28-04-2021
Los fantasmas son espíritus sin cuerpo que regresan de ultratumba por alguna razón: resolver una cuestión pendiente (se le ha sepultado en un sitio inadecuado, se le ha asesinado y vuelve para vengarse...), proteger o ayudar a alguien, cumplir determinada promesa, etc. Conocida es la historia de la calavera justiciera a la que un valentón ha dado una patada convidándola a cenar a su casa, leyenda medieval piadosa imbricada posteriormente en escritos cultos; no menos popular, si bien más moderna, es la relación oral –siempre narrada como si hubiese sucedido realmente– acerca de una joven que aguarda a los automovilistas en un tramo concreto de una carretera para advertirles del peligro, desapareciendo después de haber cumplido su misión (un apéndice de la narración aclara que ella murió allí en accidente y regresa para impedir que a otros les suceda lo mismo). Normalmente, el fantasma carece de figura, aunque con alguna frecuencia usa una sábana para adoptar una cierta corporeidad o ser visto por los ojos humanos. En un cuento tradicional, incluso, el espíritu vuelve en trozos para atormentar a todo aquél que duerma en una antigua casa; un caballero osado decide afrontar el riesgo y pasa la noche allí, teniendo que soportar que, poco a poco, vayan cayendo los cuartos del fantasma hasta que se completa y le presenta batalla. El valiente caballero vence, libera de su pena al ánima y se hace dueño de la ciudad que se le rinde admirada. Aunque son muy frecuentes los cuentos sobre valientes en la tradición oral, en todos ellos los protagonistas suelen mostrar un respeto (a veces uno puede pensar que hasta complicidad) por los difuntos y las apariciones; en caso contrario, el fantasma castiga su descreimiento, confirmando que la mayor parte de los relatos tradicionales tienen un fondo muy importante didáctico o moral, siendo una de las primeras y principales enseñanzas que si se menciona a los muertos se les convoca: «hablando del rey de Roma, por la puerta asoma»…
Marcos Márquez de Medina recoge en su obra Arte explicado y gramático perfecto (siglo xviii) el refrán «En mentando al ruin de Roma, luego asoma», y explica: «Quando un lobo se aparece de repente, quita entonces el habla al que le mira: así nosotros, estando hablando de alguno, callamos y dexamos aquella conversación quando el tal se llega hácia nosotros; y hace por entonces el mismo efecto que el lobo». Algunos investigadores pensaron que esto de dejar mudas a las personas podía muy bien achacarse al diablo (no sabemos si por el susto mismo o por el azufre), así que echaron mano de antiguas creencias para identificar al demonio con el lobo y matar dos pájaros de un tiro explicando que la conocida frase «Lupus in fabula» de Terencio se podría traducir por «Habla del diablo y enseñará el rabo», siendo ese diablo para determinados eruditos (¡qué casualidad!) nada menos que Urbano VI, el que se las tuvo tiesas con Clemente VII. O sea, a todos los efectos, el «ruin» para los seguidores del de Avignon.
Echaré mi cuarto a espadas: la frase «Lupus in fabula», tal y como la pronuncia el esclavo de Ésquino en Adelphoe («Los hermanos») significa: «Ojo, que viene», refiriéndose a la entrada en escena de Démea, padre de Ésquino. Y ese «ojo, que viene» quiere decir, en la época de Publio Terencio como en la nuestra, que hay tanta casualidad en el hecho de que aparezca alguien como en que estemos hablando de él. Los lobos y los fantasmas encajan muy bien en los relatos y éstos parece que están hechos para sus andanzas, que se sienten tan a gusto en ellos como en el monte, y si no que se lo pregunten a las ánimas de Bécquer. Algo de lo que bien podríamos aprender nosotros, los humanos, que mostramos por naturaleza un recelo hacia el entorno que nos rodea, sobre todo si no somos capaces de controlarlo o dominarlo. El pánico a las ánimas está perpetuado en el cuento de «La asadura» (la madre dominante) y el terror a los animales salvajes que pueden causarnos daño lo está también en el cuento de Caperucita: sólo el leñador, es decir el dominador del bosque, capaz de sortear sus trampas y de aprovecharse de sus recursos, es quien finalmente puede romper el maleficio y matar al lobo, que se ha comido a la niña (por ignorante o inocente ante el peligro) y a la abuela (demasiado vieja para defenderse del ataque). ¿Es casualidad que Caperucita estuviese en el bosque? Ni hablar, ya sabemos que su madre la había mandado de recadera porque su abuela vivía en otro pueblo. Además Perrault, que fue quien más mano metió en los cuentos para usarlos en beneficio de sus teorías, compara al lobo en su moraleja final con esos caballeretes desvergonzados que se acercan a las caperucitas y les prometen el oro y el moro para luego dejarlas a la primera ocasión que se les presente.