30-06-2020
El anterior número de Parpalacio –el 99– se difundió con una breve reseña de las actividades de la Fundación durante los últimos 25 años. En particular se mencionaban los trabajos de campo que originaron la abundante y rica fonoteca y junto a ellos los nombres de las personas que los habían realizado y donado generosamente a la Fundación.
Jamás sospechamos que tendríamos que repetir en el número 100 uno de aquellos nombres, para dar la triste noticia de su fallecimiento: Félix Pérez, del dúo Candeal, falleció hace días de una larga y penosa dolencia que, en los últimos años, le obligó a utilizar todos sus recursos vitales –que era muchos– y echar mano de su carácter siempre positivo para luchar contra la adversidad. No perdió en todo ese tiempo ni su humor ni sus ganas de vivir que le granjearon el cariño y la simpatía de los que le conocieron.
Félix y Toño contribuyeron con sus trabajos grabados en numerosos pueblos de Castilla y León a enriquecer la fonoteca de la Fundación al tiempo que iban creando un repertorio selecto e intencionado que iban dejando registrado, bien en discos de carácter etnográfico bien en sus propias grabaciones fonográficas que fueron abundantes y de una sorprendente diversidad temática.
Sus actuaciones en escenarios les llevaron por toda la geografía peninsular, que recorrieron mostrando y difundiendo el repertorio de nuestra Comunidad con una gracia y un acierto ejemplares. Las diferentes formas de ver el humor de Félix y Toño se hicieron complementarias e imprescindibles en sus actuaciones. Sus explicaciones, divertidas y ocurrentes. Sus arreglos, personales y originales… Todo ello contribuyó en buena manera a completar la personalidad de un grupo que será recordado para siempre.
Un recuerdo para Félix Pérez, del grupo Candeal
Una lógica ilusión juvenil tenían Félix y Toño cuando decidieron formar un dúo y separarse del grupo Trigo verde al que habían pertenecido durante algún tiempo. Acordaron buscar un nombre que sin apartarse mucho de su amor por la naturaleza y por el campo les definiera mejor y encontraron ese trigo que ya no era verde sino Candeal, con esa blancura como fondo sobre la cual escribir a partir de entonces los rasgos de sus letras y sus notas musicales.
Recordé en alguna ocasión que mi amistad con Candeal parecía venir de otra vida anterior. Nuestra admiración por su trabajo también venía de lejos. Hemos seguido sus pasos durante todos estos años en que su dedicación a la difusión y valoración de lo tradicional ha servido para despertar conciencias identitarias tanto como para divertir. Su jocundidad era proverbial y su trabajo ejemplar, como lo reconoció la Diputación de Valladolid premiándoles hace cinco años por su larga y fecunda trayectoria: Félix y Toño habían sido capaces de estar presentes con la misma alegría en una fiesta de pueblo que en una sala de conciertos. Y siempre dando buena música y derrochando entusiasmo.
Decía que mi amistad con Félix y Toño parece que proviene de otra existencia anterior pero eso tal vez se explique por el hecho de que, hace muchos años, cuando le pedí a la Diputación de Valladolid que adquiriera la colección de fotografías del minutero del Campo Grande y me puse rápida e impacientemente a revisar las más de seis mil instantáneas que contenía el archivo, entre otras caras conocidas que regresaban en tropel del pasado me topé con un trío peculiar formado por Toño, Félix y Mariano García Pásaro, que parecían pedir a gritos un biógrafo que explicase por qué aparecían tan contentos y orgullosos en aquella foto. Si toda fotografía tiene un contexto que complementa y aclara la escueta imagen, el contexto de ésta seguramente tenía que ver con una celebración, o acaso con los efectos posteriores de la misma. Pero no me entretendré más en esa placa y dejaré las elucubraciones para otro momento, o tal vez para el momento en que ellos mismos nos desvelen las razones de su euforia.
Si digo que hemos seguido sus pasos durante muchos años hay algo más que simple retórica. Juntos hicimos trabajo de campo y juntos conocimos a gente inolvidable cuya personalidad nos marcó de por vida. Muchas veces hemos recordado el momento crucial en que Andrea Morán nos interpretó, sentada bajo un castaño, los romances de la Infantina o de Ricardina.
En fin, la emoción y el entusiasmo de Pidal cuando descubrió en el Burgo de Osma que se seguían cantando romances en Castilla, lo compartimos nosotros aquella mañana en Vigo de Sanabria al ir escuchando a Andrea cantar mientras roznaba unas castañas. Luego vinieron las tardes apacibles en casa del gaitero Manuel Prada y de su mujer Joaquina, arrimando al fuego aquel asador giratorio en el que daban vueltas y explosionaban las célebres y nunca bien poderadas drupas sanabresas. Y después el Ramo verde cantado por la mujer de Julio Prada, y Marcelina, y Leonides y tanta buena gente de aquí y de allá...
También compartimos momentos esenciales en los estudios de grabación madrileños. Allí, en particular en los estudios Sonoland, iniciamos una colaboración que trataba de reflejar el calendario del año a través de las muchas expresiones populares que lo adornaban. Luego vendría el disco de las canciones de boda, con Elena Casuso, María Salgado, Sonia de la Fuente y Paco Callejo aquel inolvidable cirujano plástico enamorado de la Feria de abril sevillana que revivía cada vez que tenía una bandurria entre sus manos. Mientras nosotros trabajábamos en el estudio A de Sonoland, Mariano García Pásaro, Mariano Gallegos y Luis de la Fuente tenían una seria y reiterada controversia sobre la Castellana –no el paseo, sino el anís– de Don Nicomedes García Gómez...
Tantos recuerdos... Pero habrá que quedarse con lo esencial: su currículo queda repleto de intervenciones en las que han sido los más dignos representantes de Valladolid y de nuestra Comunidad sobre los escenarios más diversos y lejanos. Su prestigio lo ganaron a pulso y actuación tras actuación, recorriendo España de arriba abajo y de oeste a este. Programas de televisión, públicos de todas las edades, paisanos añorantes de su tierra o tan amantes de lo suyo que no se movieron del lugar de nacimiento, han sido testigos durante 35 años de una labor que siempre ha merecido el reconocimiento de todos y que ahora, en el momento triste del fallecimiento de Félix, se hacen más cercanos y entrañables. Quienes seguimos con cariño y admiración la trayectoria de Candeal no tenemos más remedio que reconocer los valores humanos de este dúo que hizo frente a la melodía de la vida con honradez y alegría, incluso en aquellas ocasiones en que la partitura estaba más cerca de una balada triste y desafinada que de un cántico de gloria. Pero precisamente su entusiasmo, su carácter positivo y cabal pudo con todas las adversidades y supo transformar la dificultad en reto y la superación en norma. Gracias.