08-04-2015
Inauguración el 8 de abril de 2015, a las 12:00 h, de la exposición «JUGANDO AL TEATRO», presentada por la Fundación Joaquín Díaz en la Sala Revilla de la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento Valladolid. Calle Torrecilla 5, 47003 Valladolid.
Con la exposición «Jugando al teatro» nos introduciremos en una cultura teatral doméstica o de alcoba, es decir la practicada en casas particulares donde se iba creando y fomentando, por medio de recortables una afición al gran espectáculo, al espectáculo real. Al referirnos a esa cultura doméstica sería difícil asegurar qué ha sido más importante en España, si el gusto por poner en escena un tipo de teatro fantástico, en el que la imaginación y la magia se apoderaran de la vista y de la voluntad de unos espectadores absortos, o el intencionado interés por mostrar la realidad —una cierta realidad reconocible— reflejada en un teatrillo de dimensiones ridículas. En ambos casos, sin embargo, estamos hablando de aprendizaje y diversión: aprendizaje porque esos pequeños escenarios, —generalmente montados sin dificultad en la sala de una casa particular donde sombras, fantasmagorías y personajes se movían a sus anchas por fondos y decorados escoltados o limitados por bambalinas y bastidores—, ayudaban a niños y adultos a entretener las horas de ocio mientras los preparaban para un mundo «mayor» o de tamaño real al que vendrían a incorporarse cuando el tiempo, la edad, la ocasión o las posibilidades económicas lo permitieran.
Ya en el siglo XVIII comienzan a proliferar en España las vistas ópticas, grabados panorámicos de ciudades —generalmente al aguafuerte— que se imprimían para ser introducidos en una caja y contemplados a través de una lente. El aparato usado para ello, llamado poliorama, no sólo permitía ampliarlos sino contemplarlos con tres tipos de luminosidad que obedecían a la apertura en la parte posterior de esa misma caja de una tapa que podía adoptar tres posiciones. Con la ayuda de algún tipo de luminaria podía darse a la vista de un paisaje o de una ciudad un aspecto vespertino o nocturno en el que una puesta de sol o unas ventanas iluminadas desde la parte posterior del grabado, creaban una ilusión. A estos polioramas, que a veces competían en éxito con las sombras chinescas o con las fantasmagorías, pronto vinieron a juntarse unas preciosas estampas que, ya fuesen extranjeras o españolas, iniciaban a quienes quisieran jugar con ellas en el ámbito de las escenografías y de los decorados. En algunas de esas estampas impresas en España venía el atractivo título «Para montarlo y desmontarlo instantáneamente» y bajo esas palabras y esa atractiva promesa un fondo teatral ocupando la mitad del papel y representando una casa, un templo o una «escena» cuyo aspecto mejoraba con 4 o 5 bastidores que ocupaban la otra mitad de la estampa y que servían para dar profundidad o sugerir un fondo, delante del cual actuarían, convenientemente recortados y adheridos a una tira de cartón para permitir su movilidad, los personajes de la obra que se iba a representar. Porque se trataba precisamente de eso: de representar un texto, habitualmente impreso en forma de pliego o pliegos, más o menos extenso, que solía tomar a su cargo el que tuviese más dotes de director para llevar a cabo una escenificación que convenciese o simplemente divirtiese a los vecinos y familiares. Las obras que se imprimieron y representaron se pueden contar por miles. Por miles y miles también los niños que se asomaron a la ventana del arte y del gusto a través de esas pequeñas embocaduras cuya abertura daba paso a la fantasía y a la estética. Los niños podían, gracias a las estampas recortables y al uso de técnicas muy antiguas, crear sus propios teatrillos y «actuar» en ellos sobre fondos y decorados cuyos bastidores permitían entrar y salir a personajes de comedia o a actores de moda cuyas imágenes también se difundían para recortar. Los establecimientos litográficos competían para imprimir estampas que permitieran a los más pequeños imaginar o copiar representaciones. En España, principalmente las imprentas de Paluzie, Bosch y Hernando; en Francia, tras el éxito de las vistas de la rue Saint Jacques de Paris, las estampas publicadas por Pellerin, de Epinal; o en Alemania las imprentas de Neuruppin, editaron cientos de imágenes que ahora se muestran cuidadosamente seleccionadas en esta exposición organizada con las colecciones depositadas en la Fundación Joaquín Díaz por Jesús Martínez e Isabel Leis.
