22-03-2012
MIRADAS DEL PASADO
La fotografía tiene la cualidad de mostrarnos imágenes e intenciones en un mismo formato, proponiéndonos diversos contenidos que van desde el paisaje global a la particularidad del retrato. La idea de retratar, es decir de quedarnos con la imagen de alguien, es muy antigua. Con ese acto, bien fuese realizado por uno mismo o por otra persona encargada especialmente para ello, se pretendía habitualmente guardar un recuerdo de algún familiar, de alguien querido o respetado. De hecho, aunque hayan cambiado a lo largo de la historia las técnicas, los soportes e incluso los fines, los principios suelen ser siempre los mismos: recordar, tener memoria de los individuos y de las cosas que los rodeaban o los caracterizaban. En esa intención se encierran, sin embargo, muchas circunstancias, que determinan y hasta califican el hecho: uno puede retratar porque desea guardar vivo el recuerdo de un ser querido, porque quiere fijar en una instantánea algo que se supone que va a dejar de ser o existir inmediatamente, porque pretende captar una expresión o un movimiento de alguna persona en su entorno y esa expresión no se volverá a repetir...
Hablamos siempre, por tanto, de un escudo antropológico contra el olvido, de un aceite esencial contra la herrumbre del tiempo.
MIRADAS PERDIDAS
Fotografía de Fernández y Compañía, Duque de la Victoria 33
Resulta curioso comprobar que la primera fotografía que se tomó de un paisaje urbano, en la que aparecían un limpiabotas y un cliente lustrándose los zapatos, sólo reflejara a esos dos personajes, que eran los únicos que estaban en el secreto de la foto y que no se habían movido durante el tiempo de la exposición, cuyo proceso duró aproximadamente 18 minutos. Todo lo que pasaba por su lado y se movía, todo lo "natural", quedaba borrado del retrato, como si desde su origen la fotografía hubiese decidido "elegir" aquella parte de la "naturaleza" que quisiera en verdad reproducir y perpetuar, siquiera fuese reduciendo su tamaño analógico. Las instantáneas primeras del siglo XIX, por tanto, tienen esa afectación, que ahora nos parece improcedente en el tiempo y en el espíritu, en la que las miradas, perdidas en una lejanía más o menos calculada, transmiten la frialdad de la placa de cristal y la distancia estudiada de sus actitudes. Quedaba prohibido mostrarse como uno era y mirar directamente al objetivo.
Los primeros registradores de miradas en Valladolid
Francisco Sancho Millán 1859-75
Sancho fue uno de los primeros fotógrafos que trabajaron en Valladolid, presentando sus trabajos a la Exposición castellana agrícola, ganadera, industrial y de bellas artes de 1859. A comienzos de 1860 ya se anuncia en la ciudad como un profesional que vende "retratos que imitan al marfil", garantizando el exacto parecido. Su primer negocio lo estableció en Teresa Gil -primero en el número 10 y luego en el 7-, haciendo alarde en sus comunicados al público de "sus estudios en París de química y fotografía y de sus adquisiciones de máquinas alemanas muy superiores y rápidas". Los viajes a París en el caso de estos primeros profesionales eran casi obligados y respondían tanto a una necesidad de estar al día de los últimos avances como a un deseo de presumir. Sancho se traslada en 1864 a una nueva galería acristalada en la calle Cárcava 6, piso 3º, donde estará hasta 1875 en que desaparece su rastro.
Rafael Idelmón 1859-1927
Idelmón se instala en Valladolid a finales del año 1859 y abre su gabinete fotográfico en enero de 1860. Según sus primeros anuncios "se hacen retratos perfectos" y se enseña a retratar. Su primera galería está en la Plaza de la Constitución 35 pero pronto se muda a la calle de la Victoria 16, frente al Café Suizo (actual esquina de Duque de la Victoria y Constitución). En 1864 abre establecimiento en Palencia y ofrece novedades: "La circunstancia de ser exclusivamente nuestra esta invención y la de ser los precios de los retratos los mismos que de costumbre, hacen que lleven una considerable ventaja nuestros trabajos sobre los que se ejecuten en otro establecimiento". Un nuevo traslado a la Acera de San Francisco 28 anuncia su sociedad con otro fotógrafo, Isidoro López. La compañía pronto se disuelve: "El fotógrafo Sr. Idelmón hace saber que desde el día 18 de julio de 1868 dejó de pertenecer a la sociedad titulada "Sociedad Fotográfica Española de Idelmón, López y Cia" manifestando que desde aquel día hasta la fecha, cuantos trabajos se hayan hecho con el nombre de Idelmón son apócrifos. Lo que se hace saber al público en general para que no sea sorprendido por el que abusando villanamente de mi nombre especula con él".
