30-09-2024
El inolvidable Federico de Onís, director durante unos años de la Residencia de estudiantes y discípulo de Unamuno, escribía en las notas a la Vida de Diego de Torres Villarroel que éste tomó conciencia de la miseria intelectual de España al contacto con la realidad que le rodeaba, en tanto que fray Benito Jerónimo Feijoo lo hizo al estudiar comparativamente otras culturas distintas de la española, contra cuyas tradiciones disparatadas clamó con autoridad y sentido común. Lo que tenían de interesantes las críticas de Feijoo a las costumbres y creencias exageradas o falsas era que, del mismo modo que las visitas anuales de los obispos a los pueblos de sus diócesis describían pormenorizadamente los defectos o pecados que se habían de desterrar (de donde se deducía además que se seguían cometiendo año tras año), así los juicios acerbos del benedictino sacaban a la luz relatos o historias de interesante contenido etnográfico a las que dedicaba sus reflexiones juiciosas no exentas a veces de infantiles contradicciones.
Recuerdo con especial viveza las consideraciones sobre la célebre y controvertida historia del judío errante, que Feijoo supone ya popular en el siglo xiii y que narraba las aventuras y desventuras del portero de la casa de Pilatos llamado Catafilo, desde que empujó a Cristo por andar demasiado lento en su salida del pretorio y éste respondió a su violencia con la frase «El Hijo del hombre se va, pero tú esperarás a que vuelva». La profecía significaba ni más ni menos que Catafilo no moriría y andaría errante hasta que Jesús volviera a juzgar a vivos y muertos. Tras extenderse en la relación de textos que describían los usos y costumbres del famoso judío, Feijoo venía a querer demostrar que, si bien el relato era fabuloso, podría haber tenido origen en la historia bíblica de Elías sobre la cual los mahometanos habrían urdido una curiosa farsa que se desarrollaba en el sexto año de la hégira: al caudillo de una tropa árabe llamado Fadhilah, que está rezando al final del día, se le aparece un viejo calvo que dice llamarse Zerib‑Bar-Elia y que asegura haber sido conminado por el mismo Jesucristo a vivir en el mundo hasta que él volviera. Cuando Fadhilah pregunta a Elia cuándo sería ese regreso, el viejo responde que «cuando varones y hembras se mezclasen sin distinción de sexo; cuando la abundancia de víveres no aminorase su precio; cuando los pobres no hallasen quién les socorriese, por estar totalmente extinguida la caridad; cuando se hiciese irrisión de la Sagrada Escritura poniendo sus misterios en ridículas coplillas; cuando los templos dedicados al verdadero Dios fuesen ocupados por la ídolos», dicho todo lo cual desapareció para seguir errando. También erró bastante Feijoo, pero su acercamiento a la etnohistoria realizado siempre con prudencia y erudición sigue despertando reflexiones como las que encabezan el número de este mes.