Joaquín Díaz

Editorial


Editorial

Parpalacio

30-12-2007



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Para el individuo de épocas remotas, el conocimiento del ámbito en el que moraba o por el que transitaba, era una necesidad vital. Para el individuo del siglo xxi puede parecer un lujo, pero indudablemente es un lujo “necesario”, por paradójica que pueda parecer la expresión. La ciudad en la que habita tiene, como para los seres primitivos, unas cualidades o unas características que la conectan con su propia existencia y presenta unos problemas cuya resolución afecta a su vida cotidiana. Porque ese entorno, en el que la propia voluntad o el destino le ha situado, es el resultado de la actividad humana de generaciones. Y en una época en la que la comunicación es bandera de tantos movimientos sociales y culturales, el ser humano no puede renunciar a comunicarse con el medio en el que habita y por tanto no puede renunciar a conocer el lenguaje de su ciudad, que le habla con unos términos casi siempre precisos y de una gran riqueza semántica. La pasividad que muchas veces aqueja al ciudadano de hoy sólo puede ser redimida con la curiosidad, y esa curiosidad –vamos a utilizar un ejemplo extremo– puede llegar a salvarnos la vida o nuestras propiedades en determinados momentos. Estamos acostumbrados a recibir casi a diario noticias que nos ofrecen los medios de comunicación en las que muchas personas se lamentan de haber edificado su casa sobre una vía de desagüe natural, llámese riera, rambla o valle, y se deploran una y otra vez las consecuencias de aquella imprevisión o de aquella ignorancia. El cuidado con que los monjes elegían en la Edad Media los lugares de asentamiento de sus monasterios no obedecía a un talento natural o a una inspiración divina, sino a la observación detallada de las características del terreno, de sus propiedades, de sus peligros y por tanto de sus posibilidades de habitabilidad y rendimiento. Tal vez hayamos renunciado hoy gratuitamente a esa actitud positiva, activa, que nos integraría sin dificultad en el lugar elegido para construir o seleccionar nuestra casa, pero, como decíamos antes, todavía la curiosidad puede servirnos en bandeja datos y conocimientos proporcionados por el habla de esa misma ciudad si somos capaces de traducir su lenguaje y su historia.