31-03-2010
La iconografía
La Santa faz
El episodio de la Verónica enjugando el rostro de Jesús, cuya imagen queda milagrosamente impresa en el paño, dio origen a muchas leyendas a partir de las narraciones tradicionales conservadas por los apócrifos. Su tierna actitud, al salir de su casa con una toalla de lino para limpiar la sangre de Jesucristo, queda recompensada con la impresión en tres dobleces de la faz del Salvador con "la frente ensangrentada, hinchados los ojos, acardenaladas las mejillas, la nariz quebrantada, la boca abierta y llena de sangre, los dientes desencuadernados, la barba mesada y arrancados los cabellos", según describió algún autor la imagen. Volusiano, un familiar de Tiberio, recibió el encargo de éste para que fuese a Jerusalén y buscase la efigie que ya había obtenido la fama de milagrosa. Ciertos relatos apócrifos dan por cierta la leyenda de que fue la propia Verónica, casada con Zaqueo (luego San Amador), quien llevó a Roma la reliquia y quien, antes de viajar a Francia donde murió, dejó la Santa faz al papa San Clemente.
ACHEIROPOIETOS
Con este término, que procede del griego y significa "no hecho por la mano del hombre", se conocen aquellos velos, paños o sudarios, que la tradición ha conservado y hecho venerar en diferentes lugares con la pretensión de que reflejaban la imagen de Jesús después de muerto. La Sábana Santa de Turín, la Vera icona o tela ofrecida por la Verónica a Jesús para limpiarse el rostro ?llamado también Camulianium-, el Mandylion, el velo de Manoppello, la Santa Faz de Génova, la Scala Pilati, la Santa Faz de Jaén, etc. podrían ser los ejemplos más conocidos, además del Sudario conservado en Valladolid en el antiguo convento de la Laura. A partir de esa idea y de esos prototipos muchas leyendas atribuyeron a un hecho milagroso el que el rostro de Cristo quedase plasmado para su contemplación. Sucesos similares, sobre la talla de una imagen de la Virgen por algún ángel peregrino, se fueron refugiando en relatos orales todavía hoy recordados y origen de algunas devociones marianas, como la de la Virgen de Guadalupe impresa en el manto entregado al indio Juan Diego o la Virgen del Tránsito de Zamora.
La túnica sagrada
Algunas leyendas cristianas de los primeros siglos negaban que los soldados romanos que estaban junto a la cruz se hubiesen repartido las vestiduras de Jesús o, al menos, que hubiesen hecho partes con su túnica. Ésta, retenida por Pilatos, aún la vestía el gobernador cuando tuvo que presentarse ante Tiberio para dar cuenta de la muerte del Justo. Tiberio se asombra de que el odio que siente hacia el pusilánime desaparece cuando está frente a él, viéndose obligado por no se sabe qué fuerza interior a tratarle con palabras suaves y cariñosas: Finalmente se da cuenta de que es la túnica de Jesús la que le da a Pilatos ese carisma y ordena quitársela desapareciendo al momento todo vestigio de piedad. Hasta ese instante se ha estado revelando "El Dios que sal va", "el Dios protector", origen del nombre de Jesús.
La corona de espinas
Dice Jacobo de Vorágine en su Leyenda dorada que circulaban tres relatos entre los entendidos en la materia, acerca del lugar del cuerpo en el que se localizaba el alma (en el corazón, en la sangre, en la cabeza). Los que opinaban que estaba en la cabeza apoyaban su razonamiento en el pasaje del Evangelio que narraba la muerte de Cristo: "Inclinó la cabeza y entregó su espíritu". Y añadía: "Parece que quienes maltrataron a Cristo conocían estas opiniones porque, en su afán de arrancar el alma del cuerpo de Jesús, buscáronla en los tres sitios: en el corazón, traspasándolo con una lanza, en la sangre, abriéndole las venas de las manos y de los pies, en la cabeza, clavando en ella los dardos de las espinas hasta hacerlos penetrar en el cerebro".
Algunas leyendas hablan de la naturaleza de esas espinas. Plinio, aseguraba que eran "juncos marinos" mientras que otros autores las llamaban espinas santas, muy abundantes en el monte Olivote, con tres puntas por cada espina. Otros relatos refieren que fueron 72 las puntas que se clavaron en la cabeza de Cristo y San Jerónimo aseguraba que eran de cambrón, una planta espinosa.
