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Muchas canciones de siega eran traídas por portugueses, que venían a hacer la siega.
Hay un dicho de la zona que expresa de alguna manera la idea que se tenía de los portugueses por una lado y de la mujer que tenía la desgracia de tener un hijo de soltera por otro: “Esa queda para un portugués”. Según esta visión, los portugueses ocupaban un escalón más bajo del estatus social que los más pobres de la comarca. Estaban más necesitados y por ello dispuestos a casarse con una mujer rechazada por los del lugar, por su “pecado”, con tal de mejorar su posición social.
Este tipo de valores permite apreciar la personalidad de Horacio, su independencia de criterio, su valentía, capaz de pasar por encima de prejuicios profundamente arraigados en la mentalidad de estas gentes. Horacio procedía de una familia pobre, aspecto que su futuro suegro debía de haber tenido muy en cuenta, pues se opuso desde el primer momento al noviazgo con su hija. Pero no se amilanaron y continuaron viéndose a escondidas. La consecuencia de estas relaciones fue que Carmen quedó embarazada, hecho buscado intencionadamente para socavar la resistencia del padre de Carmen al casamiento. Finalmente este objetivo lo lograron, pero quince años después, los mismos años que tenía su hijo.
Una de las fuentes que alimentaban los cuentos y leyendas eran sus creencias sobre el diablo o, como ellos lo llamaban, el “demo”, los muertos, las “peladas” o brujas y otros seres entre imaginados y reales. Cuenta Horacio:
“Todavía es conocida la leyenda del diablo. Esto era una tierra grandísima, el amo traía una cuadrilla de segadores y sucedió, que al terminar de segar, no se pusieron de acuerdo sobre el jornal a recibir por lo que se marcharon dejando el centeno sin atar. Entonces invoco al diablo prometiéndole el alma de su hijo pequeño si él ataba las gavillas. Inmediatamente después de hacer la invocación apareció el diablo y comenzó a atar el centeno. En esto llegó la mujer con la merienda y al ver al marido lleno de miedo, preguntó qué le ocurría. Entonces el marido le contó lo que había pasado y la mujer le dijo: «Déjame a mi que esto lo arreglo yo». Se desnudó y le empezó a hacer señas al diablo, pero éste no le hacía caso hasta que en un momento dado se apercibió. La observó y se dijo: «Cola en la cabeza, quiñones en el pecho, bigote en el culo, ¿qué diablo de bicho eres tú? Al no conocerlo, dejó de atar y se marchó...”.
En alguno de estos cuentos se intuyen corrientes de pensamiento subterráneas que, como un Guadiana, salen en ocasiones a la superficie. La narración oral ha sido el modo en que estas concepciones del mundo, de la vida, de la sociedad, se han podido manifestar sin censura o persecución. Se apreciaba en Horacio, cuando contaba estos cuentos, un aire socarrón. No participaba de los rituales religiosos del pueblo, por ello era mirado con desconfianza. Estoy convencido de que sus convicciones eran, cuanto menos, agnósticas, y su manera de poder expresarlas era a través de los cuentos.
Una de estas leyendas en las se refleja la crítica a la Iglesia y a las maneras de las que se ha servido a lo largo de los siglos para ejercer su poder es la “Leyenda de San Cipriano”. Cuenta Horacio:
“En tiempos en que se pagaban diezmos y primicias a la Iglesia, parece que el pueblo tenía una cierta queja de esas cosas porque se hacía un poco duro. Entonces acordaron que era mejor suprimir los diezmos, pero al cura del pueblo no le interesaba eso, no le convenían ciertas cosas y, en conciliábulo con el sacristán, una víspera de fiesta se llevaron al santo patrón, San Ciprián, al hueco de un castaño, en el camino de Portugal. Allí quedó en el hueco con el sacristán debajo.
Al día siguiente, estando la gente en la iglesia para oir misa, se encontraron sin el santo, nada más estaba el sitio. El cura les dijo:
– ¿No veis? Por no querer pagar los diezmos el santo se ha enojado y se ha marchado. ¡Tenemos que ir a buscarlo!