El negocio de Idelmón lo heredarían sus hijos que terminarían trabajando para el periodismo gráfico al menos hasta 1927.
Pica Groom 1862-76
Eduardo López de Ceballos y del Hoyo, fue un enamorado de la fotografía y sus resultados. Bajo el seudónimo de Pica-Groom, Ceballos repartió su actividad entre Santander y Valladolid, estableciendo un gabinete en cada una de las ciudades (en la calle del Obispo 16 en la capital del Pisuerga), "el mayor que hasta el día había existido en Valladolid, con salas de descanso, tocador y cuarto de vestirse". Ricardo González estudió en su magnífica obra Luces de un siglo la ascendencia y relación con la nobleza de Ceballos, aunque parece más que probable que su reticencia a utilizar el título que aparentemente le correspondía, Conde de Campogiro, y la tendencia a usar un acrónimo -Pica-Groom-, fuese porque realmente nunca pudo llegar a ser Conde de Campogiro. El título de primer Conde se concedió a Francisco Antonio y Campo en 1797, siendo el segundo titular su sobrino Juan López de Ceballos, quien falleció en 1892, pasando el título directamente a su nieto Venancio López de Ceballos y Aguirre, hijo de Eduardo y de Juana Aguirre y Gana. Eduardo se hizo llamar "fotógrafo oficial del Virrey de Egipto Ismail Bajá", cargo que debía de ser tan endeble y distante como el uso de su propio título nobiliario.
Sus primeros clientes fueron "las personas más conocidas de Valladolid" (entre ellas algunos cadetes de la Academia de Caballería como el que se muestra), sirviendo al mismo tiempo su establecimiento para organizar conciertos o preparar exposiciones de otros colegas. La llegada de Auguste Muriel a Valladolid, por ejemplo, es una buena muestra de lo que decimos: "Mr. Muriel, fotógrafo de los tres emperadores de Austria, Francia y Rusia, es el que ha ejecutado las vistas a que ha dado lugar el viaje de S.M. el rey de España, en el mes de agosto último al vecino imperio. Mr. Muriel ha contratado la galería del Sr. Pica Groom, c/ Obispo 18, para operar él mismo, desde el 26 de septiembre al 10 de octubre. No se hace alteración en los precios, conservándose los mismos del Sr. Pica Groom".
Iván Hortelano 1863-1889
Iván o Juan Hortelano estableció su galería fotográfica portátil en Valladolid en 1863, en una casa de la calle Santa María, denominándola "El Diluvio". Sus consabidos viajes a París, inexcusables para los artistas de la época, le sirvieron para incorporar pronto nuevos procedimientos fotográficos que le acreditaron como uno de los que mejor "imitaban al marfil en las carnes". Durante mucho tiempo se anunció como "fotógrafo privilegiado por su Majestad la Reina". Tras una larga enfermedad padecida durante todo el año 1870 se asoció con otro fotógrafo, Juan Peinado, que tenía gabinete en la calle Caldereros, pero al cabo de un tiempo volvió a la calle Santa María 21, en cuyo portal abrió un muestrario de sus trabajos.
Juan Peinado 1865-1871
Este fotógrafo comenzó a trabajar junto a Lorenzo Caballero en una galería abierta en la calle Isabel II número 10, en el Café de Moka. Tras asociarse una temporada con Hortelano se estableció finalmente solo en la Plaza Mayor 28, dedicándose principalmente al negocio de las postales y tarjetas americanas. Peinado se casó con la viuda del artista Marquerie quien había tenido un hijo, Enrique Marquerie Alonso, que también se dedicaría a la fotografía. A Juan Peinado le sucedió Julián Peinado, hijo del matrimonio del fotógrafo con la viuda de Marquerie.