Los soldados
Puede parecer casual, pero el taco de madera o taco xilográfico más antiguo que se conoce formaba parte de un conjunto hallado en una abadía de Francia y denominado "El centurión y dos soldados" o más técnicamente "Le bois Protat". Representaba una escena de la crucifixión en la que el militar romano exclamaba "vere filius Dei erat iste", frase que se reproducía en una filacteria. El taco es de nogal y se fecha hacia 1370, aunque no se sabe si se utilizaría para imprimir sobre tela o sobre pergamino. Un poco posteriores son, pero ya españolas, las estampas citadas en unos inventarios de la ciudad de Vich utilizadas para adornar dormitorios y salas. La fecha del primer inventario, 1403, indica con toda probabilidad que ya serían populares años atrás, todas son de tema religioso predominando la coronación de la Virgen, Jesús crucificado y algunos arcángeles cono san Miguel y san Gabriel. La Historia Christi in figuris y otros libros similares demuestran a las claras la afición por estos temas y su uso. En cualquier caso, hasta el descubrimiento del citado taco del centurión, se consideró como el más antiguo grabado xilográfico uno que representaba a san Cristóbal que se halló pegado a un manuscrito.
La representación
Representaciones dramáticas de la Pasión
Independientemente de ceremonias como el descendimiento (tradición del XVIII de descolgar de la cruz un Cristo articulado) conservado ya en muy pocos lugares, determinadas costumbres, como la de rezar en la Corona un septenario (más dos avemarías) se basan en piadosas creencias como la de que la Virgen vivió 72 años antes de abandonar este mundo para ser trasladada al cielo. Hay mucha discusión acerca de este punto, aunque el sabio alemán Euger, que publicó el texto árabe del Tránsito de la Bienaventurada Virgen María en 1854 tras descubrirlo en una biblioteca de Bonn, no dudaba en afirmar que la Virgen tenía 48 años en la época de la Pasión. Otros autores como Evodio, citado por Nicéforo, calculaban que tendría 57 años cuando se produjo su tránsito. San Hipólito de Tebas, decía que 59. San Epifanio sube a los 70 y Melitón, obispo de Sardis, sostiene que la Asunción tuvo lugar 21 años después de morir Cristo. La tradición franciscana acepta los 72 basándose en relatos apócrifos como el citado y tradiciones antiguas como La Vie de trois Maries, del clérigo francés Jean Vennet, del siglo XIII, época en la que, por cierto, vive San Francisco de Asís.
Sin duda es entonces cuando se produce una renovación en el interés por llevar a cabo representaciones sobre la Pasión de Cristo. El hecho de que existan textos como el de Montecasino (casi un siglo anterior, pues es de mediados del XII) y restos de tropos más antiguos ya dialogados, reflejan una tendencia a convertir los episodios evangélicos que narran la muerte de Jesús en drama litúrgico, representado generalmente dentro del templo. Así, el tropo llamado Visitatio Sepulchri se manifiesta como la primera escenificación conocida en España de tales pasajes. Que esa costumbre era ya popular en la Edad Media, se evidencia en el comentario que hace el rey sabio Alfonso X, en la primera partida, título sexto, ley trigésimo quinta, cuando dice que los clérigos no deben hacer dentro de las iglesias juegos de escarnio, y continúa: "Pero representaciones hay que pueden hacer los clérigos, como el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, y también su Resurrección, que demuestra cómo fue crucificado y resucitó al tercer día".
Algunas localidades, como Peñafiel y Aranda de Duero, han conservado una representación muy vistosa en la que un ángel, encerrado en un recipiente que se desplaza y viene a colocarse por medio de un artificio sobre el lugar en que se desarrolla la representación, levanta el velo de dolor de María para simbolizar el feliz encuentro con su hijo tras la Resurrección.
La participación
Las Cofradías y hermandades no eran solamente reuniones de fieles bajo la advocación de un santo patrón, sino la respuesta social a problemas que en comunidad se podían resolver. Tan importante era (y así lo reflejan los estatutos) acudir a la celebración religiosa de la fiesta anual, como atender a los enfermos o cuidar del traslado y definitivo reposo de los muertos. Tan fundamental reunirse en capítulo o tomar la colación, como cumplir con las obligaciones (paradójicamente voluntarias) que cada cofrade prometía para mantener económicamente la institución.
