La biblioteca del músico y etnógrafo Joaquín Díaz, que se conserva en la Fundación que lleva su nombre en Urueña, alberga una de las colecciones más completas existentes en España de libros y folletos relacionados con las expresiones populares y su difusión en la Península Ibérica. A través de 26.000 libros, 6.000 pliegos de cordel, 4.000 estampas, 3.000 partituras y 2.500 grabados procedentes de publicaciones o colecciones calcográficas se puede rastrear una rica realidad bibliográfica relacionada con las múltiples facetas de la antropología cultural y social española.
Entre los temas musicales que todavía abundan en el repertorio de las personas que han superado los 50 años, están determinados fragmentos de Zarzuelas del siglo XIX y comienzos del XX cuya popularidad sobrepasó el ámbito reducido de la escena para introducirse con todo derecho dentro de esa caja de luces y sombras que es el repertorio tradicional. Esta predilección por melodías procedentes de la llamada ópera española venía de lejos y estaba justificada. La Zarzuela como género nació en el siglo XVII, aunque ya había tenido ilustres precedentes, y su nombre le llegó del lugar donde el infante Don Fernando, hermano de Felipe IV, tenía un pabellón de caza; el propio rey utilizaba ese edificio para dar funciones o fiestas los días en que el mal tiempo impedía salir a practicar las artes cinegéticas. Esas fiestas pasaron a denominarse "fiestas de la zarzuela" y las obras que allí se representaban, compuestas de música y letra y generalmente precedidas de una loa, también acabaron llamándose así por extensión. Sus primeros temas fueron mitológicos o de leyendas, considerándose su "inventor" el genial Don Pedro Calderón de la Barca quien confesaba en "El laurel de Apolo" (tenida por los estudiosos como primera Zarzuela) que la obra era una especie de "fábula pequeña en que a imitación de Italia se canta y se representa".
En el siglo XVIII, autores como Don Ramón de la Cruz, Palomino, Misón o Rosales (compositores asimismo de Tonadillas) elevaron el género a la categoría de popular, compitiendo durante una larga época -finales del XVIII y comienzos del XIX- con la ópera italiana.
Tras un período difícil comenzó su ascensión definitiva, encargándose de dignificarla y darle un carácter plenamente "nacional" autores de la categoría de Oudrid, Gaztambide, Barbieri, Chueca, Bretón, Chapí, etc. La utilización de temas populares extraídos de la tradición musical y la creación de otros cuyo "estilo" encajaba perfectamente con las formas estéticas y el fondo ético de los naturales de este país, contribuyó enormemente a difundir y enraizar este tipo de representación y sobre todo sus números más "pegadizos" entre todas las clases sociales, manteniéndose hasta hoy día las melodías de muchos de sus pasajes que, de esta forma -y aun teniendo autor conocido- han entrado por derecho propio en el siempre sugestivo y sorprendente mundo de lo anónimo.
No podemos olvidar, por último, que la práctica de la música estaba precedida habitualmente por el estudio teórico de la misma y que muchas editoriales dedicaron gran atención a la didáctica y a los métodos que ayudarían a los creadores a desarrollar mejor sus aptitudes. También algunas fábricas de pianos contribuyeron, principalmente a comienzos del siglo XX, a fomentar el aprendizaje del instrumento con sus concursos y con audiciones especialmente preparadas en sus salones para los aficionados.