31-05-2001
La exposición La era del bien y del mal está compuesta por casi cincuenta láminas murales de gran tamaño editadas en 1913 por José Vilamala, de Barcelona, para la enseñanza del catecismo. El editor catalán contó para ello con dos artistas de gran renombre en la época, Joan Llimona y Dionisio Baixeras, quienes ilustraron con magníficas litografías los temas de catequesis.
La exposición, que tuvo lugar de junio de 2001 a junio de 2002 en la Sala de Exposiciones Mercedes Rueda, en Urueña, contó además con unos comentarios a cada lámina realizados por Andrés Amorós, Salvador Andrés Ordax, Julia Ara, Antonio Basanta, Concha Casado, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Miguel Delibes, José Delicado Baeza, Teófanes Egido, Ismael Fernández de la Cuesta, María Antonia Fernández del Hoyo, Carlos Flores, Ramón García, Salvador García Castañeda, Manuel Garrido Palacios, Luis María Isusi, Antonio Linage Conde, Jesús López Sobrino, Jorge Manrique, Meri Maroto, Modesto Martín Cebrián, Gustavo Martín Garzo, Marina Mayoral, Antonio Meléndez, Antonio Piedra, Carlos Piñel, Francisco de la Plaza, Amancio Prada, Nativel Preciado, Juan Antonio Quintana, Salvador Rodríguez Becerra, Ignacio Sanz, Clemente Serna, Jesús Urrea, Julio Valdeón y Antonio Viñayo.
Se ha editado un catálogo con la colección de láminas completa, los comentarios citados y un estudio previo y anotaciones de Luis Resines.
1. La señal de la Cruz.
José Delicado Baeza. Arzobispo de Valladolid
2. Existencia de Dios
Jesús López Sobrino. Director del programa "El día del Señor" TVE
3. La Santísima Trinidad
Teófanes Egido. Catedrático de Historia
4. Dios creador del cielo
Antonio Viñayo. Abad de San Isidoro en León
5. Dios creador de la tierra
Clemente Serna. Abad de Santo Domingo de Silos
6. El pecado original
Antonio Meléndez. Director de Las Edades del Hombre
7. Encarnación. Fue concebido por obra del Espíritu Santo
Concha Casado. Filóloga
8. Nació de María Virgen
Luis María Isusi. Director del Museo Diocesano de Valladolid
9. Jesucristo
Francisco de la Plaza. Catedrático de Arte, Univ. De Valladolid
10. La redención. Milagros de Jesucristo
Julia Ara. Prof.Titular de Arte. Universidad de Valladolid
11. Cristo es Dios. Sus milagros
Salvador Rodríguez Becerra. Presidente de la Fund. Machado
12. Redención de Jesucristo
Antonio Bonet Correa. Académico de la R.A. de San Fernando
13. Padeció bajo Poncio Pilato
Jesús Urrea. Director del Museo Nacional de Escultura
14. Cristo sepultado
Antonio Linage Conde. Notario y escritor
15. Descendió a los infiernos
Manuel Garrido Palacios. Etnólogo y escritor
16. Resucitó al tercer día
Carlos García Gual. Catedrático
17. Subió a los cielos
Modesto Martín Cebrián. Etnólogo
18. Cristo a la derecha de Dios Padre
Luis Alberto de Cuenca. Filólogo y poeta
19. Ha de venir a juzgar vivos y muertos
Antonio Basanta. Director de la Fund.Sanchez Ruipérez
20. La muerte
María Antonia Fernández del Hoyo. Universidad de Valladolid
21. Cristo en la vida perdurable (cielo)
Ramón García. Escritor
22. Las penas del infierno
Salvador García Castañeda. Catedrático de literatura
23. Creo en el Espíritu Santo
Carlos Piñel. Etnólogo y pintor
24. La Santa Madre Iglesia
Antonio Piedra. Director de la Fund. Jorge Guillén
25. La comunión de los santos
Ismael Fernández de la Cuesta. Catedrático de Musicología
26. El perdón de los pecados
Ignacio Sanz. Etnólogo y escritor
27. La resurrección de la carne
Gustavo Martín Garzo. Escritor
28. Amén
Miguel Delibes. Académico y escritor
29. Introducción a los Mandamientos
Julio Valdeón. Catedrático de Historia Medieval
30. Primer Mandamiento. Virtudes y pecados contra él
Tico Medina. Periodista
31. Tercer Mandamiento. Acuérdate de santificar las fiestas
32. Cuarto Mandamiento. Honrarás al padre y a la madre
Juan Antonio Quintana. Actor
33. Octavo Mandamiento. No dirás falso testimonio ni mentirás
Meri Maroto. Pintora
34. La oración
Amancio Prada. Músico
35. Pecados capitales
Nativel Preciado. Periodista
36. Pecados capitales
Carlos Flores. Arquitecto
37. Sacramentos.La Eucaristía
Antonio Colinas. Poeta
38. Sacramentos.Extremaunción
Salvador Andrés Ordax. Catedrático de Arte
39. Virtudes.La fe
Andrés Amorós. Catedrático y escritor. Director General del INAEM
40. Virtudes. La esperanza
Marina Mayoral. Escritora
Vilamala Editor. Barcelona
Ilustradores:
Joan Llimona i Bruguera (1860-1926)
D.Baixeras. V.S.Ariet
Estudio y textos adicionales a las láminas: Luis Resines
Número 1
LA SEÑAL DE LA CRUZ
Cristo crucificado es el misterio insondable, escándalo para quienes buscan portentos y locura para quienes sólo confían en la razón. Para los creyentes que aceptan la Palabra revelada, fuerza y sabiduría de Dios. El grito de Jesús en la cruz: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?", no es el de la desesperación, sino el del amor y la entrega.