El pueblo no es capaz de verse sin santo patrón y decide ir a buscarlo. Así que salieron en procesión, camino de Portugal. Finalmente se encontraron con el santo, que estaba de espaldas en el hueco de un castaño y dijo el cura: «¡Está de espaldas. Esto debe de ser porque está enfadado!». Entonces el pueblo se puso a cantar. Comenzaron los hombres: «Santo Cipriano vuélvete a nos». Y contestaron las mujeres: «Diezmos y primicias pagaremos nos». Según iban cantando, el santo iba dando la vuelta, lo que hizo que el pueblo cada vez cantara con mayor fervor, hasta conseguir que se pusiera mirando hacia ellos. Así se lo llevaron. Esto se contaba en tiempos de mi abuela Juliana...” (20).
Esta actitud crítica hacia los curas se expresa incluso en sátiras, como estos mandamientos anticlericales que Carmen oyó a su abuelo Valentín, de los cuales sólo recuerda algunos:
- Primer mandamiento: Decir la misa por interés do diñeiros.
- Segundo: A responsar que morra todo o mundo.
- Tercero: Comer boa vitela y bon carneiro.
- Cuarto: Ayunar desde que farto.
- Quinto: Beber bon viño tinto.
- Sexto: Poner una barriga como un cesto.
Los dichos, responsos, oraciones, o mejor dicho, los falsos responsos y oraciones, que toman prestada la estructura formal de los rezos y plegarias para expresar un contenido satírico, salpican las actividades de la vida diaria: “...Pasando el río por un tronco estrecho, un hombre iba diciendo: ¡Válgame dios, válgame el diablo! Cuando terminó de pasar dijo: ¡Ahora me cago entre ambos!”.
Entre todos los cuentos de Horacio, hay uno que me parece una auténtica joya de la literatura de tradición oral: “El cuento del gallo, la hoz y el molino” (21).
“...Era una vez un hombre que, sintiéndose ya viejo, dejó todo lo que tenía a sus tres hijos después de haberles enseñado su funcionamiento y utilidad. A uno le dejó un gallo, a otro una hoz de “pica” y al tercero un molino.
Al poco tiempo muere el padre y deciden recorrer mundo. Así que parten para otras tierras y llegan a esta zona.
El hijo del gallo llega al pueblo ya anochecido, pide posada y es acogido en una de las casas, quedándose a dormir. Como era costumbre antes de acostarse, comentan las tareas que tienen que hacer al día siguiente y dejar todo preparado. Tienen que enganchar las vacas al carro para ir a buscar el día al alto de Cabeciña. El hombre, muy sorprendido de lo que acaba de oir, les dice que tiene un animal, que cuando canta, viene el día y que no necesitan ir a buscarlo. Esperaron a ver qué pasaba y sucedió que a eso de la media noche, el gallo se puso a cantar. Se levantaron y no vieron el día. Pero el amo del gallo insistía que el bicho cantaría cuando viniera el día. El gallo cantó otra vez y seguía sin venir el día. El hombre seguía insistiendo que cuando cantaba el gallo venía el día, quedándose preocupado y temiendo que fuera castigado por el Alcalde, que era el amo del pueblo, por el posible engaño. El gallo cantó de nuevo, se levantaron todos otra vez y vieron que el día ya llegaba, pues había comenzado a clarear. Ante tal acontecimiento, reunieron a todo el pueblo y le contaron la facultad tan prodigiosa que tenía el bicho, que cuando cantaba por la noche venía el día. El beneficio que les traería sería grande, pues ya no tendrían, en adelante, necesidad de ir todas las noches con la pareja de vacas al alto de Cabeciña a buscar el día. Debatieron el asunto en Concejo y acordaron comprarlo, pagándole mucho dinero para aquel tiempo.
El hombre del gallo, ante el temor de que el gallo fallara, decidió irse del pueblo, mirando de vez en cuando para atrás por si le seguían.
Hablando del bicho, pensaron que lo tendrían que alimentar. Pero ¿de qué se alimentaba? Como el hombre se acababa de ir, salieron corriendo en su busca. Lo divisaron ya bastante lejos y comenzaron a llamarlo a grandes voces. El hombre, al oir aquellas voces, creyendo que nada bueno podía esperar, comenzó a correr y cuanto más corrían los del pueblo más corría él. Las gentes del pueblo le gritaban «¿De qué se alimenta el bicho?». Al oir esto, les contestó lo primero que le vino a la mente. «¡De saltamontes!».