De la lectura de las reglas se desprende que muchas de estas Cofradías perseguían, no sólo la perfección moral de sus miembros, sino una ordenada vida en sociedad, pacífica y ejemplar.
Hasta épocas relativamente cercanas las Cofradías cumplían, por tanto, además de una función religiosa, un importante papel social, el mayordomo o mayordomos de cada una se encargaban de organizar la función patronal y de dar la colación (consistente por lo general en camuesas o avellanas y vino) con que se obsequiaba a los cofrades el día del cabildo anual. Además los hermanos se comprometían, según algunos estatutos, a atender la agonía de sus compañeros así como a dar cristiana sepultura a sus cuerpos aunque hubiesen muerto fuera del pueblo, para lo cual tenían estatuido ir a por los restos mortales del finado dondequiera que hubiese tenido lugar su fallecimiento.
La música
Los instrumentos musicales. El uso de los instrumentos musicales en la época de la Semana Santa tuvo siempre un sentido particular, marcado por la significación del período litúrgico, la utilización de los instrumentos se reducía a dos funciones: dar aviso y crear música de acompañamiento para los actos litúrgicos. Para los avisos se solían utilizar carracas, mazos, matracas y tablillas. Todos esos crepitacula lignea o instrumentos restallantes de madera, procedían de la primitiva Iglesia ?después quedaron definitivamente instalados en la Iglesia Oriental- donde, en manos de canonarcas y directores de coro, o de los monjes, sirvieron para dar las horas o para advertir en los monasterios del cambio de actividad. En muchas ocasiones se usaban también para recordar y venerar a través del sonido seco y duro de su madera (por ejemplo en el caso del simandrón), el sacrum lignum o leño sagrado donde murió Jesús. En cuanto a las tablillas, que habían permitido a leprosos y mendicantes pedir limosna desde lejos durante esos tiempos en que la peste y la miseria se enseñorearon de Europa, se acabaron apellidando "de San Lázaro" por ser precisamente instrumento obligado en los lazaretos.
Rituale Romanum
Missale Romanum ex Decreto Sacrosancti Concilii Tridentini Restitutum
Malinas, H. Dessain, Summi Pontificis, SS. Congregationum Rituum et de Propanganda Fide, 1914
Repertorio de cánticos sagrados, escogidos y ordenados por el R.P. José González Alonso
Madrid, Editorial del Corazón de María 1924
Revista Música Sacro-Hispana, 1912
Pedro Díaz Cassou: La Cuaresma y la Semana Santa en Murcia: Pasionaria murciana
Madrid, Fontanet, 1897
Gabriel María Vergara: Coplas y romances que cantan los mozos en algunos pueblos de Castilla la Vieja con motivo de la Cuaresma...
Madrid, Hernando, 1934
La trompeta
Suetonio y Plutarco nos dicen que la trompeta, en la época romana, precedía al pregonero que salía por las calles para citar a alguien ante los tribunales: sus sones reclamaban el silencio para que la voz pública hiciese relación de la noticia o de la sentencia. Así aparece en la iconografía temprana que representa a Jesús saliendo del pretorio: unos soldados y un trompetero le preceden o siguen. Antiguos textos que se leían en los templos durante la Edad Media para representar la Pasión, hacían referencia a la sentencia de Pilatos según la cual el reo debía recorrer las calles de la ciudad de Jerusalén "en la manera en que está, coronado de espinas, con una cadena y soga al cuello, llevando una cruz, acompañado de dos ladrones para mayor afrenta hasta el calvario donde se acostumbra ajusticiar a los facinerosos y allí ser crucificado en su cruz, en la que permanecerá colgado hasta su muerte". Todo ello había de ser publicado "a son de trompeta y anuncio de pregonero".
Eusebio, Domiciano y San Ambrosio parecen estar de acuerdo en determinados pasajes de sus obras acerca del hecho de que a Jesús le precedía un pregonero con una bocina llevando el título o motivo por el que se castigaba su delito. Esta bocina, representada en la primitiva iconografía de la Pasión como un cuerno de animal, fue siendo sustituida poco a poco por un tipo de trompeta recta, sin llave alguna. La costumbre de llevar a cabo en la época medieval representaciones de diferentes episodios de la vida de Jesús, incluyó seguramente a estos pregoneros, de cuyo menester quedó la tradición de preceder un clarinero a las procesiones sirviendo al propio tiempo para anunciar el paso del cortejo y para pedir "claro" o espacio por donde pudiera transcurrir el mismo. Los muñidores de algunas cofradías de la Pasión también se acostumbraron a utilizar la trompeta con que se abría la procesión -conservada en el armario correspondiente y registrada en el libro de inventarios- para dar los avisos a los cofrades. El Merlú zamorano, por ejemplo, es heredero de esta antiquísima tradición. También para dar aviso se utilizaba un timbal con los parches destensados (esas cajas destempladas que se conocían tan bien en el mundo de la milicia y en el campo de batalla) que se cubría, por respeto, con un paño negro.
