30-05-2020
Tal vez provenga del platonismo la idea de que el ser humano fue el último en aparecer en la creación para que alguien supiera apreciar la belleza de todo lo formado por Dios. Pico della Mirandola aseguraba en el Discurso sobre la dignidad del hombre, que además de moldearle le dio naturaleza indefinida, como permitiendo que el libre arbitrio estuviera por encima de sus actos y que éstos no estuvieran determinados ni constreñidos salvo por su propia elección. «El sumo padre, Dios arquitecto, había construido con leyes de arcana sabiduría esta mansión mundana que vemos» –escribía Pico– y había decidido no darnos un lugar ni un aspecto ni una prerrogativa peculiar esperando que todos esos elementos fuesen determinados por nuestra invención. En el proceso consiguiente, parece que el espacio y la forma tuvieron una gran importancia sobre los modelos de vida elegidos por los primeros pobladores del planeta ya que el entorno, la naturaleza, los recursos proporcionados por la propia tierra les servían para alimentarse, protegerse de las inclemencias o construir su morada bajo patrones lógicos. Con la ayuda de esos materiales y la contribución de las técnicas constructivas en las que intervenían herramientas novedosas y cada vez más potentes, el individuo fue solucionando obstáculos, allanando superficies y levantando muros para defenderse y cubrir sus carencias. Pensar en la historia de la arquitectura y en el camino recorrido por los seres humanos para llegar al momento actual casi provoca vértigo: estilos diversos en busca de la seguridad y la belleza, procedimientos para mejorar en el ensamblaje de materiales y en la construcción de los edificios (o sea, en hacer el hogar), sistemas múltiples originados por la misma prioridad de buscar soluciones a las necesidades, dan como resultado aparente unos habitáculos en los que vivimos que están directamente relacionados con lo que las últimas generaciones hemos llamado «estado de bienestar».
Sin embargo, no todo es tan hermoso ni tan meritorio como podría parecer: en ese camino el individuo fue apartándose progresiva y voluntariamente de su entorno natural, domeñando la naturaleza sin respetar su lógico y beneficioso equilibrio, construyendo gigantescas urbes donde –utilizando palabras de Mirandola– la humanidad se degeneraba en vez de regenerarse…
Las advertencias acerca de la desviación inadecuada del género humano no vienen solo de los catastrofistas, que siempre los hay. Ahora proceden de una reacción desproporcionada y cruel de la propia naturaleza que invita a la reflexión. Desconfiemos de los movimientos pendulares. A ver si somos capaces de saber combinar adecuadamente la sabiduría tradicional y las nuevas tecnologías. Observemos con respeto y atención a quienes son capaces de construirse una casa con sus propias manos porque puede que nuestro futuro dependa cada vez más de sus conocimientos.