Regresaron al pueblo y prepararon escopetas y palos, todas las armas de que disponían, y se distribuyeron por parejas para ir a cazar saltamontes. Llegado el mediodía, una de las parejas no había cazado ninguno, ya sea porque no era la época o por cualquier otra razón. Teniendo mucho calor uno de ellos, se acercó a un manantial a beber agua, cuando vio que un saltamontes se le había posado en el pecho. Haciendo señas al compañero, le señalaba el saltamontes posado en su pecho. El otro cargó la escopeta y sin mirar a más, disparó sobre el saltamontes. Pum, matando al compañero.
Era la época de comenzar la siega. Como era tradición, se reunían todos los hombres en concejo y juntos se encaminaban al campo a segar. Utilizaban cuchillos de hueso y hasta de piedra. En aquella ocasión, los acompañaba el hijo que había heredado la hoz de pica. Era una hoz con muescas en uno de los lados, en forma de sierra, terminando en una punta doblada. Viéndoles segar tan trabajosamente y con tan poco rendimiento, les señaló el utensilio que llevaba consigo y comenzó a segar. En poco tiempo había segado tanto como veinte hombres en un día. Quedaron asombrados ante tan prodigioso utensilio y decidieron comprársela a un buen precio. Una vez que la hubo vendido, se marchó y los demás siguieron su trabajo, comenzando uno de ellos a segar con la hoz. Al primer intento, el hombre se cortó los dedos de la mano. Lleno de gran dolor y miedo, lanzó la hoz lejos de él, quedando ésta con el rabo para arriba, y comenzó a dar grandes gritos, a los que acuden los demás. Les dice que aquel bicho era un bicho fiera, pues, nada más comenzar, le había cortado la mano. Un gran miedo cogió a todos y, rodeando la hoz, comenzaron a tirarle piedras. Al darle en el rabo, la hoz salta y, cuanto más le dan, más salta. Los hombres decían asombrados: ¡Es un bicho fiera!
Viendo que era imposible matarla con piedras, se les ocurre prenderle fuego alrededor para ver si con el fuego es posible acabar con aquel bicho. En el momento en que el fuego llegó a la hoz, comenzó a retorcerse. Alguno de ellos decía: «No te enrodilles, bicho fiera».
El hijo que había aprendido el funcionamiento del molino llega también a aquella comarca y decide quedarse, pues desconocían el molino de agua y continuaban moliendo en morteros. Construye un molino y la gente lleva a moler el centeno al molino. Después de pasado un tiempo, el molinero decide irse y el pueblo le compra el molino. Siguieron moliendo normalmente hasta que ya no tienen más que moler y, entonces, deciden pararlo. Lo intentan una y mil veces, sin conseguirlo. El molino, al no tener grano que moler, rozaba las piedras una contra otra echando chispas. Pensando que aquello estaba endemoniado, que eran cosas del demonio, van a ver al alcalde. El alcalde llama a Concejo. Como se trata de algo que está endemoniado, deciden ir a ver al cura. «No os preocupéis. Si el molino está endemoniado, dejádmelo a mí». Así que bajan en procesión, con los mejores ornamentos y santos del pueblo. Ni uno deja de asistir. Llegando hasta el molino, éste, sin grano ni nada, echaba unas chispas del carajo: «raca-raca, raca-raca, raca-raca». El cura entra en el molino, comienza sus oraciones y, echando agua bendita por todas partes, lo manda parar. El molino no le obedecía, seguía más rugiente y más rápido por la falta de grano que moler y porque además, el río llevaba gran cantidad de agua: «raca-raca, racaraca, raca-raca...». A esto el cura responde: «Pues ya que no respetas mis palabras, a ver si respetas mi corona». Dicho y hecho, el cura apoya su cabeza en la piedra y, como andaba a tanta velocidad, se la arrancó de cuajo, saliendo la cabeza despedida. La gente, llena de terror y espanto a causa del endemoniado molino, comenzó a correr a más no poder, tropezando y cayendo entre ellos. En la huida, una de las viejas se tropezó y fue a caerse, precisamente, en el canal, de tal forma que quedó empotrada en él, obstruyendo el paso del agua. La gente comienza a pararse al comprobar que el molino ya no hace ruido y que ha dejado de andar. Así que vuelven sobre sus pasos y encuentran a la vieja atrancada en medio del canal, sin poderse mover. Habían encontrado la solución, cada vez que tuvieran necesidad de parar el molino pondrían una vieja atrancando el canal” (22).