Capillas y músicos populares
Desde el siglo XVI aparecen también los pífanos (o flautas traveseras) y las flautas para una sola mano, acompañadas por el tamboril. Los primeros, procedentes del ámbito cortesano y militar pero también presentes en las capillas de ministriles de las catedrales junto a otros instrumentos menos populares como bajones, salterios y arpas, las segundas, es decir las flautas de tres agujeros, llegadas desde el medio rural donde también servían para alegrar fiestas y bailes públicos. Todos estos instrumentos tenían su propio repertorio ya que desde el siglo XVI hasta nuestros días los Maestros de Capilla de las catedrales tuvieron como obligación de su cargo la de componer anualmente música incidental para las celebraciones de más importancia litúrgica: Navidad, Semana Santa y Pascua, y la fiesta del Corpus Christi.
Música de capilla y de banda
La capilla musical estaba compuesta, según las épocas, de más o menos instrumentos pero casi siempre fijos: los violines, las chirimías, los oboes y los fagotes o bajones, grupo que a veces se completaba con sacabuches y trompetas. En tiempos recientes, es decir hacia las primeras décadas del siglo XIX, las bandas de música ?civiles y militares- sustituyeron a las antiguas capillas musicales incluyendo bugles, figles, fiscornos, clarinetes, tubas, bombardinos y otros instrumentos de metal e interpretando un repertorio más ecléctico -apropiado o no, según el acierto en la elección de ese repertorio- que casi ha llegado hasta nuestros días. En el siglo XIX el auge espectacular de la música militar incorporó las bandas a los parques y paseos públicos (también a las procesiones) y con ellas instrumentos que nunca habían estado presentes en la música religiosa o parareligiosa.
Las dulzainas y chirimías ocuparon, asimismo, durante prolongados períodos (sobre todo en el caso de las primeras) un espacio particular entre los pasos o acompañando a los hermanos de disciplina y de luz o cera que constituyeron la espina dorsal de las cofradías.
Las voces
Las voces que cantaban el relato en la liturgia debían de ser distintas. Jesús con voz baja, honesta y dulce, sin adornos ni gorjeos, simbolizando la mansedumbre y modestia. El cronista santo, representado en el Oficio por una C. (Cantor) -una cruz y una S. sustituían respectivamente a las palabras Cristo y Succentor (cantor solista)- se expresaba sin embargo con fuerte voz para hacer las veces de los Evangelistas, quienes predicaron los hechos públicamente antes de escribirlos. El pueblo o sinagoga, por último, se manifestaba con insolentes y amargas palabras, intrépido y orgulloso, como dice Durando que hablaron a Jesús las turbas.
El silencio
Las campanas enmudecían, según indica ya en el siglo XI el Ordo Romanus, desde la hora nona del Jueves Santo hasta las tres de la tarde del Sábado Santo, cuando el sacerdote pronunciaba el "Gloria in excelsis Deo", una razón mística asistía esta antiquísima costumbre, razón que explicó Guillermo Durando a comienzos del siglo XIV alegando que así como las campanas representaban a los predicadores evangélicos y durante estos tres días los Apóstoles estuvieron escondidos y callados habiendo abandonado a Cristo que tuvo que dar él solo el testimonio de la Verdad desde el leño de la cruz con voz apagada, así sólo debían hablar los maderos. Estos maderos que sonaban de Gloria a Gloria servían para dar aviso del comienzo de los Oficios, para acompañar el Viático o tocar el Angelus y, fundamentalmente, para las Tinieblas. Tales "maderos" eran esos instrumentos de madera que crepitaban al chocar una tabla con otra (como en el caso de las tablillas), al golpear el leño con un mazo o aldaba (como en el caso de las matracas) o haciendo sonar unas lengüetas accionadas por una rueda dentada (como sucedía en las carracas). De este modo y con esos elementos, la Iglesia nos convocaba con una madera por haber muerto Cristo sobre ella y ser su símbolo. Y justamente por simbolizarle a Él, por ser su alegoría, la Iglesia permitía que estuviese en manos de todos y se hiciese vibrar por todos en los momentos de más dolor y angustia.