Origen de los teatros de papel. Las sombras chinescas y los títeres
Las sombras chinescas son, sin duda, el sistema más antiguo de proyección de imágenes sobre una pantalla, detrás de la cual se mueven los recortados personajes y objetos convertidos en siluetas articuladas con las que se llevan a cabo la representación de auténticas obras de teatro más o menos complejas.
Desde China, donde se encuentran las primeras referencias, pasarían a Java, Balí y Japón; en el siglo xiv ya se documentan en Turquía y Grecia aunque no será hasta la segunda mitad del siglo xviii cuando su uso se extienda por toda Europa, primero como espectáculo de adultos para acabar siendo más tarde un juguete para niños.
En España, el teatro de sombras llegaría a Barcelona en 1800 con la compañía Volatins del italiano Francesco Frescara que actuó en el teatro de la Santa Cruz, despertando una gran afición entre los barceloneses quienes pronto abandonarían las salas para pasar a representarlas en los domicilios particulares como espectáculos domésticos, al igual que estaba sucediendo ya en otros países centroeuropeos.
Dada la gran difusión que fue adquiriendo este tipo de entretenimiento, algunas empresas editoras alemanas, francesas, inglesas o italianas comenzaron a imprimir no sólo atractivos proscenios con pantallas semitransparentes con los libretos de las obras sino también hojas estampadas con los principales personajes de las mismas, pasando así a los repertorios y colecciones de la imaginería popular impresa cuya producción más significativa procedía de Metz y Epinal (Francia) especialmente de las casas Dembour, Gangel y Pellerin.
Las primeras hojas españolas las imprimirían Ignacio Estivill y F. Vallés en Barcelona aunque la producción más significativa la realizarán, ya a mediados del siglo XIX, Juan Llorens y Antonio Bosch, especialmente el primero, quienes copiaron y adaptaron algunas de las composiciones más populares francesas e italianas y realizaron otras nuevas con temática propiamente española. De Juan Llorens, se conocen 15 obras, cada una de las cuales se compone de una hoja con las siluetas de los personajes intervinientes en ella y del lilbreto con el texto correspondiente, entre sus títulos están Las tentaciones de San Antonio, Los lances del carnaval, Merlín el encantador, El diablo de la cesta o Celestina o los dos trabajadores. De Bosch son 9 las hojas conocidas en las que se encuentran prácticamente los mismos títulos que en Llorens, aunque los grabados no son tan finos y graciosos como los de éste.
Otras antiguas figuras que también pasarán a las hojas de imaginería popular y con ello a sus específicos teatros de papel, son los títeres, cuyos personajes, a diferencia de las sombras, aunque también articulados, deambularán por delante del escenario movidos desde arriba o abajo representando obras de la comedia clásica o de actualidad en su momento como Robison Petit que aquí se muestra.
El uso de unas (las sombras) y otros (los títeres), como sucederá también con los teatros de papel, suponía la adquisición de las hojas impresas, la manipulación de las mismas (recortado, pegado y articulación), la preparación y lectura de la obra y finalmente su representación constituyendo así una completa actividad lúdica poseedora de una gran carga socializante y pedagógica.
Los teatros de papel
Los teatros de papel (toy teather, teatrini di carta, théatres de papier, papierteather o kinderteather), tienen su precedente más directo en los dioramas y cajas con escenas religiosas e históricas que el alemán Martín Engelbrecht construyera en Augsburgo entre 1730 y 1740 aunque, ya exclusivamente como entretenimiento y juego para niños, serían editados en hojas impresas de imaginería popular en casi todos los países europeos a lo largo del siglo XIX e incluso durante la primera mitad del XX, un desarrollo y expansión que no podría haberse dado sin la introducción de la litografía como técnica de impresión generalizada.
Ésta, inventada por el bávaro Aloys Senefelder en 1796, supuso una verdadera revolución en el mundo de la reproducción gráfica que, en el caso de los impresos populares de imágenes y entre ellos los teatros de papel, permitió a los editores e impresores, la posibilidad de producir grandes cantidades de las mismas, con vistosos colores y a bajo coste lo que las hacía más asequibles a las familias y a los niños explicando así la gran difusión que este juego tuvo en toda Europa a lo largo del siglo XIX con Alemania como su centro de referencia.
Las hojas litografiadas de los teatros recortables, como las de soldaditos, sombras chinescas o títeres poseían la magia de poder convertirse en elementos tridimensionales complejos de gran vistosidad y colorismo, un hecho que unido a su carácter socializador y pedagógico les convertía en unos magníficos instrumentos educativos. Y así, estas hojas una vez adquiridas por el niño tenían que ser recortadas y pegadas sobre un cartón o madera delgada, después montados para recrear la caja del teatro, y disponer a continuación el resto de los elementos escénicos: el telón de boca, los bastidores, el telón de fondo así como las figuras y accesorios, verdaderos protagonistas de las obras a representar.
