Joaquín Díaz

La hermana del asesino
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La hermana del asesino

Música en la calle

CD
2003 - Openfolk
Intérpretes: Voz: Joaquín Díaz
Violín: Diego Galaz
Guitarra y bajo: Jesús Prieto “Pitti”

Productor: Fundación Joaquín Díaz
Técnico de sonido: Michel Lacomba

Reedición: 0


Acomodándome al uso
Por cierto muy santo y bueno
De impliorar de Dios la gracia,
Con el auxilio supremo
De la inmaculada Virgen
Antes de contar un hecho,
Yo también a Dios invoco
Antes de hablar de un suceso
Que estremece el corazón
y hace erizar los cabellos
el cual sucedió hace poco
de Valladolí en un pueblo.
En dicho pueblo vivía
Hacía ya mucho tiempo
Un hombre que había ganado
Mediante honrado comercio
Mucha consideración
Y también mucho dinero.
Era un hombre virtuoso
Y muy digno de respeto:
En él siempre hallaba el pobre
Caritativo consuelo
Por lo cual era estimado
De todos los hombres buenos
Al paso que los malvados
Codiciábanle sus pesos.
Viéndose Juan con caudal,
Cansado de estar soltero
Casóse con una joven
que de belleza es modelo,
Circunspecta, recatada
Y de muy buen nacimiento.
Esta tenía un hermano
Que servía en el ejército,
Hombre de malas costumbres
Y de proceder protervo.
Vivía el honrado Juan
Con Cristina muy contento
sin que turbasen su dicha
ni escaseces ni los celos,
siendo su luna de miel
la más dulce para ellos.
Mas la fortuna inconstante
De repente había vuelto
Su rueda y amenazaba
A aquellos esposos tiernos
Con el golpe más amargo
Y el caso más lastimero.
Las doce son de la noche,
Todo reposa en silencio
No se oyen más que los gatos
Y el vigilante sereno
Que con voz triste en las calles
Su canto va repitiendo.
Durmiendo está todo el mundo
Menos el ladrón, que envuelto
En la oscuridad, medita
Dar sus golpes más certeros.
Juan y Cristina, sumidos
En hondo y pesado sueño
Hacía rato que estaban
En los brazos de Morfeo,
Cuando un ladrón cauteloso
Fractura la puerta y luego
En la alcoba se ha metido
Paso a paso y en silencio
Enciende un fósforo y ve
A los esposos durmiendo.
Saca un agudo puñal
Y lo sepulta en el pecho
Del desdichado marido,
Y del corazón el centro
Pasa la afilada punta
Y al punto lo deja muerto.
Fue de aquel fiero asesino
Tan rápido el movimiento,
El golpe fue tan bien dado
tan súbito y tan certero,
que ni un ay soltó el marido
y al punto perdió el aliento.
Despierta la esposa entonces
Y antes que tuviera tiempo
De observar de su marido
El fin trágico y sangriento,
Se ve cogida del brazo
Por el ladrón, que al momento,
Presentándola el puñal
Ante su cándido pecho
Con la muerte la amenaza
Y manda muy altanero
sacándola de la alcoba
Diga dónde está el dinero.
El ladrón va enmascarado
Y no puede conocerlo.
Cristina, fuera de sí
Ve que no hay ya más remedio
Que obedecer o morir
Bajo el arma del perverso.
Lo conduce pues a un cuarto
Inmediato al aposento
Donde los pobres dormían
De tal atentado ajenos.
En aquel cuarto hay un arca
Forrada toda de hierro
Donde el dinero guardaban
Que tenía un enorme peso.
Cristina entrega las llaves
Temblándole todo el cuerpo,
pronta casi a desmayarse
De su espanto en el extremo.
Mas su desesperación
Al punto le inspira un medio
De coger a aquel bandido
Y de salvar el dinero.
Esto la vuelve el valor,
Pues ve seguro su intento…
Ya el ladrón el arca abrió
Y agachado, pone el cuerpo
Debajo la enorme tapa
Sumergiendo el brazo entero
En el fondo de la caja
buscando ansioso el dinero.
Pronta entonces como el rayo
Y dando un brinco tremendo
Del arca coge la tapa
Cristina y en un momento
Hácela caer encima
De aquel malvado ratero
Y luego se sienta encima
Cristina con el gran peso
De su cuerpo vigoroso
Y regularmente grueso.
El ladrón queda cogido
Con el cuerpo y brazos dentro
Del arca, y hacer no puede
El más leve movimiento.
Ya le crujen las costillas
Y se ahoga sin remedio
Sacando de lengua un palmo
Estrujado en aquel cepo.
Mientras furiosa, Cristina
Aprieta con todo el cuerpo
Y al mismo tiempo da gritos
Desaforados y recios
De “Auxilio, al ladrón, socorro”
Y los vecinos corriendo
Saltan todos de la cama
Y acuden al aposento
Donde la infeliz gritaba
con angustias y tormentos.
También los gritos oyó
Desde la calle el sereno,
Quien luego, con un silbido
Reunió a sus compañeros
Y a la casa todos juntos
En un credo se subieron,
Desarmaron al ladrón
y lo ataron como a un perro.
Luego le limpian la cara
y, oh, caso el más estupendo,
en él conoció Cristina
su hermano, que del ejército
confesó haber desertado
sólo para aquel intento.
Considerad las angustias,
La pena, el dolor acerbo
De la infeliz de Cristina
En un lance tan funesto…
El llanto baña su rostro
viendo cuál se llevan preso
a su hermano, y que es ladrón
que al cadalso habrá de ir luego.
Pero el cáliz de amargura
No bebió aún por entero:
Aún le falta un trago más,
Más terrible y más sangriento.
Para llamar al marido
Corre presurosa al lecho
y lo ve nadando en sangre
y el cuerpo frío cual hielo.
Lo estrecha en su corazón,
Pero al verlo sin aliento
La infeliz se desespera
Y se arranca los cabellos.
Por fin se cae desmayada
En aquel sangriento lecho,
Los vecinos consternados
La sacan del aposento
y la llevan a otra estancia
para volverla en su acuerdo.
Por último vuelve en sí,
Mas si antes hubiera muerto
Hubiera sido mejor
Pues que perdió por entero
Para siempre la razón,
tan fuerte fue el sentimiento
que en su espíritu causó
este lance tan tremendo.
Al hospital de los locos
Por su bien la condujeron
Donde, de allí a pocos meses
Falleció en su triste encierro
El día mismo en que el hermano,
Delante de todo el pueblo,
En medio de la gran plaza
En garrote vil fue muerto
Para que tome el malvado
Un provechoso escarmiento.