El luto
Durante el Oficio de Tinieblas de los tres últimos días de la Semana Santa se cantaban, ya caída la tarde, los salmos acostumbrados en las principales iglesias y templos. Delante del altar y al lado de la Epístola se colocaba el Tenebrario, candelabro triangular con quince velas, siete a derecha y siete a izquierda flanqueando a una de mayor tamaño denominada la vela María. Según se iban desgranando salmos y lecciones se iban apagando las luces por riguroso orden: la primera, la más baja del lado del Evangelio, la segunda, la inferior del lado de la Epístola, la tercera, la situada inmediatamente a la primera, la cuarta, la contigua a la segunda...y así, sucesiva y alternativamente, se iban extinguiendo todas las velas del candelero menos la vela María, continuando con los seis blandones amarillos que estaban sobre el altar y con todas las demás lámparas y luces de la iglesia. Cuando el acólito, arrodillado en las gradas del altar mayor y con la vela María entre sus manos, iba a esconderla detrás del altar en el mismo lado de la Epístola fuera del alcance de la mirada del pueblo, la oscuridad se acentuaba en la Catedral o en el templo. Expectantes, todos los fieles presentes aguardaban de rodillas a que el sacerdote entonase el "Christus factus est pro nobis obediens usque ad mortem". Después, escuchaban el sosegado cántico del Miserere: "Darás gozo y alegría a mis oídos y mis huesos humillados saltarán de contento". Y finalmente, al escuchar las palabras "fue llevado el Señor como oveja al matadero y no abrió su boca", el mundo se venía abajo como se vino con la muerte de Cristo. Cientos de carracas, matracas y tablillas quebraban el aire reposado, silente, de los templos para protestar por el tránsito del Salvador, para estremecerse como se estremeció el Universo con su muerte.
Monumentos y sagrarios
Una de las costumbres más extendidas en toda España y más queridas por el pueblo era la de visitar siete monumentos o sagrarios en la tarde del Jueves Santo. Ese peregrinaje procedía, al parecer, de la conmemoración de la propia movilidad de Cristo en el mismo día en que fue traicionado ?primero por Judas y luego abandonado por sus propios discípulos-, instituyó la Eucaristía o tuvo que visitar a la fuerza las casas de Anás, Caifás y Pilato. El llamado "monumento" era en realidad una especie de altar más o menos artístico ?los altares habituales se cubrían con un paño negro o morado- en el que diversas escenas de la Pasión, semejantes a los carteles medievales que se colocaban a la puerta de las iglesias para explicar pasajes del Evangelio, adornaban y servían de marco a un "sagrario" en el que quedaban las formas ya consagradas hasta el día de la Resurrección. Durante el período Barroco muchos artistas creadores de retablos fueron reclamados para hacer también estos monumentos, por lo que en ocasiones algunos temas se repetían. La muerte, por ejemplo, aparecía por igual en túmulos funerarios, catafalcos y monumentos.
Pieza:
Esqueleto procedente de catafalco
Madera, pigmentos
Colección Caja España-Museo Etnográfico de Castilla y León
El Credo y el descenso a los infiernos
En el Evangelio de Nicodemo, Satán escucha "una voz de trueno y de tempestad". David le dice: "Villano y sucio príncipe del infierno, abre tus puertas para que el rey de la gloria entre." Jesús aparece, rompe las puertas y los candados de las infernales prisiones, ilumina las tinieblas eternas y desciende a visitar a los que estaban sentados a la sombra de la muerte. El buen ladrón iba con él llevando su cruz, aunque otras leyendas hablan del propio Adán. Eusebio de Cesarea escribió que "Jesús abandonó su cuerpo sin esperar a que la muerte fuese a apoderarse de él, por el contrario, cogió a la muerte, que temblaba, que le besaba los pies y que trataba de huir, él la detuvo, rompió las puertas de los calabozos que encerraban las almas de los santos, los sacó de allí y los resucitó."
Santo Tomás asegura en la Summa que volvieron a morir, y ésta es también la opinión de Calmet. "Sostenemos ?dice? que los santos que resucitaron después de la muerte del Salvador murieron otra vez para resucitar un día."
