30-05-2021
Dentro del ciclo invernal, y enmarcadas en las tradiciones estacionales que se repiten desde hace cientos de años, cabría destacar todas las expresiones populares que hacen referencia al nacimiento de Cristo, especialmente aquellas que narran acontecimientos en los que intervienen personajes legendarios cuya vida y hechos son susceptibles de recreación. En ese sentido podrían tomarse las recientes (y aparentemente sorprendentes) recuperaciones de pastoradas y autos de Reyes, textos dramáticos generalmente dieciochescos –declamados y cantados por pastores o gente de los propios pueblos donde se llevan a cabo–, cuya representación en el interior de los templos o fuera de la iglesia ha mantenido viva una tradición medieval de autos en conmemoración del Misterio del nacimiento de Cristo o su adoración por los Magos. Todo acto que no es para uno mismo y cualquier actividad que vaya más allá del círculo de lo íntimo suelen conllevar una puesta en escena, y hoy día casi todas esas manifestaciones se han convertido en verdaderos espectáculos en los que –hay que decirlo también– algunos enigmas se han desvirtuado, de modo que no siempre se da la circunstancia de que los asistentes tengan claro el verdadero y hondo valor de lo que contemplan. Sin embargo habría que reconocer que algo que nos atañe y nos pertenece sigue presente, a pesar del paso del tiempo y la modificación de las creencias y costumbres, en la trama de esas leyendas. Algo profundamente humano y atractivo. Tal vez tenga que ver con la necesidad de crear arquetipos en los que la humanidad se reconozca y valore, tal vez con la tendencia a formar modelos que ejemplifiquen comportamientos y sean capaces de identificarnos como especie. ¿Qué es lo que hace tan atractiva la figura de los Reyes que les coloca en ese lugar común donde es posible la mímesis con sus acciones y sus personas? El universo cristiano ha modelado unos fenotipos en los que millones de individuos se sienten retratados. Probablemente sus dudas ante la aparición de una estrella en el firmamento podrían asimilarse a los misterios no desvelados que inquietan e intrigan todavía hoy a la ciencia y sus representantes. Las controversias en busca de la verdad aparente nos recuerdan las polémicas acerca de la autenticidad de las cosas. Las dificultades que van encontrando en las sucesivas etapas por las que pasan hasta lograr su objetivo, son similares a los obstáculos que jalonan las existencias de tantas personas. Los diferentes y lejanos lugares de donde proceden hablan de una distribución de la especie humana por todo el planeta y de su capacidad para adaptarse a climas y suelos diversos. Los presentes que dejan al recién nacido provienen de la necesidad de usar los símbolos y su significado. La inteligencia y discreción para regresar a sus tierras “por otro camino” nos acercan al final feliz que persigue todo relato y a la recompensa que las narraciones otorgan al comportamiento virtuoso frente a la iniquidad. La preservación legendaria de sus reliquias en un lugar concreto manifiesta la obligación que el ser humano se ha impuesto de venerar a sus antepasados y conservar sus restos con respeto y decencia. Este puede ser el trasfondo que hace tan necesaria y verosímil la manifestación cíclica de un hecho sobre el que se van creando añadidos que adornan y enriquecen el núcleo principal. Los espectadores que observan y escuchan una narración cercana a lo sagrado tienen sin duda la facultad de interactuar desde su aprobación o rechazo a la presentación del argumento en forma de texto recitado o cantado apropiadamente. Es entonces cuando se manifiesta la maravillosa realidad que nos acerca a unos personajes y su actuación: todos somos Reyes.