31-08-2022
Según Aristóteles, la verdad es la concordancia entre el pensamiento y el hecho real.
Pero cuando el ser humano confunde lo real con lo imaginado, la fantasía entra a disturbar esa concordancia. Cuando la imaginación empieza a funcionar después de que desaparezca el objeto real entra en juego la fantasía, de modo que la verdad y la ficción se distinguen con dificultad. He comentado muchas veces que en el mundo del relato, en especial en el del relato con tintes moralizantes, la clave para que funcionase la transmisión de los contenidos era la credibilidad, no la verdad, y de ese modo un hecho creíble, si se comunicaba con verosimilitud, tenía tanta validez como un hecho sucedido en la realidad. El periodismo del siglo XIX, adalid de la verdad, luchó con todas sus fuerzas contra las fake news de la época; contra las noticias falsas que basaban su atractivo en la facilidad de los ciegos copleros para hacer creíbles y aceptables los horrores y truculencias de una imaginación morbosa. Cuando parecía que retrocedía el universo de esa imaginación mendaz y calenturienta llega un nuevo género basado en la reproducción de imágenes recreadas de forma artificiosa sobre una pantalla, en las que lo creíble volvía a tener protagonismo.
Para hacer público, para publicitar ese nuevo género se crean modelos comunicativos ena los que el papel y la ilustración -real o figurada- tienen una importancia decisiva. Se crea así en la población una necesidad de participar de alguna manera en aquello que se observa proyectado sobre una pantalla.
El hecho de que la palabra «pantalla» tenga una etimología tan discutible (unos la hacen proceder del cruce de las palabras catalanas pámpol y ventall, y otros de las lenguas clásicas con el significado de «una parte del todo») es un nuevo acicate para la imaginación que confunde de ese modo la ficción del contenido con la blanca falsedad del continente.
En cualquier caso, no sería obvio añadir que los «ventalls» (pliegos-abanicos catalanes) ofrecieron el color y la fantasía en sus pequeñas pantallas mucho antes de que se inventara el tecnicolor en 1916.