Estaba una señorita sentadita en su balcón
que que con el oritín, que que con el oritón
sentadita en su balcón.
Esperando que pasara el segunto batallón.
Pasó por allí un soldado de muy mala condición.
- Suba, suba, caballero, dormiá una noche o dos.
Mi marido está de caza en los montes de León,
y para que no regrese, le echaré una maldición:
que se caiga del caballo y muera sin confesión.
Estando en estas palabras, el maridito llegó.
- Abreme la puerta luna, ábreme la puerta sol,
que te traigo un conejito de los montes de León.
Bajaba por la escalera, cambiadita de color.
Al entrar en el portal, el marido preguntó:
¿De quién es aquella capa que en mi percha veo yo?
- Tuya, tuya, maridito, que te la he comprado yo.
- ¿De quién es aquel sombrero que en mi percha veo yo?
- Tuyo, tuyo, maridito, que te lo he comprado yo.
Se fueron para la cama, y una cabeza encontró.
- ¿De quién es esa cabeza que en mi cama veo yo?
- Del niño de la vecina que en mis brazos se durmió.
- Caramba con el chiquillo, tiene barba como yo.
Le cogió por la cabeza le tiró por el balcón.
En sevilla un sevillano siete hijas le dió Dios;
todas siete fueron hembras y ninguno fué varón.
A la más chiquita de ellas le llevó la inclinación
de ir a servir a la guerra vestidita de varón.
Al montar en el caballo la espada se le cayó,
por decir maldita sea, dijo: Maldita sea yo.
El rey que lo estaba oyendo de amores se cautivó:
- Madre, los ojos de Marcos son de hembra no de varón.
- Convídala tú, hijo mío, a los ríos a nadar
que si ella fuese hembra no se querrá desnudar.
Toditos los caballeros se empiezan a desnudar.
y el caballero Don Marcos se ha retirado a llorar.
- ¿Porqué llora usted Don Marcos? .- Porque debo de llorar,
por n falso testimonio que me quieren levantar.
- No llores alma querida, no llores mi corazón
que eso que tú tanto sientes eso lo deseo yo.
En Madrid hay un palacio que le llaman de oropel
y en él vive una señora que la llaman Isabel.
No la quieren dar sus padres a ningún conde o marqués
por más dinero que cuentesn tres contadores al mes.
Una noche muy oscura, al juego del alfiler
la ha ganado un bello mozo, bello mozo aragonés.
Para casarse con ella mató a sus hermanos tres
mató a su padre y a su madre, y luego con ella fué.
En el medio del camino llora la niña Isabel
- ¿Porqué lloras niña mía, porqué lloras Isabel?
Si lloras por tus hermanos, por tus hermanitos tres,
a tu padre y a tu madre también muertos los dejé.
- No lloro por mis hermanos, por mis hermanitos tres,
que lloro por el puñal de oro que quiero que me le des.
- Dime para que le quieres dime como y para que.
-Para partir una pera que vengo muerta de sed.
Se lo ha dado del derecho lo ha cogido del revés.
- Si tú mataste a mis padres, yo también te mataré.
Por la montañita arriba camina la serranilla
conla falda arregazada y la nieve a la rodilla.
La nieve caía a copos y agua menudita y fría.
Con el pie pisa la nieve, con el zapato la trilla.
Echó la vista hacia atrás por ver si alguno venía;
la estaba viendo un galán de los que la pretendían.
La niña de que le vió, dejó de andar y corría;
mucho corría el caballero, pero más corría la niña.
Donde la vino a alcanzar, al pie de la verde oliva,
la oliva como era amarga, amargamente decía.
- ¿Dónde va la niña blanca, dónde va la blanca niña?
- Voy a bodas de mi hermano que casarse pretendía.
- Si tú me quieres a mi yo iría en tu compañía.
- Yo no te quería a tí, que mis padres no querían;
no me quites el honor, aunque me quites la vida.