Enrique Marquerie 1876-1880
Enrique Marquerie Alonso era hijo de un grabador y fotógrafo madrileño de origen francés que se estableció en Valladolid. Marquerie tuvo su gabinete fotográfico en la calle Zúñiga 3.
Adolfo Eguren 1871
Adolfo Miaja Eguren abrió su negocio en la calle Constitución 6 en 1871, trasladándose después en 1887 a la Plazuela de la Libertad 13, a la misma casa en que Lorenzo Bernal tendría su célebre comercio de vinos y licores que acabaría llamándose "El Penicilino": "El Sr. Eguren ha decorado la fachada de la puerta de su acreditada fotografía y antes de anoche inauguró en el portal la luz eléctrica. Ésta no se debe aún a la sociedad electricista, que principiará a servir los abonos dentro de muy breves días, sino a instalaciones privadas que transitoriamente tiene aquel acreditado fotógrafo en su galería".A comienzos del siglo XX inaugura en Constitución 9 un Instituto electromédico dedicado a diferentes actividades relacionadas con los rayos X y la luz Finsen, basada en los efectos de la fototerapia.
Gilardi 1873-1900
El artista y físico piamontés Gilardi se presentó en Valladolid por primera vez en 1871, volviendo en años sucesivos para dar diferentes funciones en teatros de la ciudad, en particular actuaciones musicales haciendo uso de un instrumento de su invención, el Metafón, que en realidad era un copófono de cristal parecido al que patentó Benjamin Franklin. Una vez establecido en Valladolid, Gilardi trabajó en diferentes oficios hasta que decidió abrir gabinete en 1890 bajo el título de "Luz y Arte. Gran fotografía Parisién", en el que le ayudarían sus hijos. La única fotografía "artística" que se conserva del extraordinario dulzainero Angel Velasco, es obra de Gilardi.
Julián Castellanos y Rafael Castellanos 1885
Julián Castellanos inició su andadura en el campo de la fotografía artística hacia 1885. Rafael Castellanos, poco después, se anunciaba como representante en España de la técnica de ampliaciones fotográficas conocida como "Lambertipia", inventada por Leon Lambert a comienzos de 1870 en Francia.
Francisco Garay 1890
Comenzó a trabajar con Juan Hortelano, uno de los fotógrafos que más ayudantes solicitaba en anuncios insertados en los periódicos de la época. Su labor fue continuada por hijos y nietos que mantuvieron el gabinete fotográfico entre los más populares y acreditados de la ciudad.
Varela Hermanos 1896
Gervasio y Jesús Varela tuvieron su establecimiento en el Pasaje Gutiérrez.
Fructuoso Bariego 1895
Inició sus trabajos después de haber estado varios años de ayudante con Adolfo Miaja Eguren. Denominó su gabinete "Foto Rembrandt", probablemente por un tipo de fotografía muy de moda en la época caracterizado por un modelo de iluminación en claroscuro similar al usado por el pintor holandés.
Carlos Roth 1904
Tenía su negocio en el último piso del edificio de Duque de la Victoria que hacía esquina con el Boulevard de Ferrari y que abarcaba los números 1, 3 y 5. Roth tuvo durante muchos años el cargo de vicecónsul de Alemania en Valladolid.
Marcelino Muñoz 1904
Marcelino Muñoz, nacido en Béjar, se trasladó a Valladolid a fines del siglo XIX, instalando un estudio fotográfico con su hermano Isidoro en la calle Hostieros. Su hijo Vicente, que aprendió el oficio de su padre y de otro fotógrafo con quien trabajó, Garay, trabajó como su padre en el estudio y en el Campo Grande. Casado con Teodora Ojeda tuvo dos hijos, uno de los cuales, José Vicente, continuó con el negocio familiar aunque se dedicó también a trabajos de imprenta.