El Tenebrario
En el Tenebrario, ese hachero en el que se encendían quince velas comenzando por la central ?la vela María de cera blanca- y continuando por las que estaban del lado del Evangelio para acabar por las del lado de la Epístola ?todas amarillas-, se concentraban todas las miradas durante las Tinieblas mientras los labios musitaban las Lamentaciones del profeta Jeremías: "Jerúsalem, Jerúsalem, convértere ad Dominum Deum tuum", "todos mis amigos me abandonaron y los que me armaban asechanzas prevalecieron. Al que yo amaba, me hizo traición". Al final de los salmos de Maitines y Laudes y al comienzo del Benedictus, el apagador dejaba sin vida las candelas del templo. Al versículo "Ut sine timore" se iban amatando también, una a una, las velas que representaban a las personas que llevaron a Cristo hasta su pavorosa soledad. Después, cuando se comenzaba a decir el "Christus factus est..." "Cristo se hizo obediente por nosotros hasta la muerte", la vela María, la que representaba a la Madre fiel, era ocultada debajo del altar de modo que ninguna luz quedara a la vista. Al decir el sacerdote "Qui tecum", los niños, que habían estado esperando este momento como la propia redención de su inquietud, como la fuente donde saciar la sed de su imaginación, como el regalo jubiloso dentro de tanta severidad, entraban en tropel, desatándose un furioso vendaval sonoro, un ensordecedor estrépito que, según la Iglesia, debía de durar sólo un Pater noster ?hasta que la vela María volviera al Tenebrario- pero que la tradición dilataba en la medida en que cada parroquia quisiera manifestar su conmoción y pesar por la muerte de Cristo en la Cruz.
Pieza:
Tenebrario del Convento de Santa Isabel (Valladolid) con las cinco llagas de Cristo
La adoración a las llagas de Cristo adquiere en la Edad Media, como tantos otros relatos relacionados con la Pasión, un carácter legendario. Las llagas, según una larga tradición, fueron 5.480, es decir, las 5475 que se calculaba por los azotes recibidos más las 5 de los dos pies, manos y costado. A ese número, otra tradición ligada a la vida de San Bernardo de Claraval, había añadido la llaga de la espalda, o sea la causada por el peso de la cruz. El propio Cristo, al aparecerse al santo, lo había revelado: Yo tenía en mi hombro, mientras llevaba la cruz en la calle de la Amargura, una dolorosísima llaga, que me atormentaba más que las otras, y que no es recordada por los hombres, porque no la conocieron. Honra esta llaga con tu devoción, y te concederé cualquier cosa que me pidieres por su virtud y mérito. A todos aquellos que veneraren esta llaga, yo les perdonaré los pecados veniales y jamás me acordaré de sus pecados mortales.
La llamada Semana Santa, denominada antiguamente por la Iglesia Semana Mayor, Semana Penal o Semana de Indulgencia, ha venido a significar para el individuo de hoy -sea cristiano o no- una semana sin actividad, circunstancia que no es, como podría pensarse, un producto más de esta civilización de ocio en la que vivimos, sino el legado de una tradición bien antigua: los obispos de Oriente, antes del siglo VI, habían establecido para esa época del año en sus Colecciones de Estatutos llamadas después Constituciones Apostólicas, dos semanas de vacaciones, la propia de Semana Santa conmemorando la Pasión de Cristo y la siguiente, por su Resurrección. En todo ese tiempo el comercio, el tráfico, los procesos y pleitos, así como los trabajos manuales estaban vedados, costumbre que con diversa suerte y alternativas varias ha llegado hasta nuestros días. Para el cristiano, sin embargo, la Semana Santa va mucho más allá de un simple período en el que cesa la actividad. Independientemente de la significación honda, entrañable, que pueda tener para la religiosidad de cada cual, la Semana Santa es en sí misma un maravilloso conjunto de rituales, de signos externos, que son patrimonio de todos y, hoy más que nunca, un tesoro añadido que debemos esforzarnos en conservar.
