28-02-2019
Siempre he dicho –al menos desde que conocí mejor la figura y la obra del músico Ángel Velasco– que el trabajo de tan ilustre vallisoletano debería incluirse en todas las enciclopedias musicales por su contribución a la mejora y difusión de la música castellana y más en concreto de la dulzaina. En efecto, hasta su irrupción como intérprete y constructor, la dulzaina estaba circunscrita al breve espacio físico de la fiesta local y su repertorio fluctuaba entre los escasos toques antiguos que sobrevivían por la propia inercia de la tradición y la música de banda ejecutada en parques o en la plaza de toros con limitadas posibilidades para un solista si es que éste no era extraordinario.
Los bailes en aquel momento se concentraban en tres grandes apartados: Los organizados por la burguesía en los salones de moda, que incluían preferentemente repertorios del momento: valses, rigodones, galops, lanceros, etc., los preparados por las sociedades de artesanos en sus bailes de candil y los tradicionales de aldea, estos dos últimos con la necesaria presencia de instrumentos populares. El mérito innegable de Ángel Velasco fue colocar a la dulzaina por encima de todas esas divisiones artificiosas y crear un público adepto y una afición que sabía reconocer y premiaba alborozadamente el virtuosismo.
Su labor consistió justamente en hacer posible ese virtuosismo. En crear nuevas fronteras técnicas e interpretativas para la dulzaina y en aproximar a público y ejecutantes hasta esos límites. Su influencia en casi todos los campos es innegable: elevó la categoría del instrumento con mejoras evidentes; posibilitó la adopción de un repertorio más versátil y acorde con un gusto mayoritario; amplió el área de utilización del instrumento llegando hasta comarcas en las que no hubo nunca tradición de dulzaina; creó un ambiente de interés por la interpretación jamás observado antes...
Todas estas circunstancias hicieron de Ángel Velasco no sólo un personaje respetado y querido en su época, sino una referencia histórica imprescindible para el futuro. Velasco fue, no sólo el mejor dulzainero de su época y maestro de extraordinarios intérpretes como Agapito Marazuela, sino el impulsor de la dulzaina como instrumento imprescindible en el folklore castellano y el primero que comenzó a fabricarlas de forma industrial para atender a la demanda general que él mismo había suscitado. Las dulzainas que él fabricó, algunas con llaves que importaba de Francia y mejoraba o adaptaba él mismo, son todavía hoy instrumentos apreciadísimos, estando en uso buen número de ellas. En su época, pues, y gracias a la fabricación de instrumentos técnicamente precisos, se comenzaron a celebrar concursos de dulzaina con la participación de los mejores músicos del momento y una asistencia masiva de público.
A su lado, por tanto, antes y después que él, surgieron numerosos intérpretes, casi desconocidos hoy día, cuyas figuras comienzan a ser apreciadas y valoradas por su aportación a la historia musical de su tiempo y del lugar en el que nacieron y crecieron. A quienes hoy, con paciencia y enorme esfuerzo, contribuyen a documentar todo ese complejo entramado vital de los intérpretes locales, reconocemos desde esta publicación sus imprescindibles y valiosísimas aportaciones.