30-07-2018
En varios pasajes del libro del Génesis se alude al hecho de que una persona demande a otra una promesa, para lo cual le hace colocar la mano derecha debajo de su muslo (la traducción parece un eufemismo que sustituye a la palabra genitales) mientras está haciéndole repetir la fórmula de un juramento. Quien primero pide fidelidad a la orden es Abraham (24, 2-53) y quien recibe el encargo el mayordomo o administrador, posiblemente la persona más fiable de su casa tanto por edad como por comportamiento y sabiduría: «Júrame por el Dios del cielo y de la tierra que no casarás a mi hijo Isaac con ninguna mujer de Canaán sino que buscarás en mi tierra alguna mujer entre los miembros de mi familia». El administrador responde: «¿Y si la mujer no está dispuesta a seguirme, debo volver a por tu hijo para llevarle allá?». «No se te ocurra hacerlo –contestó Abraham–, si ella no está dispuesta a hacerlo, quedarás libre de este juramento». Abraham, quien ha recibido en su avanzada edad el regalo de un hijo, solicita a su criado que siga fielmente los dictados del Señor que, como en tantas ocasiones en la Biblia, ha preparado el futuro del patriarca asegurándole bienes y salud si obedece. La curiosa fórmula incluye la costumbre de jurar por algo muy apreciado que se ha de tener entre las manos mientras se pronuncian las palabras. Abraham recurre a sus genitales, los mismos que le han procurado su descendencia, para que su administrador le prometa por ellos que cumplirá todo lo que le está pidiendo. Similar situación se produce, por ejemplo, cuando Israel suplica a su hijo José que, una vez fallecido, lleve su cuerpo a la tierra de Egipto para ser allí enterrado.
Ambos pasajes revelan el uso de la mano colocada sobre (o bajo) la más importante parte de uno mismo para solicitar algo que refuerce un simple juramento verbal. Se trata de prometer por lo más sagrado que se actuará de una forma determinada sin desviación ni interpretación ni duda de ningún tipo.
Entre los pequeños iconos que han entrado a formar parte de nuestra existencia cotidiana y que por centenares se acumulan en la pantalla de nuestro teléfono móvil, hay muchos que representan una mano y algunos de ellos en actitud de dar garantías sobre algo. La mano sigue siendo, por tanto, como lo fue en otros tiempos, la parte del cuerpo que representa a la persona entera y la leyenda o la costumbre perpetuaron la creencia de que un juramento no cumplido conllevaría la pérdida de la mano con la que se había prometido o la certeza de que esta se «secaría», simbolizándose con ello la muerte del perjuro. El Derecho en Roma obligaba a los habitantes del imperio a jurar por sus testículos –es decir a testificar– para tener la mano sobre algo que representara el pasado y el futuro, la propia vida o su prolongación, mientras se pronunciaban las palabras de la fórmula. La denominada «mano poderosa» en la tradición cristiana apócrifa –reproducida una y otra vez a pesar de las prohibiciones– representaba, además de las arma Christi, a San José y a María, acompañados de San Joaquín y Santa Ana flanqueando a Jesús cuya mano derecha, atravesada por el clavo, derramaba sus bienes sobre el rebaño fiel.