Este cuento expresa el mestizaje cultural creado en una zona fronteriza, atravesada por influencias de diverso tipo. Integra diversos cuentos, de una manera no lograda plenamente, valiéndose de la fórmula de los cuentos populares para plantear un tema cultural: el conflicto producido entre lo “antiguo” y lo “moderno”, entre “tradición” e “innovación” el conflicto derivado de la introducción de innovaciones tecnológicas en mentalidades y estructuras sociales poco permeables a los cambios. En los tres cuentos, ordenados temporalmente desde el punto de vista de la evolución del conocimiento del hombre y de su dominio de la naturaleza, se repite el mismo conflicto. Una sociedad que recibe adelantos e innovaciones del exterior que chocan con una mentalidad incapaz de asimilarlas. En el cuento del gallo, el conflicto viene dado por la introducción de un animal que es desconocido por una sociedad anterior al neolótico, época en la que aparece la domesticación de los animales. En el cuento de la hoz, la falta de conocimiento y dominio técnico sobre este instrumento, provoca daños personales y una reafirmación del pensamiento animista, lo que impide encontrar soluciones a los problemas planteados por la introducción de estos cambios. En el cuento del molino, el conflicto se repite. Pero además señala explícitamente quiénes son las fuerzas que impiden la asimilación de estos cambios. Por un lado la tradición, representada por la vieja que quedó obstruyendo el canal, por otro, el poder de la iglesia, representado por el cura, que refuerza el pensamiento mágico del pueblo, para continuar ejerciendo su dominio e influencia. Por último, hay que decir que en los tres cuentos, marcados por un final trágico, se emplea la misma técnica de distanciamiento, el humor. Un humor negro, esperpéntico, expresado en los finales de los tres cuentos. Un humor que afecta a la globalidad del contenido, “imponiendo” una nueva mirada, una crítica sobre los cambios que actúan en la sociedad y sobre nuestra manera de experimentarlos. Tema de permanente actualidad. Por eso, cuando hoy día, los cambios derivados de los descubrimientos científicos y de sus aplicaciones se imponen como una “liberación” o como una “fatalidad”, sin que podamos hacer nada por evitarlo, nos están “imponiendo” algo más, se nos está imponiendo un modelo de desarrollo económico que, y lo sabemos, impide la renovación de la vida. Son otros “poderes”, otros “sacerdotes”, otras “iglesias” quienes impiden asumir los cambios necesarios y hacerlos propios para realizar una actividad económica desde una perspectiva planetaria, teniendo en cuenta nuestro conocimiento actual y la sabiduría acumulada a lo largo de la historia de la humanidad para poder encontrar soluciones a los problemas existentes, acordes con la renovación de la vida.
NOTAS
(1) Artículo publicado con motivo del homenaje que se le hizo en San Ciprián de Hermisende al año de su muerte.
(2) Durante los carnavales, las calles del pueblo eran recorridas por los muchachos, con los cencerros de las vacas colgados del cuello, para expulsar al “estrudio”, espíritu maligno que traía penas y desgracias.
(3) Expresión recogida por Joaquín Díaz de un sanabrés en la introducción a “La Tradición Musical en España. SANABRIA: Música Tradicional”. Investigación, dirección y coordinación: Pablo Madrid Martín, Alberto Jambrina Leal y José M. González Matellán. (Dos vols. Premio Nacional para empresas fonográficas 1986, otorgado por el Ministerio de Cultura).
(4) Ir de “fiadéiro” consistía en juntarse varios vecinos con toda su familia, en la casa de uno de ellos, en torno al fogón, en las largas noches de invierno. Esta costumbre ha desaparecido prácticamente.
(5) Se consideraba una jornada el tiempo que va desde la salida del sol hasta su puesta, aunque en la práctica el criado trabajaba las veinticuatro horas del día. Si se negaba, lo más probable era que no volviera a ser contratado.
(6) El jergón era un gran saco relleno de espatas de maíz o paja de centeno que se ponía debajo del colchón de lana o, si no había otro remedio, hacía las veces de éste.
Adivinanzas:
(7) “Detrás de una puerta he visto hacer, sacar y meter, dar de barricar y aunque lo diga no es picardía”. Solución: el telar.
