30-09-2021
¿Quién dijo que todo está perdido? Parafraseando a Fito Páez tendremos que reconocer que la música étnica, la de raíz, la que se llamaba de tradición y se entregaba cuidadosamente de una generación a la siguiente, la siempre preterida y nunca olvidada, la que se alimenta del sentimiento y del recuerdo, esa misma, se ha revitalizado en una serie de conciertos que organizó con acierto y buen criterio la Fundación SGAE en la Sala Berlanga de Madrid. Esa música que se aprendía en las plazas y en las cocinas, que se elevó durante siglos hacia el cielo como el humo de los lares, ha tenido unos días propios para reconocer a quienes la han defendido y mejorado durante años. No se trata ni mucho menos de un acto de presunción sino de segura afirmación hacia una cultura que se regala desde hace siglos con generosidad y virtuosismo. La música de siempre que varía cada día, sea por el golpe nuevo que introduce en el parche una panderetera y que mejora el ritmo, sea por los nuevos inventos electrónicos que facilitan a los intérpretes unos caminos prometedores. ¿Y quién dijo que el número 13 trae mala suerte? Quienes asistieron a los emocionantes encuentros de la Sala Berlanga pudieron comprobar que Luis Delgado, María José Hernández, Joaquín Pardinilla, Germán Díaz, David Herrington, Lídia Pujol, Pau Figueres, Raúl Rodríguez, Eliseo Parra, Esther Sánchez, Pedro Bartolomé, Alba Chacón y David Torrico compusieron un número mágico capaz de romper cualquier maleficio por antiguo que fuese. El viaje infinito se hizo así más ameno, y más ligero el aire musical que pudimos respirar.
La música tradicional ha entrado en una guerra que no le compete; en un espiral inútil y artificial de «númerosunos» y de cifras de ventas nada claras, en el que solo destaca el que más frecuenta los medios de comunicación. Curiosamente lo tradicional ha entrado en las redes sociales con más confianza y mantiene un cuerpo a cuerpo con sus adeptos que se acerca mucho a las actuaciones juglarescas de siglos pasados o a las «performances» (como diría un culto) íntimas de los trovadores. Las salas se llenan con los oportunos avisos de Facebook, Instagram o Twitter y los discos se siguen vendiendo tras las actuaciones como cuando existían los comercios. No se trata de ninguna «resurrección» ni de una moda pasajera sino de una cuestión de supervivencia. Ningún género como el tradicional ha sobrevivido a tantos cataclismos, desgracias, aniquilaciones o hecatombes. Es la experiencia de cientos de años desoyendo los cantos de sirenas, salvando los muebles y ayudando a que la cultura sobreviva por encima de las tonterías superfluas o de las modernidades efímeras.