Cuando se contempla el mal que brota por todas partes, algunos exclaman: "¿Dónde está Dios?", para concluir que no existe o que no es bueno. Entonces se da la razón a la "antiteodicea". Pero la clave es esta otra: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo".
La línea horizontal de estos cuadros interpreta la cruz como signo de victoria bélica, el de Constantino, o espiritual, el de San Felipe Neri. En la vertical se contempla el amor de la Santísima Trinidad acogido especialmente por la Virgen María, orante y oferente como madre de todos, y abajo, en vertical también, la ternura de una madre de tantas enseñando a su hijita la señal de la cruz que se transmite de generación en generación.
José Delicado Baeza. Arzobispo de Valladolid
Número 2
LA EXISTENCIA DE DIOS
El cartel aborda, sin duda, la cuestión más trascendente de la vida, pues en ella el ser humano se juega todo.
En la génesis del acto de fe acerca de la existencia de Dios actúan imprescindible y conjuntamente tres elementos: a) El entendimiento, que rastrea las huellas del Creador en lo que existe. No hay azar. b) La voluntad, que da el asentimiento con la libertad y c) El impulso de Dios para dar el sí (la fe es un don de Dios).
La apologética tradicional caminaba más a gusto por la fundamentación racional de la fe. Hoy discurre simultáneamente por el mundo de la inmanencia.
En la lámina se alude a la revelación de Dios en la Antigua Ley y a la ley escrita en la conciencia de todos los hombres y pueblos.
"No hay reloj sin relojero, ni mundo sin creador" equivalen a la tesis: No hay efecto sin causa. Voltaire decía: "Cuanto más lo pienso, menos puedo comprender cómo marcha un reloj si no lo ha construído un relojero. De la nada, nada viene".
Jesús López Sobrino. Director de El día del Señor. TVE
Número 3
LA SANTISIMA TRINIDAD
Uno de los retos más acuciantes de la catequesis tradicional fue siempre la explicación del misterio de la Trinidad. El cartel, con evidente ingenuidad, compendia visualmente los recursos más socorridos. Se parte de la manifestación trinitaria de los evangelios: ahí están Jesús bautizándose en el Jordán, sobre su cabeza el Espíritu Santo en forma de paloma, y el padre, que desde la nube autoriza a Jesús como hijo suyo y manda que sea escuchado. Y en actitud, nada natural pero expresiva, de escucha, se personifica a la humanidad, junto al árbol con un solo tronco del que proceden tres brazos, símil gráfico muy habitual para dar a entender el misterio de un solo Dios y tres personas distintas. Como réplica a tantas sutilezas como arbitraron los teólogos escolásticos para penetrar el misterio insondable, se escenifica, con figuras más reducidas, el episodio tópico de la hagiografía y de la iconografía de san Agustín. Paseaba por la playa el Santo, angustiado por escrutar y razonar el misterio, cuando se encontró con un ángel en forma de niño que quería introducir todo el agua del mar en un hoyo mínimo cavado en la arena, a la advertencia de lo imposible de su empeño le respondió el ángel: "más imposible es que tú puedas encerrar en tu razón el misterio de la Santísima Trinidad".
Teófanes Egido. Catedrático de Historia. Universidad de Valladolid
Número 4
DIOS CREADOR DEL CIELO
Trataré de explicar esta lámina lo mismo que me la explicaron a mí, cuando yo era niño y asistía a "la doctrina". Comenzábamos cantando el credo. Primero, el corto:" creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra". También el largo y en latín "de todo lo visible y lo invisible". Contemplábamos, arriba, al Padre Eterno y a su Hijo, el Verbo Sabiduría, y muchos ángeles, que formaban la "creación invisible". Parte de los ángeles, capitaneados por Luzbel, se rebelaron, y fue San Miguel, espada en mano, quien los arrojó a las llamas del infierno. Los niños nos dividíamos en dos legiones, ángeles buenos y ángeles malos. Gritábamos: ¿Quién como Dios?. -Nadie como Dios. Nos decía el Señor Cura, hombre muy leído, que cuando llegaron los misioneros a Méjico, en tiempos de Hernán Cortés, enseñaban la doctrina a los mayores de esta manera y que formaban más de cinco mil indios en cada uno de los ejércitos.
Abajo, aprendíamos que los millones de ángeles buenos se dedicaban a cuidar de los niños. Cada uno teníamos un Angel de la Guarda que nos libraba de los peligros, como a la niña de la lámina, que le ayudaba a pasar el río. A grito pelado le cantábamos: Ángel de mi guarda / santa compañía, que no me abandonas / ni de noche ni de día.
Antonio Viñayo Gonzñalez. Abad de San Isidoro de León
Número 5
DIOS CREADOR DE LA TIERRA
Dios es eterno, increado y perfecto en su ser. Es vida y felicidad por esencia. Uno y trino, es amor. Omnipotente, no necesita de nada ni de nadie. ¿Por qué es también creador? Muy sencillo. Dios ha querido llamarnos a la vida por amor y para que podamos amar. Por eso crea el universo, magnífico en su extensión y en su variedad. En la inmensidad del cosmos, porción minúscula del mismo, se encuentra nuestro planeta. La tierra está adornada de vida vegetal, animal e inteligente. Con capacidad de reconocer al creador y de amarlo, el hombre y la mujer son los seres más perfectos de la creación. Su cometido es grande: colaborar con Dios para llevar el mundo creado a su culminación. Esta es su dignidad y también su responsabilidad. La paz y la armonía del ser humano con su Creador, se traduce en paz, armonía y bienestar en toda la creación.
