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La tradición ha conservado muchos ritos relacionados con la primavera o con el despertar de la naturaleza en el ciclo anual. Ante tales costumbres y prácticas rituales -cuya perdurabilidad invita constantemente a la reflexión sobre las "constantes vitales" en la cultura de una comunidad-, cabría preguntarse si el crecimiento incontrolado de la Sociedad no podría llegar a convertirla en un monstruo despersonalizado que devorase cualquier tipo de iniciativa particular relacionada con este tema.
Es cierto que para la mujer o el hombre de nuestros días, la naturaleza es un término cada vez más lejano e inasible y que el aparente dominio de la técnica sobre el hábitat natural aleja de nosotros aquella sensación (que sin duda sintieron los antepasados) de depender un poco de la madre tierra de ser, como ella y con ella, un ente perecedero cuya vida estaba condicionada por una correcta relación mutua y un respetuoso tratamiento. Una avanzada técnica como la actual puede haber dado con la fórmula ideal para proteger al ser humano de algunos de sus peores y más antiguos enemigos, pero difícilmente hallará modo de conseguir que aquél asimile una lacerante realidad: Hemos pasado en pocos años, de adorar la naturaleza, a considerarla un patrimonio particular del que podemos disponer a nuestro antojo, olvidando las más elementales leyes de supervivencia.