Joaquín Díaz

Carta del director


Carta del director

Revista de Folklore

Lo de siempre

30-04-2024



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Aún perdura hoy la idea –si bien ligeramente modificada–, de que el fundamento de la cultura es la memoria, y tal vez el fundamento más importante pues gracias a ella, de forma mediata o inmediata, han llegado hasta nosotros los elementos que nos permiten reconocernos e identificarnos frente a quienes nos rodean. En esa memoria, donde se asientan todas las antiguas creencias, y en su evolución se podrían distinguir tres mundos claramente diferenciados: el personal (nosotros y los demás), el de nuestra mentalidad que se va formando al contacto con los otros y a través de la trayectoria vital (qué pensamos y cómo lo expresamos) y el del entorno en el que nos ha tocado vivir. Esos tres ámbitos del conocimiento sirvieron durante siglos para constituir una especie de asignatura en la que múltiples preguntas iban ofreciendo una posibilidad de reflexionar sobre el ser humano, sus relaciones y su entorno. Más allá de la simple apariencia o del costumbrismo tópico habría una trama vital que nos enraizaría a una tierra y nos contaría una historia dura y tierna al mismo tiempo, protagonizada por personas y atuendos, por símbolos y significados, por realidades y sueños.

La sociedad que vive hoy en España lleva más de dos décadas del siglo XXI con un escaso bagaje identificativo, por más que queramos aparentar lo contrario. Si por identidad entendemos el conjunto de conocimientos y creencias que caracterizan a un grupo étnico o cultural y le diferencian de otros similares o cercanos, habría que reconocer que muchos de los datos que se pudieran aportar en ese sentido podrían aplicarse a los habitantes de naciones próximas y aun lejanas. En España, sin embargo, la estructura administrativa provincial que ha funcionado durante casi dos siglos ha permitido mantener un fuerte arraigo comarcal con ciertos matices diocesanos que hacen de nuestras Comunidades Autónomas actuales un curioso dédalo cultural en el que lenguaje, trabajo y costumbres siguen siendo las principales pautas. Tienen fama los habitantes de Castilla, por ejemplo, de hablar con mucha corrección el castellano. El uso ejemplar de los proverbios, sin embargo, es un arte que, si bien fue muy frecuente entre las gentes mayores hasta mediados del siglo XX, hoy es escaso. Requiere un dominio del lenguaje y de las fórmulas de expresión que parece inútil a las nuevas generaciones, decididas a convivir con los avances tecnológicos más sorprendentes pero despreocupadas del vocabulario como eje de la comunicación verbal. Hay que reconocer, sin embargo, que, pese a la poca importancia dada a la tradición oral como fuente de conocimiento, la situación ha mejorado últimamente, ya que algunos jóvenes buscan con interés sus propias raíces en el patrimonio tradicional.

La vieja identidad, la forma de ser de las mujeres y hombres de la Iberia -que bien podría estar representada en las raíces centenarias de sus negrillos y encinas-, busca un renuevo. A ese renuevo, como a los brotes de los seculares árboles, le amenazan plagas y enfermedades de cuyo acertado diagnóstico dependerá que crezca vigorosamente o que se pierda. Una de esas plagas no es local ni exclusiva: se trata de elevar la trápala a la categoría de necesidad, consintiendo todos en que la mentira y las palabras vacías se asienten en nuestra vida sin posibilidad de reclamación. Otras pestes, tan antiguas como la especie en la que se implantan, la amenazan con epidemias que cambian de nombre pero no de intención, y así, la llamada «globalización» viene a sustituir con ventaja a lo que nuestros mayores denominaron aldeanismo o política de campanario. La mejor prevención de ese renuevo contra cualquier daño estará en la propia savia de sus viejas cepas. Para evitar que el futuro sea una aventura desequilibrada habrá que conocer bien el pasado y aceptarlo. Casi todo lo que había que decir sobre los repertorios y la identidad –como bien escribe Emilio Rey en el documentado artículo que encabeza el número de este mes–, ya está escrito. Nos queda leerlo y asimilarlo.