Clemente Serna. Abad de Silos
Número 6
EL PECADO ORIGINAL
El mito del pecado original y la expulsión del paraíso pertenece a las raíces más humanas del hombre. Porque lo primero de todo no pudo ser el mal, sino que éste llegó a hacerse presente posteriormente por el libre ejercicio de la libertad de los hombres. Luego, todos y cada uno de los pasos que ha dado la Humanidad a lo largo de la historia han consistido en añorar instintivamente o buscar, otras veces, de forma premeditada la original felicidad. Sin embargo, esa conjunción de instinto y razón, no siempre ha llevado al hombre a identificarla con algo sustantivo para el ser y el desarrollo de la persona. A veces, los humanos nos empeñamos en concretar lo bueno en lo que más nos puede perjudicar.
El cartel de Vilamala es una bella reproducción popular, incluso barroca, de este mito, al que añade dos elementos que, aunque cristianos, no pueden estar ausentes de lo radicalmente humano: la muerte, como consecuencia del pecado, y "la Virgen prometida por Dios", como la puerta de la esperanza. Porque, a pesar de los pesares, la muerte y el mal, igual que no pudieron ser el principio tampoco serán el final. Que hasta el mero optimismo humano nos lleva a proclamar a los cuatro vientos que la muerte no es señora de nada ni puede clausurar la realidad. Para unos, sobreviviremos en los recuerdos de los otros, para otros, logrando la existencia original.
Antonio Meléndez
Número 7
ENCARNACIÓN. FUE CONCEBIDO POR OBRA DEL ESPIRITU SANTO
Me sobrecoge la actitud de María: interioridad y silencio. Vivir en fe es vivir en el silencio y en disponibilidad al Espíritu. María escucha el mensaje del ángel y todo su ser responde con un sencillo y profundo sí. En medio del silencio el Verbo se encarnó. La Encarnación es quizá el misterio más sublime de toda la creación. Es la entrada de Dios en nuestra historia.
La ilustración es preciosa: en el cielo, el Padre despidiendo al Hijo, que se encarna, y el Espíritu Santo, en forma de paloma, que baja hacia María. El tema central es el mensaje del ángel. María lo recibe en actitud de oración y, la labor humana con el torno de hilar, ha quedado interrumpida. En un pequeño recuadro tenemos la escena de la visita a su prima Isabel, que nos está recordando el Magnificat de María.
Concha Casado. Filóloga y etnóloga
Número 8
Número 10
LA REDENCIÓN. MILAGROS DE JESUCRISTO
El hombre busca en la fuerza misteriosa de lo divino la solución de problemas irremediables, consecuencia de su frágil condición, y encuentra en el milagro una vía para contrarrestar la causalidad implacable del orden natural. Los milagros de Cristo narrados en el Evangelio han sido interpretados por los Padres de la Iglesia como símbolo del poder de la gracia sobre el mal. El episodio de la curación del paralítico, desde su doble actuación espiritual y física, es una llamada a la confianza y al esfuerzo: el impulso de una voz interior despierta la capacidad humana para elevarse sobre sus limitaciones. Pero, a la vez, es el reconocimiento de que los hombres necesitan y demandan en su vida la presencia de lo maravilloso. En nuestra cultura los santos taumaturgos han sido los depositarios y distribuidores de los prodigios y a ellos se dirige la fe popular como la más sencilla y angustiada expresión de la esperanza.
El autor de esta ilustración, el pintor Joan Llimona, fundó a finales del siglo XIX en Barcelona el Círculo Artístico de San Lucas con el propósito de hacer del arte el vehículo de la espiritualidad cristiana, en el ambiente simbolista de la época. Su estilo, de un naturalismo suavemente idealizado, contiene una emoción ingenua capaz de conmover a la gente humilde. Mientras que la iconografía de la curación del paralítico enlaza con la tradición de los primeros tiempos del cristianismo, la presencia del santo local José Oriol añade al mensaje una señal de identidad que implica al pueblo en el relato.
Clementina Julia Ara Gil. Profesora Titular de Arte. Universidad de Valladolid
Número 11
CRISTO ES DIOS. SUS MILAGROS
Dios, la religión y la sociedad no pueden entenderse sin el milagro. El milagro es un acontecimiento sorprendente que los creyentes aceptan como señales de la acción de los seres sagrados, de seres humanos por delegación y de fuerzas no naturales sobre los hombres y la Naturaleza. Está ligado indisolublemente a la religión. Son muchos los testimonios del Mundo Antiguo que nos hablan de los milagros realizados por los dioses en Egipto, Grecia o Roma. En el Evangelio se manifiesta como un acto de poder de un ser de origen divino o demoníaco y, sobre todo, como un prodigio que parece contradecir las leyes naturales y revela el poder divino de manera grandiosa. Tras los primeros tiempos en los que Jesucristo y los Apóstoles obraron numerosos milagros para dar testimonio de la verdad de su fe y su poder, seguirá la época de los mártires, cuya acción terapéutica será un claro testimonio de que participaban de este poder, y sus reliquias obrarán portentos con solo tocarlas. La Edad Media incrementará la necesidad de soluciones extraordinarias que sólo el milagro podía llenar. El siglo de la Ilustración supondrá un serio revés hacia estas creencias que pasarán a denominarse despectivamente milagraría. En la actualidad, el milagro está sometido a un proceso de racionalización y selección creciente por lo que los sucesos milagrosos en los que el pueblo sigue creyendo no reciben el reconocimiento como tales oficialmente.