(8) “Cuatro caballitos van para Francia, uno tras otro y nunca se alcanzan”. Solución: el sarillo.
(9) Farrapa: manta hecha de telas de lino, muchas de ellas procedentes de ropas ya viejas o desechos de vestidos, camisas y otras prendas de vestir.
(10) La mayoría de los cuentos y adivinanzas me los contaba Horacio en castellano. Aunque los habitantes de la comarca son bilingües, su lengua materna es el gallego, por lo que hay que enmarcar la literatura de tradición oral de la zona mayoritariamente en esta lengua. Es esta razón la que me anima a exponer algunos de los cuentos y adivinanzas en gallego. Me ha ayudado en esta labor Javier López Rodríguez traduciendo unos, revisando otros o dando la versión en gallego que él recogió. Es periodista y escritor, nacido en San Ciprián de Hermisende, pueblo en el que vivió hasta su juventud y al que regresa siempre que puede. Fue amigo de Horacio, al que le escuchó “sus cuentos”, teniendo algunos de ellos grabados en gallego. Con él recorrió la comarca recogiendo las “historias” de sus gentes. Alguno de estos cuentos en gallego están recogidos en “SANABRIA. Música Tradicional”, Op. cit. (2o vol.)
(11) Adivinanza: Ahí arriba viene un home, mete o seo no meo, cuando toi pra sacalo, eo dixele: “Deixo estar quinda esta a pingar” (Ahí arriba viene un hombre, mete el suyo en el mío, cuando lo va a sacar le digo: Déjalo estar hasta que termine de pingar). Solución: el aceitero.
(12) Adivinanza: “A mí me llaman Juan Pesares, toda la gente de mí se fía y traigo los dinglindilares colgados de la barriga”. Solución: la romana.
(13) Adivinanzas:
– “Con el pico pica, con el culo aprieta, con lo que le cuelga tapa la grieta”.
– “De buraco en buraco con las tripas a rastro”. Solución: El hilo y la aguja.
– “Verde, verde gallo, entre las piernas atarlo”: El bardéiro.
– “Bare, bareta, ni verde ni seca, en el monte criada y nunca regada”. “Una cosa pequeña como una avena y echa la casa hasta las tejas”: La vela.
– “Tres pelotiñas y un pelotón, que lo sacan y meten y le quitan e poin”: El pote y la caceta.
– “Mi abuela fue al pajar, mi abuelo fue detrás, cuanto más se la metía más tiesa se le ponía”: El costal.
– “Una vieja con un solo diente hace juntar a toda la gente”: La campana.
(14) .Adivinanzas sobre animales:
– “Cuatro rondamontes, cuatro cinchafontes, dos turuluros y un dale, dale”: La vaca.
– “Ganado menudo, tierra mimosa, donde se posa, deja una rosa”: La pulga.
– “Gordo lo tengo, más lo quisiera, que entre las piernas no me cupiera”: El caballo.
– “¡Ay, señora madre abadexa, dexeme o meu longo en el seu redondo! Eu dexaba, dexaba, más está de novo rapado, cuando criare musgos novos ya le mandaré recado”: El jinete con el caballo.
(15) Adivinanzas sobre alimentos:
– “Blanca soy, nací en el mar y en tu bautizo tuve que estar”: La sal.
– “Mi madre es tartamuda y mi padre cantaor, siempre me traen vestido de blanco y amarillo el corazón”.
– “Entre dos paredes blancas hay una flor amarilla que se puede presentar al mismo rey de Castilla”: El huevo.
– “Verde fue mi nacimiento, rojo mi vivir y negra me fui a morir”: La mora.
(16) “Larga como una timoncela, con dentes como una cadela (Larga como una cuerda, con dientes como una perra): La silva o zarza.
(17) Para hacer una gavilla se cogía el centeno formando montones o “gavelas”. Cada montón se ataba con un manojito llamado “grañeira” y se formaba un “mollo” o gavilla.
(18) Meda: cantidad de centeno que podía ser majado en dos días. (19) Manal: utensilio para golpear el centeno. Estaba formado por dos piezas, la “mangeira”, que servía de mango, y el
“pertigo”, con el que se golpeaba, unidos por unas correas de cuero, el “cidoiro”.