Procesiones
Durante la carrera, el sonido de la trompeta ronca o del áspero clarín rasgaban la atmósfera nocturna. Era la misma trompeta que en los días de Cuaresma anunciaba al muñidor de una cofradía solicitando de los fieles limosna o cera para el Monumento y que ahora hacía sonar en su "vigilia" el "claro y paso", toque que servía para despejar de gente la carrera o recorrido de la procesión. La cofradía de la Pasión de Valladolid, por ejemplo, mostraba al sayón de Gregorio Fernández tocando una trompeta similar y precediendo al pregonero que, a voces, proclamaba fieramente el motivo o título por el que se castigaba a Jesús. Incluso en algún pliego suelto de las imprentas de Santarén o Cuesta donde se reproducía la sentencia de Pilatos contra Jesús aparecía la frase: "La cual sentencia mandamos publicar a son de trompeta y en voz alta de pregonero porque venga a noticia de todos y no puedan alegar ignorancia alguna...". La renovación del instrumental de viento en el siglo XIX por influencia de las bandas militares alcanzó a alguna de esas antiguas trompetas y clarines, que fueron sustituidos en muchos casos por bugles, todavía hoy en poder de determinadas cofradías.
La Real y muy ilustre cofradía de la Soledad en compañía de la llamada Congregación de la Buena muerte, se encargaba en Barcelona desde tiempo inmemorial de la procesión del Viernes Santo. Como entre sus fines estaban los de atender a los moribundos, de vez en cuando editaban aleluyas (para vender y obtener una ayuda económica para esos fines) que se podían recortar en tiras y enlazar para crear un rollo en el que se seguía el orden y disposición de la carrera. Una muestra de ello son las aleluyas que se exponen y la tira procesional, editada en 1828 en la imprenta de José Rubió, en la calle de la Libretaría en Barcelona.
Santo Entierro
Matías Prieto
1959
Hierro forjado
Colección Caja España-Museo Etnográfico de Castilla y León
Litografía (Vía Crucis) en marco de madera y cristal
Papel, pigmentos
Colección Caja España-Museo Etnográfico de Castilla y León
Litografía (Reloj del Cristiano) en marco de madera y cristal
Papel
Colección Caja España-Museo Etnográfico de Castilla y León
Dibujo del Santísimo Cristo arrodillado de Ayllón
Papel
Colección Carlos Porro
Grabado sobre plancha de cobre de la Virgen de los Dolores
José Giraldo (siglo XVIII)
Papel
Colección Carlos Porro
Gertrude Bone escribe en Old Spain para acompañar el dibujo de su marido, Muirhead, sobre el lavatorio en la Catedral de Segovia: "Ahora el espacio entre las dos hileras negras de feligreses se llena con todo el oro y púrpura del obispo y el séquito de canónigos. El contraste es plástico y significativo. Los monaguillos arrodillados sostienen el misal abierto desde el cual el obispo lee el oficio. El coro entona un salmo. Ordenadamente el obispo se desprende de su báculo de plata, anilñlo, cruz de joyas y de sus hábitos. En la túnica blandca de un monje "se ajusta una toalla" y en una vasija de plata lava y después seca los pies de doce hombres pobres de la ciudad. Una vez finalizada la operación, retoma sus prendas y se sienta en su sitial mientras un carmelita describe la escena con toda la elocuencia castellana"...
UNA PASION POPULAR
Valerio Serra y Boldú, en la publicación Folklore y costumbres de España, editado por Alberto Martín en 1934, escribía: Aunque ya no presentan nuestras grandes ciudades durante los días de Semana Santa el aspecto característico que tenían en los días de más religión, aún puede afirmarse que en ellos aflora sobre sus calles y plazas un ambiente de melancolía, a la agitación febril de otros días, al continuo rodar de carruajes y al tráfico de los negocios, sucede una apacible calma. Reina en todas partes un respetuoso silencio, no se oyen los gritos estentóreos de las turbas, ni apenas el ruido de los carruajes, pues en muchas ciudades no circulan, o a lo menos no debieran circular, por prohibirlo los reglamentos municipales. Millares y millares de fieles desfilan respetuosamente ante los monumentos, millares y millares de fieles acuden a adorar la cruz.
Por "turbas" entendía Serra al pueblo llano, que tan pronto recibía a Cristo en Jerusalén con ramos y palmas como pedía su cabeza y exigía crucificarle. Por turbas entienden todavía en Cuenca la actuación de unos personajes, ataviados con oscuro hábito, que al son del clarín y los tambores increpan a Cristo en la procesión de forma desordenada. Entre esta forma caótica de comportarse y la ordenada de las cofradías y hermandades, hay una gama de gestos, costumbres y relatos que podrían definir las múltiples actitudes que tuvo la sociedad española, a lo largo de los siglos, ante la Semana Santa.