30-03-2019
El turismo rural se ha convertido en unos pocos años en una fuente de ingresos para las arcas públicas y las privadas; en una solución adecuada para muchos jóvenes que, convertidos en empresarios o trabajando en el sector de servicios, han podido quedarse en el lugar en que nacieron sin necesidad u obligación de emigrar. Ese es un dato muy positivo que debería ir unido a un respeto altísimo, por parte de la Administración y de los propios turistas, hacia la cultura y la forma de ser de la gente del campo.
Fomentar el conocimiento mutuo -entre el visitante y su anfitrión- sería la forma más adecuada de evitar improvisaciones o errores que ya comienzan a vislumbrarse. No digo que en los pueblos no se quiera al turista ocasional (por lo general se acepta mucho mejor al eventual visitante en el campo que en la ciudad) sino que habría que conseguir entre todos que el turista viniese a aprender y no considerara los pueblos y tierras por donde va como territorio conquistado. Los profesores con sus alumnos, los padres con sus hijos, hasta las agencias de viajes con sus clientes podrían realizar una labor espléndida preparándoles para una observación correcta y eficaz. En la diferencia siempre existe una comparación y en la comparación hay dos extremos: en uno estamos nosotros y en el otro aquellos de quienes nos sentimos distintos. Creo que es labor de todos evitar que el impacto de ese «turismo cultural» provoque una verdadera «aculturación» o minimice a los verdaderos protagonistas de esa «cultura» que son siempre las personas. Labor de todos también escuchar, o pedir que se escuche a esas personas, que todavía pueden decir muchas cosas y muy importantes.
En el derecho consuetudinario la noción del bien común se heredaba del derecho romano y se extendía al uso común cuando se trataba de propiedades o elementos como el agua o la tierra que se podían utilizar y se debían cuidar comunalmente. Por desgracia se ha ido perdiendo progresivamente en los pueblos la costumbre de los trabajos colectivos, importantes no sólo por la intención solidaria que presuponían sino porque creaban un sentido de responsabilidad compartida cuando los problemas eran de todos. Para la sociedad de hoy, desde luego, son otros los bienes comunes, pudiendo destacarse por su trascendencia e interés, la información y el patrimonio. En especial este último obliga a una atención permanente y extrema para evitar la paradoja de que, en unos tiempos en los que existen tantas normativas que regulan la protección de los bienes patrimoniales, se valoren éstos tan poco desde determinados ámbitos de la misma sociedad y se haga caso omiso de la legislación.
Miguel Delibes lo describía magistralmente en su obra Un mundo que agoniza: lo verdaderamente progresista en nuestra época es ser conservador. Y, además, él extendía el concepto de patrimonio al medio natural, ese que sufre a diario agresiones sin que se susciten más reacciones que el mero comentario personal o la estéril visión pesimista de la situación.
El paisaje puede ser, en los próximos años, (tanto como la arquitectura popular o el patrimonio industrial que queda, que son cada vez más residuales) un patrimonio fundamental a proteger y a valorar por todos, implicándonos personal y colectivamente en la defensa de un bien cuyas principales cualidades, la belleza y el disfrute en común, necesitan todavía de una cierta tradición para ser comprendidas y estimadas en toda su magnitud. Y en ese sentido advierto del peligro de las llamadas energías limpias que, so capa del respeto por la biosfera, están terminando de destrozar los pocos paisajes que quedaban dignos de protección. Conviene advertir además que el turismo de nuestros días, con apariencia de panacea de todas las cosas, no deja de ser como una carrocería sin motor. El turismo por sí solo no tiene sentido ni futuro si se olvida que únicamente se moverá con la fuerza que generen el patrimonio cultural y el patrimonio natural, principales valores y atractivos seguros para el usuario.
El problema actual de sobredimensionar el turismo para considerarlo sólo fuente de ingresos surge desde el momento en que el interés de quienes lo gestionan empieza a desplazarse desde la órbita de lo cultural al terreno de la economía. En ese proceso, sufrido a lo largo de los últimos setenta años, la idea de que el nivel superior debería estar ocupado por el respeto al tesoro patrimonial y de que ese tesoro tendría que estar adecuadamente custodiado y expuesto, pasa a ser sustituida por la evidencia de que todos esos valores se nutren y mantienen por sí solos pues parecen tocados por la mano del rey Midas. Eso, unido al hecho de que los potenciales destinatarios de la contemplación de esos tesoros se incrementan en número y de que se acercan a ellos más por ocio que por necesidad íntima, va deteriorando la filosofía original.
El objetivo de quienes se encargan de gestionar al mismo tiempo el patrimonio y el turismo va decantándose poco a poco hacia unas preferencias claramente populistas: el público importa o preocupa más que el monumento y éste puede ser por tanto sacrificado en aras de aquél. Se confunden así las palabras mejoría y mayoría, del mismo modo que en el orden social o político va pesando más el número de votos que la calidad de los mismos o la educación del criterio en quienes los emiten. De ese modo transcurre el siglo XX, creando espejismos culturales que parecen representar avances en el cultivo de la sensibilidad o del interés en los individuos y en la sociedad, pero que en el fondo sólo atienden a la abundancia en las estadísticas o a la autocomplacencia. Quienes hace años nos alarmamos ante las nuevas «tendencias» en la pedagogía, que confundían corregir con castigar, que pretendían destruir todas las estructuras seculares (las buenas y las malas) y dejaban poco menos que abandonada la educación en manos del propio alumno –privado del acicate del esfuerzo personal y de la oposición paterna para forjarse una voluntad-, hemos visto, sin necesidad de esperar mucho tiempo, los resultados tan escasos y controvertidos de tales políticas «novedosas».
¿Habremos de esperar sin posibilidad de intervenir, la tendencia que pretende desequilibrar la balanza del hecho turístico, depositando todo el peso en el platillo de la economía?