Joaquín Díaz

Editorial


Editorial

Parpalacio

30-03-2006



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A mediados del mes de marzo se celebró en las localidades de Peñafiel, Zamora, Medina de Rioseco y Urueña, un Congreso Internacional de Museografía con la asistencia de directores y técnicos de museos europeos. Las conclusiones y los debates aportaron interesantes puntos de vista al enfoque actual de la museografía, especialmente a la dedicada a la antropología. A las habituales cualidades de un Museo que se encierran en tres (buenas ideas, buenas piezas y buen gusto) habría que añadir, en el primer apartado, ideas positivas (no proponer las piezas como objetos anticuados y de escasa significación); en el segundo, piezas que ayuden a pensar y reflexionar sobre la importancia que su construcción y uso han tenido en el desarrollo y evolución de la sociedad; en el tercero, procurar que cada pieza sea una joya que merezca un tratamiento especial y la convierta en fuente de admiración hacia el pasado y no en motivo de desprecio o de indiferencia. La misma cualidad de todo lo tradicional, que es aquello que se entrega de una generación a otra de forma personalizada y que tiene la ventaja de irse transformando y adaptando a los tiempos, la debe tener el museo que contenga esas formas de sabiduría antigua y nueva al tiempo. Es decir, debe servir para conocernos mejor, para apreciar con más nitidez nuestra capacidad de adecuación al medio y para reconocer la tensión evolutiva como un logro social en cuyo proceso el ser humano ha progresado y se ha realizado, combinando adecuadamente experiencia e intuición. El contenedor que albergue todo eso y las ideas que lo generen han de estar tan abiertos al pasado como al futuro. Han de ser tan sensibles al ansia de conocimiento como a la emotividad del recuerdo. De esta manera el objeto dejará de serlo para convertirse en representación de nuestro ser esencial, en la imagen o el retrato de nuestra personalidad histórica, pero siempre bajo el aval de ese sentido hermenéutico que nos va a ayudar en todo momento a interpretar mejor la validez de lo representado. Parafraseando entonces a Roland Barthes, interpretar un objeto no será dar de él una explicación sino aceptar la pluralidad que lo constituye.