Joaquín Díaz

Editorial


Editorial

Parpalacio

Aleluyas

30-09-2018



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La Fundación ha adquirido recientemente varios tacos de madera de un auca o aleluya representando escenas del Carnaval. Joan Amades consignó su existencia en su libro Les Auques (1931) agregando que era de una imprenta desconocida porque en ninguno de los ejemplares existentes se indicaba ni fecha ni lugar. Añadía que los personajes que aparecían en las viñetas –numeradas hasta 48– mostraban cierta exageración de trazo, aspecto normal tratando el tema que trataba.

La aleluya o auca –recordémoslo– es un pliego de papel, impreso por una cara, que contiene un conjunto de viñetas –generalmente cuarenta y ocho– en cuyo pie suelen aparecer unos versos que aluden a la escena representada. Aunque pueden entenderse como un género propio de la estampa popular, constituyendo una fuente de singular interés para el estudio de la imagen gráfica en general, no debemos de olvidar que, a su vez, constituyen primitivas formas de lectura con imágenes, directamente emparentadas con los pliegos de cordel y destinadas sobre todo a un público infantil o iletrado. En efecto, la palabra aleluya pone en común sobre un pliego de papel muchos juegos y costumbres que ya existían por lo menos desde la invención de la imprenta. Imágenes alegóricas, religiosas o de soldados fueron impresas, para ser luego recortadas, a lo largo de los siglos con distintos fines.



El término "Aleluya" procede del hebreo y tiene un origen religioso. Significa "alabad al Señor" y se utilizó en la Biblia con ese sentido en los Salmos números 105 a 107, 111 a 114 y 116 a 118. En el libro del Apocalipsis del Nuevo Testamento, en varios versículos del capítulo 19, se pone primero en boca de una multitud que se alegra por la caída de Babilonia y posteriormente dicha por los 24 ancianos y los cuatro vivientes que la usan para alegrarse por las bodas del Cordero, es decir por el establecimiento del Reino Celestial. A partir de los primeros siglos de nuestra era y especialmente desde el IV, la Iglesia introdujo el término en la liturgia, aplicándolo al momento en que el pueblo se alegraba por la resurrección de Cristo. Al alba del Sábado santo, después de rezados los tres nocturnos y tras ser bendecida la luz y el incienso, el diácono cantaba el "Exultet iam angelica turba", pidiendo que resonaran en el templo las voces de todo el pueblo. Una vez bendecido el cirio pascual, el celebrante decía las Profecías, textos extraídos del Antiguo Testamento para instruir a los catecúmenos, costumbre ésta que fue conservada incluso después de que la propia Iglesia decidiera en un momento dado bautizar a sus nuevos miembros nada más nacer para evitar que fallecieran sin haber recibido el sacramento. En lo que todo esto sucedía, se rezaba la Epístola de la misa a cuyo final el celebrante pronunciaba por primera vez desde la vigilia de la Septuagésima la palabra Aleluya, que iba a acompañar ya cualquier rezo de la Iglesia durante toda la Pascua. El ritual católico, que siglos atrás había permitido decir Aleluya a lo largo de todo el año litúrgico, redujo su uso a partir del papa Dámaso para no banalizar la palabra y trató de celebrar el instante en que se volvía a utilizar después de la seriedad de la Cuaresma, de la forma más solemne posible.

La costumbre de recortar pliegos pudo haber tenido diversos orígenes, contaminándose y aplicándose a fines distintos, pues conocemos el uso que de los rodolins o redondeles tijereteados hacían los muchachos cuando jugaban a la oca o a la lotería. También sabemos que en pliego, y generalmente con 16 figuras, se editaban esos dibujos que en tamaño octavo se arrojaban el Sábado Santo dentro de la iglesia, según nos dice el Diccionario de Autoridades. Está menos documentada pero es muy popular, asimismo, la costumbre de las sombras chinas o de los soldados que eran pacientemente tallados por los niños. También conocemos la costumbre de los estrechos que se llevaba a cabo la última noche del año sorteando los "motes" o papelitos identificadores que se habían impreso de dieciséis en dieciséis. Por último algunos autores nos han referido la práctica, ya extendida a las solemnidades mayores -tanto en el interior como en el exterior del templo y en ocasiones como el Corpus, Pascua o particularmente en la comunión anual de los enfermos-, de comprar aleluyas para recortar sus viñetas y arrojarlas como lluvia multicolor sobre los desfiles religiosos.

No sería descabellado pensar que al igual que el canto de las aves en el interior de los templos y asociado a la liturgia se sustituyó primero con profesionales que se contrataban para silbar y luego con las flautas de agua que terminaron llevando los niños de la Doctrina, del mismo modo el vuelo de las palomas sobre las cabezas de los catecúmenos el sábado de Gloria pudo sustituirse con papeles arrojados desde el coro cuyo contenido didáctico tuviese que ver, tanto con la infusión de la sabiduría como con la fiesta de la Resurrección. El paso del tamaño mayor al menor se daría a finales del XVIII con la implantación casi generalizada de las 48 viñetas y la reducción del tamaño de los dibujos gracias a la evolución de la xilografía, y su uso en los actos públicos callejeros quedaría confirmado a partir de finales del XVIII o comienzos del siglo XIX.