31-03-2020
A lo largo de mis viajes por los lugares más recónditos de la geografía española fui percibiendo poco a poco un detalle aparentemente nimio que, sin embargo, tenía una trascendencia social y económica indudable: las aldeas perdidas no solían quedar completamente aisladas en el más crudo invierno y ello gracias al trabajo y pericia de carreteros, trajineros y arrieros que atravesaban dificultades insalvables, seguían sendas imposibles y llegaban –tarde o temprano, pero llegaban– a sus destinos. Durante cientos de años dependió de ellos la economía de los mercados, el transporte de las mercancías, el auge de algunas industrias y la mejora de determinadas vías que llevaban manteniendo el mismo trazado desde la época romana. Los talleres de fabricación de carros, la madera y el hierro para fabricarlos, las ganaderías que se usaban para arrastrarlos –en especial la vaca negra ibérica– y sobre todo las personas que se encargaron de mantener los gremios y hermandades desde que los Reyes Católicos ordenaron y fijaron sus estatutos, da a esta actividad y a quienes la mantuvieron una categoría especial. Parece mentira que en pleno siglo xx, cuando las carreteras asfaltadas y los vehículos de motor parecían el mejor medio para desplazarse de unos lugares a otros, quedara una persona aislada por la nieve en un pequeño pueblo de montaña. Los vecinos solían comentar con sorna que eso jamás pasaba en tiempo de los arrieros, cuando la montaña no tenía secretos para las mulas o los bueyes que, siguiendo su instinto o la intuición de su guía, eran capaces de trascender los pasos más angostos o los caminos peor trazados. Según las épocas y la demanda de los mercados fueron muy diferentes los productos trasportados pero la lana, la sal, el hierro, la madera, tuvieron una importancia innegable en relación con el homo bellicus. Había que vestir soldados, alimentarlos, preparar sus armas y fabricar maquinaria o barcos para las guerras. No pensemos que esta actividad es cosa del pasado; la tecnología y la investigación actuales están condicionadas, antes o después, por las armas y su uso, por la ambición y la necesidad de controlar o detentar el poder, aunque la sofisticación o la mixtificación encubran las intenciones finales.
La Junta y Hermandad de la Cabaña Real de Carreteros, Trajineros, Cabañiles y sus Derramas fue la institución que se encargó durante siglos –entre el xv y el xix, principalmente– de regular, por medio de sus normas y ordenanzas, el tránsito de personas y animales y la construcción y reparación de los vehículos que recorrieron todos los caminos de España activando la economía y las relaciones sociales.