30-08-2024
Todavía despierta algún interés el hecho de que la palabra folklore haya sido hispanizada (adaptada gráficamente, dice la RAE) para acercar nuestras tradiciones al lenguaje común. Hace tiempo que eché mi cuarto a espadas y recordé que Gonzalo de Correas dedicó mucho trabajo y esfuerzo a que los españoles del siglo XVII escribiesen las palabras tal y como las pronunciaban. Cada fonema una letra y cada letra un fonema. Quienes todavía andan diciendo que si folklore con K o con C deberían leer la recensión que publicó Xoan Manuel Carreira en la Revista de Musicología para criticar el I Congreso de Folklore de las Comunidades históricas que tuvo lugar en enero del año 1985 y al que asistieron personalidades y especialistas en la tradición (la antigua y la moderna). Carreira terminaba su texto haciendo alusión a una mesa redonda en la que «una vez más hubo violentos debates entre miembros de la mesa y congresistas, que lanzaron acusaciones a los científicos de querer destruir el folklore». El acto estelar de aquel Congreso fue una mesa redonda moderada por Rosa María Mateo en la que estuvieron Camilo José Cela, Ramón Tamames, Pablo Castellanos, Soledad Becerril, Carmen Llorca y Eduardo Punset. Cela propuso allí «españolizar» el término folklore y… «palabra de Dios, te alabamos Señor». Como casi siempre, el fondo sucumbió ante la forma.
En el artículo que abre la Revista de Folklore de este mes, Luis Resines reflexiona –y de qué manera– sobre el fondo de la fe y las formas espurias que pueden revestir las creencias. El texto, lejos de dedicar su atención a costumbres del pasado, nos revela la existencia y difusión peregrina de papeles que mañana mismo pueden aparecer en nuestro buzón (prometiéndonos la curación de todos nuestros males) o sorprendernos si acaso nos acercamos –más o menos asiduamente– a rezar o a participar en algún oficio en la parroquia que nos toque. Asombra el lenguaje utilizado en esas estampas y más aún que se manipule de tal manera el mensaje evangélico. Lo espiritual casi desaparece entre una palabrería confusa que nos lleva al marasmo. Las llagas, el corazón traspasado, la sangre, la faz de Cristo ensangrentada, pretenden seducir tanto como ese sentimentalismo cursi que invade algunas frases de los papeles pacientemente recogidos aquí y allá por Resines a lo largo de muchos años.