Luis del Hoyo 1904
El abogado Luis del Hoyo llegó a la fotografía por auténtica vocación. En la instantánea que alguien le sacó en la Plaza de Toros, espectáculo al que era muy aficionado, toda su familia atiende a la cámara excepto él, como si fuese consciente del valor de una mirada perdida.
Miradas Reales
El protocolo de salutación a los Reyes incluía una inclinación de cabeza, lo que no solo impedía que quien se acercaba a los monarcas les mirara a los ojos sino que permitía a sus majestades distraer la vista hacia otros lugares. Las dos fotografías muestran a doña Victoria Eugenia y a Alfonso XIII en la visita que realizaron a Valladolid para poner la primera piedra de la Academia de Caballería, en 1921. Para el desfile que se iba a celebrar en la Acera de Recoletos, se improvisó una estancia, toda cubierta de tapices, para que el público no viera a la Reina subir a caballo.
MIRADAS SINGULARES
El título parece sugerir no sólo que quien es retratado y mira al fotógrafo se enfrenta a él en solitario, sino que lo hace con un ánimo especial, singularizado, que se mueve entre la sorpresa del neófito y la confianza del veterano. Nuestra mirada sobre esos personajes, sin embargo, provoca más preguntas que respuestas, más interrogantes que afirmaciones: por qué razón quienes aparecen en la foto o en la postal están ahí en ese instante, qué piruetas está haciendo el fotógrafo para que se fijen en él con esa cara, qué piensan de ese personaje que una mañana o una tarde irrumpe en sus vidas sin permiso, qué van a hacer en cuanto la cámara desaparezca, qué sensación puede producirles el hecho de ser inmortalizados y no ser conscientes de ello...Las instantáneas de los primeros artistas fotógrafos captan una inocencia en los ojos de los retratados que desaparece al poco tiempo, es decir en cuanto el modelo conoce y valora automáticamente las consecuencias de su posado: en cuanto acepta que su imagen se convertirá en un estereotipo que los demás no sabrán interpretar por falta de datos.
Luis del Hoyo y César Mantilla Ortiz miran al fotógrafo mientras charlan en una soleada mañana de invierno paseando por una Plaza de Zorrilla apenas reconocible. Mantilla acababa de editar su Declinación del sánscrito en la imprenta de Cuesta y Luis del Hoyo trataba ya de abarcar con su mirada fotográfica los múltiples aspectos de un Valladolid cotidiano y todavía cercano, como mostraría después la colección de cristales estereoscópicos de su legado.
Plazas y aledaños
Las miradas entre paseantes y curiosos se cruzaban en las plazas y aledaños del mismo modo que en la Edad Media se cruzaban los caminos. Desde comienzos del siglo XX, sin embargo, fue más importante el instante que lo que sucedía en él, más destacable la casualidad que la causalidad. Todo el mundo sabe que las más apreciadas fotografías convertidas en tarjetas postales desde 1900 son las que tienen figuras, las que reflejan a seres humanos en diversas actitudes o simplemente mirando a la cámara con escepticismo. Así transcurre todo el siglo pasado: el individuo es el centro de todas las cosas y su actividad el objeto de nuestra atención. Lo que puede haber variado, tal vez, es la intención de la estética, ya no es, desde luego, la belleza la última intención de esa estética, como demostró Aristóteles y se aceptó hasta tiempos recientes, sino la fuerza, el impacto que una imagen pueda tener en nuestra sensibilidad, en nuestra emoción o en nuestro sentimiento.
Una Acera de San Francisco finisecular aún conserva el edificio que casi cerraba una de las esquinas de la Plaza Mayor durante todo el siglo XIX antes de ser derribado para construir el Hotel Moderno (1910) con el estilo del nuevo Ayuntamiento proyectado por Enrique Repullés. Algunos viandantes ignoran al fotógrafo pero otros le miran intrigados.
El mismo lugar deja ver un par de décadas más tarde un moderno Boulevard de Ferrari y una torre de la Catedral coronada por el Cristo de Ramón Núñez. Los mirones parece que han permanecido ahí durante todo el tiempo transcurrido.
