30-11--0001
Editorial
Una parcela de la música popular religiosa poco estudiada es la correspondiente al repertorio procesional. Desde estas páginas hemos intentado arrojar alguna luz sobre las melodías que acompañaban a las «danzas», generalmente de palos o similares, realizadas en honor del Sacramento o con motivo de la festividad del santo patrono local. Muy poco se ha trabajado, sin embargo, acerca de los instrumentos, utilizados en procesiones de Semana Santa, y sus toques especiales. Una revisión somera a los libros de Cofradías nos despejará dudas: desde el siglo XVI hasta nuestros días hay referencias a trompetas, atabales, chirimías, pífanos, cajas destempladas, trompetas, cornetas y bugles, sin contar matracas, carracas y tablillas (todavía visibles en sacristías y cabildos) y las referencias a ministriles y «capillas» de unas y otras parroquias que, con voces e instrumentos, contribuían a acrecentar la fe y el decoro en tales actos. Pero, ¿qué música hacían aquellos instrumentos ? Es evidente que no cumplían la misma función una trompeta y un pífano, por ejemplo, y así se consigna en algún libro de forma explícita; las trompetas (a veces con sordina, elemento que ya aparece desde comienzos del XVII) emitían señales de aviso o silencio, acompañadas por atabales (más o menos los timbales de ahora), mientras que los pífanos, secundados por los tambores (semejantes a los tamboriles que hoy día acompañan a la flauta de tres agujeros) ejecutaban alguna melodía, de tipo militar, probablemente. Tampoco este aspecto ha sido investigado: ¿por qué esa relación tan estrecha entre la música e instrumentos militares y las procesiones religiosas de Semana Santa? Todavía en algunas localidades, antiguos toques, conservados por tradición hasta hoy, nos recuerdan más a un «silencio» castrense que a un aviso de cortejo procesional. El término «enlutado» se utiliza en música militar para designar el sonido de un parche al que se ha cubierto con una tela; en libros de cofradías desde el XVII se encuentra también refiriéndose a la bayeta negra que cubría los atabales, amortiguando el golpe de los palillos sobre la piel del instrumento.
Todos estos detalles, convenientemente ilustrados y documentados en los correspondientes archivos, contribuirían sin duda a aclarar incógnitas e, incluso, a evitar que la música procesional sonara igual en Sevilla que en Valladolid por interpretarse un repertorio para Banda inadecuado a veces al acto y sus circunstancias.