(20) A lenda de San Ciprianico
”En tempos en que se pagaban décimos e primicias á Igrexa, parece que o pobo tiña unha certa queixa desas cousas porque se facía un pouco duro. Entón acordaron que era mellor suprimir os décimos. Pero ao cura do pobo non lle interesaba iso, non lle conviña certas cousas, e en conciliábulo co sancristán, unha véspera de festa levaron ao santo patrón, San Ciprián, ao oco dun castiñeiro, no camiño de Portugal. Alí quedou no oco co sancristán debaixo.
Ao día seguinte, estando a xente na igrexa para oír misa, atopáronse sen o santo, nada máis estaba o sitio. O cura díxolles: – Non vedes? Por non querer pagar os décimos o santo anoxouse e marchou para Portugal. ¡Temos que ir buscalo!
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O pobo non é capaz de verse sen santo patrón e decide ir buscalo. Así que saíron en procesión, camiño de Portugal. Finalmente atopáronse co santo, que estaba de costas no oco dun castiñeiro e dixo o cura: “¡Está de costas. Isto debe de ser porque está enfadado!”. Entón o pobo púxose a cantar. Comezaron os homes: “Santo Cipriano, vólvete a nós”. E contestaron as mulleres: “Décimos e primicias pagaremos nós”. Segundo ían cantando, o santo ía dando a volta, o que fixo que o pobo cada vez cantase con maior fervor, ata conseguir que se puxese mirando cara a eles. Así o levaron. Isto contábase en tempos da miña avoa Juliana...”.
(21) Horacio también contaba este cuento como tres cuentos por separado. Así queda recogido uno de ellos, “Cuento do muiño” en “SANABRIA. Música Tradicional”, Op. cit., (2o vol.).
(22) “...Era unha vez un home que, sentíndose xa vello, deixou todo o que tiña ós seus tres fillos, logo de ensinarlles o seu funcionamento e utilidade. A un deixoulle un galo, a outro unha fouce “de pica” e ó terceiro un muíño.
Ó pouco tempo morre o pai e deciden percorrer mundo. Así que parten para outras terras e chegan a esta zona.
O fillo do galo chega ao pobo xa anoitecido, pide pousada e é acollido nunha das casas, onde queda a durmir. Como era costume antes de deitarse, comentan as tarefas que teñen que facer ao día seguinte e deixar todo preparado. Teñen que enganchar as vacas ao carro para ir buscar o día ao alto de Cabeciña. O home, moi sorprendido do que acaba de oír, dilles que ten un animal, que cando canta, vén o día e que non necesitan ir buscar o día. Esperaron a ver que pasaba e sucedeu que a iso da media noite, o galo púxose a cantar. Levantáronse e non viron o día. Pero o amo do galo insistía en que o bicho cantaría cando viñese o día. O galo cantou outra vez e seguía sen vir o día. O home seguía insistindo que cando cantaba o galo viña o día, pero o pousadeiro estaba preocupado e temendo ser castigado polo Alcalde, que era o amo do pobo, polo posible engano. O galo cantou de novo, levantáronse todos outra vez e viron que o día xa chegaba, pois comezara a clarear. Ante tal acontecemento, reuniron a todo o pobo e contáronlle a facultade tan prodixiosa que tiña o bicho, que cando cantaba pola noite viña o día. O beneficio que lles traería sería grande, pois xa non terían, en diante, necesidade de ir todas as noites coa parella de vacas ao alto de Cabeciña a buscar o día. Debateron o asunto en Concello e acordaron compralo, pagándolle moito diñeiro para aquel tempo.
O home do galo, ante o temor de que o galo fallase, decidiu irse do pobo, mirando de cando en vez para atrás por se o seguían.
Falando do bicho, pensaron que o terían que alimentar. Pero ¿de que se alimentaba? Como o home acababa de irse, saíron correndo na súa busca. Divisárono xa bastante lonxe e comezaron a chamalo a grandes voces. O home, ao oír aquelas voces, crendo que nada bo podía esperar, comezou a correr e canto máis corrían os do pobo máis corría el. As xentes do pobo gritábanlle ¿De que se alimenta o bicho? Ao oír isto, contéstolles o primeiro que lle veu á cabeza. ¡De saltóns!
