Hace muchos años vivía en un pueblo un matrimonio que tenia un hijo y era tan pequeñito, tan pequeñito, que tenia la cabeza como una cabecita de ajos, y claro, le llamaban "cabecita de ajos". Entonces, su padre trabajaba en una tierra de un señor que ya no recuerdo como se llamaba y araba la tierra con una pareja de bueyes. Entonces, había que llevarle la comida porque no le daba tiempo a venir a comer a casa, y se la tenía que llevar el niño; y era tan pequeñito, que su madre le metía en la oreja del burro y ya iba a llevarle la comida a su padre. Y por el camino, según iba, se encontró con los que habían robado y dijeron:
-Vamos a ver si cogemos este burro, que viene solo.
Pero el niño le pellizcó dentro de la oreja y el burro se echó a correr .Llegó a la tierra donde trabajaba su padre y el niño pues quería ayudarle mientras su padre comía:
-¿Quieres que mientras tú comas yo are, padre?
-No, hijo, que te caga el buey pinto y te tapa.
-Que no, padre, que no.
-Bueno; pues ara.
Entonces se puso a arar el niño y justo: cagó el buey pinto y le tapó.
-Ay padre, que ha cagao el buey pinto y me ha tapao. Fue el padre y le destapó, y ya, terminó el padre de comer y se volvió para casa. Y el niño, por el camino, dice:
-Voy a ver si encuentro esos ladrones y les puedo coger lo que llevaban.
Pues justo; había una casa deshabitada en el monte y allí es donde se repartían lo que robaban. Entonces el niño se puso en la puerta y estaba haciéndose el reparto:
-Pa tú, pa mú; pa mú, pa tú; pa tí, pa mí; pa mí; pa ti. Y el niño desde la puerta decía:
-¿Y para mí?, y los ladrones:
-¿Pues quién será esto?
Entonces el burro dio una patada muy grande en la puerta y los ladrones creían que era la Justicia que iba a por ellos y se marcharon por la puerta de atrás y dejaron todo allí. Y el niño, pues se cargó con todo y se lo llevó al pueblo. Pero entonces, los ladrones, dijeron que tenían que recuperarlo, y dijo al caporal de ellos:
-Mira, yo me vestiré de pordiosero e iré a pedir una jarra de agua por el pueblo; y allá donde me saquen la jarra de oro que nos han llevado, pues allí tienen que tener todo.
Y justo. Llegó a una puerta y nada; llegó a otra, y nada; llegó a otra y:
-Ay, por favor, una jarrita de agua... Y le sacaron la jarra que ellos tenían. Y dijo él:
-Justo; este es el sitio. Esta noche vendremos a recuperarlo y vendremos por el tejado para que no nos vean. Y el niño que estaba allí, pues los oyó, pero como a él no le veían... Y entonces por la noche dijo:
-Padre, madre, acostaros; no os preocupéis que yo me quedo aquí. Y se quedó debajo de la chimenea y cogió una garia. Y vinieron ya los ladrones. Y entonces iba a entrar uno por la chimenea y decía:
-Que meto una pata... Y decía Cabecita de Ajos desde dentro:
-Métela, métela...
-Que meto la otra...
-Métela, métela...
-Que meto un brazo...
-Métele, métele...
-Que meto todo...
-Mételo. Y cuando iba a caer ya, el niño con la garia le picaba, y
-Ay, que me quemo, que me abraso. Y salía todo picao; y llegaba otro, y lo mismo. Entonces dijo el caporal:
-Iros para allá, que no valéis para nada. Voy a entrar yo.
Entonces entró el caporal, y justo, le pasó lo mismo. Entonces vieron que no se lo podían llevar y se marcharon, y el niño se quedó con todo. Se lo entregaron a la Justicia del pueblo y, colorín, colorado; aquí paz y allí gloria.