30-05-2024
Siempre me he preguntado de dónde salen las primeras interpretaciones gráficas de los hechos narrados en la Biblia. Se supone que el Éxodo y el Deuteronomio advertían acerca del peligro de idolatrar si se moldeaban estatuas para ser adoradas y la duda se extendió por el Nuevo Testamento sin que se llegara a clarificar si el uso de las imágenes pintadas era lícito o suponía un pecado. Frente a la teoría o a la polémica, las catacumbas y las primitivas iglesias están llenas de representaciones que hablan de un uso habitual de numerosas figuras en pinturas y mosaicos. La Iglesia, por ejemplo, aceptó como posible la leyenda de que existía una «imagen verdadera» de la Virgen que se había pintado en el taller de San Lucas, mientras que, tras la declaración de Dogma de fe del Misterio de la Santísima Trinidad por el cual el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran un solo dios en tres personas, permitió que esa hipóstasis –es decir la consideración de lo abstracto como algo real– ayudara a los artistas populares a imaginar que las tres personas tenían igual figura y solo se diferenciaban por detalles como las llagas, el cetro de Creador y Rey de la creación, o las alas inspiradoras del Espíritu. La llamada Biblia de los pobres, la Historia Christi in figuris y otros libros similares demuestran a las claras la afición por pintar esos temas y extender su uso devocional en cualquier ámbito. Las figuras pintadas excitaban la imaginación, tanto como antes lo hicieran los relatos sobre la vida de Jesús, particularmente aquellos que servían para explicar o complementar a los evangelios sinópticos, que quedaron relegados y tildados de apócrifos a partir del tercer Concilio de Cartago del año 397. Los dramas que se representaban en los templos durante toda la Edad Media eran también y precisamente eso: actuaciones dramáticas con las que se conmemoraba principalmente el nacimiento o la pasión de Cristo y a través de las cuales se seguía atentamente la historia contada y escenificada. ¿Quién podría poner en duda la eficacia de estos iconos populares en la transmisión del imaginario popular? Cornelius Castoriadis usó ese término, «imaginario», para definir los conocimientos literarios o gráficos que emocionaban al ser humano en forma de magma simbólico. Detrás de las imágenes populares hay todo un conjunto de saberes que las dieron origen y contribuyeron a retratar y perfilar sus expresiones, sus posturas, su carácter: es toda esa iconografía antigua, esos relatos pretéritos, aquellas leyendas asombrosas que alimentaron las miradas y las mentes de miles y miles de personas y sostuvieron su fervor durante siglos. Ese imaginario, construido en un lenguaje compartido y comprendido, ha arrastrado consigo personajes, anécdotas, oraciones, canciones, usos convertidos en costumbre y toda clase de elementos con los que se ha ido edificando el recuerdo y la piedad.