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Pueden contarse por millares los ejemplos de refranes que se refieren a la meteorología o al clima; los más de entre ellos auguran un cambio o una situación determinada basándose en signos concretos que preceden al hecho («cielo empedrado, suelo mojado», por ejemplo), Pues bien, estos aforismos, que durante siglos sirvieron a los labradores o a los marinos para prevenir desagradables sorpresas; que llegaron a tener la categoría de axiomas, incorporándose a libros científicos o seudocientíficos, son puestos en cuestión hoy día al haber perdido una de sus características más importantes: la veracidad.
En efecto, tales proverbios tenían su base en una observación minuciosa de la Naturaleza (sol, luna, estrellas, meteoros -nubes, niebla, lluvia, etc,-) y en su verificación reiterada, La experiencia demostraba que -salvo excepciones que confirmaban la regla- año tras año venía a suceder lo mismo con rigurosa puntualidad.
Los cambios climáticos de nuestro planeta, producidos por las múltiples y gratuitas agresiones del ser humano hacia el medio en el que vive, están trastocando de tal forma las condiciones atmosféricas que desautorizan, cada vez con más frecuencia, no sólo a estos dichos venerables y antañones, sino -lo que es más sorprendente- a los meteorólogos modernos con sus sofisticados aparatos de previsión.