30-01-2021
A partir del Martyrologium Hieronymianum, recopilación de vidas de santos realizada a finales del siglo VI y atribuida a San Jerónimo (aunque en realidad reunía biografías de santos y mártires de Oriente, Europa y Africa debidas a diferentes autores), la Iglesia promovió las vidas ejemplares de diferentes varones de virtud a quienes dedicó un día del año en particular tras la reforma del calendario por Gregorio XIII. Algunas cofradías habían nacido bajo el patrocinio y advocación de esos santos, populares y preferidos por sus cualidades (en su propia vida se habían dedicado al oficio del que luego vendrían a ser patronos, como San Andrés de los pescadores o San José de los carpinteros) o por ser considerados especiales abogados contra enfermedades o pandemias (recordemos los 14 santos protectores medievales algunos de los cuales todavía siguen teniendo su predicamento como San Cristóbal, Santa Bárbara o San Blas). De San Blas se cuenta que salvó al hijo de una mujer de morir ahogado tras habérsele atravesado una espina de pescado en la garganta. Otros milagros que se le atribuyen, como el de obligar a un lobo a devolver a una pobre viuda un cerdo que le había robado, por ejemplo, no tienen nada que ver con la cualidad principal que se le reconoce desde el siglo V, que es la de curar las afecciones de garganta. Todos estos milagros los realiza el santo en el camino entre la cueva donde se hallaba recluido (huyendo de la persecución a los cristianos de Diocleciano) y el palacio del gobernador. Éste había ordenado su captura porque unos de sus soldados, habiendo salido a cazar no habían cobrado una sola pieza y, tras comprobar que la mayoría de las aves se encontraban reunidas a la puerta de la cueva de San Blas, tampoco habían conseguido cazar una sola de entre ellas. Si seguimos el relato de La leyenda dorada comprobaremos que, para que haya un sentido en la multitud de milagros que se atribuyen al santo, Santiago de la Vorágine acomodó sucesivamente todos esos hechos taumatúrgicos en la historia, de modo que pareciera que acontecían con una lógica y un orden. Todas las decapitaciones, por ejemplo, (de siete mujeres, de san Blas y de dos niños) que se producen por orden del cruel gobernador, conducen indefectiblemente a la oración pronunciada por el obispo antes de su decapitación, que servirá para que todos los afectados por algún mal de garganta obtengan la curación si la rezan.
La garganta y la cigüeña (que regresa a casa por san Blas) vienen a juntarse para tener un sentido al inicio de febrero, cuando la naturaleza comienza a despertar. La anagnórisis nos la ofrece en bandeja Samaniego en una traducción de La Fontaine:
Sin duda alguna que se hubiera ahogado
un lobo con un hueso atragantado
si a la sazón no pasa una cigüeña.
El paciente la ve, hácele seña,
llega, y, ejecutiva,
con su pico, jeringa primitiva,
cual diestro cirujano,
hizo la operación y quedó sano.
Su salario pedía,
pero el ingrato lobo respondía:
-¿Tu salario? ¿Pues qué más recompensa
que el no haberte causado leve ofensa
y dejarte vivir para que cuentes
que pusiste tu vida entre mis dientes?