Joaquín Díaz

Editorial


Editorial

Parpalacio

30-09-2005



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Don Narciso Alonso Cortés publicó los Cantares Populares de Castilla en la Revue Hispanique en 1914, con la primera guerra mundial ya comenzada. Son casi 5000 cantares que vienen a recordar, así lo hace el propio autor en la introducción, algunas colecciones previas y sobre todo la de Francisco Rodríguez Marín, publicada en Sevilla en 1882, que agrupaba las coplas siguiendo su temática, como también lo había hecho Emilio Lafuente Alcántara treinta años antes. Alonso Cortés incluye, como Marín, una pequeña colección de melodías (8, para ser más exactos) de las provincias de Palencia, Santander, Burgos y Valladolid. Previamente remite, a quien se interese por esas y otras melodías, a la música recogida en otros cancioneros por folkloristas conocidos como Rafael Calleja, Federico Olmeda o el Padre agustino Luis Villalba. Para completar las ocho melodías publicadas por Alonso Cortés y añadir otras que compondrán el CD que publicará en breve la Fundación sobre los Cantares Populares de Castilla, se han seleccionado cuatro más de entre las recogidas por Villalba que se conservaban manuscritas. Los arreglos y la interpretación han pretendido crear un ámbito cercano a la estética de la primera década del siglo xx, pero también –y gracias a los excelentes músicos que han intervenido– dar un toque de libertad artística a la grabación. Se han usado instrumentos, populares y cultos, de los que eran frecuentes en la música de salón de aquella época y muy especialmente el Strohviol o violín con bocina creado por el músico Augusto Stroh para las grabaciones de los cilindros de ebonita y uno de cuyos ejemplares puede verse en Urueña en el Museo de la Música de Luis Delgado. Las canciones reflejan una tendencia, ya observada en la segunda mitad del siglo xix, de rescatar las cualidades literarias de lo “popular” descubriendo en el “alma” del pueblo cualidades insospechadas por su delicadeza y elevación. Ese descubrimiento, compartido con el lector o el oyente, llevaba a interpretar muchos de los temas recogidos en aldeas perdidas –previo paso por el pentagrama– en las casas particulares y en los bailes de sociedad.