Salvador Rodríguez Becerra. Presidente de la Fundación Machado
Número 14
CRISTO SEPULTADO
Entre las cuatro semanas de cuaresma y la semana santa se intercalaba la semana de pasión. En ella, las imágenes de las iglesias se tapaban con un paño morado. En la catedral de Toledo se ocultaba con una cortina todo el altar mayor y las ceremonias eran invisibles. Como un respiro, el jueves santo se merendaba chocolate con torrijas en nuestros pueblos de Castilla. Al fin y al cabo, todo había sido un preludio para el viernes, cuando enmudecían las campanas y el sagrario se quedaba vacío. En los oficios del día, pues no había misa, adorábamos la cruz descalzos. Aquella era la liturgia popular, la de la participación masiva, en un latín que se había hecho doméstico.
Nuestro Señor había muerto. Su madre virgen, que también lo era nuestra, se había quedado sola, y por eso la vestíamos de negro y atravesábamos su pecho con siete espadas en la procesión del cristo yacente. Judas, el del beso traidor, encarnaba la maldad más refinada de aquel día, por otra parte redentor. Todos nos sentíamos un poco culpables, aunque no tanto como los judíos, así lo creíamos. Ahora sabemos que no fueron ellos los homicidas y deicidas, y envueltos en una cierta nostalgia de aquellos tiempos, meditamos en las tantas y tan despiadadas crueldades del nuestro.
Antonio Linage . Escritor
Número 15
DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS
Hamed abuelo descendía a los infiernos cada mañana a las seis en punto. Los infiernos estaban a cientos de metros bajo la tierra llana en la que se asentaban las casas, nivel quince, galería veinte de una mina perdida en el paisaje. Por abrir caminos en lo profundo armado del barreno recibió un jornal hasta los 46 años. A los 47 el médico vio que tenía los pulmones de cartón, sin flujo ni huecos. No cumplió los 48. A abuela Sara no le quedó ni una "miajita" de aquellos infiernos para seguir tirando, y confesó desde su sagrada cátedra a pie de hornilla que para ir a los infiernos no era necesario bajar tanto.
Hamed padre iba a los infiernos de la bajamar al despuntar el alba. Infiernos de chapoteo, agua, pescado, hielo y carencias, cuadro que pintaba con palabras en el aire de la casa a su regreso, hasta que un golpe de mar le mostró el camino de los infiernos hondos de los que nadie volvió nunca. Madre Fátima recordó más de un día en voz alta la confesión de abuela Sara sobre los infiernos.
Hamed hijo gastó hasta el alma en procurarse un sitio en la patera nueve mil ciento ochenta para hacer el viaje desde una playa de Marruecos a otra playa de España. Lo hallaron bocabajo cuando las olas del estrecho lo escupieron a la costa junto a doce muertos más. Abuela Sara y madre Fátima insistieron juntas en lo de los infiernos como si se tratara de un clamor que les quemaba dentro.
Hamed nieto fue a los tres años a la escuela pública y un entendido en estas cuestiones le quiso explicar lo de los infiernos. Él se adelantó y dijo: "Yo ya lo sé". Y todos quedaron asombrados al ver que un niño tan chico supiera esas cosas.
Manuel Garrido Palacios. Etnólogo y escritor.
Número 17
SUBIÓ A LOS CIELOS
Contemplar esta lámina me retrotrae a los años infantiles en mi pueblo natal de Villabrágima. Todos los domingos, después de misa mayor, los novicios jesuitas llegados en bicicleta desde Villagarcía, nos impartían catequesis (íbamos a "la doctrina"), preparándonos para un certamen que se celebraba en el mes de mayo entre los pueblos de la comarca. Para enseñarnos utilizaban diapositivas, filminas o láminas, traspasando nuestras pupilas las imágenes que ilustraban la vida de Jesús.
Recuerdo una lámina, muy semejante a ésta, titulada "La Ascensión del Señor a los Cielos". Los muchachos quedábamos absortos contemplándola en una iglesia semioscura, donde las palabras del novicio resonaban de forma grave: "Fijaos en Jesús Redentor que sube triunfante a los Cielos, a sentarse a la diestra de su eterno Padre, de donde ha venido...Todos los que han muerto en gracia de Dios antes de este momento, esperan en el seno de Abrahán a que Jesús franquee la entrada en el Cielo para poder reunirse con Él..." y yo, olvidándome de la enseñanza, comenzaba a imaginarme cómo podía ser el Cielo, dónde estaría, qué se haría en él, en qué idioma se hablaría...volviendo después de un tiempo a la realidad para escuchar de nuevo la plática catequética que seguía hablando del exilio terrenal, el valle de lágrimas, la parusía, ¡cuán despreciable nos tiene que parecer la Tierra!...hasta que llegaba el momento de las preguntas y yo cuestionaba si el Cielo estaba cerca o lejos de la Tierra, porque, si estaba muy lejos, tardaríamos mucho en llegar y, si estaba cerca, cómo es que no le veíamos. Y el novicio comenzaba a hablarnos del concepto de Cielo más como un estado que como un lygar. Era entonces cuando empezaba a no entender nada.
