Joaquín Díaz

Carta del director


Carta del director

Revista de Folklore

La pata de cabra

31-01-2020



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En el Levítico (17,7) Yaveh habla a Moisés para transmitirle su voluntad de que los israelitas dejen de rendir culto a las cabras, costumbre que habían adquirido durante su estancia en Egipto: «Así que ellos ya no deben ofrecer sacrificios a los demonios parecidos a las cabras, con quienes se están prostituyendo. Esto será una norma permanente para todos, generación tras generación». La preocupación de la exégesis y sus representantes por demostrar que numerosos episodios de la Biblia están dentro de un universo simbólico, hace que muy frecuentemente la mitología olvide o filtre pasajes antiguos que parecían difícilmente explicables a la luz de la simple tradición. Si Yaveh estaba enojado, según Ezequiel, porque Jerusalén y Samaria –representadas en dos «esposas» Oliba y Oola– le habían sido «infieles», parece lógico que algunos profetas anunciaran grandes males si no se abandonaban los cultos nefandos que se habían infiltrado durante la larga estancia del pueblo hebreo en Egipto. Mitos griegos y romanos continúan desarrollando el culto a la cabra e incluso inventan una ninfa llamada Amaltea que –a veces en forma de cabra o bien utilizando la leche de ese animal– amamanta a Zeus o a Júpiter…

Durante el siglo XIX numerosas publicaciones románticas o relacionadas con el esoterismo echaron mano de leyendas babilónicas y egipcias para inventar y dar forma a representaciones luciferinas cuyo aspecto originó una literatura tan abundante como terrorífica. Algunos autores recuerdan que, en el mundo cristiano, lo que verdaderamente ayudó a crear un arquetipo legendario relacionando a las cabras con la maldad fue el pasaje del evangelista Mateo en el que describía a Jesús hablando en el monte de los Olivos: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda».

La izquierda, lo siniestro, se hace más patente cuando lo que provoca el terror es algo conocido y familiar. Friedrich Schelling, al estudiar los mitos y el origen de la maldad, lo explicaba asegurando que lo espantoso, lo que podía provocar el miedo pánico, era lo más cercano a nosotros. En efecto, siempre recordaré las veladas en las que mi abuelo nos contaba sus «relatos» de todo tipo y origen, y hacía especial énfasis en la narración de la mujer con patas de cabra, utilizando para darle más credibilidad un perchero de un solo colgante hecho por un taxidermista con una pata empezuñada que ahora mismo no podría asegurar si era de cabra, de cabrito o de jabalí. De ese modo, y blandiendo aquel objeto que concentraba nuestra atención y que tanto podríamos considerar un resto de la sátira como una demoníaca varita de virtud creada por Juan Grimaldi (aquel hijo de San Luis llamado en realidad Paul Garioz que tuvo tanto éxito en el teatro español con su «Pata de cabra»), nos íbamos a la cama, como tantas otras noches cotidianas viendo y escuchando luces y ruidos que con la oscuridad acrecentaban su efecto y transformaban la casa familiar en un castillo encantado. ¡Bendita inocencia!