Regresaron ao pobo e prepararon escopetas e paus, todas as armas de que dispuñan, e distribuíronse por parellas para ir cazar saltóns. Chegado o mediodía, unha das parellas non cazara ningún, xa fose porque non era a época ou por calquera outra razón. Tendo moita calor un deles, achegouse a un manancial a beber auga, cando viu que un salón se lle pousara no peito. Facendo acenos ao compañeiro, sinaláballe o saltón pousado no seu peito. O outro cargou a escopeta e sen mirar a máis, disparou sobre o saltón. Pum, e matou ao compañeiro.
Era a época de comezar a sega. Como era tradición, reuníanse todos os homes en concello e xuntos encamiñábanse ao campo a segar. Utilizaban coitelos de óso e ata de pedra. Naquela ocasión, acompañábaos o fillo que herdara a fouce de pica. Era unha fouce con dentes nun dos lados, en forma de serra, que remataba nunha punta dobrada. Véndoos segar con tanto traballo e con tan pouco rendemento, sinaloulles o utensilio que levaba con el e comezou a segar. En pouco tempo segara tanto como vinte homes nun día. Quedaron asombrados ante tan prodixioso utensilio e decidiron comprarlle a fouce a un bo prezo. Unha vez que a vendeu, marchouse e os demais seguiron o seu traballo, comezando un deles a segar coa fouce. Ao primeiro intento, o home cortouse os dedos da man. Cheo de gran dor e medo, lanzou a fouce lonxe del, quedando esta co rabo para arriba, e comezou a dar grandes berros, aos que acudiron os demais. Díxolles que aquel bicho era unha fera, pois, nada máis comezar, lle cortara a man. Un gran medo colleu a todos e, rodeando a fouce, comezaron a tirarlle pedras. Ao darlle no rabo, a fouce saltaba e, canto máis lle daban, máis saltaba. Os homes dicían asombrados: “¡É un bicho fera!” Vendo que era imposible matala con pedras, ocorréuselles prenderlle lume ó redor para ver se co lume era posible acabar con aquel bicho. No momento en que o lume chegou á fouce, comezou a retorcerse. Algún deles dicía: “¡Non che enrodilles, bicho fera!”
O fillo que aprendera o funcionamento do muíño chega tamén a aquela comarca e decide quedar, pois descoñecían o muíño de auga e continuaban moendo en morteiros. Constrúe un muíño e a xente leva a moer o centeo ao muíño. Logo de pasado un tempo, o muiñeiro decide irse e o pobo cómpralle o muíño. Seguiron moendo normalmente ata que xa non tiñan máis que moer e, entón, decidiron paralo. Intentárono unha e mil veces, sen conseguilo. O muíño, ao non ter gran que moer, rozaba as pedras unha contra outra botando faíscas. Pensando que aquilo estaba endemoñado, que eran cousas do demo, foron ver ao alcalde. O alcalde chama a Concello. Como se trata de algo que está endemoñado, deciden ir ver ao cura. “Non vos preocupedes. Se o muíño está endemoñado, deixádemo a min”. Así que baixaron en procesión, cos mellores ornamentos e santos do pobo. Nin un deixou de asistir. Cando chegaron ata o muíño, este, sen gran nin nada, botaba unhas faíscas do carallo: “Raca-raca, raca-raca, raca-raca”. O cura entra no muíño, comeza as súas oracións e, botando auga bendita por todas partes, mándao parar. O muíño non lle obedecía, seguía ruxindo máis forte e máis rápido pola falta de gran que moer e porque, ademais, o río levaba gran cantidade de auga: “Raca-raca, raca-raca, raca-raca...”. A isto, o cura responde: “Pois xa que non respectas as miñas palabras, a ver se respectas a miña coroa” Meu dito meu feito, o cura apoia a súa cabeza na pedra e, como andaba a tanta velocidade, arrincoulla de raíz, saíndo a cabeza despedida. A xente, chea de terror e espanto a causa do endemoñado muíño, comezou a correr a moreas, tropezando entre eles e caendo. Na fuxida, unha das vellas tropezou e foi a caer precisamente na canle, de tal forma que quedou encaixada nela, obstruíndo o paso da auga. A xente comezou a pararse ao comprobar que o muíño xa non facía ruído e que deixara de andar. Así que volveron sobre os seus pasos e atoparon á vella atrancada no medio da canle, sen poderse mover. Atoparan a solución; cada vez que tivesen necesidade de parar o muíño porían unha vella atrancando a canle.