Modesto Martín Cebrián. Etnólogo y escritor
Número 18
CRISTO A LA DERECHA DE DIOS PADRE
La visión del protomártir: Cristo sentado a la derecha del Padre, con el Espíritu Santo revoloteando entre ambos. Mientras, San Pablo, que aún no se ha caído del caballo camino de Damasco, se queda con la ropa de Esteban, por si siguen avanzando las nubes que hay arriba a la izquierda y cambia el tiempo a peor, que es lo que suele suceder cuando se muere un santo. Arrecia la pedrea y brilla por su ausencia la puntaría, lo que hace aún más terrible la escena, porque a nadie la caben dudas acerca de que aquello va a terminar fatal, en la medida en que los sayones no tienen prisa y en que el final del pobre Esteban está escrito desde Nicea (por lo menos) por su hagiógrafos. El hecho es que la lapidación sale mucho en la Biblia como sistema de castigo para adúlteras (a los adúlteros no les pasaba nada), y que la adúltera es aquí un señor con los brazos abiertos que con las piedras que recibe va construyendo el templo de la nueva fe, utilizando su propia sangre como argamasa, para darle un toque gore al edificio.
Luis Alberto de Cuenca. Poeta y filólogo. Secretario de Estado de Cultura
Número 19
HA DE VENIR A JUZGAR VIVOS Y MUERTOS
Eran días de frío. Y de hambre.
Sobre la pared desconchada del aula, junto al mapa desvaído, el crucifijo y el retrato en blanco y negro del general, se abría el cielo de los justos y se abismaba el infierno de los condenados. Y mi mirada infantil repasaba cada trazo, cada perfil, cada figura hasta detenerse siempre en la escena de los penados, nunca en la de los redimidos. ¿Era mi propio yo quien se veía reflejado en el dolor sumiso y noble de aquellos perdidos?, ¿el afecto y la solidaridad que siempre he sentido por los perdedores? ¿O el atractivo de aquellos ángeles guerreros, alados y marciales, tan enérgicos como cinematográficos?
Aún no lo sé y ahora, al ver de nuevo este cartel, después de tantos años, me lo sigo preguntando. Allí está el Supremo Juez, vestido de rojo y gualda, la procesión de los justos y, a su lado, el hondo dolor de los proscritos, la desnudez de sus cuerpos, la hondura de la sima, el color y el calor de las brasas...Y allí estoy yo. Porque aquéllos, como éstos, eran días de frío. Y de hambre.
Antonio Basanta Reyes.
Número 20
LA MUERTE
Para alguien ligado a la historia del arte, la primera mirada sobre esta estampa lleva a Goya. No sólo la escena de la muerte del réprobo se inspira directamente en el "San Francisco de Borja y el moribundo impenitente" -que el maestro aragonés pintó, en 1788, para la capilla de los Duques de Osuna, en la catedral de Valencia- sino que también el venerable sacerdote que conforta al justo evoca al santo protagonista de "La última comunión de San José de Calasanz".
Sin embargo, en este caso el dibujante, al margen de cualquier ambición artística, se pone al servicio de la catequesis. Diversos detalles sirven para explicar la convencional y fácil identificación de la vejez y la pobreza con la salvación eterna: anciano es el que muere y también el sacerdote que le asiste, humildes la cama y la estampa de San José -patrono en el último trance como el propio Goya reflejó en "La muerte de San José", del vallisoletano monasterio de Santa Ana-, en cambio, el joven, tentado por la riqueza -significada en el recipiente lleno de monedas de oro-, la vanidad -el espejo sobre la mesilla- y la lujuria -las bailarinas que ocupan el cuadro de la pared así lo proclaman-, ha entregado su horrible alma -obsérvese incluso el gesto de su mano- al demonio. Sólo en algo se igualan uno y otro: una mujer les llora.
Todo ello me retrotrae a un concepto de la religión, por fortuna ya desaparecido. La niña que fui recuerda el colegio, los ejercicios espirituales, e incluso aquella película en la que su antigua superiora se aparecía entre llamas infernales a la comunidad que la veneraba como santa, manifestándole estar condenada por no haber confesado un pecado.
María Antonia Fernández del Hoyo. Profesora de Historia del Arte.
Número 21
CRISTO EN LA VIDA PERDURABLE (CIELO)
La vida perdurable...¡Ay, aquellas lecciones de catecismo de mi niñez! De catecismo no, de doctrina. "Ir a la doctrina", así decíamos. "Los miércoles nos toca doctrina". Y la "doctrina" era para mí el reino de lo ininteligible. No por los arcanos misterios de la fe, qué va, sino por las palabras raras que allí nos hacían oír y aprender. "La vida perdurable", por ejemplo. En este cartel pone entre paréntesis que se trata del cielo, así cualquiera, pero a mí, de niño, nadie se molestaba, creo recordar, en explicarme ciertos significados. Y al no entenderlas y ser, no pocas de ellas, palabras inusuales, había que ver y oír lo que los niños decíamos. Cantábamos un himno, por ejemplo, con la siguiente letra: "Sin temor enarbola la cruz por pendón". ¡Ahí es nada! "Enarbola", "pendón" y qué retorcimiento de la sintaxis. Yo, con el fervor de mis siete añitos de primocomulgante, cantaba a voz en cuello: "Sin temor en la bola la cruz por perdón". ¿Qué qué significaba? Ah...¿Pero puede saberse qué significaba la definición que daba el catecismo de los pecados capitales, que no olvidaré nunca porque nunca logré descifrar semejante galimatías? "Se llaman capitales porque son como cabezas, fuentes y raíces..." ¿Cabezas? ¿Fuentes? ¿Raíces? ¿Qué tenía que ver una cabeza con una fuente y qué con una raíz? ¿Es que una cabeza era un pecado? ¿Era pecado una fuente? ¿Pecabas por arrancar una raíz?
