La biblioteca del músico y etnógrafo Joaquín Díaz, que se conserva en la Fundación que lleva su nombre en Urueña, alberga una de las colecciones más completas existentes en España de libros y folletos relacionados con las expresiones populares y su difusión en la Península Ibérica. A través de 26.000 libros, 6.000 pliegos de cordel, 4.000 estampas, 3.000 partituras y 2.500 grabados procedentes de publicaciones o colecciones calcográficas se puede rastrear una rica realidad bibliográfica relacionada con las múltiples facetas de la antropología cultural y social española.
Habría que comenzar explicando que los vericuetos que hoy sigue la popularización de un tema musical y que pasan obligatoriamente por las grandes superficies comerciales y por la insistencia machacona de los medios de comunicación, tenían en los siglos XVIII y XIX un sentido y una orientación diferentes: la música en los salones, es decir aquella que permitía transmitir un repertorio conocido pero además introducir nuevas creaciones, dependía de las partituras y éstas todavía se seguían copiando a mano pues su impresión masiva no estaba popularizada. Hay que tener en cuenta que la impresión de una melodía suponía grabar la partitura en una plancha de metal, pues el método de Aloys Senefelder, la impresión sobre piedra, aún no estaba suficientemente perfeccionado en nuestro país para estos usos. Puede darnos idea de la dificultad de publicación o al menos de las complicaciones que llevaba aparejada, el hecho de que en una larga época de varias décadas sólo graban en España (y a veces para América también) determinados personajes muy especializados -maestros calcográficos con formación musical- cuyos nombres se repiten una y otra vez en los pies de página de los pentagramas, acreditando su excelente trabajo, su profesionalidad, pero también hay que decirlo, su rareza. Nos referimos a artistas calcográficos como Lodre o Carrafa, sucesores del alemán Bartolomé Wirmbs, cuya actividad grabadora comienza en España hacia 1816 de la mano del músico Federico Moretti, quien le colocó en la cátedra de grabado de la Sociedad Económica Matritense y le utilizó para difundir su propio repertorio. No olvidemos que Moretti, músico militar, fue uno de los principales y más populares creadores de música española -por paradójico que nos pueda resultar- y a él se debe una de las primeras colecciones de canciones para interpretar con acompañamiento en los salones y reuniones sociales.
Las formas de estampación más frecuentes, pues, en los siglo XVIII y XIX, eran:
1. Estampación en hueco o calcográfica, es decir la que se ejecutaba sobre plancha de cobre, cinc o acero con un buril o por medio de ácido para producir un vaciado o mordido en la superficie; ambas técnicas podían combinarse: para el aguafuerte se extendía una capa de barniz en la plancha y sobre ella se iban trazando las líneas que se deseaba destacar; después se sumergía la plancha en el ácido y éste atacaba esas líneas de las que se había quitado el barniz produciendo un vaciado por corrosión. En el caso del buril, se tallaba la imagen con una punta siguiendo una técnica muy antigua, procediéndose después, en ambos casos, al entintado e impresión.
2. Estampación en relieve o xilográfica, es decir aquella que se sacaba de una plancha de madera tallada que dejaba en relieve los trazos que se deseasen imprimir. Esas partes sobresalientes eran las que tomaban la tinta y la transmitían al papel donde quedaba la imagen estampada por efecto de la presión ejercida con una prensa o rodillo. Las planchas o tacos eran de madera, que podía haber sido trabajada al hilo (es decir, siguiendo la veta natural), o a contrafibra (actuando transversal o perpendicularmente a las vetas). Esta última forma fue la más utilizada en el siglo XIX, perfeccionándose con gran rapidez a partir de los años cincuenta de dicha centuria, sobre todo para ilustrar las publicaciones periódicas pero menos para las partituras musicales.
3. La estampación plana o litográfica, es decir aquella en que se dibujaba con una tinta al aceite sobre una piedra pulida y porosa, se hacía sobre una piedra que posteriormente se impregnaba de agua, repeliendo después a la tinta donde no había dibujo y absorbiéndola por afinidad donde se hubiesen efectuando trazos.
A estas tres formas se unió, ya en el siglo XX, la fotomecánica, técnica con la que se realizaban fotolitos que después se imprimían en huecograbado o en offset.