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Mayo es un mes mágico; desde remotos tiempos, los habitantes del medio rural dedicaron algunos de sus ritos más interesantes a congraciarse con la naturaleza, a pedir abundantes cosechas recurriendo, tanto a. medios naturales que aceleraban el proceso de fertilización (hogueras), como a complicadas y sofisticadas liturgias que protegieran las cosechas de determinada influencia malévola o del capricho imprevisible de cualquier fenómeno meteorológico. Algunas de las expresiones que acompañaban tales ritos (cantos de rogativas, canciones de mayo, etc.) aún perviven en nuestra sociedad, si bien una parte de sus miembros mira esas prácticas con recelo o con escepticismo.
Nos gustaría abogar por una normal aceptación y continuación de esas costumbres, y no sólo por su aportación estética (belleza de textos o melodías arcaicas muy arraigadas en cada comunidad), sino por una consideración puramente ética; la elección de modos de vida y de normas para llegar a una existencia más perfeccionada pasa, como todos sabemos, por una aceptación individual de esas leyes, previa a su acatamiento. Si la Sociedad nos presionara con su inercia y nos obligara a adoptar sistemas que olvidaran o dieran de lado la dignidad del ser humano, estaríamos ante un grave conflicto de intereses, posible origen de una inquietud muy frecuente en la actualidad: Al ser humano le toca vivir en un marco cuyas líneas básicas no ha diseñado él mismo.