- Te he de quitar el honor, no te he de quitar la vida.
Estando en estas palabras el puñal se le caía,
la serrana que no es torpe con su mano le cogía.
Se le clavó por la espalda, a un costado le salía,
con las ansias de la muerte estas palabras decía:
- No te vayas alabando ni en tu tierra ni en la mía
que has dado muerte a un galán con las armas que él traía.
Se le cogío en el caballo, sube montañas arriba
donde había un ermitaño ganando su santa vida.
- Por Dios te pido ermitaño, por Dios te lo pediría
que me dejes enterrar un cuerpo que aquí traía.
- Entiérrale niña blanca, entiérrale blanca niña.
Con el puñal dorado, la sepultura le hacía.
Allá arriba y allá arriba contra raya de Navarra
Jesucristo anda pidiendo y en traje de pobre andaba.
A pedir una limosna se ha acercado a una posada
- Por Dios te pido mozuela, por Dios una jarra de agua.
La buena de la mozuela coge la jarra y se marcha
y grita la posadera: - ¿Dónde vas con esa jarra?
- Voy a dar agua a aquel pobre; sentado a su puerta estaba.
- No quiero que beba el pobre en las vasijas de casa
que beba en los sus pucheros que estarán llenos de sarna.
Se ha marchado de allí el pobre y a otra puerta se acercaba.
- Deo gratias, dice a las puertas; le responden: - A Dios dadas.
Un bueno de labrador pronto llamó a su criada:
- Baja limosna a este pobre y ponle la mesa blanca.
El pan se convierte en flores, las fuentes todas de plata
los garbanzos brillos de oro que fuera del plato saltan.
El bueno del labrador de puro gozo lloraba
- ¿Cuando me habrá visto yo, mejor visita en su casa
siendo yo el peor del mundo que por estas tierras se halla?
Ya se ausenta de allí el pobre, por las calles caminaba
y en el medio del camino con dos arrieros se halla.
- Dadme una limosna hermanos, mirad que el cielo lo paga.
- Perdone por Dios el pobre, bien sabe Dios que no hay nada.
Ponte pobre en este macho y hasta la primer posada,
Ya llegaron al mesón y meten dentro las cargas.
- Pobre te he dicho otra vez que aquí no te doy posada,
aunque a mi Dios ofendiera nos ha de dormir en mi casa.
Le cogieron los arrieros le llevan para la cuadra.
- Toma, pobre, cena esto; si quieres vete a por agua
que vino no lo tenemos que el caudal no nos alcanza.
Aquella mala mujer, su mala intención pagara,
por encima de las peñas los demonios la llevaban.
Por el aire iba diciendo: - Ay de mi, que desgraciada;
que condenada me veo solo por un jarro de agua
que no quise dar a Cristo que en traje de pobre andaba.
A eso de la media noche, cuando los gallos cantan,
Don Carlos de mal de amores no podía sosegar.
Aprisa pide el caballo aprisa pide el calzar;
si muy deprisa lo pide, más aprisa se lo dan.
Se ha cogido su caballo y hacia el palacio se va,
por la calle de Doña Clara fué el caballo a relinchar;
esto que oyó Doña Clara se ha asomado a la ventana:
- Que furor lleva Don Carlos pa con moros pelear.
- Más furor llevo Señora, pa con damas platicar.
Se liaron en palabras, se fueron bajo el rosal
y el escudero parlero, él escuchándolo está.
- Por Dios pido al escudero, por Dios y por caridad
desto que usted haya visto, no quiera decir verdad.
El escudero parlero no lo ha querido callar
y a la entrada del palacio con el rey se fué a encontrar:
- Que su hija Doña Clara debajo el rosal está.
- Si lo dijeras callando bien te lo habría de pagar
pero me lo has dicho a voces; te voy a mandar quemar.
En busca de Doña Clara, el rey al palacio va.
Dímelo tú, Clara Niña, no me niegues la verdad:
Eso que tu cuerpo tiene, ¿a que padre lo has de dar?