Una vez montado adecuadamente este pequeño tinglado e iluminado convenientemente. se organizaba y llevaba a cabo la representación por dos o tres personas, los propios niños constructores o adultos, que hacían entrar y salir a los actores de cartón entre los bastidores a la vez que se declamaban, si los tenían, los textos de la obra, entreteniendo así durante un buen rato a los asistentes en unos escenarios y con unos personajes cuya versatilidad permitía la interpretación de obras clásicas, contemporáneas o simplemente inventadas por los mismos participantes.
Dependiendo del formato y tamaño del teatro, los bastidores y telones de fondo se imprimían en una o dos hojas que el niño adquiría para montar el correspondiente escenario.
En España, las primeras hojas de teatros de papel serían impresas en Barcelona por Esteban Paluzie Cantalozella hacia 1865 cuyos sucesores mantendrán la producción de las mismas hasta 1939, convirtiéndose así en la principal empresa editora de este tipo de impresos. Ya en el siglo XX, la casa de referencia en la edición de teatros de papel fue Seix y Barral Hermanos cuyo primer teatro con la denominación de «El teatro de los Niños» salió a la calle en 1915. También en Barcelona se encontraban otros editores de hojas para teatros como la Litografía Artística Española (hacia 1900), la Editorial Camaleonte, S. A. la Imprenta Moderna Guinart i Pujolar (1918), la Litografía Rovira y Chiqués (1920), la Editorial de El Gato Negro (1921), fundada por Juan Bruguera, la Litografía Ventura, Estaller y Sangés, S. L (1927), Ediciones Barsal (1930) o la Editorial Salvatella (1932). En el resto de España, sólo la madrileña Editorial Hernando, especializada como Paluzie en la edición de libro escolar e infantil, incorporó tardíamente a su catálogo las hojas litografíadas para teatros de papel cuyo pie (Sucesores de Hernando) las sitúa cronológicamente entre 1902 y 1924, unas hojas que vendrían a sumarse así a los pliegos de aleluyas del antiguo fondo Marés-Minuesa adquirido por la editorial y a las hojas de soldados recortables de nueva creación.
PALUZÍE y sus hojas para teatro
Esteban Paluzie Cantalozella (Olot, 1806–1873) fue un reconocido pedagogo, paleográfo, editor e impresor que desde su primitivo establecimiento, creado en 1857, hasta su muerte en 1873, se dedicará intensamente a la impresión, no sólo de libros y material didáctico para las escuelas sino también de hojas litográficas destinadas al entretenimiento infantil; una actividad editorial que continuarán sus sucesores hasta 1939.
El primer catálogo conocido es de 1867 y en él se incluye ya una extensa gama de hojas propias de la estampería popular de la época que abarca desde imágenes arquitectónicas y escénicas, para teatros de papel (proscenios, telones de boca, decorados y personajes) a soldaditos recortables, escenas religiosas, santos, construcciones, toros, etc. unas colecciones que serían ampliadas en los años sucesivos y en muchas de las cuales se observa una clara influencia, algunas directamente copiadas, de las producciones epinalenses de Pellerin y Pinot o de la alemana Schreiber y que, como aquellas, había que recortar, pegar sobre cartón y montar.
Paluzie, es, no obstante, el estampero catalán más en la línea de los imagineros europeos no sólo en lo que se refiere a la forma, sino también al estilo de sus decorados, figuras, bastidores y fondos, todos ellos impresos, generalmente, mediante litografía en papel fino y en varios tamaños de manera que pudiera adaptarse a los distintos modelos y tamaños de proscenios que editaba, que, salvo en obras concretas como la de Don Juan Tenorio, o La pata de cabra, en sus escenarios permitían representar cualquier obra por lo que sus hojas no iban acompañadas de libretos o textos.
En sus decorados, se encuentran influencias modernistas y otras claramente costumbristas, repitiendo el grueso de su temática motivos centroeuropeos como castillos, palacios, jardines, catedrales, iglesias o cementerios, marinas, plazas públicas, prisiones, pueblos, interiores de casas a las que se añadirán otros propiamente españoles como la tauromaquia o el ya mencionado Don Juan Tenorio.
Junto a estas hojas para teatros, Paluzie también imprimiría otras para títeres y un teatro de sombras en 1920.