¡Qué lío, Dios mío, qué rompecabezas! Claro que todo lo dábamos por bueno si al final del final conseguíamos estar con Cristo en la vida perdurable (o cielo).
Ramón García. Escritor
Número 22
LAS PENAS DEL INFIERNO
Los niños de mi generación todavía teníamos miedo al infierno, y muchas noches antes de acostarme miraba yo debajo de la cama por ver si había demonios o ladrones. Una vez dormía yo en una habitación grande que antes no se usaba, al levantar la colcha vi unas cajas de cartón grandes, las abrí y tenían dentro unas coronas estremecedoras de plumas negras y flores violeta de trapo, apolilladas, polvorientas y marchitas. Por aquel entonces, en los Ejercicios Espirituales que daban en el colegio, con la capilla tan sólo iluminada por unas velas, describía una tarde lluviosa un predicador las penas del infieno. Un niño, asustadizo y algo memo, corroboraba de vez en cuando a media voz: "Y hay culebras", hasta que el jesuíta, ya harto, le dijo incomodado: "¡Que no hay culebras, chico!".
Demasiado tarde ya, la iconografía de esta lámina viene a confirmar aquellos terrores infantiles míos, que me trajo después a la memoria el profesor Enrico de Negri, un entusiasta de San Buenaventura, cuando tomé en Berkeley su curso sobre La Divina Comedia. Decían que De Negri se la sabía de memoria y en clase ahuecaba la voz de modo horrísono -"¡Papé Satán, papé Satán alepe!"- para imitar la de los diablos. En este cartel hay ecos del Dante (inevitables incluso en quienes no le leyeron), y muchos más de barracón de feria valenciana, con su mundo de espejos deformantes y de esqueletos de cartón, en el que algún mangante vestido de demonio colorado daba escobazos a los niños y metía mano en la oscuridad a las chavalas.
Es injusto que menos de una décima parte del cartel esté dedicada a los pecados y el resto a la visión de las penas infernales. Pecados, dicho sea de paso, que a mi humilde entender, no merecían tales tizonazos pues, se conoce que para no abrirles los ojos a los niños, no pasan de una alegre comilona en la que abunda el morapio y de un baile a lo agarrao amenizado por una orquestina de tres al cuarto. Al otro lado de la sima, y usando el tenedor como una escoba, un demonio va arrojando a otros pecadores, más o menos resignados, por la sima abajo. Es difícil saber por qué están allí. A la derecha, y en una estancia ardiente, parece haber avarientos o derrochadores pues un diablo les muestra una bolsa con dineros. A la izquierda, podrían estar los iracundos y los soberbios, que tratan de rechazar airados a unas sabandijas risibles, más cercanas al cínife que al vampiro. Tampoco sé quiénes serán estos réprobos del centro que, flagelados sin piedad, huyen de la quema. Sin que el pintor se lo haya propuesto, este averno evoca un esófago por el que caen los pecadores a una especie de estómago o de vagina incandescente que, a su vez, los evacua, vencidos ya y contritos, a una palude tenebrosa, de la que sobresalen algunos, vigilados por un roedor pacífico y disforme.
El cartel es claramente didáctico y en su tiempo debió lograr su efecto. Lo malo ha sido siempre meterles en la cabeza a los niños que la pena de daño -el no poder ver a Dios Nuestro Señor por siempre jamás- era mucho peor que la de sentido, tan evidente en estos cartelones...
Salvador García Castañeda. Catedrático de Literatura
Número 23
CREO EN EL ESPIRITU SANTO
Las figuras de los Apóstoles, sumisos, cual sombras repetidas, conforman, en violenta perspectiva, sendos muros que dirigen nuestra mirada hacia el centro de la escena: la Virgen María.
La paloma (que tanto desconcierto nos produjo siempre a los cristianos), los rayos y las lenguas de fuego que llevan la sabiduría a los que, más que pastores parecen ovejas, se mimetizan en un todo confuso, con nubes y fondo, gesto inconsciente pero muy ilustrativo del artista, que los ordena por obligación temática, pero sin convicción. La Madre, sin duda, es lo importante.
Contra toda ortodoxia, secularmente, el pueblo ha concedido a María un rango de semidiosa en la Familia Divina, la que ama y perdona, la madre. ¿Qué habría acontecido si, como dice Unamuno, la palabra pneuma (espíritu) no hubiera sido neutro en griego y sí femenino?
También, con gran artificio, se nos imponen la tiara y las llaves de la Iglesia, encajadas en la escena, pues, ¿no está Pedro entre los representados?