- Yo a Don Carlos, a Don Carlos, Don Carlos de Montealvar.
- Dímelo tú, Clara Niña dime, dime la verdad,
mira que si no la dices te voy a mandar quemar.
- Si yo tuviera un sobrino... a cuantos he dado el pan-
que me llevara esta carta a Don Carlos de Montealvar.
- Démela usté a mi, mi tia, que yo se la iré a llevar.
Por donde le ve la gente, muy despacito se va,
por donde no le ve nadie, no es correr, que eso es volar.
Al entrar en el palacio, al Conde se fué a encontrar.
- Buenos días mi buen Conde y los que con él están,
les señor esta carta, la carta se lo dirá.
Cogió la carta y leyó; desmayado cayó atrás
y luego que volvió en si el punto manda ensillar.
- Aprisita, mis criados, aprisa y no de vagar.
Ha salido del palacio, para el convento se va;
dejó el hábito de Conde y el de fraile fué a tomar.
A la entrada del palacio con el rey se fué a encontrar.
- Buenos días mi buen rey, y los que con él están,
esa hija que usted tiene la querría confesar.
- De curas, también de frailes, bien confesadita va.
- Si eso ya lo hizo, buen rey, se querrá reconciliar.
La agarró de las muñecas, la llevó al pie del altar.
- Dímelo tú, Clara Niña, no me niegues la verdad
lo que tienes en tu cuerpo ¿a que padre lo has de dar?
- Yo a Don Carlos, a Don Carlos, Don Carlos de Montealvar,
pero ¿como ha de ser eso, si a cien leguas de aquí está?
- Alegría Doña Clara, alegría , no pesar,
que te tiene las muñecas Don Carlos de Montealvar.
La ha subido a su caballo, por la hoguera fué a pasar:
- Que quemen perros en ella que a esta no la queman ya,
case usted las demás hijas, que esta bien casada va,
que se la lleva Don Carlos, Don Carlos de Montealvar.
Por las calles de Madrid, va un caballero a la iglesia
más va por ver a las damas que por oir las completas.
Se ha acercado allí a un difunto que está en imagen de piedra
le ha agarrado de la barba y le dice de esta manera:
- No te acuerdas capitán, cuando estabas en la guerra
gobernando mil batallas, gobernando a tus banderas?
Yo te convido esta noche a sentarte a la mi mesa.
El difunto que no duerme en olvido no lo echa.
A eso de la media noche llega el difunto a la puerta
Y le baja a responder un criado de la mesa.
- Criado, dile a tu amo, que el convidado de piedra
que convidó a San Francisco viene a cumplir la promesa.
Le han acercado una silla para que se siente en ella.
Hace que come y no come, hace que cena y no cena.
- Yo te convido mañana a cenar a la mi mesa.
El caballero asustado, al confesor le da cuenta.
El confesor le responde: Hijo comulga y confiesa
y lleva este relicario que te sirva de defensa.
Al toque de la oración, va el caballero a la iglesia
ve dos luces encendidas y una sepultura abierta.
- Arrímate, caballero, arrímate acá, no temas,
tengo licencia de Dios de hacer de ti lo que quiera.
Si no es por el relicario que traes para tu defensa
te había de enterrar vivo aunque Dios vida te diera,
porque otra vez no te burles de los santos de la iglesia.
Un caballero en Madrid tenía una noble criada
era tan leal y bonita, que de ella se enamoraba.
Rendido la perseguía, andaba de sala en sala;
dale lugar un noche para marcharse de casa.
Otro día a la mañana, la su mujer se levanta:
- Levántate ya Don Diego, que se marchó la criada,
nos ha llevado el dinero y el talego de la plata.
Aparéjate el caballo, te marcharás a buscarla,
le quitarás el dinero; otro daño no la hagas.
En el medio del camino al amo ya le pesaba:
- Oh río como no creces; oh fuente como no manas.
