30-05-1981
La palabra Folklore nace a mediados del siglo pasado con una gran carga de romanticismo. Es su creador el anticuario inglés William J. Thoms, como se ha dicho en multitud de ocasiones. Pero, ¿qué pretendía Thoms al crear la palabra, y por qué eligió esos términos? En sus estudios arqueológicos, y, al contacto con antiguas civilizaciones, observaba que salían a su paso elementos difícilmente definibles dentro del campo de su ciencia. Elementos que no habían muerto; que no estaban momificados, sino que, al paso de los años, se habían decantado, madurado, adquiriendo con la evolución una fuerza vital. Este material, cuyo estudio podía desvelar la personalidad de un pueblo o una comunidad, quedó recopilado para su posterior análisis. Llegado el momento, Thoms necesitó de un concepto que definiera y agrupara los conocimientos reunidos. La palabra FOLK, en inglés, respondía a uno de los requisitos buscados por el científico: Pueblo, grupo étnico o pequeña sociedad. LORE significaba sabiduría conocimiento.
La música tradicional es una parte del folklore. Está sometida al proceso de transmisión oral, es producto de la evolución y depende, habitualmente, de tres circunstancias: 1. Selección (nosotros, la gente, elegimos -a veces involuntariamente- el repertorio que queremos cantar y transmitir), 2. Variación (lo alteramos ocasionando las variantes y versiones), 3. Continuidad (lo confiamos a otras generaciones para que lo sigan cantando). Se podría comparar este tipo de música con el testigo en una carrera de relevos: Cambia de manos pero no de estructura. Según el portador varía de velocidad, identificándose así con él, y finalmente es entregado por un impulso, una necesidad de transmisión.