Joaquín Díaz

Editorial


Editorial

Parpalacio

30-09-2004



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Desde hace muchos años -y al decir muchos me refiero a más de cien- los investigadores que trabajan en la cultura popular vienen anunciando cambios en la actitud de la sociedad hacia los conocimientos transmitidos por tradición y, como no podía ser menos, alertando acerca de la supervivencia de esos mismos conocimientos. Recientemente, y me refiero a este mismo año, algunas instituciones como la Unesco y el Icom han disparado las alarmas de estudiosos y sociedad al dedicar el 2004 a la llamada “cultura inmaterial”, lo que evidencia el grado de peligro que dichas instituciones reconocen para la tradición oral. No se puede decir que la tradición transmitida de boca a oreja haya estado abandonada hasta hoy, pero quienes han estudiado el mundo de los estilos orales y sus producciones, han dedicado mucha más atención a los repertorios que a las fuentes. Es decir, se ha descuidado el examen crítico de los procesos que preceden al hecho cultural. Casi siempre ha interesado más el producto acabado, el resultado, que su causa y el camino seguido hasta llegar a él. Frente al abrumador número de publicaciones en las que se recopilan canciones, romances, cuentos y un sin fin de expresiones populares, escasea la bibliografía acerca del verdadero protagonista de la transmisión que es el individuo especializado en memorizar y difundir modelos musicales y poéticos a través de un proceso. Es difícil detenerse pormenorizadamente en todos los momentos de ese proceso, de la misma manera que sería difícil explicar el encadenamiento de todos los instantes que componen una existencia y la influencia diversa que cada uno de esos instantes tiene en el desarrollo de una personalidad. Sin embargo no es imposible, y ello sin grave esfuerzo para el entendimiento, fijarse en la existencia de unas características comunes en ese proceso personal y artístico que da como resultado la mayor parte de las expresiones populares. Una personalidad tan característica como es la del narrador de historias, se viene formando mucho antes de nacer -la transmisión genética es algo incontestable- y continúa existiendo mucho después de morir, pues sus expresiones siguen recordándose. En medio de esas dos realidades, una educación alentada por el interés hacia los temas de la tradición y las formas en que esos temas se transmitían, completa y redondea aquella personalidad creando un estilo. El estilo oral, que parte de un gesto laringobucal por el cual se cristaliza el espíritu, por tanto, no es algo casual o arbitrario sino que obedece a unas leyes o fórmulas cuyo último sentido es la comunicación, es decir, la relación entre alguien que piensa y dice algo y otro que lo escucha. Nuestra Fundación lleva años dedicándose al estudio de esa comunicación y quiere seguir haciéndolo a través de su Cátedra, que prepara en estos momentos para este Curso un ciclo sobre la Cultura Inmaterial del que se avisará oportunamente y que se celebrará en Urueña en la sede de la Fundación.