30-06-2019
Las normas –sean jurídicas o religiosas– fueron siempre para el ser humano una excelente excusa a través de la cual poder demostrar su inconformismo o su desacuerdo, aunque no fuera más que por afirmar su personalidad con ese acto de rebeldía. Es cierto que las normas no se dictaban por capricho y solían ser un medio bastante eficaz para controlar los comportamientos personales y colectivos en una comunidad, pero el refrán «nunca llueve a gusto de todos» venía a certificar lo difícil que era legislar para el común. De hecho, los bandos de alcaldía y las visitas anuales del obispo a los pequeños núcleos de población, constituían un permanente recordatorio sobre la ineficacia de los mandatos o sobre su reiterado incumplimiento. Una y otra vez se prohibían determinadas costumbres, impropias de una sociedad que aspiraba a mejorar, y una y otra vez se volvía a recordar su existencia, lo que significaba claramente que las advertencias no habían servido para nada. Mientras las diócesis aprobaban en sínodo sus constituciones, los concejos acordaban los reglamentos y decretos que ordenarían los procederes de las personas, en particular los que tuviesen una incidencia pública y afectasen a un vecindario.
Todas las compilaciones de normas y leyes, sea cual sea su origen y pertinencia, nos ayudarán a comprender cuáles fueron en cada momento histórico las preocupaciones y desvelos de los poderes públicos, pero también el contexto en que esas preocupaciones se producían y las razones por las que una norma se promulgaba, más allá de la letra del decreto. Algunas obras imprescindibles para el mejor conocimiento de ese espíritu podrían ser los manuales de Fermín Abella y Blave –quien también publicó El consultor de los párrocos– y la ingente obra del Synodicon Hispanum dirigida por Antonio García y García. A través de los sínodos, celebrados cada año por los obispos de cada diócesis siguiendo la normativa aprobada en el cuarto concilio de Letrán, podemos conocer cuáles eran las normas que pretendían regir todos los momentos del individuo, en privado y en sociedad. Esas normas se publicaban y se colocaban en las iglesias para conocimiento de todos y para la general observación, aunque por lo general, más que crear doctrina, pretendían corregir defectos y abusos provocados por la relajación de costumbres, por la deriva enviciada de algunos comportamientos o simplemente por la tendencia permanente de las autoridades eclesiásticas a corregir el escándalo y sus consecuencias.