30-09-2011
Muchos de los comercios, fábricas o firmas comerciales que existieron en Valladolid en el período comprendido entre 1850 y 1950 pertenecen ya a la historia de la ciudad. Dicho período coincide en el tiempo con una época de innumerables cambios: guerras, invenciones, tendencias estéticas, conflictos sociales, avances y retrocesos económicos, que explican la mentalidad y el deseo de superación de una ciudad y de uno de sus sectores más importantes, el industrial y comercial.
La Fundación aceptó hace casi un año el compromiso de crear para la Cámara de Comercio de Valladolid una Enciclopedia de industriales y comerciantes partiendo de la dispersa documentación que existe sobre el tema y consciente de la necesidad de hacer un inventario ordenado de datos que aportara en soporte bibliográfico una gran cantidad de materiales (iconografía, noticias, actividad comercial, etc.) que explicaran mejor la vida social y comercial de una ciudad en una etapa de pleno crecimiento.
El comercio de Valladolid ha tenido y tiene fama, y ello no es de extrañar con antecedentes tan excelentes como los que la historia nos presenta. Sabemos por las pragmáticas del emperador Carlos y de su hijo Felipe II que los vallisoletanos y vallisoletanas de aquellas épocas eran más presumidos y que se gastaban todos sus dineros en el vestir lujoso; sabemos también que los comerciantes siempre tuvieron a gala ofrecer los mejores escaparates del reino y pregonar desde ellos lo más exquisito de su mercancía. Dicen que la comunicación de masas es un modo bastante moderno de transmitir avisos, y sus estudiosos nos la presentan como compañera de viaje de la sociedad industrial más avanzada y sin embargo esa "comunicación imperativa" (vamos a llamarla así) podría haber encontrado precedentes ilustres en algún tendero vallisoletano que, ya en el último tercio del siglo XIX, se anunciaba así en las páginas de los diarios locales:
"El que tenga sabañones/y se los quiera quitar/venga a mi tienda a comprar/no pierda estas ocasiones,/que de todas hinchazones/se verá en breve curado/si de guante bien forrado/ se surte, según espero,/pues, por tan poco dinero/¿quién anda desabrigado?
Don Eusebio Suero, del ramo de la guantería y vate ocasional, era quien ofrecía todos los días su mercaduría en deliciosas décimas, dirigiendo sus versos a jamonas, caballeros de edad madura, pollos y pollitas; para todos tenía palabras don Eusebio quien, por activa y por pasiva, quería demostrar que comprar en su guantería era lo más juicioso, lo más elegante, lo más provechoso para el amor y lo más económico:
"Para adornar con primor/una mano de un buen guante/yo convido al elegante/que teniendo algún valor/se acerque a mi mostrador;/yo no lo voy a retar/sólo quiérole probar/que si busca economía/en esta mi guantería/es do la puede encontrar".
A veces subrayaba con un paternal "no lo olvidéis" o con un autoritario y convencido "he dicho" sus propias producciones poéticas. Pondremos otro ejemplo. La Bota de Oro, zapatería de la calle de Orates 6, publica durante casi un año (1892) un anuncio en todos los periódicos de la ciudad pregonando un extensísimo surtido de calzados para señora, caballero y niños, y para toda aquella persona que pueda tener y tenga cualquier ideario político o partidista. En potencia, por consiguiente, se invita a todos los habitantes de Valladolid a visitar la tienda en la que predominan, al decir de su dueño, la elegancia y el buen gusto (y el buen humor, claro):
Todo el que quiera calzarse / bonito barato y bueno
puede venir a mi casa / y en ella lograr su objeto.
En esta zapatería / que es de todas un modelo
(y no porque yo lo diga / también lo dicen los hechos)
hay calzado para todos / los pies grandes o pequeños
todas las clases sociales / tienen en mi casa asiento
desde el archimillonario / al más pobre jornalero
y todo buen ciudadano / aunque sea éste extranjero,
porque aquí hay pares de botas / de charol o de becerro
de la clase que se quiera. / En este establecimiento
pueden entrar sin reparo / desde el anarquista al neo
demócratas, socialistas / monárquicos, petroleros
republicanos y todos / los amigos de Mateo
de Cánovas, Salmerón, / de Castelar, de Romero,
de Ruiz Zorrilla, de Pi, / de Lagartijo y Frascuelo,
de Sangarrén, Carvajal, / Guerrita y el Espartero…
En calzado de señoras / ¡vaya un surtido que tengo!
Qué elegancia, qué buen gusto. / Pues ¿y para caballeros?
Imposible hacer la lista / de las clases con sus precios.
Venid, venid a calzarse / sin pérdida de momento
a la grande Bota de Oro / que aunque decirlo no debo
en esta zapatería, / la primera, lo sostengo
delante de todo el mundo / porque puedo sostenerlo:
Como mi casa no hay otra / ni aquí ni en el extranjero.
Nada de vacilaciones, / venid con vuestros hijuelos
que aquí se puede calzar / a medida del deseo
pues en clases para niños / el surtido es tan inmenso
que es el acabóse, vaya. / ¡Adelante caballeros!
¡Que pasen los estudiantes, / las modistas, los…silencio!
Para todos hay calzado. / ¡No empujen! Tomen asiento.
¡Orden, orden, por favor! / ¿Qué desea usted? –Deseo
unos zapatos Luis XV / para mi esposa. -Al momento…
Uno se imagina que esos versos podrían haber tenido música y componerse fácilmente con ellos una zarzuela costumbrista. Casi un fragmento de tonadilla escénica era también esta seguidilla dieciochesca con la que se anunciaba Francisco Gil:
A comprarnos relojes
vienen señoras
niños y caballeros
a todas horas;
porque es la fija
que no hay en los relojes
quien nos compita.
El libro, además de constituir un homenaje a los comerciantes e industriales vallisoletanos, trata de contribuir, como tantos otros antes y después, al mejor conocimiento de personas, personajes, lugares, establecimientos, edificios y paisajes que iluminaron muchas infancias y contribuyeron a crear el Valladolid actual.