30-11-2020
Si hay una obra pictórica que pueda representar la tradición –es decir el paso del tiempo y la entrega de los conocimientos de una generación a la siguiente– esa es, sin duda, la «Alegoría de la prudencia» ideada por Tiziano. Las tres edades de los personajes que aparecen retratados de frente y de perfil hacen suponer a los exégetas que el pintor quiso representarse en la madurez mirando al pasado, situó en el centro a su propio hijo observando cara a cara al tiempo presente y dejó a su sobrino Marco a la derecha como símbolo incógnito de lo que había de venir. La frontera de la edad, imperceptible en el cotidiano devenir, se hacía patente así en los tres rostros de diferentes edades, que reposaban sobre tres animales (lobo, león y perro), representantes a su vez de la fiera crueldad de la memoria devorada por el paso del tiempo, la prudencia derivada de la madurez y por último el devenir, capaz de suscitar nuestra atención y curiosidad. Por si la alegoría no quedaba clara, Tiziano escribió en el lienzo: «Desde el pasado, el presente actúa con prudencia para no desfigurar las acciones futuras». Todo un plan de vida, en efecto. El transcurso del tiempo nos va cargando de sensatez para poder entregar nuestros conocimientos a quienes se supone que pueden heredarlos y darlos un correcto uso. Porque desde hace unos años, existe una obsesión en la sociedad por proteger a los jóvenes de su propio futuro evitándoles cualquier contratiempo y creando a su alrededor una especie de cápsula que les aísla de la realidad o que les crea otra más cómoda y más individualista. Esa protección, a mi juicio errónea, que afecta al esfuerzo, al trabajo bien hecho, al perfeccionamiento individual y colectivo, ha ido confinando la creatividad a unas burbujas aisladas, transformando además el aprendizaje y la evolución personal en una carga sin sentido, pesada e inútil. Tampoco insistiré demasiado en esa laxitud social que se estuvo riendo en los últimos años de la excelencia, ensalzando sólo a quien había obtenido más beneficio en menos tiempo sin importarle los medios. Ni es nuevo el problema ni dejará de existir nunca: recordemos aquel «Florebat olim studium», uno de los Carmina Burana, que hace más de siete siglos denunciaba una situación similar: «En otro tiempo florecían los estudios y hoy todo es ociosidad. En otro tiempo florecía la ciencia, hoy prevalecen las diversiones. La picardía es ya algo precoz en los niños, pues, llevados de su falta de voluntad, aborrecen la sabiduría. En los siglos pasados no se daban descanso en los estudios hasta llegar a los noventa años; pero ahora a los diez arrojan el yugo y se las dan de sabios. El ciego arrastra al ciego; pájaros sin pluma se echan a volar; siendo pequeños asnos se ponen a tocar un instrumento de cuerda; saltan en la clase como becerros y atacan a los pregoneros con la esteva del arado».
Es posible que tanto en el siglo xiii como ahora mismo hayamos perdido el significado de las cosas, hayamos olvidado para qué se usa una esteva o qué se puede obtener con ella, pero probablemente (entonces como hoy) es necesario un renacimiento de la sociedad que plante cara a la desidia y restablezca el criterio sólido por encima de la simple opinión.
Y han de ser las nuevas generaciones las que reaccionen. Afortunadamente, la vida no es sólo eso. Lo mejor de la historia de los individuos no queda escrito en los manuales al uso ni se deja atrapar por normativas fijadas por la rutina. Quien no dé rienda suelta a su curiosidad mal podrá penetrar el sentido de la existencia. He insistido en muchas ocasiones en que hay que estudiar siempre el texto y el contexto de las expresiones humanas. De ese modo sabremos situar en su correcto lugar la duda y la solución: «Siempre estamos usando una pedagogía de la respuesta –decía Paulo Freire–. Los profesores contestan a preguntas que los estudiantes no han hecho». Y así nos va…