Carlos Piñel. Pintor y etnólogo
Número 24
LA SANTA MADRE IGLESIA
Yo que tuve de niño, por poco tiempo eso sí, madrastra como Blancanieves, lo de la Santa Madre Iglesia tenía en mí una figuración paradisíaca: una señora exactamente igual que mi abuela pero con una inmensidad mágica de la tierra al cielo y cubierta por un tul deslizante. Nunca he sabido a qué obedecía este delirio de seda y nunca ha desaparecido de mi mente esa ternura fantasmal sin carne, sin lugar determinado, sin perfil espiritual alguno pero incalculable.
Cuando un día, siendo ya adolescente, alguien desde un púlpito perfiló las cosas hablando de la Santa Madre Iglesia como lo hacía San Pablo en las cartas a corintios y efesios, ya no hubo remedio porque esos nombres me parecían piratas celestes y las palabras baratijas de un feriante. Le dije a mi abuela: ¿qué es eso Nunó? Y ella respondió al oído: "niño, escucha y calla". Y qué pena por haber abierto un poco las entrañas del conocimiento.
Antonio Piedra. Escritor. Director de la Fundación Jorge Guillén
Número 25
LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
Por su fe y su bautismo, el cristiano ha podido traspasar la barrera infranqueable de la terrible y atávica dualidad entre el mal y el bien, el diablo y Dios, el pecado y la gracia, las tinieblas y la luz, la muerte y la vida. Ganado el espacio de la vida, ésta se desarrolla circularmente en tres momentos: el de la Iglesia militante, la Iglesia purgante y la Iglesia triunfante. El número tres es el perfecto: el de Dios, uno y trino, y el del cristiano cuya vida pasa por la tierra y por el purgatorio para alcanzar el cielo. Olvidarse del purgatorio es retroceder a un superado dualismo, tierra-cielo. Los teólogos actuales sabrán lo que hacen cuando no quieren hablar de él. Pero ¿cómo habrían de recorrer el mismo camino para ir a la Gloria el Papa Juan XXIII, el Papa Woytila y el Papa Borgia? ¿Cómo no habrían de pasar éstos por el purgatorio y aquél ir directamente al cielo? La Comunión de los Santos es la Iglesia una y trina y es también la polea que, desde la Santa Misa como motor y eje, siguiendo el sentido de las agujas del reloj, el movimiento de la gran máquina del mundo, transporta las obras buenas convertidas en fe, esperanza y caridad a la Iglesia que sufre, que purga y que goza.
Ismael Fernández de la Cuesta. Musicólogo. De la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Número 26
EL PERDON DE LOS PECADOS
La santa cólera contra una falta o injusticia grave, me parece una reacción legítima de alguien que se siente vivo y que se indigna y reclama resarcimiento. Celebro al Jesús que reaccionó así. Y más si la falta se comete contra personas desvalidas. Callar, entonces, sería hacerse cómplice. Sólo los muertos y los necios no se indignan.
Ahora bien, en mayor o menor medida, todos cometemos faltas o pecados (algunos, una o dos veces por semana), lo que nos obliga a no ser extremadamente severos en el juicio. Creo que, incluso, si el asunto no es muy grave, lo mejor es hacernos los olvidadizos, no darnos por ofendidos, que no crezca el rencor justiciero, que el odio no nos roce, que ese resentimiento vengativo no nos pudra el ánimo. Por nuestro propio bien. Una mirada tolerante y limpia sobre nuestros semejantes nos hará más comprensivos y magnánimos y, por tanto, nos acercará a esa felicidad que todos, incluso los que nos ofenden, perseguimos.
Ignacio Sanz. Etnólogo y escritor
Número 27
LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE
El relato más hermoso.
No se trataba sólo de que fuéramos a resucitar, sino que lo haríamos con nuestro propio cuerpo, lo que, bien mirado, planteaba numerosos problemas. Porque ¿cuál sería ese cuerpo? ¿El que habíamos tenido de niños, el de nuestra loca juventud...? Y, sobre todo, ¿para quién volveríamos a recobrar ese cuerpo, para qué amor? Ya que hablar de la resurrección de la carne sólo puede ser hablar de amor, pues la carne es una invención de los que aman.
Fijémonos en esta lámina. Los ángeles tocan sus trompetas y el cementerio se transforma en una huerta cuyos frutos son los cuerpos que resucitan. Les espera el Juicio final pero, sobre todo, el encuentro con los que amaron. Ese hombre, por ejemplo, que se vuelve en primer término, ¿a quién espera encontrar a su lado? Y la delicada mujer que hay a su derecha, ¿a quién ofrece su mejilla? ¿A uno de sus amantes, a un niño...? Eso pasa con la carne, no es abstracta, pide diferenciarse. Por eso, de todos los que habíamos sido, sólo el cuerpo más feliz escucharía las trompetas de los ángeles, ya que la carne es la memoria de la dicha. Era entonces cuando empezaba el relato más hermoso. Un relato que subvertía con su loco sentido toda la trista religión de nuestra infancia. ¿Cómo podrían importarnos las lúgubres amenazas de sus sacerdotes si gracias a él, el relato más hermoso, ahora sabíamos que sólo el cuerpo que ha amado guarda las promesas de la resurrección?.
Gustavo Martín Garzo. Escritor
Número 28
AMÉN
"Daniel, el Mochuelo, nunca supo por qué en aquella ocasión se quedó, a pesar de todo, clavado al suelo como si fuera una estatua. El caso es que se quedó tieso y mudo, casi sin respirar. Entonces oyó hablar arriba a la Sara y prestó atención. Por el hueco de la escalera se desgranaban sus frases engoladas como una lluvia lúgubre y sombría:
-Cuando mis pies, perdiendo su movimiento, me adviertan que mi carrera en este mundo está próxima a su fin...
