30-05-2022
Comienza a estudiarse, no sin cierta aprensión ideológica, la pequeña historia de la Falange; en particular la que tuvo que ver con su rama femenina, la denominada Sección Femenina, que tan importante papel desempeñó en la divulgación de un modelo de sociedad en el cual la mujer tuviese un destacado protagonismo, siquiera éste viniera diseñado por unos mandos sometidos en sus grandes líneas de actuación al criterio e ideología de los varones. Probablemente, en la creación inicial de José Antonio Primo de Rivera encaminada a la renovación total de la sociedad española, la mujer no tenía otro papel que el de auxiliar y apoyar las decisiones del hombre, bien cercanas al sentido etimológico de la palabra virtud. De hecho las primeras labores que se encomendaron a su hermana Pilar y a algunas primas que se incorporaron tempranamente a la lucha, fue llevar comida y asistencia a los presos falangistas encerrados en las cárceles madrileñas. Finalizada la guerra civil, la ideología de la Sección Femenina derivó desde las grandes líneas de pensamiento y actuación a los pequeños detalles, y comenzó a valorar la instrucción dada a las niñas en colegios y escuelas de modo que la consigna de «sentir, amar y servir a España» ocupara el lugar primordial en sus existencias. Una de las personas más destacadas en ese trabajo, preocupada por la creación de un Cuerpo de Instructoras que fuese capaz de abarcar todas las líneas posibles de un ambicioso programa propagandístico, fue Dolores Prados, maestra vocacional e ideóloga de la juventud, cuyas dotes de organización se dejaron sentir al menos durante cinco años, en la primera etapa de «formar, reformar y transformar» a las niñas españolas. Dentro de la Auxiliaría Central de Cultura creó unos cursos de Enseñanza Especiales destinados a difundir las bases culturales que elevaran el nivel medio de preparación en los profesores y les proporcionaran asimismo los medios para desarrollar aficiones y gustos, como la lectura y las representaciones teatrales. Fruto de ese trabajo organizativo fueron las primeras representaciones españolas en los Congresos de Juventudes Europeas donde la Sección Femenina estuvo presente, primero en Viena y luego en Roma, con sus iniciales grupos de coros y danzas ataviados con trajes «típicos». Las primeras enseñanzas de contenidos folklóricos habían llegado ya de la mano de especialistas como Rafael Benedito, que impartieron los cursos en que la música y la danza tenían una implantación y un sentido locales aunque buscaran una relación necesaria con lo «nacional», con lo patrio. Poco a poco algunas jóvenes maestras se fueron incorporando a la tarea de crear «cátedras ambulantes» que se encargaran en cada provincia de buscar y archivar en forma de fichas los repertorios más comunes de cada localidad, primando aquellos textos y melodías especiales que por sus características destacaran estética o históricamente. Se seguía de este modo una de las directrices marcadas por la propia Pilar Primo de Rivera, en el sentido de «arraigar las canciones y danzas en su propio ambiente» procurando que los grupos que se formaran en cada pequeño pueblo comenzaran a mostrar sin artificios sus progresos en la plaza mayor de cada localidad como un aliciente dominical. No sólo se promocionaba el propio patrimonio sino que se evitaban errores de bulto al concebir el folklore como un totum revolutum en el que lo político o lo ideológico se superpusiera a lo cultural.