La foto de Constantino Candeira muestra otro ángulo de la Plaza Mayor con un fondo comercial: los coloniales de Emilio Molina, la fábrica de sellos La Nacional de Alario, el Hotel Imperial de Damián Velasco y la guarnicionería de Adolfo del Moral. Las miradas son de posguerra y el ambiente también.
Unas 50.000 personas asisten en la Plaza Mayor a la coronación canónica de la Virgen de San Lorenzo el 21 de octubre de 1917 a las 12 de la mañana. Preside en el balcón del Ayuntamiento el Infante don Fernando de Baviera acompañado de ministros y autoridades, pero todas las miradas son para la Virgen.
Entre la calle de la Manzana y la desaparecida de San Francisco, un charlatán aprovecha el abrigo de los soportales de la guarnicionería de Santos Zarza para pregonar y vender su mercancía. Un abuelo y su nieto, sin embargo, prefieren volverse hacia el fotógrafo.
En la esquina de la Plaza mayor y la calle de Santiago, bajo los soportales del Bazar Parisién, unos curiosos observan atentamente al fotógrafo que ha sorprendido a un grupo de guardias charlando amigablemente. En la columna, un anuncio del vapor León XIII, en el que vino Rubén Darío desde Panamá a Santander en 1892 en representación del gobierno nicaragüense para los fastos del cuarto centenario del descubrimiento de América.
Una mañana de fiesta dos jóvenes vallisoletanas dejan atrás la Camisería Oriental, en la esquina de Santiago con la calle Santander. En la parte izquierda puede entreverse un rótulo de la gran fotografía Parisién, de Enrique Gilardi.
Unas manolas, con mantilla de blonda negra de Jueves Santo, pasan por delante del Restaurant y casa de viajeros "El Sol", de Eustaquio Domínguez.
A comienzos del siglo XX se puso de moda una fiesta para celebrar la entrada de la primavera que se denominó "el coso blanco" y que consistía en el adorno con flores blancas de coches y carrozas cuyo destino final era la plaza de toros tras realizar un desfile en el que la población participaba en una batalla de flores. En la primera fotografía, uno de los coches participantes se exhibe a la entrada de la calle de Santiago mientras que en la segunda se recoge un desfile de una cabalgata floral del año 1904.
Cuatro niños escoltan a un juguete que representa al Pinocho de Salvador de Bartolozzi, imagen que se hizo popular en España a partir de 1915 gracias a la edición que hizo en castellano Saturnino Calleja de la obra de Carlo Collodi.
Un trío de ciegos -guitarra, bandurria y violín- desgranan probablemente las notas de un romance "nuevo y curioso" con el que pretenden llamar la atención de los viandantes. Un niño ya se ha parado frente a ellos pero parece más interesado por alguien que sale del portal de la casa de Mantilla que por la música.
Unos mozalbetes, entre sorprendidos y divertidos, miran al fotógrafo teniendo como fondo la tienda de muebles de Rumayor, la fábrica de chocolates de Mata, el bazar de los hijos de Moliner y la tienda de los sucesores de Carnicer que luego sería Justo Muñoz.
Del otro lado de la plaza, la mercería La Cadeneta, Casa Santarén y el bazar de Manuel Vaquero -en cuyo piso superior estaba instalado Fructuoso Bariego- parecen servir de escenario a un montón de actores distraídos. Sólo la mirada del niño de la derecha parece atender al fotógrafo.
Los portales de Guarnicioneros albergaron durante mucho tiempo a artesanos de diferentes oficios que atendían a sus clientes en la propia calle. En esta fotografía de Luis del Hoyo puede observarse a un zapatero de obra vieja y a un afilador con su torno. Al fondo, un grupo de curiosos que sale de la calle de la Platería, observa al fotógrafo.
La Asociación General de Empleados de los Ferrocarriles de España, se formó el 16 de enero de 1888 con poco más de un centenar de asociados. En unos años consiguió ser uno de las agrupaciones sindicales más fuertes de España luchando por los intereses de los ferroviarios. En la fotografía, la Asociación dedica una espectacular arquitectura efímera a la ciudad de Valladolid.
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