Y, detrás, sonaba la voz del Moñigo, opaca y sorda, como si partiera de lo hondo de un pozo:
-Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
De nuevo las inflexiones de Sara, cada vez más huecas y extremosas:
-Cuando mis ojos vidriados y desencajados por el horror de la inminente muerte, fijen en vos sus miradas lánguidas y moribundas...
-Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Se iba adueñando de Daniel, el Mochuelo, un pavor helado e impalpable. Aquella tétrica letanía le hacía cosquillas en la médula de los huesos. Sin embargo, no se movió del sitio. Le acuciaba una difusa e impersonal curiosidad.
-Cuando perdido el uso de los sentidos -continuaba, monótona, la Sara- el mundo todo desaparezca de mi vista y gima yo entre las angustias de la última agonía y los afanes de la muerte...
Otra vez la voz amodorrada y sorda y tranquila del Moñigo, desde el pajar:
-Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Al concluir Sara su correctivo verbal, se hizo impaciente la voz de Roque:
-¿Has terminado?
-Amén -dijo Sara."
Miguel Delibes. Escritor. De la Real Academia de la Lengua Española
Número 29
INTRODUCCIÓN A LOS MANDAMIENTOS
La contemplación de estas imágenes, no puede ser de otra manera, me retrotrae a la infancia. Láminas similares, quizá esta misma, colgaban de las paredes de las aulas del colegio adonde yo acudía de niño. Con ellas los educadores de la España de la posguerra pretendían inculcarnos el respeto a los mandatos divinos. Había que cumplir al pie de la letra los mandamientos que el Señor le entregó a Moisés en el monte Sinaí. Al mismo tiempo había que estar vigilantes, porque el demonio acechaba en todo momento, como ya les ocurrió a Adán y Eva en el paraíso. Los intérpretes de esa ley son, en la lámina, Dios padre, con su barba poblada, Cristo y el sacerdote. Pero esa ley no se dirigía exclusivamente a un grupo selecto de los habitantes dee ste mundo. Era preciso propagarla por la faz de la tierra, a través de las misiones. Ahí aparecían los "negritos", término que se utilizaba en mi infancia y que, pese a su apariencia cariñosa, resultaba despectivo hacia aquella raza, pues se pronunciaba desde el orgullo de tener la piel blanca.
Julio Valdeón Baruque. Catedrático de Historia Medieval. Universidad de Valladolid
Número 32
CUARTO MANDAMIENTO.HONRARÁS AL PADRE Y A LA MADRE
1."Una madre enseña a rezar a su hijo"
Es enternecedor el cadro que contemplo. Hay armonía en el ambiente: el paisaje, bucólico, los elementos destilan orden por todas partes, la luz suave, el recogimiento en los personajes...y un resplandor al fondo y arriba que me sugiere la mirada complaciente de Dios. Sí, todo es muy ejemplar, pero no sé si es real. Ciertamente yo he querido a mis padres mucho por instinto y porque lo merecían, también porque me inculcaron el amor filial, a través de su ejemplo con el comportamiento hacia sus padres, mis abuelos...Pero en mi niñez yo necesitaba más cosas para ser feliz. Y lo fui porque no me resigné a lo que se me daba y procuré desear y hacer muchas más cosas...
2. "Jesucristo ejerciendo obras de caridad".
Miro el segundo cuadro, menos armonioso y plácido, por cierto, me sobra autoridad en la figura de Jesucristo, veo excesiva tensión y hasta miedo en dos figuras. A la caridad debieran sobrarle los gestos grandilocuentes.
3 y 4. "Dar la justa paga al que trabaja" y "El maestro enseñando el temor de Dios".
Me reconcilio con la doctrina cristiana en los dos cuadros inferiores. Porque hay una atmósfera apacible, una actitud amable en los personajes que ejercen el poder y los que reciben la paga en un caso y las enseñanzas del maestro en el otro, no están renunciando a su dignidad.
La nostalgia me ha invadido un poco en esta mirada distanciada al mundo de mi niñez. Quisiera no haber renunciado demasiado a los rasgos de mi identidad que nacía entonces, pura y valiente. No sé...Pero recuerdo que entonces yo no quería tantos "buenos ejemplos".
Juan Antonio Quintana. Actor y Director de Teatro
Número 33
OCTAVO MANDAMIENTO. NO DIRÁS FALSO TESTIMONIO NI MENTIRÁS
Mi niñez se hace presente al contemplar las imágenes del cartel y me parece que representan parte de un sueño lejano, pero no es así. En aquel tiempo me sentía entregada a la obediencia impuesta por el miedo a ser rechazada por Dios. La belleza blanda y ñoña de las estampas llenas de ingenuidad y mala calidad plástica me conducían a un universo de gente buena que sería nuestro futuro si te portabas bien. Todo unido a los Mandatos Divinos me hace sentir un mundo lleno de espinas y resignación.
Meri Maroto. Pintora y escultora
Número 34
LA ORACIÓN
¿Te acuerdas? Eras un niño y en el silencio que acompasaba el reloj-despertador en la cocina de la abuela pasabas las hijas de aquel libro sagrado que tenía estampas como ésta. Era invierno y en la noche larga demorabas la hora de ir a la cama. Aquellos santos te llevaban por parajes de