calle la dulzura.
Contened, Dios amoroso
nuestra excesiva alegría,
para poder comprender
el misterio de este día.
Mil parabienes os damos,
oh María, en este instante,
por haberos encontrado
con vuestro Hijo triunfante.
Ya se cumplió la palabra
que al tiempo de morir Dios
se estremecieron los guardias
y el muerto resucitó.
Quítate ese manto negro
y revístete de gala,
que resucitó glorioso
el que tú muerto llorabas.
Quítate ese velo negro,
que es vestimenta de viuda,
que en un canto tan amargo,
nunca faltará dulzura.
El dolor de vuestra Madre
conviértase en alegría,
por haber resucitado
dentro del tercero día.
A todos cuantos hallabas
preguntabas, afligida,
si acaso habían hallado
a aquel Hijo de tu vida.
Ninguno te satisface,
sólo aquellas tres Marías
que apenas rayaba el alba,
del sepulcro ya venían.
Ya pasaron vuestras penas
y toda vuestra amargura,
ya todo seá placer
y eternamente dulzura.
Resuciten nuestras almas,
que hasta aquí estaban dormidas,
y el parabien demos todos
a nuestra Madre María.
Canten todos ¡aleluya!,
en este feliz encuentro;
canten: ¡Te, Deum, laudamus¡,
con ¡Gloria in excelsis Deo¡.
Albricias
¡Oh, qué mañana de Pascua
ha amanecido, señores!
Y la reina de los cielos
por el campo tira flores.
Recibe, Jesús amante,
nuestros tiernos sentimientos,
pues por eso hoy de mañana
te salimos al encuentro.
El dolor de vuestra Madre
conviértase en alegría
por haber resucitado
dentro del tercero día.
Alarga, María, el paso,
que reconozco, sin duda,
te encontrarás con tu Hijo
en la calle la Amargura.
Ya se cumplió la palabra
que antes de morir nos dio:
se estremecieron los guardias
y el muerto resucitó.
Contened, Madre amorosa,
nuestra excesiva alegría
para poder celebrar
el misterio de este día.
Mil parabienes os damos,
gloriosa sin semejante,
por haberos encontrado
con vuestro Hijo triunfante.
Ya cesaron vuestras penas
y toda vuestra amargura,
y todo seá placer
y eternamente dulzura.
Quita, María, ese manto,
y revístete de gala,
que viene resplandeciente
el que tú muerto llorabas.
Hoy, Domingo, de mañana
del monumento salió
tan alegre y tan gozoso
como el que nunca murió.
Ya cruzabas, pues, las calles
de aquella ingrata ciudad,
anegada en sentimiento
y en profunda soledad.
Ninguno te satisface
sino aquellas tres Marías
que, apenas rayaba el alba,
del sepulcro ya venían.
Brillante y lleno de gloria
luego se te apareció
a consolarte en tus penas
y a calmar tu gran dolor.
Regocíjate, María,
y alégrate el corazón,
y alégrese todo el mundo
de su gran resurrección.
Pero no mires el precio,
mira nuestra redención,
por la que tanto anhelaba
y ardía tu corazón.
Resuciten nuestras almas,
que hasta aquí estaban dormidas
y quiera Dios, desde ahora,
quedemos arrepentidas.
Camina con Dios, María,
camina gozosa el templo,
que nosotras, doncellitas,
vamos en su seguimiento.
A todos cuantos hallabas
preguntabas afligida
si acaso habían hallado
a aquel Hijo de tu vida.
Testigos somos, te dicen,
que Cristo resucitó,
porque un ángel del cielo
así nos lo anunció.
Ya he triunfado, madre mía,
te dice con gran amor,
de la muerte y del infierno
mi pena ya terminó.
Ya abrió las puertas del cielo
que el pecado nos cerró,
porque es cierto, Madre mía,
que bien caro te costó.
Pedid, Madre venturosa,
por nosotros, miserables,
para que resucitemos
de nuestras culpas mortales.
Y todos los que con gusto
escuchan nuestros acentos,
allá también nos escuches
gozando de tus portentos.
Hombres, niños y mujeres
que presentes han estado,
pidamos al Niño Dios
nos perdone los pecados.
Buenas Pascuas, buenas pascuas
tengan todos los presentes,
y el Señor Cura el primero,
porque bien se lo merece.
Viernes Santo, ¡qué dolor!
expiró crucificado
Cristo, nuestro Redentor,
más antes dijo angustiado
siete palabras de amor.
La primera fue rogar
por sus propios enemigos.
¡Oh caridad sin igual
que, los que fueron testigos,
mucho les hizo admirar!
La segunda, un ladrón hizo
su petición especial,
la que Jesús satisfizo
diciéndole: Hoy serás
conmigo en el paraíso.
A su madre la tercera
palabra le dirigió
diciéndola recibiera
por hijo a Juan; y añadió
que por madre la tuviera.
La cuarta, a su Padre amado
dice con afecto pío
viéndose tan angustiado,
dijo dos veces: Dios mío,
¿Por qué me has desamparado?
La quinta, estaba sediento
por estar tan angustiado;
dijo casi sin aliento:
Sed tengo, allí le fue dado
hiel y vinagre al momento.
La sexta, habiendo acabado
y plenamente cumplido
todo lo profetizado,
dijo muy enternecido:
Ya está todo consumado.
La séptima, con fervor
su espíritu entrega en manos
de su Padre con amor.
De esta manera, cristianos,
murió nuestro Redentor.