Doña Ura que lo ha oído se ha ocultado entre unas ramas.
- Si tú te dieras a mi, serías a ma en mi casa,
tú serías mi mujer y mi mujer tu criada.
- No quiero que por mi sea la su mujer mal casada
no quiero que los criados a mi me llamaran ama,
ni quiero que mi familia por mi sea deshonrada.
- Entonces métete monja del convento Santa Clara.
- Eso si que lo haré yo, porque a eso estoy obligada.
El sábado puso el paño, el domingo cayó mala,
el lunes ya se murió y el martes ya la enterraban.
Las campanas del país desde muy lejos se oían,
unos dicen quién será y otros dicen quién sería.
Es el alma de doña Ura que para el cielo subía.
-Gerineldo, Gerineldo, Gerineldito pulido
quién estuviera esta noche, sólo dos horas contigo.
- Como soy vuestro criado, señora burláis conmigo.
- No me burlo Gerineldo, que de veras te lo digo.
- ¿A qué hora la mi señora, me tendá abierto el castillo?
- Entre las once y las doce cuando el rey se haya dormido.
A eso de las once y media, Gerineldo va al castillo.
- ¿Quién seá ese caballero que a mi puerta dio un suspiro?
- Gerineldo soy, señora que vengo a lo prometido.
Baja la dama en enaguas, abre puertas y postigos.
- Con un postigo que abra, cabe mi cuerpo pulido.
Se metieron en la cama como mujer y marido,
y antes del gallo cantar, los dos se quedan dormidos.
Cuando se despierta el rey, despierta despavorido.
- O me fuerzan a la hija, o me roban el castillo.
Coge la espada en su mano y se va para el retiro,
y se encuentra allí a los dos como mujer y marido.
- Si mato a mi hija la infanta, queda mi reino perdido,
y si mato a Gerineldo le mato muy joven niño.
Meto la espada entre medias, porque sirva de testigo.
- Despiértate, Gerineldo, despierta si estás dormido,
que la espada de mi padre entre los dos ha dormido.
Ya se viste Gerineldo, ya se va para el retiro
y al bajar por la escalera, el rey, su amo, le ha visto.
¿Dónde vienes Gerineldo, que vienes descolorido?
- Vengo del jardín señor, que está florecido y lindo;
con el olor de las flores, los colores se me han ido.
- No has prevenido muy mal para ser tan tieno niño.
- Máteme el rey mi señor, que lo tengo merecido.
- Si te quisiera matar, harto lugar he tenido.
El castigo que te doy, -no te doy otro castigo-
que ella sea tu mujer y tú seas su marido.
Madrugaba el Conde Olinos mañanita de San Juan
a dar agua a su caballo a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe canta un hermoso cantar
las aves que iban volando, se paraban a escuchar:
Bebe, mi caballo, bebe. Dios te me libre de mal
de los vientos de la tierra y de las furias del mar.
La reina desde la torre escuchaba este cantar
- Mira, hija como canta la sirena de la mar.
- No es la sirenita madre que esa tiene otro cantar
es la voz del Conde Olinos que me canta a mí un cantar.
- Si es la voz del Conde Olinos, yo lo mandaré matar
que para casar contigo le falta la sangre real.
- No le mande matar madre no le mande usted matar
que si mata al Conde Olinos a mí la muerte me da.
Guardias mandaba la reina al Conde Olinos buscar
que le maten a lanzadas y echen su cuerpo a la mar.
La infantina con gran pena no dejaba de llorar,
él murió a la medianoche y ella a los gallos cantar.
A ella como hija de reyes la entierran en el altar
y a él como hijo de condes cuatro pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco, de él nació un espino alvar
crece el uno crece el otro los dos se van a juntar.
La reina llena de envidia ambos los mandó cortar
el galán que los cortaba no dejaba de llorar.
De ella naciera una garza, de él un fuerte gavilán,
juntos vuelan por el cielo, juntos se van a posar.