Joaquín Díaz

Editorial


Editorial

Parpalacio

30-12-2006



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En los periódicos de mediados del siglo XIX, las gacetillas destacaban con admiración algunos de los más notables inventos de la época. Al comenzar el año 1864 aparecía la siguiente noticia en un diario de Valladolid: “Un profesor del Colegio de Carabanchel acaba de inventar un instrumento llamado Tecnefón que imita con perfección todos los sonidos de la voz humana. Se reproducen por medio de un teclado en el cual están representadas las letras del alfabeto, hallándose aquél en combinación con un sistema de fuelles, tubos y conductos que son una boca, una garganta y unos labios arificiales”. Las ferias y las exposiciones eran el lugar adecuado para presenciar un singular panorama de invenciones cuya finalidad era crear expectación pero también obtener algún jugoso contrato que amortizara los gastos de la patente y de la fabricación del aparato: “En la ultima exposición de electricidad de Paris, llamó mucho la atención una lámpara araña cantante. El concierto que producían las llamas en los tubos de cristal era tan agradable como el producido por el órgano más perfecto”, decía otro diario de la época. Para los que piensen que poner precio a la música “enlatada” es producto del siglo XX, está dedicada la siguiente gacetilla: “En la capital de Inglaterra, por el módico precio de dos reales y medio, puede oirse un trozo de ópera sin ir al teatro. Una compañía industrial ha establecido en sitio céntrico de Londres una colección de teléfonos a los que puede aplicar el oido durante un cuarto de hora todo el que pague aquella cantidad. Estos teléfonos tenían en origen la utilidad de dar a conocer resultados electorales”. Desde luego, las dificultades por hallar patrocinador eran cosa de los neófitos solamente. Los inventores establecidos se podían permitir ya el lujo de proponer las cosas más inútiles: “El célebre Edison ha inventado un reloj parlante destinado a ser uno de los más interesantes ornamentos de una casa. A una determinada hora se oye una voz que dice “es la hora de almorzar” o “es la hora de comer” o “son las doce”, etc. A media noche dice la misma voz: “señores, es hora de recogerse”. Como puede suponerse, la base del nuevo invento es una nueva y felicísima aplicación del fonógrafo”. Mientras todas estas cosas sucedían se combatía inútilmente por mantener la supremacía que los instrumentos mecánicos habían tenido en el terreno de la reproducción musical. En cualquier caso, todavía algunos sostuvieron una titánica lucha con el nuevo invento –el fonógrafo- hasta que fueron desplazados definitivamente del favor del público. En todo ese tiempo, durante casi un siglo, apareció y se difundió una serie de aparatos musicales cuyos sonidos se pueden escuchar en el CD que la Fundación acaba de producir para el Museo Etnográfico de Castilla y León.